Capítulo 2

CAPÍTULO II. LA CHICA DE CABELLO DORADO

Gael

Era difícil ver unos ojos como esos en aquel pueblo. No, no me refería al color verde que encerraba sus pupilas, sino a lo que ardía dentro de ellos; un coraje que distaba de las actitudes petulantes o aduladoras de todos aquellos que solían rodearme. Unos ojos que escondían dentro de sí el miedo y lo convertían en valor.

Unos ojos que no tenían la menor idea de quién era yo.

Estaba acostumbrado a tener siempre cierto tipo de miradas sobre mí. La mayoría, eran de temor. Otras, muy pocas, en realidad, expresaban respeto. El resto era falsa estima, que utilizaban para disfrazar sus intereses.

Y luego, estaba esa mirada… Esa que no me reconoció como lo hacía el resto y que, verdaderamente, se mantuvo esperando una respuesta de mi parte.

La mirada de esa chica era diferente.

—¿Se encuentra usted bien, Su Alteza?

La voz de Neil, mi asistente y consejero, me hizo voltear a mirarlo. El hombre de más baja estatura que yo y cabello color miel me observaba con preocupación. Siempre lo hacía, aunque no era yo el que debía sentir miedo.

—Estoy bien, Neil —respondí, manteniendo mi rostro impasible.

Caminamos a un costado de la calle, que ahora se mantenía sumida en murmullos. Nadie se atrevía a alzar la voz cuando yo estaba presente, pero sentía sus miradas de reojo sobre mí. Sabía perfectamente lo que decían y pensaban.

—¿Viste al hombre que salió corriendo del callejón? —Le pregunté después.

Nos habíamos detenido en la acera, frente a una taberna que permanecía cerrada.

Lo vi asentir de soslayo.

—Sí, señor.

—Averigua quién es —solicité—, a qué se dedica, en dónde vive y cuántos problemas como ese ha tenido.

Quería saber qué tan bastardo era. Sospechaba que no era la primera vez que acosaba a una mujer en la calle, y rara vez fallaba mi instinto. No dejaría que siguiera por ahí libremente fastidiando a nadie, o haciendo algo mucho peor que eso.

—Lo haré, señor —pronunció y, por su tono de voz, entendí que se aproximaba un «pero». Y así fue—. Disculpe mi atrevimiento, pero… ¿No cree usted que ha sido demasiado arriesgado que se expusiera de esa manera?

¿Arriesgado? Era casi una ironía que Neil me hiciera esa pregunta a tales alturas. Él mejor que nadie conocía cuáles eran los riesgos… Con respecto a todo. Y si lo que a Neil le preocupaba era que mi imagen se ensuciara frente a las personas del pueblo, eso ya había sucedido.

Todos ahí creían conocerme lo suficiente como para asegurar todo cuanto decían.

No tenían ni la menor idea de, siquiera, la mitad de lo que en realidad sucedía.

Y no la tendrían jamás.

Por ello, mantuve mi silencio ante las palabras de Neil. Él sabía bien cuál era la situación. Entendía su preocupación por mí, y la agradecía, sí… Tal vez, era la única persona que se preocupaba genuinamente por mí, pero eso no nos conduciría a ninguna parte.

Ninguna advertencia me detendría.

La chica de cabello dorado salió poco después del callejón, sin mirar atrás ni a los lados. No hubo forma en que mis ojos no la siguieran; el cómo mantenía la espalda recta y los hombros alineados, sin flaquear en ningún momento, caminando con decisión hacia cual fuera su destino, aferrando los dedos a su equipaje y con un rostro impenetrable que bien podía ser de acero, pero que parecía de porcelana.

No se dio cuenta de nuestra presencia, no volteó a mirar a nadie.

—¿Sabes quién es ella? —murmuré, sin apartar la mirada de su silueta alejándose.

—Jamás la había visto, señor —contestó Neil.

Mi comisura derecha se levantó muy ligeramente.

—Tiene mucho carácter —mencioné—. Le estaba haciendo frente a ese imbécil antes de que yo llegara.

—¿Quiere que averigüe quién es? —preguntó él después.

Pero yo negué con la cabeza, viendo cómo la chica de cabello dorado se perdía entre la gente.

—No, Neil —respondí, en voz baja—. Es una buena chica.

Y tanto él como yo, lo sabíamos.

Alguien como yo no tenía permitido acercarse demasiado a las buenas personas.

☾☾☾

Anissa

Me sentía nerviosa, confundida y terriblemente furiosa por todo lo que había ocurrido. Y todo sucedió tan rápido, que apenas tenía tiempo para comprenderlo. En un instante, estaba confrontando a esa repugnante bestia en medio de la calle, y al otro siendo acorralada por él en ese callejón… Todo para que después apareciera el chico de los ojos grises y lo hiciera huir, como si le tuviese el peor de los temores.

Y, sí, tenía que llamarle así… Porque ni siquiera mencionó su nombre.

Pero no podía quedarme como una tonta allí, pensando en todo y haciéndome preguntas. Alguien más podía aparecer y no me arriesgaría a un segundo altercado como ese.

Así que, recogí a mi corazón alterado, al barullo de pensamientos, me armé de valor y salí del callejón como si nada hubiese sucedido. Solo yo podía escuchar lo fuerte que mi corazón latía, por lo que nadie más tenía que enterarse de cómo me sentía.

Tendría que andarme con más cuidado en ese pueblo. Evidentemente, las cosas eran mucho más peligrosas que en mi hogar. Estos hombres no se limitaban a las palabras… Tal vez tendría que ir armada la próxima vez.

¿Llevar conmigo una navaja, quizá?

Jamás me había planteado la idea de herir a nadie, pero tampoco me planteé antes que alguien pudiese herirme a mí. No me arriesgaría a tal grado.

De seguro que mi madre habría puesto el grito en el cielo, si hubiese podido oír mis pensamientos. Pero estaba segura de que mi tía Genoveva me apoyaría… En secreto. Tomaría prestada alguna navaja que ella tuviese escondida por allí.

Y, de todos modos, ¿quién era aquel chico…?

Volví a preguntármelo, unas trescientas veces mientras caminaba por aquel pueblo. No importaba en lo que estuviera pensando, siempre volvía a hacerme la pregunta. Y me enojaba no tener una respuesta.

Tampoco estaba segura de que volveríamos a encontrarnos tan fácilmente.

Alguien como él no encajaba con un ambiente tan pobre y sucio como ese. Simplemente, desentonaba. Era más que seguro que pertenecía a una familia con muchísimo dinero. Pero, si era así, entonces, ¿qué hacía merodeando por un lugar como ese? ¿Qué era lo que buscaba?

No es tu problema, Anissa.

También me lo habré repetido unas trescientas veces. Le di las gracias, y eso era lo importante. No podía hacer más que agradecerle por haberme ayudado, y ya estaba hecho. Tenía que olvidarlo y seguir adelante.

Pero, ¿puede uno olvidar un par de ojos como esos…?

No estaba muy segura.

Pero tendría que hacerlo, de una manera u otra. Así como tuve que seguir caminando por un largo rato, hasta que llegué al molino. La zona más concurrida y ruidosa del pueblo quedó a mis espaldas y, para mi buena suerte, a medida que avanzaba, todo se volvía más tranquilo.

Había unas pocas casas, no muy cerca unas de otras, dispuestas sin orden alguno sobre caminos de tierra. Se notaba que las personas era aún más humildes ahí, la mayoría eran mujeres haciendo quehaceres y niños corriendo y jugando, arbustos y árboles. Sonreí para mí misma ante la escena, pues todo eso me resultaba mucho más familiar.

No había manera de no encontrar la casa de mi tía Genoveva. Fue muy expresa en su carta: La última de todas, esa pequeña casa de barro, pintada de blanco y con techo de tejas, con dos grandes limoneros a cada lado de la entrada.

Volví a sonreír cuando, por fin, la divisé. Era modesta, pero lucía acogedora. Me gustaba.

Cuando me detuve frente a la puerta de madera, que estaba entreabierta, toqué. Al poco tiempo, me recibió una mujer de mejillas regordetas, sonrojadas por el sol, cabello rubio canoso y hermosos ojos mieles. Llevaba una pañoleta en la cabeza y un delantal ajustado en su cuerpo robusto, que era cubierto por las telas pálidas de su vestido.

—Anissa… —murmuró, con sorpresa—. ¡Pero mírate, si estás enorme!

Y de inmediato, me envolvió en un fuerte y cálido abrazo, que devolví entre risas cuando dejé mi valija en el suelo para así poder abrazarla de vuelta. Hacía muchos años que no nos veíamos, ahora yo era más alta que ella.

—¿Cómo estás, tía?

—No tan bien como tú —bromeó, cuando nos separamos—. Te has convertido en toda una señorita, ¡y estás preciosa!

El rubor rozó mis mejillas cuando volví a reír, avergonzada por su comentario.

—Ven, ven, pasa adelante —Entró, haciéndome gestos para que la siguiera. Volví a tomar mi valija y cuando pasé, me recibió el agradable aroma de la comida—. Dime, ¿cómo ha ido el viaje? ¿Tuviste algún problema al llegar?

Presioné mis labios en una sonrisa. Prefería guardarme para mí misma lo que había sucedido, no tenía caso preocuparla cuando apenas estaba llegando. Y, además… Ya sabía que no volvería a ir desprotegida al pueblo.

—El viaje fue un poco cansado, pero llegamos bien, tía —dije, para tranquilizarla.

Por suerte, mis palabras y mi expresión fueron convincentes.

—Me alivia saber que así haya sido —contestó, en medio de un suspiro—. No me tranquilizaba la idea de que llegaras sola hasta aquí, de verdad, Ani, discúlpame por no haber ido a esperarte directamente al pueblo… Pero estoy muy ocupada aquí preparando un encargo.

Sabía que mi tía se ganaba la vida preparando pasteles y comidas. Era más lo que trabajaba, que las ganancias que recibía. No tenía ningún tipo de reproche hacia ella.

 —No te preocupes por eso, tía —Coloqué una mano sobre su muñeca, compartiendo una sonrisa con ella—. Estoy bien.

—Bueno… —Su sonrisa se amplió un poco más—. Entonces, déjame llevarte a tu dormitorio.

Asentí como respuesta y la seguí de la pequeña estancia, hasta una de las puertas que se encontraba al fondo. Como tal, el dormitorio también era modesto, pero tenía lo indispensable: Una cama con una ventana al costado, dos cajones para guardar la ropa y una silla de madera tallada a mano, frente a un pequeño espejo.

—Lo preparé especialmente para ti. Siempre he vivido sola, así que usé este espacio para convertirlo en un dormitorio —explicó.

—Es perfecto, tía —respondí, sinceramente.

Sus ojos mieles brillaron con afecto.

—Puedes desempacar tus cosas y descansar un rato mientras yo preparo la comida —propuso—. ¿Te parece?

Estuve de acuerdo con ella, por lo que pronto me quedé sola en el dormitorio. Más que descansar y guardar mis cosas, necesitaba aquel momento a solas para respirar y acostumbrarme a todo lo que estaba sucediendo.

Me senté en el borde de la cama y dejé la valija a un lado. Mis ojos se clavaron en mis piernas por un instante, pero después se perdieron en la agradable vista del bosque que tenía desde la ventana. Realmente apreciaba los esfuerzos de mi tía por hacer que me sintiera cómoda, pero continuaba preguntándome por qué mi madre decidió enviarme repentinamente a ese pueblo.

Aun así, estaba consciente de que, de momento, no podía hacer mucho más que esforzarme por acostumbrarme a ello… Acostumbrarme a estar en una casa que no era la mía, a un pueblo que no conocía, a estar alerta porque, con el simple hecho de salir, podía estar en peligro.

☾☾☾

La noche cayó. Mi tía y yo nos encontrábamos cenando en la pequeña mesa tallada a mano, acompañadas por la luz de las velas y el cantar de los grillos afuera de la casa. No recordaba haber sentido tanto apetito en tanto tiempo, ya había devorado prácticamente todo en mi cazuela. Tal vez, el viaje me dejó hambrienta. Y, además, su compañía también era amena.

Aun cuando seguía enfadada con mi madre por enviarme ahí sin ninguna clase de explicación, agradecía que mi tía fuera tan buena conmigo.

—Hace mucho que no veo a mi hermana —dijo ella, sonriendo con un deje de tristeza—. Me habría gustado poder visitarla antes.

—Aún puedes hacerlo… —Humedecí mis labios—, puedes ir conmigo cuando yo regrese.

Esperé a que mi tía respondiera a mis palabras, más no lo hizo. Solo me ofreció una pequeña sonrisa y continuó cenando en silencio… Lo cual, por supuesto, yo no comprendí.

Eso me impulsó a hacerle una pregunta.

—Tía… ¿Por qué mi madre me envió aquí?

Sus ojos se levantaron hacia mí.

—¿No te gusta estar aquí?

—No, no me malinterpretes. No se trata de eso —aclaré—. Es, solo que… Todo fue tan repentino. Cuando menos, esperaba una explicación de su parte.

Ella movió la cabeza en un leve asentimiento y parpadeó con debilidad.

—Te entiendo, Ani, créeme que lo hago —expresó, con lamento—. Pero, ahora mismo, no puedo responder a esa pregunta.

Ladeé el rostro ligeramente.

—¿Debería asustarme? —pregunté.

Mi tía negó con la cabeza y luego se puso de pie, para pasar el dorso de su mano por mi mejilla, con cariño.

—Te prometo que pronto sabrás todo lo que necesitas —aseguró.

Con aquellas palabras, mi tía dio por terminada la cena. A pesar de que intentó tranquilizarme con ellas, solo me creó mayores dudas. ¿Por qué no responderlo, tan solo? No me gustaban ni un poco los secretos. Pero no podía ensañarme con ella cuando, tal vez, no podía mencionar palabra alguna mientras mi madre no se lo permitiese.

Me habría gustado que todo fuera más simple…

Pero tenía que acostumbrarme.

Tomé aire y me puse de pie después, para ayudarla a recoger las cosas. Cuando menos, sería de utilidad mientras estuviese ahí… Aunque cada vez estaba menos segura de por cuánto tiempo sería eso.

—Deja eso, tía. Yo puedo lavarlo —Le dije, refiriéndome a los platos.

—Gracias, Ani —Pasó su mano sobre mi hombro, antes de marcharse a su habitación.

Quedándome sola en la cocina, tuve algo más de tiempo para pensar. Pero, de nuevo, mis pensamientos no me llevaron a ninguna parte. Las preguntas me dejaban cansada y no tendría ningún sentido formularlas mientras mi tía no me hablara con claridad.

Debí interrumpir mi conflicto interno cuando se terminó el agua de mi cubeta. Sabía que había un pozo afuera, así que me sequé las manos con el delantal y salí de la casa con la cubeta de madera vacía. Después me dirigí al pozo para poder llenarla.

Agradecí la luz de la luna aquella noche, pues era la única que iluminaba mi entorno. Todo lo demás eran caminos entrelazados de los árboles que se expandían en la infinidad del bosque. El aire helado besó las zonas descubiertas de mi piel, haciendo que deseara abrazarme a mí misma, pero no podía hacer eso, solo darme prisa.

Cuando terminé de llenar la cubeta y me preparaba para volver a la casa, advertí un sonido diferente al que provocaba el viento moviendo y haciendo crujir las ramas.

Un rugido.

Mi corazón se detuvo por un instante, cuando alcé la cabeza. Miré en todas direcciones, pero todo lo que percibía era árboles y sombras. Sin embargo, mi piel estaba erizada y mi garganta seca. Me sentía expuesta, vulnerable…

Me sentía observada.

Tragué saliva y cogí la cubeta por el asa de metal para volver rápido a la casa, ahora sin atreverme a mirar atrás. Tan solo aceleré mis pasos y cerré la puerta detrás de mí con la tranquilla de hierro tan pronto como estuve adentro. Mi respiración se veía  entrecortada por el ritmo creciente de mi corazón, mientras que mis manos temblaban ligeramente.

Volví a tomar la cubeta y caminé de regreso hacia la cocina. Con sumo cuidado, corrí las cortinas para observar afuera, pero no vi nada fuera de lo normal.

Me separé del mesón de barro y me pasé una mano por el rostro, hasta llevar los mechones de cabello sobre mi coronilla. Estaba segura de que había sido un rugido, pero aquello sonaba como algo racional, precisamente.

Aquella noche, volví a mirar una última vez por la ventana cuando culminé mi labor. Pero todo cuanto aprecié fueron arbustos y árboles creando sombras, desnudos bajo el frío reflejo lunar. Regresé al dormitorio después y me cambié la ropa a una bata para descansar, convenciéndome a mí misma una vez tras otra que todo había sido una creación de mi propia cabeza, tal vez una mala pasada.

Pero todo ese auto convencimiento se esfumó cuando me acosté y me cubrí bajo las cobijas. Por una cosa y por otra, me resultaba imposible conciliar el sueño.

Y menos logré hacerlo cuando mis oídos atraparon el sonido de un grave gruñido a poca distancia de la casa.

El cansancio habrá logrado vencerme en algún momento, pero mucho antes lo hizo el temor provocado por aquellos terribles ruidos que moraban en la oscuridad.

Porque no podía mentirme a mí misma, ni mucho menos ignorar el presentimiento envolviéndose alrededor de mis costillas.

Algo muy peligroso se ocultaba entre las sombras.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo