Ramé
Ramé
Por: Ravette Bennett
Epígrafe

Sus labios chocan contra los míos al tiempo que una descarga eléctrica recorre todo mi cuerpo. Su lengua juega con la mía y sus manos se deslizan a un costado para aferrarse a mi cintura. Nuestras respiraciones chocan entre sí provocando que una cortina cálida de aliento se filtre entre nuestras bocas. Edwin se separa para que mi cuello sea ahora el protagonista, me besa con desenfrenada pasión, gruñe cuando  se enciende y sus caricias aumentan a cada segundo.

—Eres tan dulce Candice... —susurra en mi oído.

—Edwin... para...

Pero no me presta atención. Sigue con su recorrido por mi piel, un reguero de besos me envuelven en un manto delicioso de placer. Tomo una enorme bocanada de aire al sentir como desabrocha con destreza mi blusa, los botones salen casi disparados al último momento.

Su mano llena uno de mis senos y comienza a bajar la tela blanca de mi sostén, dejando al descubierto mi pecho, un gruñido masculino brota de su garganta mientras sus pupilas dilatadas con destellos verdosos y motas oscuras me admiran.

—Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida, Candice —se remoja los labios y traga duro.

—Y tú eres el chico más mentiroso del mundo —suelto una risita.

—¿Acaso dudas de mí? —entrecierra los ojos y me parece que es el gesto más tierno y sexy que he visto jamás.

—No —niego con la cabeza pero no puedo evitar esbozar una sonrisa.

—Más vale que digas la verdad Candice, porque hablo muy en serio cuando te digo que te amo con toda mi alma, y que eres la mujer indicada para mí —me acomoda un mechón castaño de mi cabello y lo coloca detrás de mí oreja—. ¿Qué hiciste conmigo Candice?

—Amarte, eso es lo que he hecho, conocerte realmente como eres —respondo anhelando sus caricias de nuevo, por lo que armándome de valor, enrrosco mis brazos alrededor de su cuello y lo atraigo hacia mí, dejando una basta y corta distancia entre nuestros labios—. Te amo como nunca amaré a nadie, eres el único.

—¿Lo prometes? —sus ojos brillan.

—Lo prometo —le aseguro.

—¿Siempre?

Recorro con la mirada su perfecto perfil, su mandíbula cincelada, su barbilla partida, sus labios... y sé que él es el indicado. Lo cierto es que no podía imaginarme una vida sin él, sin sus sonrisas, sus chistes malos, su carácter explosivo, ese que nadie podía manejar, solo yo.

—Siempre —afirmo.

Sonríe y el mundo se colorea mejor con la luz que desprende, me besa, esta vez su beso es más efusivo, más ardiente, penetra mi boca con su lengua, abre mis piernas y deja caer su cuerpo sobre mí. Comienzo a temblar de placer, de deseo, él parece percatarse porque detiene el beso y se separa, su pecho sube y baja consecuencia de su respiración agitada.

—Tranquila Candice, nada va a pasar, hasta la graduación, te lo prometí —dice Edwin regalándome un casto beso en la punta de la nariz—. Pero tienes que estar preparada, porque esa noche serás mía y nadie lo podrá impedir.

—Y tú serás completamente mío.

—Nena, desde aquella parada de taxi en el aeropuerto, estabas destinada a ser para mi —coloca la palma de su mano sobre una de mis mejillas—. Mía por siempre.

Suelto una sonora carcajada.

—Nunca imaginé que ese chico tan tosco, huraño, arrogante y mujeriego iba a enamorarse de mí.

—Totalmente loco por ti.

—Y yo de ti, pero creo que es mejor que lo dejemos para la noche de graduación —le guiño un ojo—. Será nuestra noche.

—Eso es seguro, a más de que te tengo una sorpresa.

Abro los ojos como platos.

—¿Y de qué trata? —le preguntó llena de ansiedad y curiosidad.

—Ya lo verás.

—Bien, tú ganas.

Esa tarde Edwin y yo pasamos un día completo abrazados, en su habitación, discutiendo sobre los protagonistas de la serie con la que ambos teníamos una ligera obsesión.

—Damon es lo más cool que he visto en la vida —espeta—. Es mucho mejor que Stephan, él es un cobarde ¡no hace nada para salvar a Elena!

—¡Claro que sí! —Salgo en defensa del hermano menor de los Salvatore—. Stephan siempre cuida de ella.

—Pero al final siempre es Damon quien hace todo el trabajo sucio y la salva, él se lleva todo el crédito —resopla.

—Pero es malo —niego con la cabeza.

—Es bueno, es el mejor vampiro, Elena debería dejar de jugar al tonto y quedarse con él —sonríe porque sabe que ya ha ganado.

—Sabes, tienes razón, es sexy —me cruzo de brazos.

Edwin guarda silencio unos segundos, analizando una posible respuesta pero al final sonríe.

—¿Te digo un secreto?

—Vale.

—Si yo no estuviera a tu lado, me gustaría que salieras con alguien que se llamara Damon —encoje los hombros—. Como Damon Salvatore, creo que los que se llaman así son de buenos sentimientos.

—No digas tonterías, tú siempre estarás a mi lado —le doy un pequeño golpe a puño cerrado en el brazo—. Edwin es un nombre que me gusta.

—Lo sé.

Sonrió pero noté en su mirada algo, una tristeza que aunque pareció efímera, se ancló unos segundos en sus ojos para después desaparecer, dándole cabida a la misma felicidad que ya conocía.

—Te amo Candice.

—Y yo a ti, Edwin.

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