Capítulo Tres. ¿Bienvenida? [1/2]

“Es imposible que esto esté sucediendo ahora” Le escuchó murmurar incrédulo, admirando fijamente la foto entre sus manos. De pie frente al escritorio, en silencio y con un enigma sin resolver en su cabeza, Louise miraba sus manos desconcertada, esperando que le dijera algo más.

Sin embargo, percibiendo un atisbo de enojo en el autoritario hombre, supuso que no obtendría más nada que eso. A menos que tuviera el valor de preguntar… ¿Pero qué podía decirle?

Y más que sobre pensar en lo que respondería, se sentía ansiosa de la reacción que recibiría si decía algo inadecuado. Estaban hablando de… su hijo perdido.

Nunca en su vida lo había hecho enojar, y tampoco quería experimentarlo ahora. Era temible. Un hombre sin compasión que había llegado hasta donde estaba debido a su astuta inteligencia e invicto sentido del poderío.

No existían muchas personas de las cuáles se quisiera repeler, sin embargo, él era una de ellas. Pero era curioso que no pudiera hacer eso a menudo porque vivía bajo su techo, y prácticamente lo ayudaba en casi todo.

Era suya. De tal modo que no era capaz de revelarse contra él.

Aun así, el cosquilleo que percibía en su garganta y las ganas culposas de querer indagar más a fondo eran fuertes. Le miraba fijamente, analizando sus expresiones que iban del enojo hasta una que era casi indescriptible para ella. Cejas fruncidas, una mirada perdida y un lenguaje corporal encrespado, exaltado. Peligroso.

Elion Heeger… jugó con su nombre en el fondo de su cabeza. Era… interesante pero sumamente sorpresivo…

La pregunta era… ¿cómo? ¿Cómo había podido volver de un día para otro? ¿Había vuelto por su cuenta o…? ¿O había pasado algo más de lo que no debía enterarse pero involuntariamente lo estaba pensando? ¿Estaría tan demente como lo decían algunos de los viejos rumores?

Louise, a duras penas tragando saliva negó con su cabeza y se acercó con lentitud hacia la silla frente al escritorio, sentándose de piernas cruzadas, ligeramente tensa.

—Entonces… ¿Por qué…? —Lanzó al aire, apretando sus labios y acomodando su falda. Expectante a la espera de una respuesta, mantuvo la mirada fija en su regazo. El rey suspiró, dejando sobre el escritorio la foto arrugada. —Fue algo imprevisto.

Damien clavó sus inquietantes ojos sobre el rostro serio de Louise, examinando su ceño fruncido, pensativa.

Él, furioso, pero intentando no demostrarlo tanto como quería, rozó su rostro con dureza llevándose con él gotas de sudor que perlaban su piel. —Siquiera yo tenía idea sobre esto. En este mismísimo instante se están llevando a cabo preparativos para su bienvenida.

¿Preparativos? ¿Bienvenida?” Ella alzó su rostro, con una sensación de opresión abarcando todo su pecho. La manera en que había empleado un tono de voz bajo, más de lo usual, con nula conmoción en él, reinando una gran indiferencia en su lugar, le hizo no querer respirar cuando el ambiente se volvió peligrosamente difícil de procesar.

Si eso se suponía que era toda la felicidad que podía expresar con esta noticia… vaya. Ni quería imaginar cómo sería cuando lo tuviera cara a cara…

Se encontraba inerte detrás del escritorio, sin una pizca de alivio que Louise realmente esperó venir durante los continuos segundos en silencio.

Fue casi cruel escucharlo hablar de esa forma que pretendía ser entusiasmada. Pero que sin embargo, no llegó ni a serlo.

Decidió no preguntar más sobre el inesperado caso. No obstante, Damien quiso continuar. Quisiera o no, Louise hablaría acerca de ello.

—Entiendo que quieras saber más. —Le dijo, mirándole fijamente. —Sabes que durante estos largos años, te has ganado mi absoluta confianza. Jamás te he visto hacer algo incorrecto, y siempre has sabido lo bien que me gusta el trabajo bien hecho. Eres… la mujer más prodigiosa que he conocido, y sabes lo mucho que me importa este reino. Tú lo sabes muy bien.

Lo sé, mi señor.” Murmuró de acuerdo con su opinión, Damien sonrió por primera vez. Satisfecho por la discreción y formalidad que Louise le tenía. —Por eso te lo he venido a comentar antes de que te enteraras por otras bocas. —Louise asiente, sus oscuros ojos admirando la espalda ancha del alto hombre.

—Has estado aquí desde antes que mi esposa muriese. Y ella tenía un gran afecto por ti. Es mi deber tenerlo también.

Su estómago se apretó. Y el gesto incómodo que abarcó su rostro por un segundo fue partícipe del malestar que le produjeron esas palabras.

Si fuera otra situación, estaría gratamente conmovida por sus palabras.

Lástima que su definición de “afecto” no fuera tan apegado a la simpatía.

—No existe persona más discreta, fiel y lógica que tú en este palacio. Aunque no seas precisamente de nuestra familia o de una familia compuesta por aristócratas… Has sabido ganar tu lugar en este sitio, y por eso, pongo toda mi confianza en ti porque sé que no eres una mujer indisciplinada. —Louise asintió, apretando sus labios con fuerza y percibiendo un molesto cosquilleo en su nuca. —Me arriesgo a que suceda algo malo por mi imprudencia.

Ella se levantó, negando con delicadeza y apresurándose a hacer una reverencia impecable; el cabello negro cayó grácilmente y su postura fue intachable. Demostrando su pura devoción y lealtad a su rey.

—Yo le hago saber que no se arrepentirá de su decisión. —Voz automática, y entonación suave. Casi dudando de su fuerte honestidad. —Serviré fielmente al reino tanto como a usted.

El hombre le observó y escucho hablar con franqueza, acatando cada una de las expectativas que tenía sobre ella. Complacido por la sinceridad y nobleza que se filtraba en la voz de la reservada y hábil institutriz que vivía bajo su techo.

Segundos después, se enderezó con las manos detrás de su espalda, y con una seriedad escalofriante que no movió ni un músculo del rey, ella dijo:

—¿Qué hará ahora?

Hace solo unas cuantas horas que solo un par de guardias lo sabían. Pero ya estaba claro que la noticia estaba corriendo con gran rapidez.

Si eran tan rápidos para soltar la lengua, entrada la noche casi todo Reinmen debía estar al tanto de tan ilógica declaración. “El tercer príncipe de Reinmen por fin apareció y volverá a los brazos de su familia, después de once duros años” observaría en la plana de los periódicos mañana a primera hora.

Esto no tardaría en llegar hasta los reinos más lejanos y Louise, como fiel subordinada del Rey, debía estar preparada para cualquier problema que sucediese a partir de este fantástico suceso.

Siendo una astuta institutriz en la que un temido rey ponía toda su confianza.

Últimamente la libreta de Louise estaba repleta de garabatos sin sentido, casi como si su lápiz se moviera solo mientras su mente permanecía desconectada para descansar de todas las complicaciones que esperaban arruinar su día. El problema es que no habían pasado ni dos días y ya estaba todo de cabeza.

Por órdenes de los superiores del reino, habían decidido que no siguiera con sus clases por un tiempo. Y ahora que estaba sin ninguna labor a la cual asistir, parecía tener más tiempo para pensar acerca de los tiempos que se acercaban. Tal vez no para el reino mismo, sino para el palacio en sí.

Louise nunca había sido una seguidora de las políticas dentro del reino. No era algo de lo que estuviera interesada en conversar, pero casi todo el mundo sabía el cuento del príncipe Elion. Con ciertas lagunas entre esos cuentos, distintas versiones las unas de las otras… Sin embargo, lo que Louise podía recordar era una ardua búsqueda fallida que terminó por ser olvidada de una forma estricta.

El reino de Reinmen era una nación próspera que durante los inicios del mandamiento del Rey Damien, fue sacudido por varias amenazas. Sin embargo, todo esto aumentó una vez que Elion decidió desaparecer de la vida de los Heeger.

Los primeros meses una vez que se declaró en desaparición, fueron de pura agonía para la Familia Real. Mientras intentaban buscar por tierra y mar al príncipe fugitivo y sus razones para hacerlo, las amenazas caían como cerezas en un pastel. Pero aquello no era tan devastador como ver a la reina quedar devastada mientras sus hijos la consolaban y su esposo permanecía encerrado en su alcoba, en silencio.

Luego de dos años de búsquedas sin resultado, decidieron cerrar el asunto sin más que decir. Sin demora, se impuso una regla tan estricta que sorprendió a los habitantes de Reinmen puesto que nunca había sucedido algo como eso.

Sufrimiento, dolor y ejecución eran las diferentes alternativas que se tenían en cuenta si se era pillado en medio de una conversación que tuviera como tema principal al príncipe perdido. Louise siempre pensó que eso era algo extremadamente exagerado, pero nunca quiso cuestionar las decisiones del rey. Escuchó alguna vez que el rey harto de escuchar el nombre de su hijo, decidió darle fin al asunto con tan descabellada orden.

Durante esos años, Louise no recuerda cuántas veces tuvo que silenciar a los demás niños para que una tragedia no sucediese. Si es que tenían las agallas para asesinar a alguien, o simplemente era un método para hacer callar a la gente.

Y ahora…

¿Debían hablar sobre él ahora que regresaba sin explicación alguna o serían regañados por algo que no se podía cambiar? Louise también se preguntaba eso aunque fuera algo un tanto tonto.

Era el próximo día, y el palacio era tan agobiante que quería pasar el resto del día afuera. Más ese pensamiento se vio arruinado cuando escuchó a los guardias acatar órdenes a lo lejos, tal vez siendo informados de la realidad en la que se encontraban.

Su íntima conversación con el rey se había quedado estancada en su cabeza durante toda la noche, donde no pudo pegar ni un solo ojo hasta eso de las cuatro de la madrugada.

¿Realmente sería fiel a su palabra?

Mordió el interior de su mejilla. Claro que lo sería. Todo este tiempo lo había hecho y nunca había tenido problemas para seguir esa condición.

Pero en realidad, en estas circunstancias se sentía un poco pesado hablar sobre confianza y lealtad.

Jadeó, incapaz de relajarse como tanto había anhelado desde que se había levantado temprano por la mañana. Todo le tenía al borde, pero estaba intentando muy fuerte no dejarse llevar por las malas vibras que le transmitía todo ahora mismo.

No había visto a Dóminic por ningún lado. Así que supuso que estaba en el gentío entrenando a lo lejos, y también se dio cuenta del número reducido de servicio en el palacio. Sin dudas, esto era algo bastante serio.

Admiró su libreta, con más de tres páginas totalmente ralladas con su bolígrafo negro sin darse cuenta de eso.

“Respira” se dijo a sí misma e inhaló cerrando los ojos, esperando tener la calma que deseaba.

—¿Señorita Roosevelt? —La susodicha detuvo su llamado a la calma y enfrentó a una nerviosa sirvienta que parecía querer irse corriendo. —¿Está bien? ¿Quiere que le traiga algo?

Ella negó. —No. Está bi- —Sin embargo, en un pestañeo escuchó la puerta de su oficina ser cerrada. Poco importándole a la sirvienta haberle dejado con las palabras en la boca.

Y ni siquiera se molestó en despotricar acerca de su actitud, porque los sirvientes que se habían quedado en el palacio estaban tan nerviosos como un cachorro asustadizo. También, las cocineras parecían más atareadas que cualquier otro día; y no lo entendía.

Esto era demasiado inesperado y tampoco esperaba que su rey fuera a ordenar un enorme buffet para su príncipe perdido.

Y de haber visto con anterioridad su reacción, no estaba muy convencida de que esto fuera un alivio para él.

Y le parecía incorrecto esto de andar sospechando acerca de sus actitudes, aunque no estuviera diciéndoselo a otra persona. Pero… era tan extraño. ¿No era algo… turbio?

Toc, toc, toc. Tres golpes a su puerta le hicieron mirar fijamente allí, intentando descifrar la persona oculta detrás de la puerta. De pronto, se sintió nerviosa de que fuera el Rey Damien, porque nunca sabía lo que pasaba por su cabeza.

Pero si no respondía, no lo sabría.

—¿Louise? —La voz dulce que le llamó una vez que abrió la puerta, bajó el latir de su corazón afortunadamente. Detrás de la madera, miró a Alina adentrarse en silencio y con una expresión desconfiada.

Louise se cruzó de brazos, observándola rígida y con una curiosidad reprimida. No era común que Alina se acercara a hablarle, lo cual era una lástima porque a comparación de sus hermanos, parecía más amable. Pero pretendía no acercarse a cualquier cosa que tuviera relación con Damien.

Una lástima porque de verdad se veía como la persona más normal en este palacio.

—Alina, es un gusto verte. ¿En qué te puedo ayudar? —Le dijo con sencillez, mientras la mujer se detenía frente a su escritorio. Louise por poco frunce su ceño cuando entendió que Alina estaba intentando buscar algo en su rostro. O más bien, algo que le delatara.

—Lamento que venga a molestarte, pero… ¿De casualidad sabes dónde está mi padre? Cuando me levanté esta mañana decidí ir a su oficina, pero no estaba ahí.

—No, no lo sé. Lo siento. —Respondió de prisa.

Y en realidad, no lo sabía. Pero Alina no quedó satisfecha con su respuesta. —¿Segura? Es que como tú eres cercana a él, pensé que sabías algo.

El tono indagador que utilizó debería haberle ofendido. Sin embargo, no se dejó llevar por una especulación tan tonta.

—Segura. No estoy todo el tiempo cerca de su padre para saber a dónde va, ese no es mi asunto. Lamento si no he sido de mucha ayuda para usted. —A pesar de que habló con total sutileza, Alina pareció captar un deje de amargura en sus palabras y suspiró. —Lo siento.

—No tienes porqué. No dijiste nada malo. —Louise se alejó, aproximándose a la ventana detrás de su escritorio y mirando a través de ella escuchando la voz de la princesa. —Este día… es una total locura, y ni siquiera ha terminado. No sé qué pensar... Oliver… y Alan no quieren hablar de eso.

—¿Y usted quiere hablar conmigo de eso? —Le miró fijamente, inexpresiva y con una soltura increíble. —No, no… no es eso lo que quería expresar, pero… No lo sé. —Murmuró jugando con su largo cabello rubio. —Todo esto es tan repentino que ni siquiera sé en qué pensar primero… ¿De casualidad tú sabes algo sobre lo que le pasó para que decidiera volver? ¿O mi padre te mencionó algo?

Alina se veía angustiada. En su cabeza había un lío que no le permitía pensar calmadamente acerca de las cosas.

Y a pesar de eso, era la única de los hijos del rey que parecía fuertemente conmocionada por la llega de Elion.

—No, él no me mencionó nada acerca de eso. Sólo que volvió, y eso es todo. —La rubia asintió, aparentemente convencida por su respuesta. Pero había mentido.

—Gracias de todas formas, Louise. —Ella le regaló una bonita sonrisa, que más bien pareció una mueca triste deformada que avecinaba lágrimas. Pero jamás las observó, porque tan pronto como pudo acercarse, la princesa se marchó.

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