Siempre mía
Siempre mía
Por: Ravette Bennett
Epígrafe

Un escalofrío de inquietud bajó por la espalda de la Duquesa Sterlingh, quien dejó de clavar su gélida mirada sobre la pequeña rubia de seis años que corría detrás de su adorable hijo por la orilla de la playa. Se giró de mala gana y le echó una breve ojeada a la señora Griftonn, con todos los sentidos alerta aguzó el oído para poner la atención necesaria a la locura que su esposo, el gran Duque Sterlingh estaba por hacer.

—Me temo que no es buena idea Jonh —habla el señor Griftonn con manos temblorosas mientras sostenía su sombrero de gala.

La mirada fría y penetrante de la duquesa se volvió nuevamente en dirección a los pequeños y a la muchacha que cuidaba de su hijo. El pequeño de cabello oscuro alborotado y de ojos azules le aventaba arena a la pequeña rubia de ojos verdes y piel blanca como la leche. El agitar de las hojas por la brisa fresca cuyo inconfundible perfume amenazaba lluvia, movía en ondas el rubio cabello de la hija de los Griftonn. Alzó la vista, las nubes comenzaban a cubrir el cielo, en poco tiempo todo quedaría envuelto en una tormenta, algo que era muy favorable para impedir el propósito del duque.

—Me parece un buen trato —afirma el duque Sterlingh.

—Esposo, si se me permite hablar, creo que el señor Griftonn es un hombre en todos sus cabales, no es una buena idea apresurarnos con algo de tan alta importancia —le dijo la duquesa con un tono de voz dulce, aunque en el fondo sabía muy bien que no permitiría que cualquiera se acercara a su querido hijo, y mucho menos la hija de un simple molinero—. Cuando crezca habrá una infinidad de mujeres de gran abolengo a su alrededor y nuestro hijo...

—¡Oh, vamos mujer! —Exclamó el duque apartándose de ella con brusquedad—. El que toma las decisiones sobre el futuro de nuestro hijo soy yo, no tienes derecho alguno de decidir sobre su vida, te recuerdo que no fuiste capaz de darme más hijos debido a tu condición tan enferma. Eva, podrás ser una mujer de belleza inigualable pero no me sirves de mucho si estás seca por dentro.

Las palabras del duque no apaciguaron el inquietante martilleo de su corazón.

—¡Cómo puedes decir eso frente a ellos! —dramatiza la duquesa con voz chillona.

—Si me lo permite, en casa tengo unas hierbas que son muy buenas como remedio para la infertilidad, si se las toma en un té cada mañana en menos de un año saldrá nuevamente bendecida —le indica la señora Griftonn con una mirada que emanaba amabilidad y que eso le provocó repugnancia a la duquesa—. Mi hermana mayor siguió este tratamiento y en menos de un año tuvo su primer hijo.

—Esto será un escándalo si la gente se entera —dice la duquesa en un ultrajado susurro e ignorando la propuesta de la señora Griftonn.

—¡Mujer, yo no te he pedido venir! —Gruñó el duque—. ¡Se hará lo que diga y punto! A juzgar por tu forma de actuar puedo decir que estás demente.

—Veo que mi duque ha tomado una decisión, solo espero que no te arrepientas en un futuro cercano —espeta la duquesa tomando una bocanada de aire mientras la rabia y la impotencia de no poder impedir aquella locura, recorría cada una de sus venas.

—Ve con los niños mujer, no haces más que aventar estupideces —le indica el duque sin darle mayor importancia a sus rabietas.

La duquesa se marcha con su dama de compañía no sin antes aventarles a los Griftonn una mirada amenazadora. Mientras se alejaba, caminaba con sutileza tratando de hacer su típico contoneo vulgar; mismo con el que solía llamar la atención de muchos caballeros cuando la mirada de su esposo se paseaba por las damas más jóvenes. Yamile, la muchacha que se encargaba de cuidar a su hijo, se encontraba a unos cuantos metros de distancia. Observaba con gesto lascivo a la pequeña y supo enseguida que a pesar de su belleza no sería mujer para su hijo. Sin contar la falta de riqueza y su inexistente dote. Si su hijo se llegara a casar con ella serían la brutal burla de su familia y se convertirían en la vergüenza de la sociedad. Echó un vistazo a su alrededor, luego se obligó a relajarse. ¡Maldita sea! ¿Por qué ese repentino comportamiento de su esposo? Las cosas no estaban saliendo bien desde que se casaron, jamás se llevaron bien pero al menos se soportaban. Sin embargo, no podía evitar sentir la extraña sensación que la había invadido desde que su marido salía cada día a cabalgar a medianoche. La sensación de que le ocultaba algo la martirizaba. Ausente en sus propios pensamientos no se daba cuenta de que el duque la observaba con odio desde la lejanía, él estaba enterado de su secreto.

—Lamento la actitud tan descarada y descortés de mi duquesa hacia ustedes, tal parece que no puede evitar soltar su veneno de arpía —comenta el Duque Sterlingh haciendo caso omiso de las actitudes tan poco amables de su mujer.

—Jonh, no tienes nada que lamentar, la actitud de la duquesa es razonable, nadie quisiera ver casado a su heredero con una pobre muchacha hija de un molinero y sin una dote respetable —dice el señor Griftonn apenado por el mal rato que está pasando la duquesa ante aquella situación.

—Tonterías —argumenta el duque sacando un puro para fumar—. Mi hijo heredará toda mi fortuna sólo si se casa con su hija, y está decidido, no se hable más del asunto, firmaremos los papeles antes de que esa bruja que vive bajo mi techo vuelva y nos desmiembre.

—Mi buen amigo, ¿qué pasará si alguno de nosotros parte de éste mundo antes de verlos casados? —se atreve a preguntar el señor Griftonn con cautela.

—Marcus, eso ya lo tengo arreglado, pero no puedo confesar tal secreto todavía ya que temo que la bruja de mi mujer pueda oírnos, es de suma importancia que mi estrategia surta el efecto deseado —susurra el duque Sterlingh sin apartar su gélida mirada de su mujer.

—Disculpe mi atrevimiento duque Sterlingh pero... ¿No cree que es un poco injusto con su esposa? —cuestiona la mujer de su mejor amigo.

—Mi querida vieja amiga, con el debido respeto que usted se merece puesto que es una dama, tengo que llevarle la contraria en esta ocasión, ya que mi mujer es la persona más venenosa y traicionera que pueda existir sobre la faz de la tierra, nuestro matrimonio fue un simple acuerdo de nuestros padres, pero créame cuando le digo que mi matrimonio no es otra cosa más que una lucha constante entre dos bestias —musitó el duque, elegante como siempre, esta vez colocando su mirada sobre su viejo amigo—. Desafortunadamente las riquezas vienen acompañadas de una terrible maldición, y a mí me ha tocado como esposa la víbora más venenosa, en mi defensa puedo decir que no siempre se tiene lo que uno quisiera.

—Entiendo —asiente la señora Griftonn pensativa.

—Por ello estoy haciendo esto, no quiero que mi hijo y único heredero se eche a perder como lo está su madre, quiero que se le sea concedido el amor del que yo mismo fui negado por la incredulidad y juventud de mis padres en aquella época —comenta el duque anclando sus ojos y esperanzas sobre su pequeño hijo; quien corría de un lado a otro aventándole arena a pequeña niña rubia que iba tras él—. Estoy seguro que su hija es la indicada para guiarlo por el buen camino mis buenos amigos.

—John, si ya has tomado una decisión no me queda más que estar de acuerdo —acepta el señor Griftonn.

Las palabras veladas de aquellos quedaron eclipsadas por el estallido de las carcajadas de los pequeños, quienes a lo lejos reían y corrían ajenos de los planes y del destino que sus padres ya les tenían trazado. Por otra parte la duquesa Sterlingh veía con desprecio a la niña rubia, ante sus ojos no dejaba de ser un simple escarabajo que tenía que ser aplastado cuanto antes. A lo lejos, las olas del mar resonaban en su cabeza abatiendo su mal presentimiento, su pulso se le disparó cuando fue consciente del enorme problema que representaba la niña. Apretó los labios para impedir que el tétrico asunto la asustara. Tenía que pensar con la cabeza fría.

—Duquesa —Yamile, la nana de su hijo se acerca con cautela hacia su señora y le hace un ligera reverencia—. Ya es la hora de la merienda del señorito.

—Bien, nos iremos enseguida, ¡no soporto estar más tiempo aquí, rodeada de miseria! —añade la duquesa Sterlingh con gesto desdeñoso.

—Disculpe mi atrevimiento mi señora, pero ¿son ciertos los rumores sobre que el señorito contraerá matrimonio con la niña Griftonn?

Escuchar eso le helo la sangre a aquella mujer, quien de inmediato le aventó una bofetada a la pobre muchacha.

—¡Escúchame bien, si no quieres que deje a tu familia en la completa y absoluta miseria, más vale que no le menciones nada a nadie de lo que acabas de escuchar! —Exclama la duquesa Sterling hecha una furia, en sus ojos se podía ver a kilómetros un destello lleno de malicia y venganza—. Mi hijo no se casará con esa niña muerta de hambre, ¡de ser cierto sería el escándalo del siglo!

—Sí señora, no diré nada —asiente la muchacha entre sollozos.

—Mi hijo se convertirá en el Duque Sterlingh de Sheveryev —dice la mujer con palabras llenas de avaricia y orgullo por su pequeño engendro—. Mi hijo será un hombre altamente reconocido por toda la sociedad, despiadado como su madre y dará con la verdad. Se casará con alguna duquesa viuda o con la hija de un Archiduque importante, no con la hija de un miserable molinero.

La duquesa Sterlingh vuelve a posar su venenosa mirada sobre la pequeña Catherine y al observar cómo revoloteaban sus pestañas al mirar a su pequeño Andrew sintió deseos de ahogarla en el mar.

—¡Chocante, eso es lo que es, espantoso y definitivamente aterrador! —La duquesa, se da la media vuelta para dirigir su andar hacia su marido, apretando con fuerza su abanico—. Ya sabes que hacer.

Yamile se toca la mejilla en la cual había recibido el golpe y con lágrimas en los ojos le echó una mirada a los niños, quienes jugaban inquietos al borde del mar. Su señora; La Duquesa Sterlingh, era una mujer despiadada y ambiciosa. Se gira hacia sus amos y con severa discreción se da cuenta del contoneo vulgar que hace su señora, observa con odio sus rotundas proporciones embutidas en un desafortunado vestido de satén amarillo, que daba a su rostro un tinte claramente enfermo. Llevaba el cabello oscuro dispuesto en un complicado peinado que incluía tirabuzones y dos plumas de pavo real. Siempre Intentando aparentar ser joven, y puede que lo sea pero el veneno que corría por sus venas y que destilaba a sus víctimas en cualquier oportunidad, la hacían vieja y una persona meramente horrible para la sociedad.

—Pobres de mis niños —susurra Yamile encaminándose en dirección de los pequeños con aire decidido.

—¿Lo dices en serio Andrew? —cuestiona la pequeña rubia con ojos de muñeca.

—La palabra de un caballero es lo más importante, y mi padre me ha enseñado a tenerla, así que cuando seamos grandes nos casaremos, eso es lo que escuché decir a padre decirle a madre —el pequeño toma entre sus pequeñas manitas un puñado de arena y enseguida y para sorpresa de su niñera, se lo avienta en la cara a Catherine.

—¿Por qué lo hiciste? —la pequeña de ojos tan azules como el cielo comienza a llorar, pareciera que estaba a punto de comenzar una rabieta pero se contuvo.

—¡Por qué te estoy demostrando mi amor! —el pequeño la avienta y enseguida le da un puñetazo en la cara para después pegar carrera y buscar un refugio en los brazos de su madre.

Catherine sin importarle la sangre que surgía de sus fosas nasales, lo siguió pese al impedimento sutil que le provocaba el vestido que con tanto esmero le había hecho su madre para ese día.

Yamile se acercó rápidamente a uno de los mozos que los acompañaban en ese viaje y con una mirada silenciosa se comunicó con él. Después se escuchó el grito del hijo de los duques y supo lo que vendría en camino.

—¡Mamá! —se oyó un horrorizado y aterrado grito que según la duquesa Sterlingh, pertenecía a su pequeño hijo.

Todos vieron como el pequeño Andrew llegaba hecho polvo, en medio del llanto y enseguida de él la pequeña Catherine ensangrentada y al borde de las lágrimas sin entender bien qué es lo que había ocurrido.

—¡¿Pero qué ha pasado?! —exclama la duquesa Sterlingh en tono dramático colocando su mano sobre la boca pero sin acercarse demasiado a su pequeño; el cual ante sus ojos se había convertido en un guiñapo.

La criada y niñera del pequeño llegó a los pocos segundos en medio de una carrera frenética.

—El señorito le ha pegado a la pequeña —explica Yamile tratando de estabilizar su respiración al tiempo que ve a sus amos de hito en hito, sabía que aquella declaración iba a ser tomada por su señora como difamación y tendría que ser consciente de que eso tendría severas consecuencias que recaerían sobre su familia, pero no podía ver una injusticia más por parte del pequeño. Desde que nació ha sido espectadora fiel de la maldad que el niño poseía en su interior, después de todo había sacado la galantería y los atributos de su padre, pero el carácter y el mal genio de la madre.

—Maldición. Que caiga una plaga sobre mi casa —espeta con brusquedad el duque Sterlingh— ¿qué he hecho yo para merecer un hijo con tan poca hombría? ¡No permitiré que vuelva a ocurrir esto!

La pequeña Catherine, dándose cuenta de que la discusión era por su culpa, guardó el llanto para más tarde y pese a su corta edad de seis años, dando tres pequeños pasos hacia delante levantó el mentón y encaró a la duquesa.

—Andrew no tiene la culpa, estábamos jugando y me caí, os pido una disculpa, no se enfaden con mis padres, ya que ellos no tienen la culpa de haber tenido una hija como yo —la pequeña Catherine hace una pequeña y torpe reverencia.

—¡Te lo dije, esposo mío, ella es la causante de las lágrimas mal derramadas de mi pequeño hijo! —inquiere la duquesa con ojos llenos de lascivia.

—¡Bruja! —Carraspea el duque Sterlingh colocándose el sombrero y despidiéndose de su buen amigo con una mirada—. Les pido una disculpa por el mal momento que les ha hecho pasar mi mujer y el pequeño diablo de mi hijo, creo que todos ya nos pudimos dar cuenta de qué es lo que realmente sucedió, Griftonn. —Estrecha la mano de su buen amigo—. Desde ahora seremos familia, yo mismo me encargaré de m****r a estudiar a Andrew lejos de toda influencia hostil y abrumadora que tenga mi mujer con mi hijo. Será un hombre de bien y juro por todos los santos que será un esposo digno de tu hija.

—Agradezco el que me tomarás en cuenta, viejo amigo, será como tú digas —el señor Griftonn sonríe.

—¡Pero qué has hecho esposo! —grita la duquesa, recargándose sobre el árbol que estaba a su lado y soltando un tembloroso jadeo llevándose las manos al diafragma, sus ojos buscaban la tranquilidad y supo que desde ese momento su único deseo y para lo que viviría sería para impedir aquel matrimonio vergonzoso.

—¡Cállate mujer, nos vamos!

Y diciendo esto ambas familias se separaron, los Sterling se perdieron en la lejanía no sin antes el pequeño Andrew mirar a la pequeña Catherine. Ella sería su esposa algún día y aunque no entendía bien su significado, sabía que aquella rubia de ojos verdes sería como su amiga de juegos.

—Dime pequeña, ¿por qué mentiste? —se acerca su padre hasta ella inclinándose para estar a su altura y escucharla atentamente.

—Porque lo amo —contesta con fiereza la pequeña Catherine.

—¿No te parece que estás muy pequeña para amar? —su padre le acomoda un pequeño mechón de cabello que se había desacomodado de su peinado sencillo, viéndola mejor parecía una niña salvaje pero sabía que su hija era más que eso, era poseedora de un carácter que no cualquier hombre dominaría, mujeres como su hija eran difíciles de encontrar en la vida.

—No lo sé...

—Mi pequeña hija, ¡cuánto sufrimiento tendrás que aguantar de ahora en adelante por haber nacido en la familia humilde de un simple molinero! —su padre la envuelve entre sus brazos y cargándola, le indica a su mujer que es tiempo de marcharse.

Pero eso no era lo que pensaba la duquesa Sterling, quien con odio veía a su marido.

—¿Mamá? —El pequeño Andrew jala uno de los holanes del vestido de su madre— ¿qué significa que será mi esposa?

La mujer ancla sus fríos ojos en su hijo y apretando la mandíbula se esfuerza por aparentar una fina sonrisa al tiempo que se acerca hasta su hijo para que su marido, quien no le prestaba atención, no lograra escucharlos.

—Significa que será tu juguete nuevo y podrás hacer con ella lo que quieras pero escúchame bien, un niño tan guapo y rico como lo eres tú, no puede tomar en serio a una niña como ella, porque en el fondo es un pequeño monstruo que solo busca quitarte tu dinero, tus juguetes y el amor de tus padres —susurra su madre.

Sin saber el daño que le estaba haciendo al pequeño, aquellas palabras se quedarían guardadas en su memoria por siempre.

—Mi juguete... —sonríe el niño, quien había heredado la misma falsa sonrisa de su madre.

Mientras tanto, los Griftonn iban de camino cuando de pronto su carruaje; mismo que el duque se había encargado de m****r para su buen viaje, se volcó cayendo por un peñasco que iba directo a un lago, Catherine solo sintió dolor en la pierna, y después bajo la protección de su padre todo se oscureció, no supo nada más. El tiempo ya estaba marcado, el destino había elegido el mejor camino para ambos niños, separándolos.

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