1.- Leila.

"Ni siquiera la muerte podrá separarme de ti, eres mi vida entera y si debo pelear en el infierno por regresar... no dudes que lo haré y estaremos juntos toda la eternidad. Somos Almas Gemelas". Jonás S.

Mi garganta desgarrada por los gritos y el llanto duele como el infierno, los paramédicos intentan resucitarlo casi sin éxito. Siento que mi cuerpo se desvanece poco a poco, mi vida se va con él, con su último suspiro…

Un mes después…  

— No puedes pasarte la vida encerrada Leila – las palabras de Alice llegan distrcionadas a mis oídos.

Llevo este último mes sin salir y mi alma se hace pedazos cada vez que lo recuerdo. Es como si la tierra se lo hubiese tragado, no he sabido nada de él aunque sus padres se encuentran destrozados también sienten el mismo desasosiego que yo. La diferencia es que yo estoy en piloto automático todo el tiempo y ellos siguen adelante con sus vidas ¿Por qué yo no puedo? Porque él se llevó mi vida para el infierno donde se fue ¿Por qué me duele tanto el lado izquierdo del pecho? ¡Simple! Se fragmentó tanto que no queda nada, solo un hueco hondo y doloroso, una soledad que me consume al punto de lanzarme a un vacío, a lo desconocido, me encuentro  inminentemente perdida en el abismo gris de su mirada y en los recuerdos de nuestra pequeña y corta, pero feliz burbuja.

— No… puedo… aun – es lo que puedo articular, ya ue mi voz suena trémula e inestable.

Escuche a alguien mencionar que se me pasaría rápido porque soy muy joven, pero esto no es un romance tonto de verano, esto es real y aun lo siento en mi piel, en mis huesos. Todo mi cuerpo se encuentra impregnado de él, cada fibra, cada célula de mi organismo lo anhela como si fuese… una droga.

— Me duele verte así Leila – gime mi amiga.

— Entonces… vete – digo hiriente ante su preocupación.

Mis ojos se humedecen y las lágrimas comienzan a salir de nuevo, el dolor vuelve, la desesperación de no tenerlo me abrasa como una llama lamiendo latente mi estómago y cada uno de mis órganos. Estoy muriéndome poco a poco. Alice sale disparada escaleras abajo en busca de mi hermano, ya que no sabe que hacer frente a mis gritos de dolor. Me revuelvo entre las sábanas presa de un sufrimiento agudo que aguijonea todo mi ser.

— ¡Nena, nena por favor… Princesa! – James trata de abrazarme, pero lo empujo y grito, grito tan fuerte que Deyna sube acompañada de su padre para administrarme otro calmante.

El tercero en lo que va de día.

— ¡Dios Santo, me preocupa su estado Dr. Serrano! – escucho entre la bruma del sedante.

— ¡James, ella está sufriendo! Su dolor es del corazón, no se refiere a ninguna patología – escucho el gruñido de mi hermano —, yo lo calificaría como estrés post traumático, ella presenció todo y al desmayarse… su cerebro desconectó con la realidad – el Dr., solloza y quiero volver a gritar — ¡esto es muy complicado y doloroso! ¿Sabes? Ella… es lo único que nos queda de él – mis lágrimas no cesan, intento levantarme.

Un hilo de saliva se cuela por la comisura de mis labios y llega a mi mano derecha, siento la humedad en la piel, pero no siento nada más. Cierro los ojos y caigo en un sueño profundo, pero inquieto.

...

Dicen que la vida te da nuevas oportunidades, pero y no las quiero. Mi hermano lucha por sacarme del hoyo donde me encuentro, sin embargo esa es una difícil tarea porque yo no quiero salir. Solo quiero que regrese. Solo quiero que esté a mi lado. Solo quiero que me dejen en paz.

— ¡No lo voy a defender! – escucho su voz lejana —. Sencillo porque el hermano de ese maldito le disparó a mi cuñado, ahora tengo un preso, un cadáver y un hombre convaleciente desaparecido – su tono ya no es tan amable — ¡Me importa una puta m****a el fiscal! – es oficial. Está furioso —. Acepto el desacato, no amerita suspensión, pero si lo hace ¡que se joda entonces! – hace amago de lanzar el aparato contra el piso, pero se retracta.

— ¿Un mal día vaquero? – indago cuando se gira para volver a su sitio en la mesa del jardín —. Espero que se arregle lo que sea que te tiene así – su mirada azul me escruta, no me juzga, solo me mira con amor.

Llevo puesta unas mallas negras, una camisa de Jonás y voy descalza. Debo verme espantosa porque no me he peinado en días, tengo más o menos diez kilos menos y mi muñeca derecha aún no se cura. No me pasa desapercibida la expresión de tristeza de james al dirigir su mirada ahí. Entonces saco la mano de lña mesa y la coloco en el regazo. El recuerdo vago de la hojilla pasando por mi piel es lo que me anima a caminar, no quiero vivir, pero no puedo morir porque mi hermano sufriría. Suspiro. Creo que eso debí pensarlo antes de atentar contra mi vida, tomando en consideración que fe él mismo quien encontró mi brazo sangrando.

— ¡Nada que no se pueda arreglar con un poco de presión, Princesa! – Sonríe triste — ¿comiste algo hoy? – asiento con una mueca.

— Una galleta – susurro.

— ¡Vaya, debió haber estado deliciosa! – me encojo de hombros.

Mi cuerpo comienza a entumecerse de nuevo, subo los pies en la silla y abrazo mis rodillas. Lloro de nuevo, por milésima vez, como si todo hubiese pasado ayer, duele igual, no importa cuánto tiempo pase. Mi hermano pasa la mano sobre la mesa para tocar las mías que se encuentran alrededor de mis piernas, las acaricia con ternura y sonríe, pero ese gesto no le llega a los ojos.

— Todo se va a arreglar Princesa, lo encontraremos – dice con toda la convicción que puede… y no es mucha.

— ¿Y si no quiere ser encontrado? – balbuceo las palabras y mi boca se humedece igual que mis ojos, haciéndome sollozar fuertemente de solo pensarlo.

— No lo creo Leila ¿tu nunca te fijaste como te miraba? – gimo con dolor —. Él no es mi persona favorita, pero te ama – sacude la cabeza —, siempre supe que podía recibir una bala por ti – de repente todo toma forma.

Los flashes llegan a mi mente como un torbellino, el ruido que alertó a Jonás, el eco de unas voces alrededor de la casa, el sonido de la grama al ser pisada bruscamente. Su expresión de horror  en el momento que ese chico entra en la casa y… me apunta con el arma. La cabeza me da vueltas y la bilis sube inclemente amenazando con calcinar mi pobre esófago ya bastante lastimado. Ahora sé por qué me empujó debajo de la escalera, esa bala era para mí, él la recibió por salvarme.

Ahora yo no lo tengo a mi lado porque mató a alguien que no debía… por mí.  

James salta de la silla para retener mi cuerpo antes de que impacte con el piso, devuelvo el contenido del estómago justo en el momento que me retiene entre sus brazos. Siento un par de brazos fuertes y murmullos, pero ya no estoy tan consciente. Un hoyo negro me engulle y no sé de mí más que al sentir un piquete en el brazo izquierdo.

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