Capítulo siete

Hace un rato que el despertador había dejado de sonar. Estaba duchado y vestido, ahora tocaba un buen desayuno. Tenía una llamada perdida de Armando, y un mensaje invitándolo a desayunar; aunque no le apetecía conducir hasta allí, sabía que el desayuno que le prepararía sería el mejor del mundo.

Después del frío de la noche, el coche estaba empapado, y ,por supuesto, el motor no tenía ganas de trabajar; tardó diez minutos en arrancar.

Cuarenta y cinco minutos después entraba en una vistosa cafetería. Desde la vidriera veías a los comensales desayunando y hablando de sus vidas como si estuvieran solos en el planeta. Se sentó en la barra donde Armando terminaba de cobrar un café; antes de saludarlo ya tenía un café bien cargado y un bizcocho de zanahoria recién horneado enfrente.

— ¿Un caso duro? — lo veía reflejado en sus ojeras.

— Es un puzzle al que le faltan muchas piezas — mojó un trozo de bizcocho en el café y se lo llevó a la boca —. No hay ningún móvil aparente, ni pista alguna. Es muy decepcionante.

— Pero eso lo hace más interesante, salir del abismo por tus medios. — Colocó unos trozos de bizcocho a un hombre que lo observaba con mucha atención.

— Tengo una cita con el director del instituto en un par de horas. —  El hombre del fondo parecía comerse a Armando con la mirada ¿por qué le molestaba? — ¿Tienes un club de fans?

— Seguidores de redes sociales con altas expectativas — tenía una sonrisa tan perfecta que llamaba la atención de cualquier ser vivo, amansaba fiera con el brillo oscuro de sus ojos. — Mientras consuma en la cafetería, por mi bien.

— El café está buenísimo — levantó la taza para que le echara más.

— Yo solo trabajo con la mejor calidad — Sonrió con tanta luz que brilló hasta su calva.

Un grupo de obreros ocupó una de las mesas, Armando fue a atenderlos.

Se bebió su segunda taza de café y devoró el bizcocho. Dejó unas monedas sobre la barra, era el coste más la propina, sabía que Armando se enfadaría por ello, por eso aprovechó que estaba atendiendo a un grupo de amigos, que disfrutaban coqueteando.

El instituto estaba al otro lado del pueblo, justo en frente de un parque infantil que finalizaba donde estaba el Ayuntamiento. Dejó el coche en la calle alcalde Rodrigo, y atajó por los jardines hasta la calle Enseñanza, donde un instituto pequeño y sencillo se alzó ante él.

Subió por unas escaleras desgastadas, que necesitaban un buen mantenimiento; y, entre dos columnas, estaba el gran portón, para acceder al interior. Nada más entrar, se encontró con un hombre más bajo que él, de vaqueros y camisa blanca, tenía pegada una sonrisa que iba de oreja a oreja. No es bueno juzgar a una persona nada más verla, pero no podía evitar sospechar de él, había algo falso en esa apariencia.

— Bienvenido al instituto — Abrió los brazos y giró el torso haciendo una presentación exagerada.

— Supongo que usted es Óscar Vitas — No sabía si aquello era un director o un presentador de un concurso cutre.

— Sí — sonrío ampliamente —, soy el director de este lugar, hacedor de mentes inquietas.

— Me gustaría hablar con usted sobre dos alumnas — quería ir al grano.

— Comprendo — dijo entre dientes—, sígame hasta mi despacho.

Freire siguió a aquel pequeño y delgado hombre por el pasillo de la derecha, pasando el salón de actos, la enfermería y la sala de profesores; el último despacho de la izquierda era el suyo. No era un despacho demasiado grande, más bien sencillo y acogedor. Había unos cuadros de otros directores, una mesa de escritorio que pedía a gritos una jubilación y unos sofás individuales que habían pasado de moda en la época de sus padres.

— ¿Qué quieres saber? — Se sentó en su sofá que misteriosamente estaba bastante alto, tanto que Freire parecía ahora más pequeño — Todo lo que sea por ayudar a mis alumnos. Estos dos fallecimientos nos tienen alterados. He llamado a una psicóloga por si alguno de nuestros alumnos necesita apoyo.

— Sabrá que dos de sus alumnas fallecieron recientemente — Hasta las moscas en ese pequeño pueblo lo sabían —. Quería información sobre ellas. — intentaba ponerse cómodo en su asiento —. Por lo que tengo entendido no tenían muchos amigos.

— Eran unas chicas poco sociales — se revolvió en su sillón —, el tío de una de ellas, Rodrigo, nos comunicó una situación de abuso. El centro enseguida activó el plan de acoso y se solucionó.

— Quizás, cambiaron su estrategia — Otra vez las heridas se abrían —. Pasaron de lo físico a lo psicológico.

— Yo también sospeché lo mismo — bebió una taza que tenía sobre el escritorio—, pero a mediados de la primera evaluación, me la encontré en el pasillo hablando cordialmente con aquellos que antes la acosaban.

— ¿Podría hablar con esos chicos? — Quizás aún había esperanza.

— Puedo hablar con sus padres y organizar una reunión. — Se ofreció.

— Me ahorraría mucho trabajo, se lo agradecería. — otra pieza para puzzle mental.

— ¿Qué podría decirme de la otra chica? Vanessa. — lo observo atento.

— No la he tratado personalmente — tenía unas carpetas sobre la mesa, agarró una de ellas y se la tendió —. He recopilado toda la información que tenía de las dos, sus notas, sus trabajos, los últimos exámenes. Todo lo que pudiera necesitar.

— ¿Podría hacerme una copia para que me lo lleve? — quizás hubiera alguna pieza descarriada entre esos papeles.

— Esta es su copia — le señaló la carpeta que tenía entre las manos con esa falsa y amplia sonrisa. —Cómo le he dicho me preocupan todos mis alumnos, este es un Instituto tranquilo, y haré todo lo que sea necesario para que siga siéndolo.

— ¿Podría hablarme un poco de ese grupo de abusones? — seguía pareciendo un presentador barato.

— Aquí no nos gusta llamarles así — interrumpió —. Desde la persona más tímida a la persona más fuerte, puede tener problemas que nosotros no vemos. Si alguien comienza a agredir otra persona es por qué, quizás, hay algún problema. Intentamos ayudar hasta donde podemos.

— Disculpe mi indiscreción — cierto, muchos matones son inseguros, por ello buscan en el grupo, la fuerza que les falta. Pero no todos los casos son así, hay otros que simplemente disfrutan sintiéndose poderosos, destruyendo a los demás. Lo había visto en varios casos que llevaba a sus espaldas, siempre hay alguien que quiere poder sobre otra persona.

— Solíamos tener problemas con un grupo en concreto — junto las manos—. Amigos desde la infancia, algunos vienen de muy buena cuna. No hacen nada destacable que no hayan realizado otros grupos iguales. Debe disculparme — apartó las manos—, pero llevo años como director, y siempre, siempre, hay un grupo que para mostrar su poder van a por los más débiles.

— Ya que sabe que esto va a ocurrir ¿Qué hace para evitar que ocurra? — Estaba despertando a la oscuridad que llevaba dentro— Por lo que me dice cuida de todos sus alumnos, pero no es mejor cuidarlos antes de que la desgracia ocurra.

— Como le he dicho, sólo podemos actuar hasta cierto punto. Siempre ha habido lideres nato.  — Le dio otro sorbo a su taza.

— Un líder es alguien que guía. — Respira, se dijo a sí mismo —. Otra cosa muy diferente es un abusón, alguien violento, alguien que amedranta a otra persona, eso se parece más a un dictador. — apretaba los dientes —. Obtiene el poder a través del miedo, con lo cual, si nadie lo temiese no sería nadie.

— Bien visto — ya no había sonrisa en aquella cara —. Me servirá mucho para nuestros debates.

— Si no tiene mejores oradores que yo — se levantó de la silla—, tienen un problema.

— La mayoría de mis oradores — se molestó —, no tienen su experiencia.

— Detrás de un libro, uno siempre está a salvo — se dispuso a despedirse —. Gracias por toda la información, me será muy útil la copia de los expedientes.

— Espero que resuelva el caso rápidamente. — volvía a tener pegada esa sonrisa falsa, ensayada en el espejo del baño.

— Y yo espero esa reunión — puntualizó —. Es importante para el caso y no querría tener que llevarlos a comisaría — Sonó a amenaza, aunque esa no era su intención.

— Eso los alteraría muchísimo — Se mordió el labio.

— Por ello, el ofrecimiento me pareció tan oportuno. Estarán en un ambiente que conocen al lado de sus padres — Es decir, que no dirán ni la mitad de lo que saben —. Quizás podríamos evitar cualquier infortunio.

— Le llamaré en cuanto tenga disponible a las familias. Se aloja en el hostal ¿verdad? — abrió más los labios, como para demostrar algo.

— Veo que aquí las noticias vuelan. — Le estrechó la mano con firmeza —. Recuerde: no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.

— Lo tendré en cuenta. — le sonrió mientras intentaba soportar la presión en su fina mano.

Salió del instituto, dejó al director organizando la reunión con los padres y los alumnos. Había aprendido que, personas como esas, había que hacerlas trabajar, se sentían más importantes cuando colaboraran. Lo que le interesaba de la reunión era descubrir cuál de los cinco era el más débil y eso lo descubriría por el comportamiento de sus compañeros, una mirada nerviosa, un titubeo, un giño, o girar la cabeza ante un momento de duda y tendría a quien interrograr.

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