4.

Mañanas ligeras de septiembre.

Transcurrieron un par de días. Papá llegó un día a casa, de muy buen ánimo y dijo así sin más, que se iba a casar con Lorena. Lucía de inmediato, frunció el ceño y abrió la boca, pero no dijo nada al final, no había nada que pudiera decir. No me molestó su decisión, ella ya empezaba a agradarme, pero por lo feliz que hacía a papá. La veía a diario en casa y me incomodaba un poco que se esforzaba demasiado en agradarnos. Como ella siempre estaba en casa, cocinaba para nosotros, tal vez demasiadas cosas, incluso horneaba pasteles y cada día, hacía cenas como si se tratase de cada noche, una fecha especial. Notaba que se esforzaba demasiado y no era necesario, me incomodaba que hiciera eso y siempre trataba de buscar de qué hablar con nosotros, pero Lucía no se lo hacía nada fácil. No le dirigía la palabra y cuando ella le servía la comida, de mala gana la aceptaba y papá quería acribillarla, no sé por qué no lo hacía. A mí ya me habría dado cachetadas hasta el cansancio, pero con Lucía la cosa es diferente, papá le tiene una preferencia que resulta incluso, descarada. Siempre recibía mejores juguetes de navidad, mejor ropa, más libertad. Incluso hubo una navidad, en que papá le regaló un teléfono de último modelo, envuelto en una caja y yo dichoso, esperando mi regalo, me decepcionó tanto cuando lo que me dio fue un maldito abrazo. No me malinterpreten, no me molestaba que papá me abrazara, pero el abrazo de esa noche, fue en verdad una grosería.

Lucía sólo me miró entre risas y ya sabía que debía molestarla más que nunca, eso me había hecho enfurecer. Creo que influía el hecho de que ella, era muy, muy parecida a mamá en todos los sentidos posibles, tanto físicamente, así como en lo responsable, buena estudiante y aplicada, independiente de lo que haga con sus amistades, ella siempre le iba bien en todo, no como a mí, que era la oveja negra de la familia. Incluso, con mis abuelos la cosa era bastante similar, una preferencia tan descarada que me desconcertaba. Tal vez por eso me dedicaba a fastidiar a sus novios o a irritarla lo más que podía, era lo mínimo que merecía, ya que toda la familia la tenía en un pedestal y prácticamente solo faltaba, que papá le echara aire con unas palmas y mi madrastra, le diera uvas a la boca, lo cual no sería nada raro que sucediera.

En fin, mi hermana se fue el fin de semana al rancho de mi abuela para revolcarse con Stevie. Dijo que se iba a estudiar y tener días de concentración por las pruebas del mes entrante, pero qué va, a mi no me engaña. Papá por supuesto le creyó y yo, reí fuertemente al escucharla.

-¿Por qué la risa irritante? ¿me viste cara de payaso o qué?-Se quejó Lucía y chasqueé la lengua.

-Ja, “vas a estudiar”.-Recalqué con mis dedos y papá me miró extraño al unísono que Lorena. Estábamos cenando esa noche.-Sólo gente con deficiencia mental creería excusa semejante.

-¿Qué estás insinuando, Nathan?-Dijo papá enarcando una ceja y Lucía, me miró con terror.

-¿Sabías que Lucía tiene novio? ¿y que el susodicho, trabaja en la casa de la abuela?-Ella abrió la boca, pero luego la cerró, impotente y sabía que iba a querer golpearme, pero yo estaba feliz en mis adentros. Mordí una de las papas.-Es lógico que va para allá a revolcarse con ese infeliz.

-¡Cállate Nathan!-Gritó Lucía y traté de evitar reír, pero no pude hacerlo. Rompí en risas.

-¿Tienes novio hace tiempo y no nos has dicho?-Se quejó papá.

-Sí, se hace llamar Stevie. Es todo un imbécil y lo peor, es que su hobbie, es nadar desnudo en estanques. Ya Mía y yo le conocemos toda la cuestión.-Como era de esperarse, papá empezó a discutir con ella y yo, me sentí completamente satisfecho. Papá conocía a Mía, sabía que salíamos casi de inmediato que esto empezó a suceder. Debo aceptarlo, me sentía tan feliz cuando esto empezó a suceder que lo grité a los cuatro vientos, y una noche, traje a Mía a mi casa y se la exhibí a papá como si se tratase de un trofeo. El reía y ella, estaba muy avergonzada, pero era de esperarse que yo haría algo así. Estaba dichoso de salir con ella, ¿estaba tan mal que demostrara mi felicidad?

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Las cosas habían cambiado bastante en torno a mis amistades. El extraño de Isaac prácticamente, se volvió indispensable en nuestro grupo, no sé cómo esto pudo suceder, pero así fue. Cuando nos reuníamos en el apartamento de los hermanos o en la casa de Mickey, él no podía faltar. Era un maldito antisocial, eso sí, pero era agradable pasar tiempo con él, encajaba muy bien con nuestras personalidades, todas diferentes. Ya nos habíamos acostumbrado a su forma de ser e incluso, ya nos parecía normal las cosas extrañas que hacía, como los susurros o las famosas “manías”. El tenía ciertas costumbres, todas muy particulares. A la hora de comer, desinfectaba meticulosamente los cubiertos y siempre, consumía cada alimento en las mismas cantidades. Pesaba la comida, es decir, consumía exactamente la misma cantidad de carne, arroz, verduras o frutas. Los lunes bebía energizantes, el martes gaseosa, el miércoles té, el jueves coca cola y el viernes, yogurts o productos con leche. Todo lo tenía milimétricamente organizado, tenía horarios para todo, siempre llegaba exactamente a la misma hora y si llegaba tarde por algún motivo, empezaba a desesperarse y decía que su día se había arruinado.

Sabíamos que era de esa manera y francamente nos daba igual, era su problema, pero como era obvio, debíamos fastidiarlo al respecto. El otro día, en la clase de español, la profesora había mandado a hacer un taller y él, como el estudiante modelo que es, lo hizo en menos de quince minutos y el resto del tiempo, se dedicó a estudiar matemáticas. Estaba absorto en el libro que más odio en el mundo: Álgebra de Baldor y es por ello, que debía tomar acciones al respecto. Mickey me hizo señas de que su morral, estaba a un costado en el suelo y con mucho cuidado, Martín lo tomó y me lo dio. Lo revisamos por completo, porque sí, no teníamos motivo alguno ni buscábamos nada y al final, tomé su cuaderno de sociales, que era la clase que seguía. Lo abrí y extendí en el suelo, y lo pisé, dejando una enorme huella, justo en la hoja en que debía escribir hoy, la que seguía después de la lección de ayer. Martín devolvió el cuaderno al morral y este, al lugar al que estaba, y esperamos pacientemente.

Cuando llegó el profesor de sociales y vimos a Isaac tomar el cuaderno, lo miramos expectantes, excitados ante la reacción que tendría y el ver su rostro, la vena que quería estallar de su frente, al ver la huella de mis botas en su cuaderno, no pudimos evitar romper en risas y él, se puso de pie alterado y nos gritó:

-¿QUIÉN DE USTEDES PISÓ MI CUADERNO? ¿ES QUE NO TIENEN NADA MEJOR QUE HACER?-Todos voltearon a verlo, confundidos y yo tuve que esconder mi rostro debajo de mi camisa, porque reía tanto que me salían lágrimas, mis amigos reían aún peor.

-Es sólo una huella.-Dijo Mickey limpiando las lágrimas de sus ojos.-Y gritas como si se hubiera muerto tu padre.

-Ya siéntate.-Le dijo Santiago.

-¡CÁLLENSE! ME LAS VAN A PAGAR.

Un día muy gracioso fue el sábado. Me tocó ir a la escuela en la mañana con Mickey porque habíamos reprobado unos siete exámenes, todos de física, álgebra y geometría, no sé ni cómo no reprobé estadística también, creo que me influyó mucho el copiarme del Isaac. Nos estaba yendo pésimo y por ende, necesitábamos subir nuestros promedios para poder pasar el año. En la jornada de la mañana, hicimos unos tres exámenes de habilitación y nos faltaban aún cuatro, los peores, de física y probabilidades. Ya podría echarme a llorar después y lamentarme por mi mísera existencia, pero ahora, teníamos hambre y hay prioridades, mi estómago siempre es lo primero. Fuimos a almorzar a la cafetería de la escuela. Por lo general, los sábados solo iban los más brutos entre los brutos, los más mediocres entre los mediocres, los parásitos que logran pasar el año arrastrándose como larvas en la tierra y allí estábamos los dos. Si mamá estuviera viva, se hubiera muerto otra vez al ver mis calificaciones y me hubiera llevado con ella.

Hicimos la fila y agarramos nuestras bandejas con comida, la mía estaba llena de todo lo que pude agarrar y la de Mickey, solo llevaba porquerías para el organismo, solo agarró las cosas más dañinas que pudo, frituras, todo muy grasoso. No sé cómo puede estar tan delgado. Debe estar lleno de parásitos y esas porquerías.

Nos sentamos al lado de un par de chicas, a mí no me molestaba estar al lado de ellas, pero Mickey estaba incomodo porque decía que ellas eran muy feas para estar en la misma mesa que nosotros, que no lo merecían. Preferí no decir nada, pelear con él me arruinaría el apetito. Mickey tenía tanta hambre que comía sin parar y hacía ruidos asquerosos, él normalmente es más… ¿cómo se dice? Elegante a la hora de almorzar, pero seguro lo hacía adrede porque quería ahuyentarlas, así de bien lo conocía, puede llegar a ser la persona más inmadura del planeta. No dejaba de mirarlas mal y me hacía señas para que las mirara igual, pero no lo hice, ellas no me incomodaban y se molestó mucho conmigo porque no le hice caso. Al final, él se enojó, porque nunca se fueron e hizo una de sus escenas dramáticas.

-Maldito traicionero.-Se quejó.-No me apoyas en ninguna de mis decisiones.

-Cállate, me vas a hacer atragantarme.

-No aprecias mi valiosísima amistad.-Fingió llorar y exhalé.

Esa tarde fui a visitar a Mía, le compré un pequeño ramo de flores porque me sentía un poco mal por haberle ocultado lo sucedido con Lauren. Le llevé unas flores amarillas y procuré vestirme lo mejor posible. Ella sin saber nada, me abrió la puerta blanca de su casa, esa que su mamá decoró con pinturas extrañas, la cual, se la ayudé a instalar, porque la anterior estaba muy deteriorada y me pareció peligroso, cualquiera podría romperla y tratar de ingresar a su casa, lo cual sería pésimo porque viven dos mujeres solas y una de ellas, nunca está en sus cabales, si saben a lo que me refiero.

Vi el brillo en sus ojos, ese mismo que se forma cada vez que me ve. No sonríe, pero veo sus ojos brillantes, sus manos que suavemente aprietan las mías y sus pálidas mejillas sonrojadas, con eso me basta para saber que esa chica me ama. Maldición, ustedes no tienen idea de cuánto yo amaba a mi novia, estaba enceguecido por ella, era todo para mí, lo único en que podía pensar. Con solo verla se iba cualquier amargura o mal rato.

Yo sí que no dejaba de sonreír cuando estaba junto a ella, no lo podía ni quería contener. Mía esa tarde, llevaba puesto un espantoso conjunto gótico anticuado, parecía más una monja que una chica de dieciséis años, pero me daba igual, con cualquier cosa que usara, me parecía preciosa. Caminamos por sala y al ver un calendario, recordé que se acercaba su cumpleaños número 17. El día que le conté de las boletas del concierto de Aerosmith, omití decirle que el concierto sería justamente en la noche de sus diecisiete. Era una sorpresa. Mía era unos meses mayor que yo y a veces, le bromeaba al respecto. Le bromeaba con que ya podría oler la muerte y cosas así, pero ya como que dejó de importarle.

Esa noche me dijo que haríamos manualidades, tenía la esperanza de estar con ella… pero esta vez se murió su murciélago y estaba de luto. En su casa, por lo antigua que es, creo que es de los años setenta, tiene partes de concreto y las otras, son prefabricadas en madera, por lo cual, hay murciélagos que se esconden en el techo o las paredes y la primera vez que vi uno, me aterré y hui, pero ella, de lo más normal, me dijo que había crecido junto a ellos y lo peor de todo, es que los alimentaba y les tenía nombres. Es increíble, tenía tres y los llamaba: Renato, Rogelio y Ramón. Quién murió fue Rogelio.

Olvidé mencionar que hace unas dos o tres semanas, la mamá de Mía le regaló un coche. No era un coche muy costoso, pero era bastante útil y nos gustaba mucho, era el que solía pertenecerle, la señora había comprado una enorme y ostentosa camioneta, vaya hippie anticapitalista. El auto de Mia, tenía los sillones un poco desgastados al igual que el volante, los espejos y otras cosas más, pero tenía un equipo de sonido que sonaba bastante bien, aún no lo habíamos usado lo suficiente.

Esa tarde volvimos al Roberto Carlos. La idea fue de Mía, el ir hasta allí, para cambiar un poco el mal recuerdo que ella creía que me atormentaba de esa noche que pasamos ahí. Quería modificarlo en algo agradable, le dije que no era necesario, eso ya no importaba. Estábamos juntos y era feliz, pero no hay poder humano que pueda convencerla cuando se propone algo. Mía me dijo que me daría una noche inolvidable allí y sí que lo hizo. Nos sentamos en el mismo lugar de la vez anterior. Justo en la mitad de la cancha. Mía llevaba un pequeño equipo de sonido y un morral, no dejó que la ayudara a cargar nada. Es muy misteriosa con sus cosas a veces.

-Sé que te gusta verme bailar.-Asentí. Debo aceptar que tengo una especie de fetiche no pervertido con ello.

-Sí… pero si tuvieras menos ropa lo disfrutaría más.-Disfrutaba hacerla enojar aún.

-Normalmente no haría algo que saliera de tu cerebro pervertido, pero por esta noche, sí lo haré.-Acto seguido se quitó la falda larga y el camisón que traía, quedando solo en unos pantalones cortos o shorts y un pequeño blusón de franela. Por primera vez no bailó opera sino una canción que me encanta, All my love de Led zeppelin.

Enseguida empezó a bailar de una forma majestuosa como siempre lo hacía, delicada en cada uno de sus movimientos y saltos. Yo estaba feliz, sintiéndome como un maldito suertudo por tener a mi lado a la chica más preciosa del planeta. Solo la miraba con una sonrisa dibujada en mi rostro, contemplando cada uno de sus movimientos, pero luego, noté que se retiró el blusón, lo único que cubría su pecho era un sostén negro.

-Mía, detente.-Vi su rostro, se veía preocupada porque seguro sentía que había hecho algo mal.

-¿Qué pasa Nathan? ¿Hice algo que no te agradara?

-No princesa, no es eso.

-¿Qué sucede?- Preguntó angustiada.

-No es necesario que te desnudes para demostrarme que me amas.

-Pero…

-No lo hagas. Sé que te incomoda. Con solo verte bailar para mí, me es más que suficiente.

-Eres genial…-Sonrió levemente.

-Lo sé, lo soy y habiendo dicho esto, te recomiendo que nos subamos a tu coche porque necesito comerte ahora mismo, lo vamos a estrenar hoy.

-Pero mi murciélago… estoy de luto.

-Pasó a mejor vida, ¡vamos!-Mía saltó sobre mi espalda y la llevé cargada hasta el coche.

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-Por las tetas de Madonna… ¡Esa no es la película que te dije!-Exclamó con su chillona voz, Mickey y tuve que sobar mis preciados oídos. ¿Cómo puede tener una voz semejante? Era una desgracia para el oído humano.

-Es lo más cercano a esa, lo único que pude encontrar.-Le dije a Mickey quien me gritaba enojado por no traer la película que él quería. El anhelaba ver una película de esas que te hacen perder el deseo de existir, pero ninguno de nosotros quería verla. Odio las películas que tratan de cáncer, parejas que se despiden, enfermedades terminales, o las típicas en que el padre busca a la hija. No entiendo cómo a la gente le pueden gustar esas cosas, creo que si veo a Richard Gere una vez más, voy a tener que suicidarme.

-No podré follar hoy si no veo algo que me haga llorar…- Le lanzó esa perturbadora sátira a Santiago y todos miramos incomodos hacia otro lugar. La sola idea de pensar en ellos dos… en ese… “acto”… me hacía querer golpearme con una pala hasta matarme.

-Vamos a cine entonces.-Dijo por fin Isaac, llevaba dos horas en mi habitación con nosotros sin pronunciar palabra alguna. Parecía estar absorto en su mapa. Como era de esperarse, poseía una colección clásica de atlas, de los gigantes que venían en los periódicos y los cuidaba como si se tratase del billete ganador de la lotería. Los había plastificado y se perdía mirándolos por horas. Isaac se sabía el nombre de cada uno de los países del planeta, sus capitales, islas, mares y todo. Incluso sabía que era el meridiano de Greenwich, ¿quién demonios sabe qué es eso? El día en que sugerí que Corea quedaba en occidente, por poco me masacra con la mirada.

Todos estábamos con nuestras respectivas parejas excepto Isaac, no teníamos ni idea de que pasaba por su cabeza. No sabíamos si le gustaban las mujeres, los hombres o tratándose de él, hasta llegamos a considerar que se masturbaba viendo mapas. Hasta ese punto llegaba su obsesión con la cartografía. Él todo el tiempo había estado al lado de Mickey y Santiago, ellos se llevaban bastante bien con él, era como más cercanos, pero eso sí, Mickey siempre le jugaba bromas pesadas conmigo y Martín, es que era inevitable, Isaac estalla muy rápido y eso lo hace irresistible.

Entramos a una sala de cine para ver una película que ahora no recuerdo el nombre, pero salía una niña rubia, con un papá que tenía algún tipo de retraso, pero no soporté ni media hora, me quedé dormido en las piernas de Mía. Por supuesto la había elegido Mickey y era lógico que Martin y yo nos quedáramos dormidos casi que enseguida que empezara, pero cuando esta acabó y me despertó el bullicio de las personas alrededor al levantarse, vi a Mickey llorar a moco tendido y exhalé. Él llora con todo. Lo único que me ha hecho casi llorar, fue un capítulo de Futurama, el famoso del perro. No lo volví a ver, me hacía perder el deseo de vivir.

Antes de entrar a verla, peleamos bastante porque no nos poníamos de acuerdo, pero siempre, de alguna forma, Mickey siempre gana. Al final, salimos y pasamos un rato en un parque cercano. La noche estaba fresca y agradable, jugábamos cartas, pero Mickey y Santiago no jugaban, porque no habían dejado de besarse desde que salimos de la sala de cine.

A ninguno de nosotros le incomodaba verlos besarse, al principio sí, pero luego nos acostumbramos, me daba igual. Excepto Isaac, el sí se incomodaba bastante al verlos así y alguna vez le preguntamos al respecto, si le afectaba el hecho de que se besaran, o si es porque eran dos chicos, pero fingió no escuchar nuestra pregunta y cambió de tema sin disimular ni un poco.

Cuando lo conocimos, tenía un corte al estilo hongo, pero ahora, su cabello era tan largo que se veía obligado a usar una cola de caballo. Parecía profesor de arte.

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