3.- Leila.

Cuarenta y cinco días desde que lo arrancaron de mí, no solo se lo llevaron a él, sino que se llevaron mi aliento de vida…

No estoy orgullosa de haberme cortado la muñeca, pero de algún modo – muy retorcido por cierto – me siento en paz conmigo misma al saber que llevo una herida en mi cuerpo igual que Jonás al recibir en su pecho la bala que llevaba mi nombre. Soy consciente del dolor de mis familiares y el trauma que supone para mi hermano haberme encontrada con la muñeca rota, la incisión fue bastante profunda por lo cual perdí mucha sangre, era de esperar que muriera, sin embargo la rapidez de sus movimientos y su precisión al administrarme los primeros auxilios me hace reflexionar en que le debo la vida.

— ¡Hola extraña! – me giro para quedarme absorta en el chico de veintidós años que se encuentra de pie en el umbral de la puerta — ¿Qué tal te va la mañana? – trae, además de las muletas, una bolsa de Gellato’s, una nueva tienda de dulces que él supone me deben gustar.

— Hola – digo sin convicción ante su mirada azul-grisácea —, supongo que bien, no sabría decirlo – me encojo de hombros.

Su parecido con Jonás es impresionante incluso su cuerpo a pesar del poco ejercicio que haga, pero su piel pálida me recuerda que él no está, aunque su rostro sea idéntico. A pesar de su impedimento físico es tan atractivo como mi novio, solo que tiene rostro de ángel. Ya a estas alturas ha recuperado casi totalmente el movimiento en su pierna izquierda, siendo la derecha parcialmente movible, se acerca a la cama y mis ojos comienzan a lagrimear, no porque su rostro sea tan parecido al de Jonás, sino porque no quiero que esté aquí, no quiero ver a nadie y no me atrevo a echarlo de la alcoba.

— ¡Tranquila, se que no deseas que venga! – sonríe con tristeza —. Solo quiero que sepas de él – arrugo el entrecejo —, esto solo lo hago porque me lo pidió por medio de alguien, – asiento sin poder dejar de llorar —, envió esto para ti y dentro hay una nota; conoces su letra y aquí te dejo una muestra de mi caligrafía para que no pienses que estoy engañándote – deja la bolsa sobre la cama.

— ¡Gra… gracias! – estoy paralizada.

Moverme supone un gran esfuerzo ya que esto en realidad no me lo esperé, ni siquiera sé si seré capaz de destapar la bolsa y sacar lo que haya dentro por el solo hecho de que lo ha enviado él y… duele como el infierno.

— ¡Leila, él no te abandonaría! – mis sollozos llenan la habitación y mi corazón se salta un latido al asimilar sus palabras —. Solo quería que lo supieras – gira y sale de la alcoba con la pierna izquierda y las muletas de soporte para la derecha, cerrando la puerta tras de él.

Lloro largo y tendido sin dejar de mirar la bolsa blanca con decoraciones en malva y gris, no me acerco, saber de él es como afilar el cuchillo con el que traspasarán mi corazón si me expresa que no desea verme. Me recuesto en la cama en posición fetal y lloro de manera audible, el dolor que experimento no es solo psicológico, es dolor físico. No hay fibra de mi cuerpo que no duela, que no lo anhele, que no lo añore, estos cuarenta y cinco días he muerto un poco cada vez, obsesionada por las ansias de verlo y tenerlo conmigo.

No calculo cuanto tiempo pasa entre el momento en que Josué salió de la habitación y el que he estado recostada mirando la bolsa, crfeo que hasta he dormido un poco. Me incorporo, dirijo mi atención hacia el baño y recuerdo que llevo casi cuatro días sin asearme. No puedo abrir esa bolsa sin arreglarme un poco, por lo cual me levanto tambaleante de la cama para caminar hacia la ducha. Tomo la bolsa, abro la puerta del armario para guardarla y que nadie la vea. Entonces me voy al baño para asearme un poco y poder disfrutar de lo que Jonás me ha enviado.

Entro y continúo tambaleante, no se que me sucede, pero algo no está bien en mí. La cabeza me da vueltas y la vista se me nubla un poco; aprieto el pomo de la puerta para intentar caminar, cierro los ojos un momento y de ese modo recobro un poco el equilibrio. Miro mi rostro en el espejo y observo la chica desmejorada que me devuelve. Saco la ropa, veo las costillas marcadas, los huesos de las clavículas y el huesudo y prominente mentón reflejado que desentona completamente con unos ojos hundidos completamente acompañados por un par de círculos violáceos alrededor. No soy ni la sombra de lo que era hace cuarenta y cinco días, me he retirado de la universidad encerrándome en este dolor que no se detiene, que me lacera y acaba con mis fuerzas, con mis ganas de vivir porque él es mi vida y si no está… ya no la tengo.

— ¡Vuelve a mí por favor, no dejes que muera por tu ausencia! – otro mareo más violento me sacude.

Cierro de nuevo los ojos para recobrar el aliento que me ha robado la debilidad que tengo en el cuerpo y camino hacia la ducha sin abrirlos. Paso por el váter y recuerdo que llevo un día completo sin vaciar la vejiga, ignoro el pensamiento y levanto un pie para entrar al cubículo, pero al levantar el otro me azota otro vahído y pierdo completamente el equilibrio yéndome hacia adelante sin poderlo evita ya que no encuentro entre lo nublado de mis ojos y mis pensamientos algo con lo cual sostenerme. Entonces caigo. Mi cabeza impacta contra los azulejos y todo se oscurece, me hallo en el piso del baño con lo que supongo es una herida abierta en la cabeza por el dolor agudo que siento, un líquido viscoso rueda por mi frente rápidamente hasta llegar a la barbilla: sangre.

— ¡Auxilio! – es lo único que alcanzo a decir antes de desmayarme…   

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