Capitulo 1: Focus

***VERONICA***

Entramos al club y como siempre, la chica llamada Gema nos recibió con una bandeja llena de vasitos shots con un platito de metal repleto de píldoras rosas.

Era opción de cada cliente tomar ambos, pero en mi caso, siempre tomo solo el tequila.

Me gusta el tequila, como el calor de esta bebida infernal baja por mi cuerpo y limpia cada poro.

—¿Otra vez? —pregunta Tina Mendoza mientras miraba cómo coloco mi vasito vacío en la bandeja.

—Vive la vida un día, Tina. No le des tanta mente a las cosas.

—Soy psicóloga. — ese era nuestro principal problema, todas se cohibían, comienzo a pensar que debo buscar un nuevo grupo de amigas.

Tina es la más recatada de todas, de piel canela, ojos saltones y de un color marrón muy oscuro que casi pueden ver tu alma.

Es hija de un coronel y una maestra de preescolar, su familia es la típica que siempre se ve hermosa desde afuera pero dentro de las cuatro paredes es una m****a.

Carla Contreras, en cambio, es el polo opuesto a Tina. Su pelo es afro, unos rizos que envidio en silencio, sus ojos color miel muy similar a los míos y tiene una sonrisa preciosa. Es medio pecosa y de ojos vivarachos, y es la mas lanzada de las cinco.

Jenny y Fanny son hermanas que se llevan apenas un año de diferencia, me gusta molestarlas diciéndole que se parecen a los hermanos gemelos de Alicia en el país de las maravillas. Siempre están juntas, y lo que una dice, la otra lo secunda, aunque no esté de acuerdo.

Por último está Ana, ella es la que menos me juzga, lo hace, pero intenta apoyarme en mis locuras aunque no esté de acuerdo.

Las cinco nos conocimos en nuestra primera clase de Introducción a la Psicología y desde allí hemos estado juntas.

—No creo que quiera seguir viniendo aquí. — dice Tina haciendo una mueca de disgusto.

—Si lo que quieres es irte, la puerta por la compramos está disponible y abierta para ti. —Le digo restándole importancia a su comentario, no me interesa si ella quiere ser una mojigata, yo me quedo aquí.

—Vero, no digas eso. Sabes que hoy vinimos por ti.

—Pues por eso mismo, ¡siéntanse libres de irse! ¡Tienen mi bendición!

—Te estás comportando como una niñata. — me dice Ana cruzando los brazos sobre su pecho. — Lo que Tina ha querido decirte es que…

—Ana, hablo en serio. No voy a estar rogándoles que estén aquí, si alguna se quiere ir, que lo haga. Se que a ustedes no les gusta este ambiente, a mi si, por lo que yo me quedo, y ustedes ahí tienen la puerta.

Ellas no saben de mi deseo por Claudio, tampoco saben de lo vacía que me siento por dentro. No tienen idea de nada sobre mí, porque yo soy quien las escucha siempre, yo soy esa amiga a la que llaman si tienen un problema de chicos, o a la que buscan si alguien las jode.

Pero somos tan diferentes como el agua y el aceite.

Camino entre la multitud, pues es más que evidente para ellas que no voy a cambiar de opinión. Y yo tampoco. Jamás cambio de opinión, al menos no con lo referente a fiestas y gustos, no a clubes ni mucho menos a diversión. Si deseo algo, voy por ello sin pensar en las consecuencias.

¡Puras mentiras!

Lo cierto es que sí pienso en las consecuencias, pero me vale madre lo que pueda suceder siempre que yo pueda disfrutar del momento, lo seguiré haciendo.

Me contradigo permanentemente y lo noto, eso me crispa los nervios. Si fuera a si de desinhibida, hace meses que me hubiera cogido a Claudio, pero no lo he hecho. Mi hermana merece respeto.

Solo ella me detiene.

Aunque por las miradas que Claudio me lanza, estoy segura de que a él, el respeto por mi hermana, se lo estaría dispuesto a pasar por la raja.

Me acerco a la barra, desechando la cantidad de cuerpos sudorosos y el movimiento en la fiesta. No vine aquí a pensar en mi cuñado tóxico y sensual, vine para olvidarme de él.

Maldito sea el dicho del clavo.

¿Será que debo usar todas las herramientas de la ferretería?

Sacudo la cabeza y me enfoco en el tipo detrás de la barra.  Le digo entre mímicas y gritos al bartender, el cual ya me conoce, que me sirva el mismo trabajo de siempre.

El hombre lo hace de inmediato y me guiña un ojo.

—Gracias, bombón. —Le digo sonriéndole.

Los hombres se vuelven locos cuando le dedican un poco de atención.

Sonrío para mis adentros, pero en ese momento, un escalofrío me recorre, siento los ojos de alguien en mi espalda. No quiero parecer más intensa de la cuenta, así que mira hacia la puerta justo por el camino, donde mis amigas se suponían debían de estar. No veo ninguna de ellas, así que imagino que se retiraron a casa. Bien por ellas si es lo que quieren hacer, que lo hagan, me quedaré aquí sola y disfrutaré de mi viernes por la noche.

¿No se supone que eso es lo que todas las personas deben de hacer sus viernes?

Bien por ellas, si quieren quedarse en casa con una taza de café, chocolate caliente o quizás un vaso de agua sin hielo, ¡Que lo hagan!

Sigo sintiendo los ojos sobre mi espalda, giro mi cabeza a la derecha pensando que allí encontraré a la razón de mi curiosidad, pero no veo a nadie mirándome.

El bartender me pasa la Copa de Martini seco con tres aceitunas dentro le agradezco con un asentimiento de mi cabeza porque estoy segura que no va a escucharme con el bullicio de la música que está todo volumen.

Esto es lo único que odio de los clubes. Si alguien me pregunta, amo más el silencio, pero en el silencio debo reconocer que es cuando más alto se escucha la voz interior, esa que me dice que estoy cometiendo una estupidez tras otra.

Casi siento que es la misma voz de Tina.

Sacudo la cabeza y le doy un sorbo a mi Martini. Justo esto es lo que necesito para olvidar a las mojigatas de mis amigas. Cuando levantó los ojos de mi copa, lo noto.

Él está ahí. Sus ojos mirándome fijamente entre la multitud, tiene una sonrisa atractiva, sensual, es tan guapo incluso de lejos que me estremezco y mi piel se eriza.

¿Quién demonios era ese hombre? Parece irreal. Salido directamente de cualquier sueño húmedo.

Le doy otro sorbo a mi Martini, mirándolo directamente a los ojos. Es una invitación, lo sé, y él cae de inmediato.

Se acerca a la barra y con mis piernas cruzadas, mi vestido se eleva un poquito más, dejando al descubierto más de lo debido mis muslos. No me encojo y tampoco extiendo la tela de mi vestido, dejo que vea lo que él necesita. Los hombres comen por los ojos y si lo que él quiere es mirar mi piel, que lo haga ya, luego veremos si es merecedor de tocarla.

Aunque con la pinta que tiene, estoy segura de que la va a merecer.

Actuando por impulso, me dejo llevar por mi sexto sentido o quizás el décimo, a estas alturas no lo sé. Camino segura con mis zapatillas plataformas y mi shot de tequila rondando mi cabeza. Me dirijo hacia el baño. Sé exactamente dónde está, así que puedo tener allí la privacidad que necesito. No sé qué demonios me pasa, no sé por qué hago todo esto cada semana, Intentando llenar un vacío…

Apago cualquier idea estúpida. No voy a pensar en eso esta noche.

Esta noche lo único para lo que tengo cabeza es para ese hombre que me sigue los pasos con dirección al baño. Me aseguro de que no haya ninguna otra persona allí y espero por él subida en la encimera en granito con las piernas ligeramente separadas.

Escucho la puerta abrirse.

No es Claudio, pero seguro que servirá.

—Colócale el cerrojo. —Le ordenó con voz sensual.

Él no me responde, pero hace lo que le digo.

Sonrío para mis adentros, al menos sabe acatar una orden.

Está vestido de negro completo, su cabello es rubio, tanto como si lo hubiese teñido. Él se acerca un poco más y veo el color de sus ojos, son de un verde claro, casi tanto que podrían confundirse con azules.

—Espero que tengas preservativos. —Soy loca, según mis amigas, pero no tan loca como para acostarme con un desconocido en un club sin que esté completamente segura de no contraer una enfermedad.

—Si quieres, podemos subir al tercer nivel, ellos tienen…

—Te voy a detener ahí mismo, no me interesa acostarme en una cama contigo. Lo único que quiero es que me quites el estrés. Es viernes social. — le digo colocando uno de mis dedos en sus labios interrumpiendo lo que seguramente es una oración que lleva practicando bastante. Su perorata ha sido terminada.

Abre la boca y comienza a lamer el dedo que coloca en sus labios. Me gusta, me hace erizar la piel y estremecer el bajo vientre. Entró miedo a su boca y él lo chupa con fuerza y cierro los ojos, moviendo mis caderas hacia él.

El hombre agarra mi muñeca y aleja el dedo de su boca con lentitud. Luego, despacio, comienza a acercarse a mi cuerpo y a lamer mi cuello despacio, pasando su lengua por detrás de mi cuello, siento su respiración acelerada, gimo ante sus besos, el chupa uno de mis lóbulos y me pierdo, joder, cuanto me encanta que me dediquen monerías a cada centímetro de mi piel. El preámbulo es lo que más me gusta, aparte de que me empotren contra la pared.

Sus manos suben por mi cintura y me aprieta con intensidad, me pega a mi y siento su erección dura, fuerte, es grande. Abro más mis piernas para que queden a cada extremo de sus caderas. El vestido se sube por completo, pues es de una tela engomada y sede ante su fuerza.

Mis manos suben por su espalda, siento que tiene algo en su cintura, justo donde va el cinturón. Con curiosidad comenzó a palpar y me doy cuenta de que es un arma.

Me alejo de él, como si esto me quemase, lo empujo con fuerza, el hombre se tambalea, me mira estupefacto.

—¿Qué diablos te pasa? —Me pregunta él, con voz grave, seguramente por la dureza que lleva entre sus piernas y la fuerza que está haciendo para no volarme encima y hundirse en mi interior.

—¿Cómo diablos entraste una pistola al club? —Le pregunto bajándome de la encimera.

—¿Cuál es tu maldito problema? —Inquiere él. —Me llamaste por un polvo. Una maldita pistola no debe de interesarte. ¿Por qué no te colocas otra vez, dónde estabas y me dejas hacer lo que estaba haciendo?

Su tono, su forma de pararse, como aprieta los puños, como su mandíbula se ajusta y casi sus dientes se rompen; todo el me hace entender que he escogido muy mal esta noche.

—¿Por qué no te quitaste el medio para que puedas salir? —Me acomodo el vestido y me quito el cabello del rostro que se me han escapado un par de flequillos. —Esta noche no me follas.

—¿En serio? —pregunta él sin comprender mi reacción.

Y es que ni yo misma me comprendo a qué diablos ha venido, a lo mejor por como mis amigas se comportaron, dejándome sola en el club y arruinando su  noche tiene algo que ver.

O quizás porque mi padre, antes de largarse de casa, discutió con mamá y la  amenazó con una pistola y la colocó  en su frente mientras yo jugaba con uno de mis peluches en la sala y observaba todo a la distancia.

Tenía cuatro años y lo recuerdo como si hubiera sido hoy en la mañana.

La voz de mi conciencia me dice que se debe al asalto de mi padre.

Pero la desenfrenada que quiere continuar con su noche de fiesta me dice que solo tiene que ver con la inconformidad de mis amigas y el desamparo.

—En serio, grandulón. —Le digo pasando a su lado y abriendo la puerta. — ¡Piérdete! —Le grito antes de salir al gentío y caminar directo a la barra.

Él no es a quien cogeré esta noche, pero estoy segura de que no volveré a mi casa aún.

La noche es jodidamente joven. 

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