Capítulo cuarenta y dos
El reloj giraba mientras esperaba a que llegara el resultado de la última prueba, ésta era tan irrefutable que no habría juez que la pudiera negar, y tampoco era seguro que existiera, sólo era una corazonada, una plegaria para que tantas muertes encontraran su descanso.

Un agente llamó a la puerta y le entregó el móvil que el viejo había encontrado en el fondo del río y un usb con todo el contenido que habían salvado. Lo introdujo en su ordenador y ahí estaba, la prueba absoluta, la plegaria que llevaba en sus labios había sido escuchada. Ya estaba preparado.

Hoy no había nadie en los calabozos. El último en ocuparlos fue el tío de Rafa, por lo que sabía, estaba preso por venta de drogas, aún no se había producido el juicio, pero era un reincidente, así que permanecerá entre rejas mucho tiempo.

Entró en la sala de interrogatorios. Candela lo observó con ojos tiernos y dulces, tirando a la súplica, como si no comprendiera que estaba pasando. Cuando Berto entró, sus ojos dejaron de ser t
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