UN POCO DESALMADA 2

Después de asearse y vendar la herida de su hombro, Mina cambió su ropa y farfullando toda clase de ininteligibles palabras, que en su mayoría eran insultos, salió en busca de un taxi.

El auto no demoró en llegar. Una vez dentro de este, Mina notó que un enorme cansancio la consumía. En el asiento trasero del taxi, dio unas cuantas vueltas, estirándose y revolviéndose con una dejadez como al que no le esperan obligaciones, y entonces, dejó salir un prolongado bostezo, inundando de lágrimas sus ojos. «Siempre ocurre eso». Pensó enjugándose los ojos. El taxi se detuvo frente al hospital y Mina bajó casi arrastras. Cuando el enorme edificio, sonrió y volvió a bostezar. Sin enjugarse las lágrimas que volvían a sus ojos, caminó apresurada sin importarle qué o quién estuviera en su camino, y en medio de otro pesado bostezo, sintió un enorme peso sobre su cuerpo que la llevó directamente al suelo.

Un desconocido se encontraba de bruces sobre ella. Mina lo observó a los ojos con hostilidad. Él, con sorpresa y vergüenza. El chico no tardó en ponerse en pie y le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Mina lo observó detenidamente esperando a que se disculpara, aun así, eso no ocurrió. "Los buenos modales no son tu fuerte, maldito imbécil". Farfulló en su mente, apresurándose hacia el interior del hospital.

Preguntando a distintas enfermeras, Mina dio finalmente con la morgue. Se detuvo frente a la puerta metálica y tomando el pomo, sonrió cínicamente. Tenía la mirada perdida en el suelo y escuchaba con atención a dos personas conversando dentro de esa fría e interesante sala, en la cual, Mina sabía que algún día estaría desnuda, sobre una superficie dura y helada, cubierta por una manta blanca y guardada como un trozo de carne en el refrigerador, aguardando el momento en el que decidieran incinerar.

Ansiosa por conocer los detalles del fallecimiento, Mina dio un paso al frente, abrió la puerta y se adentró al lugar. Al alzar la cabeza, miró con fascinación el cuerpo de una mujer sobre la camilla. No estaba cubierto por ninguna manta y desde donde estaba, en pie, pudo divisar en el hombro de la mujer la misma marca de nacimiento que tenía su tía, el mismo cabello color azabache y la característica piel untosa.

Su entrecejo se frunció y por un instante, tan corto como el cabello de un recién nacido, sintió que se asfixiaba, pues no soportó el putrefacto olor. Así que, sin darle vueltas al asunto se apresuró a reconocer el cuerpo.

—Esa asquerosa gorda es mi tía. Incinérenla —anunció cubriéndose la nariz con una mano para luego salir disparada de la sala.

Aquella noche el cielo se encontraba completamente despejado. No había luna que iluminara, ni estrellas que brillaran. Todo permanecía silencioso como de costumbre. Mina deambulaba por las calles de la ciudad en busca de diversión, pero un terrible cansancio la hacía caminar lenta y taciturna, como si cada paso que diera, le costase un mundo. Totalmente sumida en la música y en sus insidiosos pensamientos, tomó asiento en una banca cercana a un club, bajo la luz intermitente de un poste.

—Disculpe, ¿tiene un cigarrillo? —preguntó tímidamente una mujer.

—No fumo, idiota.

—Aguarda. ¿Mina? ¿Eres tú?

—¿Te conozco? —inquirió Mina. Con mirada insolente, recorrió a la mujer frente a ella. Aquel rostro era un poco lindo, aun así, Mina no la consideraba del tipo de chica "atractiva". Su piel era muy blanca y sus mejillas carmesí. Tenía senos grandes y brazos fuertes. Era ligeramente alta y gorda. Su vestimenta elegante, le daba un aire ridículo y su cabello, negro y corto, iba peinado hacia atrás, al mejor estilo vaselina.

—¡Soy Sonn!

—¿Quién?

—Sonnenschein Schulze. Saliste hace poco más de un año con mi hermano Mark. También te obsequié un reloj en navidad.

—¡Oh, cierto! Lo había olvidado por completo.

Mina le sonrió apática y se colocó en pie. Caminó por las calles con dirección hacia algún café cercano mientras Sonn la seguía.

—¿A dónde te diriges? —inquirió, balanceándose sobres sus altos tacones.

—¿Te importa saberlo?

Sonn asintió enérgicamente. Mina frunció el ceño y se paseó por su cabeza, de manera fugaz y tentadora, una forma para deshacerse de ella, aun así, ignorando a duras penas aquel deseo, lo pospuso.

—Cafetería.

Ambas chicas caminaron hasta el café más cercano a la zona. Sonn conversaba incesante sobre un chico que la había dejado esperando, mientras Mina se limitaba a asentir a todo lo que la mujer decía sin prestarle la más mínima atención. Se podía imaginar entonces, durante aquel trayecto que parecía ser más que eterno, toda clase de sanguinarias formas de silenciar sus estúpidas historias.

Pronto, se adentraron al café y tomaron asiento en una mesa junto al ventanal del establecimiento. Se trataba de un lugar cálido, iluminado por bombillas blancas que colgaban linealmente del techo, todo era de madera clara, había música clásica de fondo, Swan Lake de Tchaikovsky, y un aroma a pan recién horneado que inundaba el espacio. Mina fijó su vista en un capullo que florecía bajo la iluminación de la noche, junto a ella, al otro lado del cristal y entonces, por un momento, recordó a su abuela paterna, quien solía tener muchas de aquellas flores blancas en un jardín improvisado que Mina le había ayudado a construir.

Durante una hora conversaron más que en mucho tiempo. Ambas tenían la misma edad, 22. Sonn estudiaba informática en la universidad de Ulm, y Mina, música en el Instituto Nacional de Música. Ella era cornista. Se habían conocido poco después de que Mina se gradura del Gimnasium (preparatoria) y en aquel entonces, Sonn había quedado fascinada con su belleza y carisma, su inteligencia y dulzura, al igual que todo el mundo.

Pero Mina era una chica de aspecto ordinario. No era alguien que destacara por una gran belleza o sensualidad, pues el perfil de melena castaño claro, ojos miel, piel de avellana, de figura delgada y con ligeras curvas, era muy fácil de conseguir. Aún así, nadie podía igualarse a ella. Era única en su especie. Magnífica y codiciada. Con un ego elevado y un atractivo carisma, conseguía cualquier cosa que se propusiera. Los chicos podían permanecer horas observándola escuchar música en una banca, leyendo o dibujando. Sus aires refinados y bohemios, la hacían parecer un retrato del renacentismo, digno de ser admirado por todos.

Después de que Mina y Sonn acordaran una cita para esparcir las cenizas de la tía, ambas se marcharon a sus respectivas residencias.

Muy de mañana y sin más opción, Mina abandonó su pasado en el pequeño apartamento que había compartido con su tía durante muchos años. Trasladó todas sus pertenencias al Barrio de Pescadores, a una casa cerca Schiefes Haus. La residencia de sus abuelos paternos era acogedora, poco moderna y ordinaria, constituida por dos pisos, con decoración de maderas negras, paredes y pisos blancos, puertas coloniales y alfombras.

Los abuelos de Mina no solían estar en aquella casa, por lo que permitieron que residiera allí. Ellos permanecían en la capital del país, atendiendo sus negocios. Después de la muerte de la tía, Mina era la única heredera de aquella anciana pareja, por lo que dentro de poco, cuando al fin pasaran a mejor vida, aquella casa y los negocios, le pertenecerían.

Ya en la noche, junto a Sonn en el río Danubio, Mina observaba de pie sobre el césped la pequeña caja de madera entre sus manos. La brisa removía el cabello de ambas y producía ligeras ondas sobre el agua. Sonn se imaginaba el terrible dolor que debía sentir Mina en aquel momento. Sabía que ya no contaba con personas que la amaran. Entonces pensó, que ella podría ser una fiel amiga, para acompañarla y cuidarla siempre.

—Esto debe estar destrozándote. —Se aventuró a decir—. Sabes que estoy aquí para ti. Así que no es...

Sonn no pudo acabar de decir su mensaje reconfortante, pues pasmada, observó como Mina dejó caer sin más, la cajita de madera al río.

—¿Nos vamos ya?

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