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 Contaba los minutos para que la clase de sociales terminara, no me gustaba esa materia, apenas estaba iniciando el segundo año de castellano en la universidad central, mi horario era un completo caos, por lo menos hoy, tenía que quedarme hasta las dos de la tarde y luego tendría que ir al templo, yo usualmente era la que cantaba en todos los servicios.

 Cuando el profesor dijo que nos podíamos ir, fue como musica para mi oidos, sin embargo, solo teníamos una hora para almorzar antes de entrar a nuestra última clase. Tenía un pequeño grupo de amigos con los que me juntaba, no porque yo los hubiera elegido, sino porque solo nosotros habíamos perseverado en la carrera, apenas quedábamos veinte, y solo tres tenían exactamente el mismo horario que yo.

 Llegamos al comedor y tomamos asiento en el patio cerca del estacionamiento, Jenny hablaba de lo bien que lo había pasado el jueves con su novio follando en un baño público, ella era así no le importaba mucho hablar de su vida sexual, pero no me involucraba en esas conversaciones que al ojo de nuestra religión eran pecaminosas.

Al ser la hija de alto sacerdote siempre debía ser un ejemplo; casi perfecta.

Me disponía a darle un mordisco a mi sándwich de pollo cuando me di cuenta que todos en la mesa me observaban.

 -¿Qué? –murmuré confusa.

 -Decía –repitió Alex algo que al parecer no había oído-, que hoy iré al templo, ¿tú cantarás hoy, cierto?

 -Si –dije-, que raro en ti, tienes años sin ir.

Su familia antes asistía y eran muy pegados a mis padres, pero hacia 2 años atrás tomaron distancia fue cuando el señor Alexander; el padre de Alex falleció.

Alex le restó importancia a mi odiosa respuesta y sacó el tema de una nueva pelicula que estrenarian en el cine mañana, de verdad yo la quería ver, pero debía pedirles permiso a mis padres y eso seria todo un reto porque mis padres no me dejaban salir con mis amigos de la universidad.

 -Kati, tienes 18, eres mayor de edad –riñó Camila-, ¿hasta cuando vas a “intentar” salir con nosotros?, sabes que nunca lo haces.

 Ella tenía razón, en realidad siempre ponía excusas porque mis padres nunca me daban permiso para salir con ellos, decían que eran una mala influencia, pero eran mis amigos, de igual modo me obligaban a ir con mis amigos del templo, la pasaba igual de genial, pero no era lo mismo.

 -Hasta que su padre deje de ser el alto sacerdote –dijo Alex quitándome un pedazo de pan de mi plato y metiéndoselo a la boca.

 -Joder… –murmuró Camila de la nada pareciendo completamente asombrada-, ese es un papasote.

 Alcé la cabeza para observar que: Alex, Jenny y Camila miraban en una sola dirección a mis espaldas, cuando miré alrededor, me di cuenta de que en realidad la mayoría de los que estaban en el comedor miraban lo mismo, voltee también para observar cual era el alboroto y creo que quedé igual de impresionada.

Gu-a-o.

 Era un muchacho acabando de estacionar su moto en el estacionamiento luciendo una chaqueta de cuero junto con el resto de su vestimenta oscura, lentes cubriendo sus ojos y el cabello rozando sus hombros. Bajó de la motocicleta con agilidad y elegancia, posiblemente él era muy consiente de todas las miradas alrededor, pero parecía estar acostumbrado a llamar la atención con tan solo hacer presencia.

 Forcé mi boca a cerrarse cuando comenzó a cruzar el jardín, y se detuvo en mi mesa frente a mí sentándose al lado de Jenny como si perteneciera al grupo, el chico quitó sus lentes y me quedé en shock.

Era el chico de la moto.

Ese que me compró el pastel.

 -Hola, Catira –dijo. Creo que escuché a Camila gemir en voz baja al escuchar su voz profunda.

Definitivamente era como estar con una celebridad, todos parecían estar murmurando de él, es decir había chicos lindos en la universidad, pero ninguno que llamara tanto la atención como él.

 -¿Qué haces aquí? –Acusé, pero entonces me di cuenta que soné agresiva así que agregué un poco más calmada: - Es decir… hola, ¿qué haces aquí?

 -Necesitaba asesoría espiritual –dijo el chico, sus ojos azules me miraban con fijeza, como si quisieran entrar a mi cabeza poniéndome algo nerviosa odiaba sentir que no podía dejar de deslumbrarme por su absurda belleza de dios del inframundo.

 -Creo, que nosotros –comenzó a decir Alex levantándose de la mesa, su sonrisa más grande de lo usual guardando algo de picardía-, nos tenemos que ir…

 Camila y Jenny parecieron reaccionar, por lo que también balbucearon cosas inentendibles y se levantaron de la mesa y se fueron.

Evidentemente, querían dejarnos a solas.

 -¿Qué ocurre? –pregunté intentando aparentar no estar echar un manojo de nervios, no podía ni siquiera sostenerle la mirada.

 -Bueno Catira, seria bueno que respiraras un poco, puedes asfixiarte –murmuró con algo de burla, sentí mis mejillas sonrojarse, inconscientemente había dejado de respirar por mi nerviosismo.

«Muy mal Katiana, relájate».

 -No me llames Catira, sabes mi nombre –repliqué-, Y de hecho… ¿Cómo sabes mi nombre?, nunca te lo dije, ¿Cómo sabes dónde estudio?

Tenia demasiadas preguntas en mi cabeza.

 Él sonrió, no parecía intimidado por mi cuestionario, solo entretenido.

-Tú pulsera –se arremangó un poco sus mangas y dejó que viera la pulsera que me quitó el día anterior adornando su muñeca-, tenía escrito Katiana, supuse que eras tu. Mi prima estudiaba castellano, pero ya se retiró, casualmente te conocía.

 Oh, su prima.

 Bien eso explicaba mucho.

 No recordaba haberle puesto mi nombre a esa pulsera, aunque no podía encontrarle otra explicación, no era como si él fuera un psicópata acosador o algo así… ¿cierto?

 -Oh –dije sintiéndome estúpida-. Ehm, bueno, ¿Qué quieres? ¿Por qué viniste?

—Quiero que me des asesoría espiritual —dijo.

Noté como sus labios formaron una ligera sonrisa ladeada mandándome algo parecido a un infarto a mi corazón, no estaba entrenada para asesorar espiritualmente a muchachos guapos, para esos estaban el alto sacerdote y los diáconos; esas personas que tenían muchos años en el templo que mandaban después de mi padre.

 -Ayer me dijiste que ahorrabas –continuó-, ¿para qué? ¿unos audífonos?

 Afirmé con la cabeza no sabiendo muy bien a donde quería ir con todo esto.

 -Si, los mejores audífonos que haya visto nunca son unos de una marca incomparable –dije, la música era mi mundo, lo unico que podía hacer con libertad, donde mis padres no me podían controlar, mis ultimos audifonos era desechables y se rompieron al mes, en cambio los audifonos que quería, eran lo último en tecnología, y había encontrado un buen precio por unos usados, aunque todavía me faltaba reunir la mitad.

 -¿De qué color? –Siguió indagando como si fuera importante-, no me decepciones diciendo que unos rosados con ridículos corazones decorativos.

 Me reí, sin embargo me ofendí un poco, yo nunca fui exactamente de esas chicas que se derretían por las cosas bonitas o adorables, aunque mi madre me obligaba a que fuera así (a juzgar por la ropa que tenía puesta hoy; un vestido de corazones rosado).

 -Siempre quise unos azules –dije-, es mi color favorito.

 Él alzó una ceja.

 -Eso quiere decir que crees que tengo unos ojos hermosos —dijo con algo de burla.

Uh.

 Cuando fijé mi mirada en sus ojos él me sonrió y sentí mis mejillas picar hasta sonrojarse, maldición, con él andaba como un tomate andante, ¿pero ¿qué pasaba conmigo?

Me abracé como si tuviera frio, aclaré mi garganta y me encogí de hombros.

 -Ya, ambos sabemos que eres lindo –las palabras salieron antes de que mi cerebro procesara que le estaba coqueteando.

Oh… oh.

 -¿De qué trata la asesoría espiritual? –agregué rápidamente intentando ocultar lo que había dicho.

Qué horror.

De repente él sacó algo de su chaqueta, parecía un paquete, o una pequeña caja.

 -Ten, es para ti –me dio la caja, fruncí el ceño sosteniéndola en mis manos en completo estado de shock.

No podía ser verdad.

Esto no podía ser posible, casi se me sale el corazón por la boca, ¡Eran los audifonos que tanto quería!, ¡Nuevos! ¿Cómo…? ¿Por qué…? lo miré en espera de lo que diría.

 -Son de un color tan hermosos como mis ojos –dijo con algo de burla.

Lo miré esperando que dijera algo más, pero simplemente se levantó y se inclinó en la mesa invadiendo mi espacio personal, no pude moverme, no pude reaccionar.

Nunca había estado tan cerca de un chico.

 -También creo que tus ojos son bonitos —murmuró, sus ojos bajaron a mi boca.

¿Iba a besarme?

Sentía que iba a desmayarme.

«Cálmate Katiana».

 -Soy Keller –murmuró, apenas pestañé cuando se dio media vuelta y se fue dejándome completamente impactada, mis manos temblaban y mi corazón desenfrenado.

Vaya manera de presentarse.

Solo esperaba no verlo nunca más, Keller parecía tener la palabra «Peligro» en la frente y lo último que quería era problemas...

Pero obviamente, él no me dejó en paz.

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