Descubiertos

Pestañeó confundida, mirando para su amiga, con la boca abierta.

—¿Es en serio? —Luego de casi un minuto de silencio, Emma fue capaz de articular un comentario cohesionado al tema de conversación. El corazón le hincó con fuerza y sintió dolor, dejándola sin aire por un pequeño lapso de tiempo—. ¿Por qué, Alba?

La aludida agachó la vista, con el mismo sentimiento.

—Si sigues así, Emma… —articuló la joven castaña, observando con tristeza el semblante pálido y perdido de su mejor amiga—. Mis padres me están obligando a hacer esto, Emma.

—Pero, pero… puedes decirles que no —su rostro se desfiguró de desespero por un momento, sin opción a treguas. Wright negó con tristeza—. Alba, eres como mi hermana —retenía las lágrimas con una inigualable valentía—. ¡Te vas a Inglaterra, por Dios! —Trató de que medio campus no la escuchara, pero fue casi imposible. Las miradas de varios estudiantes se posaron sobre las jóvenes que estaban en la mitad del jardín del instituto para señoritas de María Sanadora College.

Alba se encogió de hombros, cohibida por el observatorio masivo de sus compañeras. Luego de un par de segundos, todas recordaron que tenían una vida y cosas más importantes qué hacer.

—Lo siento.

Nada más, no podía decir nada más.

Emma no pudo evitar que las lágrimas le rodaran sin pereza, desde el fondo. ¿Por qué Alba tenía que aceptar que sus padres la cambiaran de país? ¡Y de continente, por amor a Dios! Alba era la única persona en la que confiaba como si fuera su vida misma, la única que sabía sus secretos, su relación con Enzo; Alba sabía cada uno de los matices grises de su existencia y lo mucho que le dolían o hacían feliz las cosas que solían pasarle. ¿Por qué irse? ¿Con quién iba a apoyarse luego de caer? Su hermano no era un hombre muy delicado, después de todo.

Suspiró, llena de dolor.

—¿Cuándo viajas? —las palabras le salieron con ronquera, tratando de evitar que más lágrimas la invadieran.

Alba volvió a encogerse de hombros, evitando las lágrimas a toda costa—. Apenas culminemos el instituto. —Emma cerró los ojos, echando la cabeza levemente hacia atrás.

—Entiendo.

El rencor irracional que se acrecentaba en el pecho de Emma era tan palpable como el sol de esa media tarde en Maria Sanadora College, que calentaba con parsimoniosa alegría la ciudad. Alba no quería acercarse a su amiga en esos momentos a pesar de que las ganas de abrazarla eran más fuertes que todo lo demás. ¿Qué iba a hacer, después de todo? Emma iba a irse para New York con su hermano Enzo, una ciudad en donde definitivamente sus padres jamás concederían sus estudios. Si negaba a irse a Inglaterra, entonces es que estaba negándose a estudiar lo que le restaba de vida.

Sus padres querían que algún día se casara con un hombre al que no amaba ni siquiera una pizca. Y no es que el adinerado joven Alex Stanford fuera un mal partido, sino que ella no aceptaría vivir con alguien a quien conservaba en el fondo de su corazón como un amigo de la familia —ni si quiera cercano a ella, como Norman—, porque no estaba acostumbrada a tratar mucho con los hombres. Además, en su corazón siempre estaría alguien más. Inglaterra no sería tan malo si Emma fuera con ella, era verdad. Sin embargo, allá vivía alguien que, en el fondo, ella esperaba reencontrar. Aunque sabía que no tendría tan buena suerte.

Para agregar más contras a la idea, la familia de Emma jamás se permitiría dejar a ir sola a su pequeña y única hija a un lugar tan lejano como ese —ya se había enterado de la negación inicial de Álvaro Ortega con saber que Enzo se llevaría a Emma. Y se suponía que era su hermano—. Además, sus padres deseaban que estudiara para ser la mejor abogada del mundo —como si eso fuera posible—, para que le solucionara la vida legal a su hermano Héctor, que últimamente andaba con unas juntas asquerosas y estaba perdiendo el juicio de a poco.

—Te escribiré. —Agregó, con voz ronca igual a la de Emma—. Siempre —excusó, a modo de consuelo.

—No es suficiente —Emma aún mantenía la vista en algún lugar que no fuera la cara de Alba.

—Te quiero, amiga.

Emma no pudo seguir soportando la angustia un minuto más.

Enzo solía comportarse como un verdadero hermano mayor algunas veces. El consuelo que estaba recibiendo por su parte en esos momentos, era de lo más agradable. Nada que se le pareciera al sexo, claro.

—Ya, deja de llorar —espetó cabreado, sin poder contenerse—. Sabes que detesto ver a las mujeres llorar. —Y más si era ella, por supuesto. Mantuvo a su hermana con firmeza en el regazo, acariciando su larga melena azabache con parsimonia y cariño.

Qué novedad, Emma era la única mujer que lograba sacar ese lado cursi de él.

Cursi en lo que cabía, obvio.

—La extrañaré, Enzo, la extrañaré mucho —hipó en un sollozo, tratando de hacer lo que su hermano le pedía.

—No serás la única —confesó con nostalgia. Entendía perfectamente la tristeza de Emma. Debía aceptar que a él le sentó como una patada cuando Arthur se había ido a Inglaterra cuando apenas iniciaban la preparatoria, y aunque nunca perdieron el contacto, sabía que era un golpe duro para la amistad—. Esa tonta de Alba ha sido una buena amiga siempre —y lo que más le gratificaba, era que siempre había cuidado a Emma de todos los estúpidos que se le acercaban cuando él no podía controlar ese tipo de cosas.

Eso, sin contar que les guardaba el secreto más grande de la vida: los hermanos que se amaban en secreto.

Sonrió, entre malicioso y culpable.

—Sé que me comprendes. Te pasó lo mismo con Arthur, ¿no es así? —A ella también le daba pena recordar aquella despedida. Aunque nunca fue tan cercana a White, lo apreciaba y respetaba mucho, quien además de ser el mejor amigo de su hermano, también era el amor no confirmado de la vida de Alba. En ese momento que lo recordaba, pensó en que siempre quiso saber qué tanto se había enterado aquel muchacho sobre su relación incestuosa con Enzo. Suponía que todo, en esos tiempos, antes de su partida, ese idilio apenas había comenzado.

—Keh. Es igual, nos vemos siempre por Skype. —No admitiría que aún se sentía mal por la ausencia de su mejor y único amigo en la vida.

—Ya veo. —Asintió, acomodando la mejilla en el pecho masculino—. Pero, ¿y si le pasa algo malo a Alba? —Levantó la cabeza para mirar a su hermano, con pavor—. ¿Y si no tiene a alguien cerca para que la auxilie? —La desesperación comenzaba a asfixiarla.

Enzo cerró los ojos, con exasperación. Emma muchas veces lograba joder la vida con su paranoia.

—Todo va a estar bien, Emma. Alba no es ningún bebé —replicó, mirándola con un poco de enfado y preocupación. En verdad le estaba dando fuerte eso de la partida de Alba.

Suspiró, con ganas de besarla en esos momentos y calmarle el dolor que llevaba dentro. Cuidarla y estrecharla era lo único que se le ocurría para no verla de esa forma. Quizás es que era muy tonto.

—Gracias, Enzo —escondió la cara en el pecho de su hermano, aspirando el olor tan intenso y masculino que desprendía.

El aludido se sonrojó—. No me lo agradezcas, tonta —no sabía si reír nervioso o gruñir de enfado con el agradecimiento de su hermana. Ella no tenía que agradecer el afecto que él le daba, y menos en un momento como ese.

Emma se encogió de hombros, sin poner atención al comentario hostil de Enzo, echando un vistazo por la sala de su casa desde su ángulo y tomando en cuenta que estaban en una posición demasiado cercana. ¡Estaban siendo en extremo evidentes! Esa no era la posición de hermanos que se están consolando por el viaje de un amigo que se irá lejos.

—Gracias por estar apoyándome —cayó al tema, de nuevo, prestando esta vez más atención a la cercanía peligrosa de Enzo. Por lo de Alba, tenía la impresión de que perdería así a su hermano algún día. Enzo tomó a su hermana del mentón, obligándola a que lo mirara fijamente. Emma notó el destello de dulzura y ansiedad en los ojos del muchacho, secándole la boca al instante—. Enzo…

—Emma, tú… —maldito fuera ese momento y las leyes del mundo. Lo que le deseaba hacer a su hermana en ese momento no era legal, precisamente. Desvió el rostro—. No me agradezcas. —Buena evasiva, Enzo. No quería ceder a sus deseos bajos, no podía ceder. No ahí.

La chica sonrió, sintiéndose invadida por la ternura: cómo amaba verlo sonrojado.

—Quédate conmigo siempre, Enzo.

La propuesta le había salido sin premeditarla, casi con naturalidad. Sintió los músculos masculinos tensarse y se asustó, ¿acaso había dicho algo malo? Giró para verlo, mordiéndose el labio inferior y sonrojándose a mil. Nunca se le había ocurrido decirle algo así a su hermano, mucho menos insinuarle que lo estaba amando más de lo que él podría imaginarse.

Enzo hizo un esfuerzo sobrehumano por controlar sus hormonas, quienes llamaban a su alocado miembro a prepararse para hundirse en el cuerpo tan ardiente de su pequeña hermana. ¡Que no se sonrojara y se moridera el labio, por el amor de Dios! Si Emma tenía cosas que lo encendían eran ese sonrojo y la manía tan deliciosa de morderse el labio inferior, como si no supiera lo que eso le causaba.

«¡Concéntrate, Enzo, que están en media sala!»

—No te sonrojes—logró articular, con la voz ronca.

Emma encaró una ceja.

—¿Qué? —El tono fue divertido. Su hermano gruñó, excitado a mares. Reconoció aquel matiz en su voz al instante. No evitó sonrojarse todavía más.

—Solo no lo hagas y punto —se negaba a mirarla y a ella no le intimidó el tono amenazante de Enzo.

—Y si lo hago, qué.

Oh, Emma estaba jugando con fuego.

«Maldita sea, Emma. No me obligues a tomarte aquí. Ahora»

La presión comenzaba a aumentar entre ellos. No en ese momento, por lo que más quisieran, no allí. Su hermana se humedeció los labios, sabiendo firmemente que ese gesto iba a volverlo loco.

Cielos, qué chica tan mala.

—Emma…—La advertencia estaba impresa en el tono de Enzo. La azabache bajó la mirada hasta la entrepierna de su hermano, relamiéndose al darse cuenta de su creciente erección.

Enzo se maldijo internamente por no poder retener eso como si fuera un mocoso de trece años. Quizás era la adrenalina, porque el miedo estaba despareciendo.

«Comienzas a pasarte de la raya, Emma»

—Quiero que me lo hagas aquí. Ahora. —Ronroneó en su oído, muy suavemente, leyéndole el antiguo pensamiento. Pero él no podía sucumbir, sus padres andaban pavoneándose por toda la casa y no había manera de hacerlo sin que los descubrieran.

«Si sigues así, te follaré hasta que te quedes sin fuerzas para pedirme que pare».

Trataba de hacer todo para controlarse, en serio.

—Contrólate, maldita sea —susurró lo más bajo que pudo, pero con la suficiente fuerza como para que ella lo escuchara.

Su risita perversa lo sedujo más. Sintió su miembro extenderse de un tirón.

—No quiero. —Jugó, atrevida.

«Maldita sea, Emma»

—Pues no me interesa —iba recuperando de a poco la conciencia. Aun la tenía demasiado cerca como para pensar con claridad.

—Ahora, Enzo —jadeó su hermana, enloqueciéndolo lentamente—. Aquí. Te necesito —Emma sentía esa adrenalina llenarle la sangre y recorrerla por las venas, haciéndola sentir viva.

De un momento a otro, Alba y su viaje estaban en otro plano.

—No, Emma. Aquí no —reprochó contra sí mismo, tratando de conservar la poca compostura que le quedaba.

Pero Emma era demasiado tenaz y demasiado viperina como para dejar de convencerlo. Miró sus labios entre abiertos, con esa mirada inocente que escondía un deseo descomunal y volvió a sentir ese tirón.

Le dolió, le dolió mucho.

—Soy tuya, Enzo. —Gimió.

Aquel fue el detonante.

—A la m****a nuestros padres.

La agarró por la nuca, marcándole un beso tan apasionado como el que ella esperaba recibir. El deseo les desbordaba en cada movimiento. Enzo la atrajo lo suficiente como para hacerle saber a su hermana qué parte de su anatomía la estaba reclamando, que no tendría contemplaciones en poseerla como animal, que, en efecto, sí le pertenecía y que todo eso era, por ende, culpa de ella.

—¡Enzo, Emma!

El corazón se les detuvo por unos segundos, mandando al caño el placer que se estaban brindando con ese pequeño beso y poniéndolos alerta, con el pulso latiéndoles en la punta de la lengua. ¡Sus padres, por todos los cielos! Los miraron al unísono, pasmados, pero sin separarse un centímetro.

A la m****a todo.

Los habían descubierto.

Continuará…

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