Mi religión es amarte
Mi religión es amarte
Por: Ysaris
Prólogo

Hoy era el cumpleaños de mi padre, así que me mandaron a comprarle un pastel, al menos había conseguido su favorito; uno de vainilla, ya la fiesta había iniciado, pero fue una fiesta demasiado improvisada, mi padre era el alto sacerdote de la iglesia de la ciudad por lo que todos querían estar cerca de él y de la nada todos comenzaron a aparecerse en la casa, no tuvimos más opción que comenzar a hacer bocadillos y comprar el pastel.

Empujé la puerta de vidrio con mi cadera para poder salir a la calle, mis manos sostenían la gran caja con un pastel de vainilla.

Solo esperaba que no se me cayera…

  A lo lejos podía ver una moto acercase, me daba tiempo cruzar la calle, o eso creía, porque no vi él desnivel que dividía la calle de la acera, mis pies se enredaron en un torpe baile, la caja voló de mis manos y caí de rodillas en el piso como toda una estúpida.

 -No… -murmuré, mi preciado pastel se había salido de la caja y se había esparcido en toda la calle. Me arrodillé intentando en vano devolverla a la caja, como si eso pudiera reconstruirla mágicamente, sin embargo solo terminé sucia de crema y con raspones en mis piernas, maldita sea.

Que desastre.

Lo peor era que no tenia mas dinero para comprar otro.

 El sujeto que venía en la moto se estacionó a un lado de la carretera, bajándose en un ágil movimiento, tomé una profunda respiración, no podía aguantar mi vergüenza, pero más que eso, ¿qué le diría a mi madre?, ella me había dado el dinero justo para comprar el pastel, y decirle que lo había lanzado en medio de la calle… iba a matarme.

Bueno, no literalmente, pero definitivamente no le gustaría.

-¿Te caíste? —preguntó el chico de la moto.

 Creo que mi mirada enojada demostró mis pensamientos.

-No -dije con sarcasmo-, solo quise sembrar un pastel en la carretera para ver si crece un árbol de pasteles.

 No debía hablarle de esa forma, por la religión de mi familia, pero me valía, estaba enojada.

 El sujeto me tendió una mano para ayudarme a levantar, pero luego la recogió al ver mis manos llenas de crema.

«Ya levántate Katiana, deja de ser tan patética».

Me levanté del suelo para dejar de ser tan patética, las personas que pasaban por ahí no disimulan la burla y la pena ajena en sus rostros, esto era humillante, hasta los sujetos de las otras tiendas salieron a ver qué había ocurrido.

-¿No has probado sembrar pasteles en la grama? —continuó el chico de la moto con algo de burla.

¿De verdad él creía que estaba para bromas?

 Alcé la vista y el muchacho sonrió, pude ver una cicatriz que cruzaba su ceja, me quedé por un instante impactada observándolo… vaya, era bastante atractivo.

«Ya concéntrate Katiana».

 Intenté agitar mis manos para quitar él exceso, pero la crema parecía estar adherida a mi piel.

-Debo comprar otro pastel -gruñí, ahora tenía que usar dinero de mis ahorros, un preciado dinero que guardaba celosamente para comprarme unos audífonos originales muy caros.

-¿Es tu cumpleaños? -preguntó el muchacho, me atreví a volver a mirarlo, sus ojos eran de un cautivante azul, y estaba segura que él sabía que podía intimidar a cualquiera con esa mirada, de hecho, estar cerca de él me hacía sentir incómoda, tal vez porque era muy alto y corpulento, su cuerpo era como tres veces el mío y eso era mucho decir porque yo no era exactamente delgada, aunque lo aparentaba por las fajas que me obligaba a usar mi madre.

-De mi padre -me limité a decir mientras daba media vuelta para regresar a la repostería, este día no podía ponerse peor.

Abrí la puerta con un empujón de mi cadera, pero no se abría, fue cuando me di cuenta que decía: «Hale», pero no podía halarla, mis manos estaban empapadas de crema pastelera.

—Déjame, yo lo hago —dijo el muchacho de la moto abriéndome la puerta.

Al parecer era caballeroso. Lo miré con una leve insinuación de cabeza en forma de agradecimiento, tampoco era como si quisiera cruzar tantas palabras con él, cuando hablaba con chicos lindos me volvía toda una torpeza y mi lengua se trababa.

-¿Vives muy lejos? —continuó el chico de la moto ¿acaso quería sacarme conversación?—, podría llevarte, para que no siembres más árboles en la carretera...

No.

 De ninguna manera.

 Solo hacia falta ver él tatuaje que tenia en su brazo para saber que primero mis padres me mandarían a un internado en Asia antes de poder subirme a la moto. Mis padres eran muy sobreprotectores, en especial porque mi padre era el alto sacerdote, tenía que ser un ejemplo para todos lo de la iglesia, ser “un ángel” o al menos eso decían mis padres, siempre debíamos ser la familia perfecta, el ejemplo de todos, por lo que mi vida era común escuchar: «Amor, no hagas…» o «Amor, tu no puedes…» porque siempre debía hacer lo correcto.

 -Puedo ir a pie, no vivo lejos -respondí sintiéndome de mal humor.

Odiaba cuando las cosas se salían de mi control.

 Me acerqué nuevamente a la vitrina, solo quedaba un pastel de chocolate que valía diez billetes más que el de vainilla, no podía ir a otra pastelería porque quedaban lejos y probablemente estaban cerradas; en esta ciudad todo cerraba temprano.

 El cajero me miro con una pequeña sonrisa al ver mis manos sucias de crema, a lo mejor disfruto el show en vivo porque la tienda tenía solo vidrios transparentes. Tomé una servilleta de encima del exhibidor y me limpie las manos, exigiendole a la vendedora que me diera el ultimo pastel.

-¿Segura que quieres ir a pie? No pareces tener buena coordinación -se burló el chico de la moto. Puse todo mi autocontrol para no gritarle e ignorarlo, estaba demasiado molesta, no tenía por qué empeorarlo, aunque ya nada parecía poder empeorar.

Santísimo, dame fuerzas.

 Busqué mi bolso, entonces recordé que salí de mi casa solo con el dinero en la mano para el pastel, ni siquiera traje mi celular para decirle a alguien que me ayudara.

¡Santísimo!, ¡dame fuerzas!

-Se me olvido mi billetera –dije con una pequeña sonrisa de disculpas al cajero-, ¿puede apartarme la torta? vengo en diez minutos.

 El cajero alzó una ceja y negó con la cabeza, parecía burlarse de mí.

-No podemos apartar, ni guardar artículos -dijo el cajero señalando con su dedo el cartel que estaba pegado en la pared del fondo, tenía letras rojas y muchos signos de exclamación enmarcando lo que el cajero había dicho.

-¡¿Qué?! –expresé.

¿Qué le costaba apartar la torta unos minutos?, era una compra, mi mayor temor era que fuera a mi casa, y al volver ya la hubieran comprado.

¡SANTISIMO!, ¡DAME FUERZAS!

-Yo la pago –dijo el muchacho-, luego podemos ir a tu casa y me devuelves él dinero.

 Voltee a ver su rostro, él me miró expectante con una pequeña sonrisa secreta, ¿Por qué seguía aquí?

Bueno, creo que no tenía muchas opciones, pero pensar en que él supiera donde yo vivía, no me parecía una buena idea, pero por otro lado; si llegaba sin la torta, probablemente mi madre se reiría de lo ocurrido y bromearían con los invitados antes de volver a darme dinero, pero yo solo sabía, que cuando todos ellos se fuera, el regaño que me gritaría probablemente incluiría una correa para corregir mi torpeza.  

No definitivamente no quería que me golpearan.

 —Gracias. —le dije al chico de la moto, él se limitó a encogerse de hombros, estaba siendo muy amable y era bastante atractivo, ahí podían verme como toda una tonta observándolo con curiosidad, pero es que nunca lo había visto y la ciudad era bastante pequeña.

 El muchacho metió una mano en su bolsillo delantero, parecía que sus jeans eran recién comprados, su camisa era larga y sin mangas revelando unos brazos musculosos, el sujeto volteó sus ojos azules hacia mi y yo aparté rápidamente la mirada sintiendo mis mejillas sonrojarse.

Maldición, me había quedado observándolo descaradamente.

Eso estaba muy mal.

Él sonrió pero no dijo nada simplemente sacó de su billetera una enorme cantidad de billetes, ¿Quién era este? ¿mafioso? Tomó dos billetes y lo entregó al cajero que ni siquiera se molestó en hacer una factura. Iba a agarrar la torta de la encimera, sin embargo el motociclista sexy la agarró primero del mostrador mirándome con algo de burla.

-Es mi torta catira -dijo el muchacho-, compra la tuya.

¿Catira?

Yo no era catira.

-Soy castaña -refuté, él me guiño el ojo e hizo una seña con la cabeza para que lo siguiera hasta afuera.

Bien, ahora que lo pensaba mejor, ¿Cómo haría para devolverle el dinero sin que nadie de las personas que estaban en mi casa lo vieran?

 Lo vi montar su moto y colocar la caja del pastel entre sus piernas, y me ofreció un casco que tenía en el manubrio. ¿Hablaba enserio? tan solo estar a su lado ya era peligroso para mi reputación.

-No me montaré en la moto –dije, su semblante fue burlón, como si supiera que diría eso y entonces agregué:- tengo un vestido.

-Tengo tu pastel –su sonrisa iluminó su rostro… maldición, ¿Por qué tenia que ser tan lindo? era verdaderamente irritable que fuera tan atractivo, el casco que me extendía seguía allí con la invitación abierta.

Maldita sea.

 Miré a los lados, no había nadie en la calle, tomé el casco con manos temblorosas y me lo coloqué ocultando mi cabello dentro, al menos así, nadie me reconocería.

O eso esperaba.

No sabía que aquí, comenzaría todo mi tormento.

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