Capítulo 4

Nunca en mi vida había visto a un chico desnudo, ni siquiera tuve la dicha de ver a Edwin sin ropa. Le muerdo la mano provocando que aquel individuo soltara un grito de dolor y me dejara en libertad, pego carrera y bajo las escaleras pero al llegar a los últimos escalones termino chocando con la tía Jenny.

—¡Santo dios, Candice! —Abre los ojos como platos mientras me regala una pequeña carcajada—. Me he levantado como alma que lleva el diablo en cuanto te he escuchado gritar.

—¡Tía, arriba hay un ladrón con un enorme...! —me muerdo la lengua al darme cuenta de lo absurdo que sonaría contar los detalles y enseguida me sonrojo.

—¿Un ladrón? —la tía Jenny enarca ambas cejas y se dirige a uno de los muebles en donde se veía con claridad que le gustaba coleccionar figurillas de porcelana, saca algo y cuando se gira me sorprende saber que se trata de una escopeta—. ¡Nadie entra a mi casa como ladronzuelo y sale victorioso!

Trago saliva mientras ella comienza a caminar hacia las escaleras pero enseguida baja aquel chico, vestido, y con una enorme sonrisa de oreja a oreja.

—¡Es él! —Lo señalo con el dedo—. Él estaba en mi habitación, desnudo y... un enorme...

Mi tía cruza una breve mirada con ese chico y enseguida ambos se parten de risa, mis mejillas rosadas ahora estaban ardiendo de la vergüenza, no entendía nada.

—¿Un enorme qué? —Me pregunta aquel chico, la malicia tira de las comisuras de sus labios—. Muero de curiosidad de saber qué es eso enorme de lo que hablas.

—Candice, te presento a Damon Homsword, el mejor amigo de Arturo —mi tía le da una palmada en la espalda—. Es como un segundo hijo para mí, y parte de esta familia.

—Es un placer conocerte, Candice —su mirada es fría y muy penetrante, estira su mano y yo me quedo inmóvil—. He escuchado que vendrías, por como hablaban tu tía y tu primo imaginé que serías una chica linda, tierna e inocente pero nunca pensé que disfrutarías de espiar a las personas.

—¡Fue mi culpa, se me ha olvidado informarte que estaría arriba! —la tía Jenny no para de reírse.

—No te estaba espiando, pensé que podía tomar esa habitación, pero ahora sé que te pertenece, así que... —vacilo un poco sintiendo como mi rostro arde de pena al recordar lo sucedido.

—No es mi habitación, yo no vivo aquí, solo me he quedado a dormir, es todo, puedes ocupar esa habitación, la vista es estupenda —Damon me guiña un ojo y se remoja con labios con lentitud tomándose el tiempo para recorrer mi cuerpo sin pudor.

—Candice, cariño, será mejor que te alejes de este demonio, suele cautivar a las chicas inocentes para después hacer con ellas lo que quiera, destrozándoles el corazón —la tía Jenny suelta nuevamente una enorme carcajada; era tan alegre...

—¡Vamos, Jenny! —Damon la abraza y le aprieta con ambas manos las regordetas mejillas—. ¡Eres la única chica en este lugar que no me da una oportunidad! Llevo años enamorado de ti.

—¡Y no te la daré! —responde mi tía dándole una buena nalgada.

—Seguiré intentándolo de igual manera —Damon encoge los hombros.

—Candice, descansa un poco y ponte algo cómodo para el festival, te advierto que aquí todo es caluroso, por lo que te vendría bien enseñar un poco de piel, niña —mi tía me toma del brazo y me zarandea con ligereza—. ¡Santo dios, necesitas alimentarte bien, estás en los huesos!

Yo me sonrojo y veo mi esquelético brazo, Edwin solía decirme en el pasado que no me haría mal un poco de carne, pero después me decía que le gustaba tal como era, aunque para ser totalmente honesta cuando íbamos a los partidos de futbol del colegio, me compraba muchísima comida chatarra. Su recuerdo se negaba a dejarme sola, y el nudo en la garganta vuelve a hacer su acto de presencia amenazándome con soltar todos mis sentimientos por medio de las lágrimas. Así que sonrío, tal y como le gustaría a él.

—¡Claro tía! —Sonrío mientras siento como las lágrimas se acumulan en las comisuras de mis ojos—. ¡Estaré lista! —volteo esta vez hacia Damon y estiro mi mano para estrecharla con la suya, él no deja de verme y no suelta mi mano al tiempo que yo no dejo de moverla—. Es un placer conocerte Damon, si eres amigo de Arturo espero que podamos serlo nosotros.

—¡Oh, Candice! —La tía Jenny me pone una mano en el hombro dándose cuenta de lo que me ocurría—. Todo estará bien, a él no le gustaría verte así.

—Lo sé tía, creo que iré a desempacar —me limpio las lágrimas con la manga de mi suéter y sigo sonriendo como una tonta—. Con su permiso, me retiro, ¡hasta luego Damon!

Mientras subo las escaleras no dejo de tocar con los dedos mi anillo, cierro los ojos y comienzo a cantar.

«Esto va a ser más difícil de lo que pensé»

Entro a mi habitación y lo primero que hago es colocar en el tocador, una foto en la que estamos Edwin y yo en un bosque, Sandra la había tomado cuando fuimos de paseo el año pasado, en ella Edwin se veía tan lleno de vida, feliz. Le doy un beso y comienzo a platicarle como una tonta; últimamente hacía eso, era una forma de no sentirme sola.

—¡Llegamos a Arizona mi amor! —Abro la maleta y comienzo a sacar todas mis cosas—. ¡Por fin! El clima es muy caluroso, creo que te gustaría porque enseñaría de más, ¿recuerdas cuando me pediste que comprara un bikini de dos piezas aquella vez que fuimos todos a una excursión a la playa? Te dije que no. —Comienzo a reírme al recordar aquella vez—. Me arrepiento de no haberlo hecho.

Respiro profundamente al tiempo que coloco las toallas en el baño.

—La tía Jenny es muy amable y amorosa, tiene un hijo que se llama Arturo, aunque no es su hijo como tal, ¡ya te contaré esa historia por la noche!

Saco mi ropa y la acomodo en la enorme cómoda de madera finamente barnizada.

—¡También conocí a Damon, el amigo de Arturo, se ve que es amable aunque debo admitir que me da miedo, si lo conociera Sandra no dudaría ni un solo segundo en tratar de ligárselo, ¡ya sabes cómo es!

Sigo acomodando esta vez los productos de baño; cremas faciales, mis perfumes favoritos, jabones con aroma a lavanda, el favorito de Edwin.

—¡Es muy guapo, pero tú lo estás más!

Salgo del baño y guardo silencio al ver como Damon está sentado en mi cama mientras me mira de un modo extraño; piensa que estoy loca.

—¡¿Así que piensas que soy muy guapo y extremadamente sexy?! —suelta enarcando las cejas y mostrándome una media sonrisa.

—No recuerdo haber dicho "Extremadamente sexy" —me sonrojo haciendo comillas con los dedos.

—Pero lo pensaste —se pone de pie y se dirige a mi tocador, toma el retrato y lo observa con detenimiento—. ¿Hablabas con él?

—Sí —bajo la mirada.

—Era un tipo bien parecido, y por lo que veo en esta foto se nota que te amaba mucho —Damon deja en su lugar el retrato y se estira soltando una enorme risa al ver mi cara de asombro—. ¡No soy gay! Y tranquila, no pienso que estés loca por hablar con alguien que ya ha fallecido.

—¿No? —esta vez siento curiosidad por él.

—No —Damon se acerca a mí y coloca ambas manos en mis hombros como suele hacer mi padre cuando está a punto de darme un largo sermón— Candice, cuando perdemos a alguien tan amado por nosotros, a veces necesitamos sentirnos aceptados y no soltamos ese mundo que creamos al lado de esa persona, es por eso que buscamos constantemente aferrarnos a quienes ya dejaron este mundo. Tu novio estaría triste y cabreado si te viera así.

Las palabras de Damon me llegaron como un clavo atravesando mi corazón, él tenía toda la razón, necesitaba cumplir con la promesa que le había hecho a Edwin.

—Supongo que tienes razón —sonrío y encojo los hombros—. Gracias, tus palabras me han ayudado en estos momentos.

—No hice nada más que decirte la verdad, ¡estoy cubierto!

—¿Qué significa eso? —suelto una risilla tonta.

—Significa que estoy bien, y que tú también lo estarás, nena —pasa junto a mí y me alborota el cabello como si fuera un cachorro—. Ahora qué te parece si en lo que terminas de hablar con tu sexy y apuesto novio muerto, te espero abajo y te invito un helado antes de que empiece el festival, ¿qué dices? —enarca las cejas y las mueve rápidamente.

Aquello me causó gracia y no pude evitar sonreír realmente, desde que murió Edwin no había hecho otra cosa más que fingir, pero ahora lo hacía porque lo sentía.

—Acepto tu invitación.

—Maldición, creo que sé por qué tu novio te amaba —Se da la media vuelta y está a punto de salir cuando se detiene—. Tienes una sonrisa encantadora, Candice, no dejes de mostrarla, ¡espero que le hables bien a tu novio de mí! —exclama lo último al tiempo que se aleja.

—Lo haré —afirmo con seguridad.

Damon se marcha y siento una calidez en mi pecho, me acercó a la foto de Edwin y mía y respiro hondo.

—¿Lo puedes ver? —le doy un beso lento, cerrando los ojos—. Ya no estaré sola por el momento, creo que he hecho buenos amigos.

Cuando terminé opté por ponerme unos sencillos shorts azul cielo, una blusa de tirantes blanca algo holgada, y unas sandalias que hacían juego con mi ropa, bajé las escaleras con aquella sonrisa que se había quedado grabada en mis labios desde que se fue Damon de mi habitación, y puedo ver con alegría que él está contándole chistes malos a la tía Jenny.

—¡Pero mira a quién tenemos aquí! —Mi tía se acerca a mí y me toca los brazos como si fuera una especie de pieza rota que tiene que arreglar—. ¡Lo sabía, creo que haré hamburguesas para la cena, es bueno que estés enseñando un poco de piel!

Yo me sonrojo y por el rabillo del ojo me doy cuenta de que Damon se ha puesto de pie.

—Espero que tu charla fuera fructífera.

—¿Qué charla? —la tía Jenny abre los ojos como platos.

—Es algo entre Candice y yo —Damon pasa una mano por su cabello.

—¡Oh, diantres! —mi tía se deja caer en el sillón de forma dramática, saca su abanico y se da aire rápidamente mientras nos ve con ojos pícaros—. Supongo que tu chico debió cuidarte mucho, a penas llegas aquí, y ya te has robado el corazón de este Romeo.

Ambos se quedan en silencio al darse cuenta del efecto que aquellas palabras causan en mí, pero yo sonrío.

—Me temo que nadie puede robar mi corazón, tía, ya que él se lo llevó consigo —me acerco y le soy un beso en su mejilla izquierda—, Pero estoy bien —me giro hacia Damon—. Ahora, este Romeo le ha prometido a esta dama en aprietos, dos enormes helados de chocolate.

—No recuerdo haberte dicho que serían dos, pero acepto solo si eres mi acompañante para el festival.

—¿Y para qué querrías una acompañante?— frunzo el ceño con incredulidad.

—Porque en el festival, cuando la luna ya se coloca como adorno en el cielo, anuncia la llegada de algo nuevo, así que se hace un baile en donde las parejas; hombre y mujer, danzan alrededor de una enorme fogata, provocando un vínculo irrompible entre esas dos personas, ya sea amistoso, o amoroso —me explica la tía Jenny.

—¡Vamos, vieja, eso lo has sacado del artículo de la revista Belo de Fresa! —habla Damon como si llevara toda la vida leyendo revistas.

—¡Viejos los cerros, y todavía enverdecen! —mi tía suelta una enorme carcajada que me contagia, se llevaban tan bien, que sentía cosquillas en el estómago.

—No le creas nada, Candice, si se baila, pero no significa todo eso del romance, solo es una pieza, ¿qué dices? —se acerca a mí y me acaricia la cabeza como si yo fuera una pequeña mascota.

—Si vuelves a hacer eso, te mato —le doy un pequeño golpe en el brazo—. Y sí, acepto, pero serán tres helados de diferentes sabores.

—Sabía que en el fondo eras una glotona —Damon pone los ojos en blanco.

Él y yo salimos de la casa y nos ponemos en marcha, su carro era hermoso, bajo la ventanilla y enseguida recibo el aire puro de aquel sitio. Los recuerdos de Edwin amenazan con golpearme el pecho, pero rápidamente me obligo a guardarlos para que salgan por la noche y me hagan compañía.

—Bonito anillo —me dice y yo coloco la mirada en mi mano izquierda.

—Edwin me iba a pedir matrimonio la noche en la que falleció —comento con voz casi audible.

—¿Ibas a aceptar? Me refiero a que si tú...

—Por supuesto, le hubiera dicho que sí indudablemente —asiento con la cabeza.

—¿Y lo tienes porque de ese modo lo sientes cercano a ti?

—Pensarás que estoy loca —suelto un enorme suspiro y vuelvo a observar el paisaje que se muestra frente a mis ojos.

—Pienso que tu novio estaría orgulloso de ver que su chica está siguiendo su camino, Candice, él está junto a tu corazón, ten eso por seguro, no necesitas hacerte la fuerte con todo el mundo, el dolor es parte de estar vivo, y tú lo estás.

—Gracias —sonrío y le guiño un ojo—. Presiento que seremos buenos amigos.

—¡Oh, y yo pensaba que seríamos algo más, tu mi bella Julieta y yo tu guapo, atractivo, y muy, pero muy sexy Romeo! —Dramatiza poniendo una mano en su corazón y haciendo puchero—. Me has roto el corazón, ¡terrible Julieta!

—¡Tonto! —me rio y es real—. ¿Y qué me dices tú? Debes tener una novia o por lo menos miles de chicas detrás de ti.

La mirada de Damon se vuelve oscura y la sonrisa que se dibujaba en su rostro, segundos atrás, se ha esfumado.

—No tengo novia, ella se acostó con el que creí que era mi mejor amigo, y por el momento no hay ninguna chica que me interese —Damon aprieta el volante y acelera—. Iremos a una heladería en la que Arturo y yo solemos ir cuando el sol y el calor nos ataca —cambia de tema.

—Vale.

Después de cinco minutos, llegamos a una heladería gigante, no había mucha gente pero era como si estuviéramos a punto de entrar a un centro comercial, solo que uno pequeño. Entramos y Damon pide mi helado en una copa para llevar, sonrío al ver como a la chica que atiende le tiemblan las manos y le cuesta trabajo apartar la mirada de él. «Damon es un coqueto de primera, pero en el fondo te caería bien» le susurro al recuerdo de Edwin. Damon voltea y me da la enorme copa de helado de chocolate, paga y salimos al tiempo que pruebo aquel helado, ¡sabía delicioso!

—He cumplido, ahora espero que lo hagas tú —me comenta mientras caminamos hacia su carro.

—Claro —respondo sin quitarle la vista a mi helado.

—Espera, tienes... —Damon me limpia el residuo de helado de la boca, con su dedo pulgar recorre mi labio inferior y después se lo lleva a la boca—. Sabes bien, ¡enseguida vuelvo, traeré algunas servilletas!

Damon no espera a que responda algo, se da la media vuelta y desaparece de mi vista, parecía que todo iba bien, hasta que de pronto siento como un líquido recorre mi pecho, mojándome toda la blusa. Levanto la mirada y me encuentro con tres chicas morenas, ¡trillizas!

—¡Ups, que torpe soy! —habla una de ellas.

—No quiero problemas —digo mirando como una de ellas se acerca con su café helado y con toda la intensión de aventármelo al igual que su hermana lo acababa de hacer—. Pero si piensan aventarme nuevamente algo sin razón alguna, comenzaré a creer que las tres tienen un problema mental o que salieron de alguna cárcel de mujeres por la pinta que se cargan.

—¡Hija de...! —aquella chica que traía el café helado, me lo avienta desde la cabeza y siento el frió de los cubos de hielo recorrer mi espalda.

—No debiste hacer eso.

Las tres chicas voltean y al ver de quien se trataba, sé que los problemas serán el condimento especial para este verano. Solo sabía que no se trataba de Damon.

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