Capítulo cuarenta
Se sentó en el despacho y empezó a buscar información de algo que le gritaba su mente, un detalle, pequeño y minúsculo que estaba desencajando las piezas del tablero, algo que había dejado pasar. Tenía que volver a reformularlo todo con otra perspectiva; introducir las piezas en una bolsa de terciopelo negro y lanzarlas sobre el tablero.

— Buenos días — Llamó un agente—. Tengo los objetos que pidió.

En dos bolsas separadas llegaban las últimas pruebas, las de Eli; por un lado, estaba su móvil, uno de los objetos más importantes, y por el otro, dos cuadernos negros. Ella no solo vendía, sino que manejaba las ventas de todo el grupo, información que tenía en una libreta aparte.

Se encerró toda la tarde en su despacho. Había mucho que ver y analizar. Pidió que le trajeran la comida al despacho; no fue para gusto de muchos, ya que el olor a fritanga apestaba toda la comisaría. No tenían tiempo para levantarse de la silla, solo lo hizo dos veces y fue para orinar.

Había enlazado todo el ca
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