Capítulo cuarenta y seis

Llegó a la comisaría y el ambiente estaba cargado. La cara de los agentes era de fatalidad, de horror, de un desastre apocalíptico.

—¿Qué pasó? — Freire se dirigió al sargento.

— Una gran putada — desató la lengua —. La acusada pidió un vaso de agua, antes de que se la llevaran.

— Mierda — gritó Freiré.

— Se asfixió — siguió hablando sin darse cuenta del rostro desencajado de Freire —. Los agentes intentaron ayudarla, pero le salía sangre por la boca. Fue muy traumático, tengo a los pobres de baja — señaló los dos escritorios vacíos.

— Se suicidó — aclaró Freire.

— No llevaba nada encima — el sargento lo observaba.

— No le hizo falta — se mordió los labios —, sólo necesitaba agua.

Se fue a su despacho y empezó a recoger su ordenador, todas las pruebas, anotaciones del caso y las grabaciones de los sospechosos e interrogatorios fueron introducidas en cajas selladas, para ir derechos al archivador.

Era un caso cerrado, que llamó la atención de los medios de comunicación. Era mejor irse
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