Capítulo 5

Se me parte la cabeza, llegué a casa a las cuatro de la mañana, luego de una fiesta espectacular y de ganarme una sesión candente con una de las amigas de Franco. 

La inolvidable Maggie, una despampanante rubia, de unas curvas exquisitas, piel suave y blanca, pero esa boca… nada más recordar lo que esa boca sabe hacer, mi amigo se levanta. Veo la hora, he dormido solo dos horas, pero me siento repuesto. Me incorporo en la cama y sonrío, sin razones.

Me voy a la ducha, para quitarme el aroma de la noche, pero para poder despertar mejor le doy al agua fría antes de salir. Me visto con un traje de tres piezas negro, camisa blanca y una corbata de color rojo, muy parecido al cabello de mi asistente, vuelvo a sonreír ante su recuerdo. Esa chica un día me va a despedir y se quedará en mi puesto.

Me voy a la cocina, cojo el café recién hecho y lo pongo en un vaso térmico, quiero salir ya a la oficina, aunque puede que antes pase por mi tentación dulce, un croissant.

Me subo a mi Audi A6 gris, lo amo, el primer auto que compré con mi dinero, no regalo de papi para navidad ni titulación, porque mi padre jamás fue así. Él prefiere regalar viajes, que aumenten nuestra experiencia, que nos acerquen a nosotros mismo, pero no cosas materiales como casas o autos.

Pongo la radio para enterarme de las noticias matinales, donde informan que un terrible sismo en Haití provocó miles de muertes y damnificados.

-Maldición – marco el número de mi padre y me contesta enseguida -.

-Hijo, buenos días.

-Buenos días padre, ¿escuchaste las noticias de Haití?

-Acabo de escucharlas por la radio, una terrible tragedia, me recordó al terremoto del ‘85 aquí.

-Padre, tenemos que enviar ayuda, ya sabes, a través de la fundación de tu amigo, para que la mano izquierda no sepa lo que hizo la derecha.

-Perfecto, en la oficina hablaremos de los montos y pondremos a disposición toda la ropa de niño que quedó de la colección anterior.

-Creo que no será suficiente, padre. Esta es una catástrofe de proporciones apocalípticas para ese país.

-No dejas de tener razón. Veremos nuestras acciones en la empresa, nos vemos hijo.

Cuelga y continúo mi camino al trabajo, pero antes me detengo en mi cafetería favorita por una bolsa llena de croissants. Al llegar saludo a todos y me dirijo al ascensor, donde mi linda asistente ya espera para poder llegar a su puesto de trabajo.

-Buenos días, señorita McDermott – se ve hermosa con su cabello suelto, le llega a la cintura y le cae en ondas perfectas… toda ella es perfecta… Espera, ¿qué? -.

-Bu-buenos días, señor Cavalcanti.

-¿Gusta un croissant? – le ofrezco la bolsa, ella me mira mientras se abren las puertas y entramos -.

-Cre-creo que sí, n-no alcancé a tomar desayuno y no me gusta hacerlo en el trabajo.

-Pero no puede quedarse así, tome los que guste, mandaré por un té de naranja – me mira con los ojos muy abiertos -. ¿Dije algo malo?

-No, so-solo me pregunto cómo sabe que me gusta el té de naranja.

-Ah, eso es porque soy muy observador. Me he dado cuenta que usted tartamudea… solo cuando habla conmigo, porque ayer a mi padre le habló sin problemas.

-Yo-yo no sé a qué se refiere – baja la vista a sus manos y respira pesadamente -.

-Emily, si la intimido, porque a veces suelo ser muy mandón, no muerdo. No se cohíba de decirme las cosas como son, me gusta la gente sincera. No sienta miedo de su jefe – le digo con una sonrisa -.

-La ve-verdad, usted no me da miedo.

Se abren las puertas y ella baja rápidamente, no la entiendo. Entonces, ¿por qué habla así? Niego con la cabeza y camino tras ella, la veo instalarse en su escritorio, buscar las agendas en su bolso y comenzar a mover sus manos.

-Emily, ¿por qué no alcanzó a comer algo en su casa?

-Porque me quedé dormida, anoche me visitó un amigo que hace mucho no veía y se fue poco después de la medianoche – siento mi cuerpo tensarse, ¿ella con un amigo? Eso no me gusta -. No suelo hacer ese tipo de cosas, me disculpo por llegar tarde.

-Llegó junto con su jefe, que solo durmió dos horas, la necesito a mi lado durante todo el día, porque alguien debe picarme con un palo para no dormirme – dejo la bolsa en su escritorio y saco unos cuántos dulces -. Quédese con ellos, ya mandaré por su té.

La mañana ha sido aburrida, hasta que aparece Franco, vestido en su traje azul chillón y su sonrisa boba. Entramos a nuestra reunión, Emily me acompaña para tomar notas, ya que se trata de una negociación muy importante de distribución.

Tras hablar unos minutos de los detalles, Franco da por listo el acuerdo y se le ocurre hablarme de Maggie.

-Anoche vi que alguien conoció a la gran Maggie – me guiña un ojo y se pone a reír a carcajadas ante mi cara de espanto, de reojo veo la cara de Emily, está tan roja como en la reunión de ayer -.

-Franco, por favor.

-Vamos, todos hemos estado con Emily y sabemos lo que puede hacer, en especial con esa boca llena de botox – Emily cierra sus apuntes y se pone de pie -.

-Con permiso – dice con voz firme y sin tartamudear -, esta parte del intercambio no me compete, si necesita algo, señora Cavalcanti, me informa.

Sale hecha una fiera, creo que los comentarios de ese tipo no le gustan para nada. Franco sigue con lo suyo, hasta que ve la hora espantado y se va. Yo siento que me voy a caer dormido, así que le pido a Emily que me traiga un café cargado.

Unos minutos aparece sin tocar la puerta, entra como una tromba marina, casi me tira el café y sale de la misma manera. Creo que a alguien no le hace bien dormir poco, su mal genio es terrible con poco sueño, lo mantendré en cuenta, para no pensar en hacerla trasnochar.

Abro mi correo personal, para ver qué hay de bueno, me llevo el café a la boca y lo escupo, por suerte hacia el lado, de manera que los objetos de mi escritorio no sufren daños.

-¡¿Qué carajos?! – presiono el intercomunicador -. ¡Emily, mi café está salado! ¡Quiere matarme!

-Lo siento – dice sin una pizca de emoción -, debí confundir los contenedores. Ya le llevo otro, no exagere.

-Pero…

Voy al baño para quitarme el mal sabor, tiro el resto del café y salgo de regreso a mi escritorio, Emily entra más civilizada y me entrega el café en las manos, muy condescendiente y con su bella sonrisa.

-Aquí está su nuevo café. Disculpe por el error – lo bebo sin dejar de mirarla y esta vez está tan dulce como podrían ser esos bellos labios rosados -. Si está bien, continuaré redactando el acuerdo de distribución, con permiso.

Sale caminando tan fresca, libre, con su cabello rebotando, me imagino que ha de ser lo único que se le mueve así… ese fuego.

-Cálmate, tonto – suspiro, vuelvo al escritorio y la llamo por el intercomunicador otra vez -. Emily, llame a mi amiga de ayer, a la que le cancelé, para agendar hoy a la misma hora, pero en el hotel Hyatt. Me avisa si confirma, por favor.

-Ok.

Solo “Ok”.

Seca, distante, nada que ver con la sonrisa de hace unos minutos. Miro por la ventana con el café en la mano, sin dejar de pensar en mi teoría sobre sus labios.

-Si bebe té de naranja, han de saber a eso… que ricos deben ser.

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