Something in the way
Something in the way
Por: Tata Kae
DE MIDZAN A UN LUGAR DESCONOCIDO 1

—¡¿Está seguro que desea hacer esto, mi señor?! —exclamó Baham, observando preocupado en todas direcciones—. ¡¿Tiene en cuenta que podría morir?!

La infame ráfaga de viento agitaba todo objeto sobresaliente del suelo, azotando con fuerza los árboles y produciendo un estruendoso sonido.

—¡Estoy dispuesto a tomar el riesgo por el bien de la ciencia! —afirmó Axel, volviéndose hacia el señor Baham al tiempo que se adentraba en la curiosa máquina.

Las gotas de sudor resbalaban lentamente sobre su frente. Su corazón palpitaba azoradamente y su apretada sonrisa, ocultaba la sensación de ansiedad presente en su garganta. Nadie más que él tenía en claro que su vida podía acabar en ese instante, sin embargo, anhelaba ese momento como ningún otro.

Axel Joll era mejor conocido por ser el príncipe heredero de un reino llamado Midzan y el segundo al mando de las tropas reales. Su tenaz y competitiva actitud en el ámbito intelectual y militar, lo convirtieron en un gran ejemplo a seguir, daba mucho de qué hablar entre los habitantes de Midzan, cuya ubicación era hacia el occidente, costeando el Océano Atlántico, donde la eterna nieve del Círculo Polar Ártico, abrazaba a la nación midzaniana durante gran parte del año.

El reino era habitado por miles de personas, pero solo los nobles tenían una característica piel blanca, suave, delicada e intensamente pálida, con vellos rubios en los brazos y largos cabellos negros. De los habitantes, se podía decir que eran igualmente de una magnífica raza, los hombres eran corpulentos, de hombros amplios y de gran estatura. No era extraño tropezarse con hombres de más de 1,90 metros de estatura, y las mujeres, no eran mucho más bajas que los hombres. Estas eran delgadas, con pecas en el rostro y en su mayoría, pelirrojas. La población midzaniana, era alegre y festiva, amantes de la naturaleza, la música, el baile, el arte y los deportes. Eran personas sencillas y bondadosas, pero verdaderamente crueles y salvajes al momento de enfrentarse en una guerra.

Desde joven, Axel Joll se había enfrentado en innumerables batallas por el honor de su reino, llevándose consigo la victoria, pues un noble como él, se había caracterizado siempre por ser un prodigioso en las artes militares, cabalgando firmemente por las montañas, con su espada en mano y sin temor alguno hacia el campo de batalla. Pero como su padre, el quinto rey de Midzan, le había dicho desde pequeño: "Un noble no puede estar compuesto solo por un espíritu guerrero. Sin un intelecto respetable y un apasionado gusto por las artes, no es más que un simple soldado que sigue ciegamente las órdenes de su rey", creció con aquel ideal en mente.

Axel desarrolló una imparable obsesión por la física y la astronomía. Con el mentor más honrado de la nación como tutor, su inteligencia se convirtió en un arma mortal. A la edad de nueve años, había acabado de leer cada libro que se encontraba en la biblioteca de su tutor y solo dos años después, con todos los que había en la del palacio. En su adolescencia, gozó de una reputación divina, admirable y envidiada por los demás chicos de su edad, pues su ingenio y su creatividad nunca tenían fin.

En sus pocos momentos libres, los cuales solo le eran concedidos después de las prácticas con los oficiales, solía permanecer junto al río, leyendo en voz alta para las aves, ardillas y gatos que estuvieran cerca o, solo se sentaba junto a los guardias que vigilaban sobre las puertas del palacio, a dibujar en su cuaderno a las hermosas jóvenes del reino. A sus 17 años, era todo un galán a caballo por el cual las chicas suspiraban. Su negro y largo cabello se agitaba con el viento. Su radiante y amable sonrisa brillaba más que el sol, aunque esta, muy rara vez esbozaba. La mirada seductora y maliciosa con la que recorría el cuerpo de las chicas al caminar, se caracterizaba por el grisáceo color de sus ojos pequeños y alineados al reír. Gozaba de un buen cuerpo al igual que el resto de los hombres, pecho erguido, amplios hombros y abdomen marcado, con una altura de 1,92 metros. Sus varoniles y atractivos rasgos, la manera lenta y parsimoniosa de emplear sus dotes artísticos, su arrogante y severa forma de ser en la política, y lo despiadado que se mostraba en el campo de batalla, lo convirtió en el hombre más deseado del reino.

Cuando cumplió 20 años, fue nombrado el segundo capitán al mando de las tropas reales y en una de sus misiones a las costas, se enamoró de una joven, la hija de un doctor. Con ella compartió lo que pensó ser la etapa más maravillosa de su vida, un momento mágico, una vida plena, colmada de un eterno amor e imposibles sueños. Cuanto la amaba. Aun así, su deseo de que las noches de vigilia, los días helados, las miradas infinitas, y toda su vida junto a ella fueran eternas, jamás pudo hacerse realidad, pues para su desgracia, el destino y las tropas enemigas no lo quisieron así. Se la arrebataron de los brazos, de su vida, de su alma. Agonizante y vengativo, no tuvo otra opción que seguir adelante con su vida. Pero para él seguía siendo imposible borrar su recuerdo. Todavía, después de cinco años, sus sentimientos por ella no habían cambiado y nunca lo harían. Seguía sufriendo por su gran amor, seguía pensándola día y noche, seguía llamándola con el corazón, incluso en momentos importantes, como en este, donde estaba a punto de hacer el descubrimiento más importante de su vida.

—¡No debería hacerlo, mi señor! ¡Si vuestro padre se entera me matará! —prosiguió Baham con aspecto irritado—. ¡Y como si eso no bastara, usted aún es muy joven para esta clase de aventuras! ¡Tal vez debería ir yo en vuestro lugar, nadie notará la ausencia de este pobre viejo!

—¡Ya basta! —interrumpió—. ¡No deseo oírle decir ni una palabra más! ¡Sabe muy bien que no daré ni un paso atrás! ¡Ya es hora de la tormenta!

Tomó audazmente las palancas que se disponían frente a él y ajustó su indumentaria.

—¡Estoy seguro de que funcionará! Confíe por lo menos una vez en mi palabra. Sé que los cálculos que realicé, no han de fallar.

—¡¿Y qué ocurrirá si no logra regresar, mi señor?! ¡Vuestro padre enloquecerá y lo buscará sin descanso! —insistió Baham.

Estaba al corriente de que debía detenerlo, no obstante, el obstáculo más grande que se le presentaba era el mismo Axel Joll, pues este también tenía la fama de ser una persona realmente obstinada.

—¡Sin mencionar el hecho de que no volveré a ver la luz del día! —continuó después de una pausa.

—¡Usted no se preocupe! ¡Ni siquiera notaran mi ausencia, porque no demoraré en regresar! —exclamó, vigoroso y con total confianza.

Finalmente, Marte y la Luna se habían alineado con la Tierra y el eclipse comenzaba, justo como había sido previsto por Axel dos años atrás. Los cielos no tardaron en enfurecer. Centelleantes luces purpuras y verdes se dejaban ver en el azul oscuro de la noche. La iluminación de la luna creciente fue cubierta por densas nubes grises, las cuales se unieron en una sola capa de terror, propias de un cuento de Lovecraft.

—¡Ha llegado la hora, mi señor! —dijo Baham, observando resignado el espectáculo en el cielo—. ¡Lo estaré esperando con ansias!

Del cielo comenzó a caer una lluvia fría que prometía inundar muchas aldeas esa noche. Un árbol cercano cedió ante tan violenta brisa, cayendo al suelo en estrepitoso temblor. La máquina era un sencillo palanquín construido con acero. En su interior se posicionaban dos palancas de hierro, las cuales, funcionaban como circuitos de tiempo, lo que le permitía al viajero avanzar y detenerse en el espacio temporal. Baham hacía un enorme esfuerzo por llevar el palanquín hasta el borde de la montaña. Cuando consiguió hacerlo caer por la pendiente, un relámpago azulado, seguido de un trueno, se unieron para desembocar toda la carga eléctrica sobre una vara de grafito ubicada en la parte superior trasera del palanquín.

Un pequeño canal de grafito condujo la energía hasta las palancas del circuito de tiempo, las cuales, a su vez, estaban conectadas a una roca de plutonio. La conjugación de estos dos proporcionaría una velocidad aproximada de 150 k/h a la máquina. Una vez esta alcanzó dicha velocidad, inició el desplazamiento temporal, en donde el plutonio comenzó a transmitir electricidad a la base del palanquín, generando un haz de energía que abrió una discontinuidad temporal frente a la máquina, por la cual entró finalmente, desapareciendo en una nube de partículas provocadas por la mecánica cuántica.

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