Capítulo Uno. Obligaciones [1/2]

PASADO

El murmullo que zumbaba por el pasillo en medio de la madrugada atemorizaba a un joven de despeinado cabello castaño que intentaba, entre la oscuridad, encontrar la salida de su gigantesco hogar custodiado por guardias. Las manos temblorosas sostenían una pequeña navaja que cada vez se deslizaba más de sus sudorosas palmas. Jamás se había percatado del miedo, pero ahora, sentía que podía tocarlo con la yema de sus dedos; el corazón latió desenfrenado cuando un ruido desconocido se adentró en su audición y la mochila en su espalda se deslizó junto a su esbelto cuerpo escurridizo.

—¿Ha sido un día largo verdad? —Dice una sombra a lo largo del pasillo que había estado intentando cruzar en los últimos cinco minutos. —Y pensar que todavía tenemos que estar aquí hasta el amanecer…

Risas suaves van alejándose junto a la sombra de dos fornidos guardias quejándose sobre cosas que Elion, el más joven de todos los príncipes, no pretendía querer escuchar en el estado que estaba.

Asustado, confundido y con un mal augurio sujetándole por los brazos como si no quisiera dejarle escapar de lo que sería una desastrosa vida que ni en sueños disfrutaría.

Empuñando el mango de su pequeña arma, no duda en seguir correteando sigilosamente por los largos pasillos de su palacio. Pensando a toda prisa en lo mal que todo estaba sucediendo. Su familia, la única que había pensado le protegería de cualquier maldad le estaba dejando atrás como si nada. Sus hermanos detestaban su presencia, llamándole por apodos denigrantes que cualquier otra persona nunca creería escuchar viniendo de tan agraciados caballeros. ¡Y ni siquiera sabía por qué!

Cuando menos se da cuenta, las lágrimas se amontonan silenciosas en sus ojos y su nariz gotea en la necesidad de dejar salir el llanto que tanto había querido detener en todo el día. El cansancio, el ardor de las heridas frescas en sus piernas y el angustioso nudo formándose en su garganta estaban llevando su plan de último minuto por la borda.

“Hey, ¿escuchaste eso?” El cuerpo de Elion se tensa de inmediato, su desenfrenado corazón se detiene un segundo y el sollozo que intentó escapar de su garganta se desvanece ante el pensamiento de ser atrapado. Apretando sus labios retrocede mirando la sombra de dos personas acercándose cuidadosamente en su búsqueda.

Pero él no volvería a ser un chico inútil para su familia. Y si tenía que irse, lo haría.

Y cuando se avistó el primer rayo de sol del día, Elion ya no se encontraba en la comodidad de su hogar.

Su respiración se vuelve errática cuando el temor comienza a envolverle en un abrazo asfixiante, casi como si quisiera detener sus pasos rápidos en medio del claro, esperando destruir su inesperado plan. Los mechones castaños de su cabello vuelan por todos lados debido al fuerte viento que anuncia una gran tormenta que amenaza con destruir todo a su paso, incluso con él.

Pero eso no era necesario porque Elion estaba más que destruido por dentro, y un problema más no haría una diferencia.

Las rodillas le arden de tantas veces que trastabilló en la tierra y sus ojos rojizos se humedecen. No quiere nada más que hacerse un pequeño ovillo cada vez que los arbustos se mueven detrás de él, correteando entre los límites del frondoso bosque. Pero él sabe perfectamente cuál es su destino y no quería saber nada de él.

Solía escuchar que no podías escapar de tu destino, sin embargo, él lo estaba haciendo. Pero, ¿a qué costo? No ganaría nada de esta desventurada rebeldía que estaba nublando su razonamiento, sin embargo, tampoco lo haría si seguía las reglas del benevolente Rey de su nación.

Elion prefería morir que permanecer en ese lugar que llamaba hogar, y que sin embargo, no se sentía como uno.

La ropa abrigada se vuelve inútil cuando las ráfagas de viento congeladas le abrazan en un apretón mortal, pero que no le detiene de seguir corriendo como si su vida dependiera de eso. Todo el mundo lo buscaría, de eso estaba seguro… en cierto punto.

El dolor que atacó su pecho cuando pensó en ello le detuvo, la tristeza inundándolo de repente. ¿Realmente alguien sería capaz de preocuparse por él? ¿Un inservible príncipe que no podía hacer nada para impresionar a su padre?

Lágrimas nuevamente nublan su vista, Elion cae de rodillas al suelo con un grito ahogado que se transforma en un llanto desconsolado que se mezcla con el silbido del tormentoso viento. Tierra húmeda al inicio del bosque se mezcla con la sangre escarlata que se escapa de sus magulladas rodillas, y de verdad piensa que no puede soportarlo más.

El príncipe solloza abrumado por el remolino de sentimientos que marea todo su mundo y le vuelve incapaz de levantarse del suelo, esperando que la lluvia comenzara a empaparlo.

Era un tonto. Un joven inútil que en la mínima oportunidad que se le presentaba actuaba sin pensar y eventualmente le haría terminar en una agobiada oscuridad.

Y era preocupante que a su corta edad tantos pensamientos inundaran su mente. Incluso, que estuviera escapando hacia lo desconocido con una pequeña mochila colgando de su hombro, una navaja en su mano y un asfixiante pesar inundando todo de él.

La mirada de Elion, nublada por las lágrimas se encontró con el grisáceo cielo que alguna vez fue de un vibrante color azul pero que hoy, pareció compadecerse de su situación y terminó siendo un espejismo de su espíritu.

Y en cuanto observó desde las grandes montañas unas diminutas manchas moverse a gran velocidad por los caminos de lo que alguna vez fue su palacio, su pecho se apretujó. La ansiedad le invadió, pero en cambio a echarse a llorar por el desespero, se levantó y corrió hacia los brazos desconocidos del bosque que alguna vez le pareció atemorizante, pero ahora, parecía ser la única salida de su nefasto destino.

Lejos de lo que alguna vez fue su reino y donde nunca habría lugar para él.

PRESENTE

—S-señorita Roosevelt, de verdad estamos avergonzadas por el comportamiento de Tim en la clase de ética… ¡N-no era su intención hacerle burlas a usted! —Dentro de una de las habitaciones lujosas del Palacio Real, dos jovencitas de su clase hablaban desastrosamente en salvación del chico que había provocado todo un show en medio de su clase.

Louise Roosevelt, una hermosa mujer de cabello negro permanecía cerca de la ventana con una taza de café humeante entre sus delgadas manos. Escuchando cada sollozo con una ligera sonrisa en el rostro mientras delineaba su taza favorita de porcelana.

—Si no era su intención, ¿por qué lo hizo en primer lugar? Eso, no tiene sentido. Además, no entiendo el porqué de venir hasta mi oficina solamente por un pequeño desliz de su parte. —El tono calmado que salió de su boca sin duda distrajo a las dos jóvenes que esperaban una respuesta tosca de su institutriz. —No intenten ayudar a otras personas si no van a recibir algo a cambio.

Louise casi pudo escuchar el sonido de sus gargantas tragando saliva cuando se dio la vuelta, elegante y emanando un aura peligrosamente atrayente que provocó que ambas chicas parpadearan deslumbradas. Con una sonrisa, y dándole un sorbo a su café, espetó: —No me hagan perder mi tiempo.

Casi pudo mirar el rastro de polvo que dejaron atrás cuando salieron una detrás de la otra con tanta rapidez que pareció mover las plantas a cada lado de su puerta. Louise, quien estaba tan acostumbrada a tener poder sobre los demás, se encogió de hombros desinteresada y rió suavemente imaginando lo atemorizado que debía estar su alumno.

Pero tampoco era una villana. Solo… no le gustaba que le retaran o se tomaran el atrevimiento de sobrepasarse con ella. Tan fácil como eso.

Perdida entre sus pensamientos, se giró observando fijamente a los sirvientes descargar el cargamento de alimentos para la despensa del palacio como cada mes. Ella toma un sorbo de su café luego de soplar con desinterés, sus sombríos ojos yendo de allá para acá sin nada más que hacer durante el día.

Su última clase con los niños que el palacio acogía había terminado hace media hora, e intentaba concentrarse en el movimiento sincronizado con el que los sirvientes se movían uno detrás de otros para no pensar en la manera en que uno de sus alumnos intentó degradarla en medio de su explicación, como si fuera algo de lo que reír y enorgullecerse.

Sin embargo, no había cosa más molesta que saber que están faltándote el respeto descaradamente. Y por eso, no habían pasado más de diez minutos cuando el chico estaba profundamente arrepentido frente al pizarrón bajo la penetrante y atemorizante postura de su institutriz. Sus compañeros tampoco decían nada, pero era impresionante como con solo una mirada Louise podía acabar con todo.

Dar duros castigos a sus alumnos no formulaba entre sus métodos de disciplina y estudio, sin embargo, eso era frecuente en otros lugares. Pero ella estaba en contra de tan descabellada idea, así que no le era demasiado difícil ponerlos en su lugar con un par de palabras. Todos estos años había trabajado arduamente para ganarse el respeto que merecía, aunque una que otra vez apareciesen chiquillos que les gustaba pasarse de listos.

La mujer era amable solamente si recibía la misma amabilidad. De lo contrario, no haría nada más que reír incrédulamente y con ello, fácilmente los hacía disculparse.

Louise era increíblemente aterradora. Incluso denotando una fluctuosa belleza, su sentido para el liderazgo y pasión por la educación no pasaba desapercibido por nadie. Considerada así como el método más efectivo para instruir la educación en el próspero reino de Reinmen.

Y aunque ella permaneciera inexpresiva la mayoría del tiempo, le llenaba de orgullo el corazón por ser apreciada de esa manera. Ponía todo su empeño para hacer de sus jóvenes alumnos unos grandiosos chicos, aunque las circunstancias en las que se encontraban no fueran precisamente cómodas. No obstante, para la educación no existe impedimento alguno. O eso es lo que piensa.

Los años que había pasado en otros lugares, llenándose de puro conocimiento y drenándose de la sabiduría de impresionantes personas que conoció a lo largo de ellos, fue algo de lo que nunca se arrepentiría. Y ella estaba de acuerdo con inspirar a los demás aunque todavía le faltaran cosas por conocer.

Pero estas cosas no las decía en alto. Después de todo, nunca fue buena en expresar sus sentimientos o consolar profundamente a alguien. Lo más conmovedor que puede salir de su venenosa e ingeniosa boca era un suave “lo hiciste genial” y viniendo de ella era algo impresionante.

Seguía siendo la “temida institutriz” del palacio, por lo que recibir un cumplido de tan poco nivel como ese era como un regalo traído del cielo.

Louise rió por lo bajo y dio un sorbo a su tibio café dando golpecitos en el suelo con su tacón. Miró por la ventana, pero el tumulto de gente que había anteriormente se había disipado y solamente veía guardias y trabajadores charlando fuera.

—¿Pensando en cómo atemorizar al niño de esta mañana? —“Dios” murmuró la mujer cuando una intrusiva voz le sorprendió, casi haciéndole derramar lo poco que quedaba de café en su taza y gruñó por eso. Si fuera sido otra persona, habría corrido lejos de solo ver su expresión corporal, pero no era nada más que uno de los guardias del palacio.

—No es gracioso en lo absoluto, señor Dóminic. —Dijo neutra mirando al hombre de ostentosa armadura contra el marco de las grandes puertas. —¿Puedo preguntar, qué está haciendo por aquí?

—¿Puedes dejar de decirme “señor”? Tenemos casi la misma edad. — Dóminic, un guardia experimentado que amaba lo que hacía y adoraba molestar a Louise, refunfuñó cruzado de brazos. La mujer en cambio rodó los ojos ocultando una sonrisa. —Tú mismo lo dijiste, “casi”.

El hombre de cabello castaño rió cruzándose de brazos. —Bueno, respondiendo a tu pregunta… —La institutriz intentó discutir pero él se lo impidió. —Solo quise pasar a ver cómo estabas.

—Uhm… entonces retírate. —Respondió nuevamente con un tono neutro en su voz y desviando la mirada hacia la ventana escuchando la risa sin gracia de Dóminic. —Tan amable como siempre, adorablemente irritante.

—Se lo agradezco, gracias. —Le dijo irónica. Una diminuta sonrisa se dibujó en su rostro mientras miraba fuera y escuchó al otro vagar por el salón deteniéndose detrás de su espalda. —¿No tienes cosas que hacer?

El hombre asintió y colocó su rostro sobre el hombro de Louise, provocando que se tensara por completo. Cualquiera que pasara por el pasillo podría ver tan “íntima” situación, pero al hombre siquiera le importaba y a la institutriz le parecía innecesario ese tipo de contacto, pero se lo dejaría pasar solamente por hoy.

Louise sabía que no le interesaba en lo más mínimo, pero él seguía haciendo eso cada vez que se veían. Un día terminarían por haber rumores sobre ellos y él no haría nada para detenerlos.

Louise suspiró tomando el último sorbo de su café azucarado que alivianó su dolor de cabeza por el momento. Sus manos jugaban con la taza mientras el hombre se quedó ahí detrás, recostando su rostro en su hombro como si nada. Solamente faltaba que le tomara de la mano y eso sería como noticia nueva para los entrometidos sirvientes.

—Hey, ¿no tienes cosas que hacer? Retírate ahora. —Repitió nuevamente y eso fue suficiente para que el castaño se quitara de encima con un bufido. —Si tanto me odias, dímelo ahora. Me dolerá menos. —Dramatizó infantilmente haciendo reír suave a la mujer que se giró para mirarlo con indiferencia. —Bien. Tu presencia me molesta y solo quiero que desaparezcas, ahora.

—Pero no dijiste que me odias. —Puntualizó haciendo pestañear incrédula a la mujer. Ambos rieron por lo bajo y se separaron considerablemente cuando escucharon movimiento en el pasillo. —Debo ir a practicar con el grupo. Intenta no alterarte por el resto del día.

Y con eso, el hombre se retiró con pasos imponentes provocando que ella rodara los ojos por su pavoneo innecesario. Con todo y su mal sentido para el humor, era la única persona a la que podía considerar un amigo en tan inmenso palacio repleto de personas por todas partes.

A pesar de que eran bastante cercanos, no solían verse todo el tiempo. Louise pasaba toda la mañana y una que otra tarde ocupada con sus asuntos de institutriz y Dóminic se encontraba todos los días entrenando junto a la Guardia Real o protegiendo las afueras del reino.

Mentiría si dijera que no se angustiaba cuando esos días llegaban, pero era su trabajo y no tenía algo que ver con ella como para entrometerse. Ya tenía suficiente con que sus amigos dijeran que Louise era su amor prohibido.

Moriría antes de tener algo que ver con ese hombre.

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