DE MIDZAN A UN LUGAR DESCONOCIDO 3

Axel Joll entró en completa desesperación. No comprendía donde estaba ni que estaba ocurriendo. Azorado, prosiguió.

—He tratado de ser paciente y amistoso, no obstante, usted no para de llamarme Aldrich Grape, cuyo nombre nunca había oído. Eso, sin mencionar que no ha contestado lo que ya os preguntado —expuso Axel en un intento de permanecer calmado, sin embargo, comenzaba a frustrarse, estallando así en un alto estado de histeria—. ¡Mi nombre es Axel Joll y exijo que me sea devuelta mi máquina!

Se levantó de la cama y se acercó al doctor Schulze, tomándolo del cuello de su bata.

—¡¿Qué año es este?! —inquirió alterado—. ¡Dígame de inmediato sino desea ser ejecutado cuando salga nuevamente el sol!

—Señor Grape, acuéstese nuevamente. Su cuerpo no está preparado aun para que retome el movimiento —El doctor Schulze trataba de tranquilizarlo, pero era inútil, solo lograba que se alterara más y más.

—¡Aldrich siéntate de inmediato en esa cama! —ordenó el señor Grape, quien al parecer era su padre. Axel lo miró furioso, esbozando una sonrisa inquietante.

—¡¿Por qué habría yo de acatar vuestras órdenes?! No os conozco ni pretendo hacerlo. Vuestro deber, ¡es mostrar respeto hacia vuestra alteza! —rugió como una fiera, para dirigirse nuevamente al doctor Schulze—. ¡Ahora, decid! ¿En dónde me encuentro y que año es este?

Su mirada paranoica comenzaba a salirse de control. Algunos enfermeros entraron apresuradamente a la habitación, tomándolo de los brazos y arrastrándolo a la fuerza hasta la cama. Le sujetaron las manos y en un rápido movimiento, le suministraron una dosis de tranquilizantes para que volviera a dormir.

—¡Sacadme de aquí ahora mismo! ¡En este mismo instante! —Fue lo último que alcanzó a decir antes de caer inconsciente nuevamente, cesando su movimiento delirante de piernas y brazos, en un intento de soltarse. La deliberada agitación de su cuerpo, sucumbió y permaneció inmóvil durante unas horas.

Cort

Una larga semana transcurrió con la misma actitud inconcebible. El comportamiento de Axel se había tornado más agresivo que de costumbre; se negaba a tomar cualquier clase de medicamentos o de consumir alimentos, y sobre todo no confiaba en ellos. En su mente se mantenía firme la idea de que los doctores pretendían acabar con su vida, utilizando algo que había escuchado llamar “drogas”. Él solo quería respuestas y no las obtenía. Todos los doctores y enfermeras se negaban a contestarle cualquier cosa que preguntase. No podía realizar un plan de escape, sería inútil, no conocía el territorio enemigo y fugarse sería un suicidio, lo tomarían por loco, lo drogarían y lo encerrarían en una habitación blanca, donde las paredes y los pisos son almohadas, y en la cual te atan con una camisa de fuerza para evitar que te lastimes. O así había escuchado de un hombre que gritaba y luchaba contra los doctores en el pasillo fuera de su habitación.

Durante una tarde de tormenta, Axel se estremecía sobre la cama. Dejaba salir estruendosos alaridos de dolor, daba vueltas de un lado al otro en el lecho mientras presionaba fuertemente su pecho con una mano. Un incesante dolor atormentaba y oprimía su cuerpo. Le faltaba el aire y sentía en cada nervio de su cuerpo innumerables ramalazos de electricidad que le paralizaban. Los enfermeros hacían un intento por auxiliarlo, pero nada funcionaba.

Una tormenta tenía lugar en la ciudad, inimaginables truenos y relámpagos horrorizaban a la población, y un terrible sonido producido por el viento, que azotaba a los árboles, contrastaba con los alaridos de Axel. A medida que el agua proveniente de las nubes se intensifica, el dolor de Axel aumentaba. El sonido de los truenos hacía temblar los objetos y los relámpagos iluminaban todo espacio oscuro. Las venas de Axel brotaban de su piel brillando fugazmente, como si aquella tormenta estuviera también dentro de su organismo, afectándolo por alguna razón incomprensible.

—¿Qué está ocurriendo aquí? —inquirió el doctor Schulze, adentrándose a la habitación con agitada prisa—. ¿Cómo está su pulso? —preguntó a los enfermeros que allí se encontraban.

—Muy acelerado, señor.

—¿Cuánto tiempo lleva así?

—Un par de minutos, señor.

La lucha del doctor y de los enfermeros por establecer a Axel Joll fue en vano. Nada de lo que hiciesen resultaba positivo. Los tranquilizantes no surtieron efecto y comenzaban a temer que esta clase de comportamiento fuera producto de algún medicamento. Axel dejaba salir alaridos ensordecedores de dolor, uno tras otro, como las balas que salen de una ametralladora. Una parte de él deseaba tomar un cuchillo y clavárselo en el corazón para cesar el dolor que parecía interminable. No obstante, la parte consciente y racional de él, le inspiraba a tranquilizarse. Su mente era como una hoja en blanco, no pensaba en nada, no tenía el control de su cuerpo, el mando lo tenía el dolor, que manchaba en un instante la hoja blanca, con rayones negros y rojo. "¡Ya basta!" Gritaba una y otra vez en su mente, cerrando los ojos con fuerza, como si eso que lo atormentaba, desaparecería. Los doctores y enfermeras observaban con horror como Axel se removía atado a la cama de hospital, con lágrimas en los ojos y voz entrecortada.

La tormenta cesó poco después de quince minutos, al igual que el sufrimiento de Axel. Este se encontraba ya con pulso estable e inconsciente, consecuencia de la alta cantidad de tranquilizantes que le habían suministrado anteriormente.

Era extraño y desconcertante lo que acababa de suceder. Ningún doctor o enfermera tenía idea a que se había debido el ininteligible ataque de histeria y dolor que Axel había presentado. No despertó ni demostró señales de conciencia durante tres días. Débil, pálido y adolorido retomó lugar en la realidad una madrugada, en el mismo instante en el que una enfermera entraba para cambiar el suero que lo alimentaba.

—¿Qué día es hoy? —inquirió con voz casi inaudible. La enfermera se sobresaltó dando unos pasos atrás. Se acercó despacio a Axel y lo observó con curiosidad.

—Ha despertado finalmente —susurró con sorpresa. Axel repitió su pregunta débilmente y ella contestó vacilante—. 13 de junio del 2017.

Al escuchar aquello, los ojos de Axel se abrieron como platos y centenares de preguntas recurrieron a su cabeza. A juzgar por la fecha que esa mujer le había dicho, confirmaba sus sospechas y su hipótesis.

«¡Lo he logrado!» Se dijo mentalmente. En su rostro se dibujó una expresión de satisfacción, la cual no tardó en transformarse en una de preocupación. «¿Cuántos días llevo aquí?». Se preguntó inquietamente. «No tengo manera de saberlo ahora. Aun así, debo recolectar información suficiente sobre todo tipo de descubrimientos científicos y luego volveré».

—Señorita, permitidme hacer una pregunta más —anunció en voz baja a la mujer, quien se acercó nuevamente a él e hizo un ademán que le indicó a Axel que podía preguntar—. ¿Qué reinó es este?

La mujer frunció el ceño sin comprender a que se refería con “reino” y acto seguido, le contestó con indiferencia:

—Aquí no hay ningún reino. Estamos en Ulm. —Axel pareció no comprender el significado de las palabras de la mujer y le preguntó qué significaba—. Ulm es una ciudad del estado alemán de Baden—Wurtemberg. Usted y su familia tienen más de un año viviendo aquí. ¿Cómo es que no lo sabe?

—Solo lo había olvidado. Muchas gracias, señorita. —Fingió una sonrisa y siguió con la mirada a la enfermera que ya se retiraba de la habitación.

Luego de dejar salir un profundo suspiro, observó por la ventana de la habitación. «Entonces, ¿ya no me encuentro en un reino? ¿Quién rige este pueblo si no hay rey alguno? ¿La palabra “alemán” tendrá algo que ver? Y si es así, ¿Qué significa? ¿Por qué son todos mestizos? ¿Habría una guerra donde todos se mezclaron? Tal vez por ello no me reconocen o muestra respeto hacia mí». Preguntas como estas se reflejaban en su mente, todas sin respuestas racionales. «He viajado 500 años al futuro. Nadie me reconocería porque de cierto modo, ya he muerto». Pensó con ironía. «¿Quién soy aquí?» Se preguntó ahora con extrañeza. «Tal vez morí y reencarné en esta persona. Eso es realmente ilógico».

Después de analizarlo detenidamente, llegó a una vaga conclusión; se encontraba en el futuro y contaba con escasa información sobre ese lugar, parecía que la máquina había dejado de existir, no tenía otra, ni mucho menos podía construir una, no sabía cómo conseguir materiales para hacerlo. «¿Debo fingir ser esta persona?» Pensó llevando una mano a su barbilla. «Es la única forma de conseguir insumos para lograr construir una nueva máquina. Por ello necesitaré realizar cálculos y planos, no obstante, aquí todo ha de ser más avanzado, y no me tomará mucho tiempo rehacer la máquina». Pensó con optimismo.

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