Los seres del inframundo

Los seres del inframundo

Vacub-Camé y Hun-Camé los jueces supremos del consejo de Xibalbá, son los gobernadores de ese inframundo lleno de caminos tenebrosos, con peligros tan fuertes, criaturas zoo fórmicas, fluorescentes en la oscuridad y con poderes muy grandes. Ese inframundo celebraba la muerte y cuando los que habían sido hechos de maíz por la abuela Ixmucané, complacían los deseos de los dioses del inframundo, estos se congratulaban y celebraban.

Ese mundo tenebroso, donde Hunapú e Ixbalanqué, jugaron el juego de la pelota, estaba de fiesta, celebraba que tenían a un gran aliado en la tierra, el rey Akbal. La luna y el rio tenían que enseñar esta parte del universo a su protegida por eso fue que Ixchel pidió al río que la pequeña tenía que conocer este lugar.

El río condujo a la princesa desde pequeña por esas cavernas tenebrosas, para llegar al inframundo hay que bajar escaleras en un río que conduce por todos aquellos sitios donde viven los señores de Xibalbá. Cualquiera que lo intentara, sabía que tenía que luchar muy fuerte por su vida.

La princesa Luna había quedado muy impresionada por todo lo que logró ver en su primer viaje, observó que había muchos seres sufriendo, amarrados a grandes raíces, custodiados por serpientes gigantes, o por hombres lagarto.

Conocer el inframundo era algo que la diosa Ixchel quería que la princesa realizara, necesitaba hacerla conocer tanto el bien como el mal y le pidió al río que la condujera protegida sin ser vista por esas rutas oscuras. Tomó la forma de un pez y muchas veces bajó por todas las grutas que tuvo oportunidad.

Fue allí donde vio que un joven se encontraba atado a una enorme raíz y sintió compasión, a su regreso a la tierra preguntó a su madre la luna sobre ese joven que estaba en la oscuridad.

-Madre luna, he visto a un joven amarrado a unas raíces en el inframundo, por qué está allí, qué ha hecho para estar tan mal tratado. ---preguntaba la princesa.

Es un joven de estirpe noble que Ah Puch, dios de la muerte tiene desde hace algún tiempo allí amarrado a las raíces de la gran ceiba. -contestaba la diosa Ixchel.

-Pero, ¿qué ha hecho? Es muy joven insistía la princesa.

La diosa Ixchel, contó con detalles a la princesa, sobre el por qué ese joven llamado Kaí estaba amarrado a las raíces de la selva.

-El rey Akbal tiene grandes sacerdotes, unos muy sabios que han estado a su servicio durante muchos años, uno de esos sacerdotes muy justo, honesto, y muy sabio, era capaz de sacar de cualquier problema al rey Akbal. Los señores de Xibalbá miraban con recelo a ese sacerdote y todo el tiempo buscaron como hacerlo caer en discordia con el monarca. El creía firmemente en su sacerdote, pero los Señores de Xibalbá le dijeron a Akbal que, si les entregaba ese sacerdote ellos, le harían muchos favores, el Rey necesitaba de los servicios de los seres del inframundo por lo que accedió a entregar a ese gran servidor que tenía. Este gran sacerdote tuvo un hijo llamado Kaí, que es el que está amarrado a las raíces de la gran ceiba. Una noche de total oscuridad el rey se prestó a la vil traición y entrego a su mejor sacerdote a los Señores de Xibalbá, estos enviaron criaturas espantosas procedentes de las tinieblas y lo tomaron por la fuerza. Kaí era un muchacho fuerte y quiso liberar a su padre, pero no encontraba como hacerlo.

-Buscó la ayuda de los dioses gemelos que habían sido convertidos en sol y luna, para que lo orientaran, estos le dijeron que tenía que hacer un estruendoso ruido jugando a la pelota,  le dieron una estrella de jade, la cual tendría que levantar en el momento que se sintiera en peligro además debía de llevarla siempre con él. Los dioses le contaron que los seres de Xibalbá no soportan el ruido de la pelota y que tendrían que salir, tarde o temprano a tratar de callar a todo aquel que interrumpa el silencio del inframundo, con ese juego. Al salir era la oportunidad, para retar a los dueños de las tinieblas a un juego de pelota donde tenía que ganar, tal y como ellos lo habían hecho.

Kaí siguió las instrucciones de los dioses gemelos y esperó que llegaran por él, fue una noche también de mucha oscuridad que muy enojados los señores del inframundo salieron decididos a quitar ese ruido que no los dejaba descansar.

Quién se atreve a interrumpir nuestro descanso! -dijo uno de ellos. Tenía la cara blanca, y los dientes enormes, su cuerpo ensangrentado y llevaba huesos humanos en sus manos.

-Kaí se asustó, pero fue valiente y dijo que quería jugar a la pelota con ellos, a cambio de que liberaran

a su padre, fue así como Kai logró derrotar a los señores de Xibalbá, pero cuando les pidió la liberación de su padre estos se negaron y quisieron atraparlo, levantó la estrella de jade que llevaba en su pecho y esta irradió una profunda luz que los señores de Xibalbá no aguantaron.

Kaí logró sacar a su padre y no volvieron a Kumal, sino que se quedaron viviendo en las montañas, pero los señores de Xibalbá estaban muy ofendidos y velaron al joven Kaí hasta que este se descuidó en el mandato de los dioses gemelos, de no quitarse la estrella del pecho.

Los señores de Xibalbá, enviaron criaturas extrañas que velaran a Kaí, sabían que tenía que dejar esa estrella en algún lado, esos seres esperaron ese momento por mucho tiempo, y por fin se les dio la oportunidad. Fueron pacientes hasta que Kaí se la quitó por un momento del cuello y lo lograron atrapar. Es por eso que Kaí está amarrado a las grandes raíces de la ceiba, y lo han torturado en ese mundo de oscuridad.

La Princesa Luna escuchó con tanta atención el relato que le hiciera la diosa Ixchel, y sólo con su mirada y sus ojos entristecidos suplicaba a su madre luna que ayudara a aquel joven.

- ¿Qué se puede hacer por ese joven? -dijo la Princesa, La diosa Ixchel, le contestó: Todo lo que veas y sientas que está mal, debes de buscar como mejóralo hacia el bien, así iniciaras a ser esa mujer fuerte y sabía que tanto necesita Kumal. La Princesa comprendió que la dejaba en libertad para poder comenzar a utilizar sus poderes ante la naturaleza para salvar a aquel joven que sufría y tomó la decisión de usar sus poderes para ayudar a Kaí.

Se colocó sobre las grandes raíces de la ceiba y pidió su transformación en una taltuza enorme; roedor capaz de entrar hasta las entrañas de la tierra y poder morder con sus afilados dientes esas raíces de la gran ceiba, hasta liberar a ese ser que sufría en el inframundo.

Sus colmillos eran de jade, verdes como la montaña, su pelo negro como una noche oscura, en sus patas llevaba garras muy afiladas para romper una roca, si fuera necesario. Llegó hasta Kaí y cuando lo vio, observó que sus ojos irradiaban una paz tan grande, se llenó de su mirada apacible, de su bondad, ternura y muchos sentimientos que solo los ojos de un ser bondadoso pueden trasmitir. Con fuerza rompió las raíces de la enorme ceiba y liberó a Kaí.

A sus pocos años había compartido solo con un ser humano, Itzel, a quien consideraba como una de sus hermanas, pero cuando vio a Kaí, pensó que era el ser humano más bello que jamás pudiera existir, el rostro de Kaí la llenó de pensamientos.

La savia de la gran ceiba pasó entre sus colmillos afilados, sus garras abrían la tierra con fuerza para poder llegar al prisionero; dos enormes serpientes que lo custodiaban fueron las que se opusieron y libraron una batalla donde fueron derrotadas, la Princesa en su forma, pudo más que las raíces, pudo más que las serpientes, pudo más que la ira de los señores de Xibalbá, que se ensañaban en ese joven llamado Kaí. Con sumo cuidado logró sacar el cuerpo débil del joven a la superficie, estaba muy agotado, necesitaba reposo y alimentación, fue por eso que la Princesa Luna, lo dejó escondido entre la maleza, y voló en forma de pajarillo para pedir la ayuda de su amiga Itzel.

Kaí estaba exhausto por el castigo que le habían puesto los dioses de Xibalbá, sin fuerzas fue llevado por Itzel y la Princesa Luna a un lugar seguro, donde los señores de Xibalbá no pueden llegar. Itzel fue la  persona que se encargó de su recuperación, brindándole todos los cuidados para que este volviera rápidamente al mundo consciente.

Kaí regresó con su padre quien había guardado la estrella, esa estrella que los dioses gemelos habían dado al joven. Sin poder tocarla logró esconderla en una caverna, se encomendó a los dioses y con sumo cuidado la llevó a donde la ocultó hasta la llegada de su hijo. Cuando el joven regresó preguntó a su padre por su estrella de jade, este le dijo dónde estaba, el joven la buscó y la colgó en su pecho, para no separarse jamás de ella. Sabía que por haberla dejado en descuido los señores de Xibalbá, lo había podido capturar y encerrarlo por muchas lunas.

 

 

 

 

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