Falsa sonrisa

Mojó sus labios de nuevo, nerviosa por la presión de la prueba. Jamás pensó que quien fue el prospecto prometido de su mejor amiga le hiciera una pregunta como esa.

—Mi vida privada no es de dominio público, señor Stanford —susurró, más para sí que para el moreno en frente suyo.

Stanford alzó las cejas, perturbado, ¿cómo que de «dominio público»? Ah, con que la señorita Ortega no hablaba mucho de su vida privada, le importaba demasiado la exposición de sus «eventos íntimos». Él pensó que no era para tanto y se sintió realmente excitado: ninguna mujer en la vida se atrevía a desafiarlo o negarle algo que él deseara y ahora ella se rehusaba de esa forma. Sonrió, complacido y extasiado.

—Está contratada, señorita Ortega. —Las palabras fueron arrastradas con infinito libido. La tensión en el aire era palpable, pero increíblemente incómoda para Emma, que intentó por todos los medios no mostrar su desagrado.

Se levantó decidida, mirando a su nuevo jefe con mucha valentía. No se iba a dejar amedrentar nunca.

—¿Cuándo empiezo, señor? —Su voz no tembló, casi saltaba de alegría por eso, en realidad. Encontrar trabajo con su experiencia tan reducida era muy complicado.

—El lunes de la semana próxima, señorita —los ojos celestes de Alex brillaron con astucia: esa chiquilla tendría una semana entera y bien tendida para ponerse más buena de lo que ya estaba.

Emma estiró la mano y al tocar la de Stanford, sintió una corriente extraña que la obligó a despegarse rápido de él. Agachó la mirada, sonrojándose furtivamente: esa había sido una sensación muy extraña que ya había experimentado… con Enzo.

Aparcó el Jaguar que pudo alquilar en esa semana en el garaje del edificio. Suspiró con enojo cuando dejó el volante. Salió del auto mentalizando con fervor: tratar de parecer normal mientras sus padres le hicieran preguntas.

«Emma…»

Se relamió los labios cuando volvió a acordarse de su nombre. Sí, se había enamorado de Saira, era verdad, jamás lo negaría —aunque muchas veces ya no sabía si pensar en que era amor de verdad o la simple evasiva clásica de «un clavo saca a otro clavo». Oh, sí, quería mucho a Saira—. Sin embargo, nunca iba a sacarse de la cabeza a su hermana, aunque hubieran pasado cinco años que sus dedos no pasaran de la tierra a la gloria entre los pliegues delicados de su pequeña; aunque no se hubiera deleitado con su hermosa y delicada figura. Aunque ya hubiera olvidado la adrenalina de entrar en su habitación a la media noche y… hacerle el amor como un loco.

No, no podía olvidarla.

Pero debía frenar aquel deseo, parar con aquellos recuerdos locos… ya aquel evento que, afortunadamente había sido una falsa alarma, les había hecho dar cuenta de lo mal que estaba todo entre ellos. Los dos acordaron dar por terminada aquella enferma relación y ya, eso era todo.

Sus cavilaciones fueron irrumpidas por el sonido de su celular.

—Saira —su respuesta fue neutra.

—Enzo, estoy llegando a la casa de tus padres en este instante. ¿En dónde estás? He tratado de divisarte, pero no veo tu Jaguar por ninguna parte. —La voz elegante y delicada de Anderson se dejó oír por el auricular, con toda la calma que su carácter ameritaba—. ¿Pasa algo?

—Lo siento mucho, Saira —soltó en un bufido, molesto consigo mismo—. He olvidado por completo nuestra cita.

—¡Enzo! —Tal vez, lo que más le había incomodado a ella era el hecho de que, quizá, estaba hablando del reencuentro épico padres-hijo luego de cinco años de ausencia—. ¿Qué es lo que está pasándote? —Preguntó, alarmada—. Quiero decir, hace cinco años que no ves a tus padres, ¿sabes? No es como si te hubieses ido al otro lado del mundo por una semana.

Había algo reclamando «sentido común» en el tono de su chica.

—Recuerda que he hablado con ellos por Skype al menos dos veces por semana —enfatizó el tiempo, dando un resoplido.

—No puedo entrar y presentarme como tu chica si ni siquiera sé en dónde estás —ignoró olímpicamente el comentario de su pareja—. Te espero en «Obsession Bar». Quince minutos —sin más, colgó.

Enzo sabía que cuando ella fijaba una hora era eso o nada.

Siempre Saira podía regresarse a Inglaterra para aceptar su trabajo de arquitecta que le habían ofrecido por los contactos de sus padres.

—¿Regalo? —Inquirió para sí, en voz alta, sacando unos enlatados de la percha—. A qué se habrá referido Alba con eso de: «Oh, Emma, te tengo un regalo, espera hasta el viernes». Además, dudo mucho que sea algo poco importante, porque hace tres días que no puedo hablar con ella por vídeo llamada.

Sin darse cuenta ya había llegado hasta la caja para ser despachada.

—¿Le sucede algo, señorita? —Quizá la pregunta de la cajera no había sido demasiado discreta. Emma agachó la mirada, completamente avergonzada por las miradas de las personas a su alrededor, ¿qué cara habría tenido todo ese tiempo? En cuestión de segundos, estaba roja como un tomate—. Oh, cómo lo siento señorita, ¿he preguntado algo malo? —preguntó la castaña de ojos verdes, escandalizada.

—No, no, no, no es eso —Emma movió las manos, tratando de calmar el horror de la cajera—. Es solo que… —vaciló en decir la verdad, pero… ¡Oh, por todos los cielos, Emma! Siempre había mentido acerca de una relación con su propio hermano, realmente no debería estar asustada por eso—. Una amiga, vive en Inglaterra y hace mucho que no sé de ella.

—Oh. —La castaña siguió pasando los alimentos con avidez, sumando más dólares a la cuenta de Emma Ortega. Le conmovió que su cliente le haya contado una parte de lo que le pasaba, porque era obvio que había algo más que la atormentaba y francamente no estaba segura de si es que ella misma lo sabía— Son 300 dólares, señorita. —Le dedicó su más sincera sonrisa.

—Perfecto. —Y Emma también logró sonreírle de casi la misma manera.

—¿Le cargo a la tarjeta de crédito o efectivo?

—Efectivo. —Afirmó, dejándose llevar por el apuro de las personas en la fila detrás de ella.

—¿Consumidor final? —Pudo haber predicho que la respuesta sería afirmativa, pero la pregunta era de protocolo.

—Consumidor final. —Sacó el dinero del bolso y pagó.

—No ha cambiado demasiado. —Miró extasiada la infraestructura del bar, suspirando de forma delicada y pasiva.

—Las cosas no cambian demasiado en María Sanadora College, Saira.

La joven concordó con su chico, tomando de nuevo el café. Se sentía nerviosa, claro, conocería a los padres de su pareja, porque realmente nunca lo hizo cuando eran vecinos de barrio.

—Por cierto, ¿en dónde está tu hermana?

Con cuidado de no dañarlo —porque apenas lo estaba pagando y no sabía conducir a la perfección—, detuvo su auto gris frente al templo y bajó de él. Suspiró cansada, llevando las bolsas que había comprado en el supermercado para su casa. Paró su andar frente a las imponentes escaleras del templo Ortega-Brown, recordando que hacía mucho no visitaba a sus padres. Un recuerdo asaltó su mente dejándole la cara roja: sí, en esas escaleras Enzo le había mostrado lo mucho que la deseaba, antes de que ella se haya arriesgado a decirle que hiciera con ella lo que deseara.

No habían servido los tratamientos con el psicólogo de la familia, no habían servido los llantos de su madre y los regaños de su padre. Ni siquiera había servido el hecho de que Enzo haya sido obligado a irse para Inglaterra, solo para que estuvieran lejos y mucho menos aquella terrible falsa alarma que los hizo querer decir «basta». No, nada había servido. Sentía que Enzo era lo más lejano a un hermano, ni siquiera era su amigo.

Siguió subiendo con parsimonia las escaleras.

No lo había vuelto a ver en cinco años y aunque le había costado miles de lágrimas, horas de sueño y dolor en el pecho, no se había atrevido a siquiera contactarlo por internet. Suspiró, con tristeza. Sentía una aversión muy grande hacia sí, sentía asco de sí, sentía muchas cosas malas, ¿cómo pudo haberse enamorado de su propio hermano, por Dios? Cada vez que miraba atrás y lo recordaba, sentía un dolor en el estómago que ella traducía como culpa y vergüenza. No solo habían sido sentimientos, no solo habían sido intentos de besos —porque todos creían que ellos sólo habían llegado hasta eso: intentar besarse—. No, no, ellos habían follado y habían follado muchas veces.

Pecado.

Eso: pecado. Pero no podía evitarlo. Recordar sus sentimientos también le proporcionaba cierto placer porque rememoraba el deseo oscuro que la dominaba cada vez que estaba cerca de él. Podía jadear incluso en sueños, imaginándolo sobre sí, dentro de sí. Pero esos delirios habían pasado. Sonrió con suficiencia.

Enzo no volvería a desarmarla.

Tocó el timbre, esperando ver a su madre lanzarse a sus brazos.

—Oh, mamá, siento mucho la demo…

Paró en seco, con los ojos desorbitados.

—Hola, Emma —sonrió con alivio, al percatarse de que, en efecto, sí estaba bien. Le sorprendió que Emma no hubiese cambiado mucho, la última vez que la vio era una chiquilla de diez años.

—¿Tú eres…? —Las palabras se le atoraron en la garganta, ¡conocía a esa mujer! La había visto hace mucho ¿dónde?, ¿dónde? Esas facciones, esos rasgos, ese cabello, esa elegancia, esa madurez en la mirada, en la forma de ser…

—Saira Anderson —se presentó, haciendo una leve reverencia con la cabeza.

—Mucho gusto —le extendió la mano, sonriendo con un poco más de confianza—. Emma…

—Ortega —la interrumpió—. ¿No me recuerdas? Hace trece o catorce años éramos vecinas.

—Oh.

Emma no esperó que Saira supiera tanto de ella. Eso no importaba, el punto era… ¿qué hacía en su casa una chica que apenas recordaba y de la que ni siquiera había grabado el nombre? Y más, ¿por qué ella le había abierto la puerta? Sin ofender, esperaba a su madre.

—Oh, cómo lo siento. Bienvenida a casa, Emma —se hizo a un lado para dejarla pasar y le ayudó con un par de bolsas—. Te abrí porque tu madre está ocupada sirviendo la cena.

—Ya veo. —Caminó por delante de ella, sintiéndose muy nerviosa—. Muchas gracias, ¿Ki…?

—Saira.

—Oh, sí, Saira —respondió, sonriendo con mucha vergüenza. Caminaron juntas hasta el comedor donde estaban Álvaro y Julia—. Mamá, papá —pronunció con cariño y lágrimas contenidas. Hacía mucho tiempo que no los visitaba.

—¡Hija, Emma! —Corearon al unísono, abrazando a la azabache—. Te hemos extrañado tanto.

Saira miraba con celos fraternales la hermosa escena, porque ella también deseó tener una familia así, una familia de verdad. Estaba bien saber que tus padres biológicos sí te amaron y no te abandonaron en un orfanato.

Sin embargo, supo disfrutar de situaciones parecidas en su infancia, ya que su familia adoptiva la amaba mucho. Y luego fue enviada a Inglaterra, becada por la institución donde estudiaba, premiando sus altísimas calificaciones y conducta intachable, manteniéndola lejos de sus únicos padres mucho tiempo, hasta que decidieron ir con ella después de que su primo tomara la presidencia de la editorial.

—Ahora la familia está reunida, de nuevo —exclamó Álvaro, rebosante de alegría. Si bien había secretos oscuros en esa familia, cinco años pudieron sanar todas las consecuencias de sus errores pasados. Todo sería perfecto y cada quien guardaría su respectivo secreto hasta la tumba.

—¿Reunida? —Los nervios de Emma explotaron de manera súbita. No, eso era broma.

—Emma —se le secó la boca. No tuvo noción del tiempo por un momento, porque todo se centró en él, en su hermano Enzo.

—Enzo.

Pensó que quizá se desmayaría, que el corazón se le detendría para volverle a palpitar con más fuerzas, pero nada. No pasó más nada. Solo fue impresión, ¿susto, tal vez? No sabría describir muy bien la sensación, pero en serio hubiera esperado más.

¿Qué pasó?

—Tanto tiempo, hermanita —saludó, socarrón. Enzo pronunció la frase casi disfrutando cada letra. De pronto, los demás estaban en segundo plano. ¿Cuánto hacía que no veía a Emma?

Y como tal, estaba más hermosa de lo que alguna vez recordó. Sin embargo, él ya tenía una pareja y era Saira. Todos sus pensamientos insanos se fueron al caño cuando recordó a la pelinegra que lo miraba con mucha atención, intentando descifrar qué clase de saludo era ese. Se quedó en shock cuando Emma se pegó a él, abrazándolo, sí, abrazándolo, ¡lo estaba abrazando, por Dios! Sintió aquella corriente eléctrica recorrerlo, mientras Emma cumplía con aquel protocolo.

Lo había extrañado mucho. ¡Mierda, sí lo había extrañado demasiado! Y ese abrazo era la mejor excusa para estar más a su vera. Necesitaba sentir de nuevo su pecho, que esos pequeños segundos se detuvieran, porque una vez que rompiera el abrazo, todo se iría al diablo. Enzo la rodeó con fuerza, estrechándola entre sus brazos como hacía cinco años no lo había hecho. Y esos segundos se le hicieron eternos y muy placenteros. No, no había sido capaz de olvidar a su hermana.

El anhelo era mutuo: se habían extrañado, aunque no lo admitieran, pero a la vez sentían una grave aversión hacia ellos. Era muy contradictorio. Las personas restantes miraron a la expectativa. Los padres los miraron de nuevo: sí, ellos no habían cambiado en nada. Sintieron la decepción recorrerles con fuerza por las venas. ¡Nada había funcionado después de todo! A la final, la sangre era mucho más poderosa que la mente.

Saira no encontró nada extraño en la escena, pero podía oler la incomodidad en el aire. ¿Qué estaba pasando?

—¿No vas a presentarme a tu chica? —Se despegó del abrazo. Trató de que su voz no sonara algo lastimera y lo logró. Increíble

«¡Bien hecho, Emma! No sigues siendo la misma imbécil»

Todos se quedaron perplejos: ¡¿cómo lo sabía?! Enzo la miró con la boca semi abierta, ¿qué carajos…? No supo por qué, pero extrañamente se sintió avergonzado. Sí, avergonzado de su relación con Saira. Era la primera vez que pensaba con fervor negar su relación y era la primera vez que deseaba que eso se acabara. Se sintió miserable. Mordió su labio internamente.

—Emma, ¿cómo es que sabes…?

—Ver a una mujer hermosa en casa y a mi hermano dentro de la misma hace que las cosas sean muy obvias —esbozó una sonrisa falsa, muy falsa. No entendía qué le pasaba: sentía sin sentir y le dolía sin doler. Era como sentirse vacía por dentro y que a la vez su carne estuviera siendo destrozada. Oh, demasiadas emociones para un mismo día.

—Emma, ella es Saira Anderson —contra su voluntad, las presentó de manera oficial, ante las miradas preocupadas de sus padres, que se habían mantenido en silencio para calmarse porque sabían exactamente lo que estaba pensando. Enzo caminó hasta al lado de la joven y la atrajo por la cintura—. Mi futura esposa.

—Oh.

Continuará…

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