3.

3. Confesiones perturbadoras

Con el transcurrir de los días noté algo extraño. Estoy confundido. ¿Dylan no es para nada como me lo habían pintado o está actuando diferente conmigo solo para quedar bien? Mis padres me decían que Dylan se iba cada fin de semana con Leo y sus amigos a beber, a hacer desastres y terminar en la cárcel, o se va a amanecer con diferentes chicas, ya que siempre Leo amanece con una diferente cada sábado, pero este chico con el que he tratado estos días no aparenta en lo absoluto ser así como ellos dicen.

Dylan es muy tímido, obediente y no lo sé, me da la impresión de que me teme. Cada vez que llego él se esconde, me evita y cuando lo llamo a mi oficina, el evita a toda costa el contacto visual. Ese hecho me resulta muy curioso, pero no me disgusta. Me da mucha risa eso, pero la contengo.

Tenía esa imagen de él durante todo el primer mes que estuve en la compañía. Todo era así hasta el día de ayer. Bajé a la cafetería y me senté en una de las mesas a almorzar tranquilamente cuando lo vi llegar. Se paró en frente de mí sin decir una sola palabra, solo me miraba fijamente y yo pensé que se le había aflojado un tornillo.

-¿Se te perdió uno igualito a mi o qué? – Le pregunté y el bajó la mirada avergonzado. Tomé un sorbo de mi bebida y noté que él me miraba inquieto, como queriéndome decir algo. – Dylan.

El miró hacia los lados como dudoso de sí, ¿qué demonios le pasó a este hoy?

-¡Dylan! ¡Ya deja de mirarme! – Abrió los ojos como platos. -Me incomodas, ya vete de aquí, ve a ver plaza sésamo un rato, te doy permiso.

-Señor… Fra-fra-aank. –Titubeó.

-¿Qué pasa? ¿Estás drogado? Porque sí es así no dejaré que hagas el informe por mí hoy.

-No… no… no es… eso. – Exhaló fuertemente y me levanté, me acerqué a él y de inmediato bajó la mirada.

-¿Qué pasa? Habla ya que me quitaste el hambre.

-Señor Frank, yo… - Inhaló fuertemente. -¡Lo amo!

Intenté contener la risa lo más que pude, pero no fue posible. Reí con ganas y él me miraba confundido.

-Oye ya pasó el día de los inocentes, vete ya, que plaza sésamo no se verá solo.

– Me di la vuelta, pero el sujetó mi antebrazo, ¿qué demonios?

-Lo amo señor Frank, es en serio. No mentiría con algo así.

-A ver, a ver. Deja de decir estupideces Dylan, tú no me conoces, no puedes sentir algo así, tal vez es mera atracción física, pero se te pasará. No vuelvas a decir algo así que me da escalofríos.

-No es atracción física, yo lo quiero a usted desde hace mucho.

-¿Cuánto? ¿Un mes? – Vacilé.

-¡No! Lo quiero desde que tenía quince años. Yo lo vi muchas veces cuando llegaba a visitar a Leo, pero usted nunca me vio a mí. Desde la primera vez que lo vi me gustó muchísimo y fui yo el que el autor de las cartas.

Reí fuertemente. - ¿Tu eres “conejito enamorado”? – Asintió y me senté en el borde de la mesa. Vaya que este chico es una caja de sorpresas. Desde hace más de un año empecé a recibir cartas extremadamente cursis todos los domingos. Pensé que eran una broma de Kit o tal vez de Leo, pero este asunto de las cartas se extendió por año y medio y supe que ellos no gastarían una broma de ese tipo por tanto tiempo. No le di importancia a tales cartas y jamás pensé que al autor intelectual de tales cursilerías sería nada más y nada menos que mi asistente.

-Eh bueno… “conejito”. – Contuve la risa. – Tutéame, no me gusta que me digas usted ni señor. Gracias por las cartas, ve a terminar el informe. – Me senté de nuevo a terminar el almuerzo y él me quitó la bandeja, me dejó solo la cuchara en la mano. – Oye, aún no he acabado.

-Señor Frank… digo… Frank, no me estás tomando en serio. – Dijo frustrado.

-Ni lo haré, ve a terminar el informe y deja esa bandeja quieta.

-Haré que me tomes en serio. – Se alejó molesto y de inmediato le marqué a Leo al teléfono.

-Milagro que te acuerdas de que existo. – Se quejó Leo.

- Tu amiguito acaba de hacer una escena.

- ¿Dylan?

-Se me declaró, los niños de hoy en día tienen agallas, de verdad.

Por lo visto el inútil de Leo ya sabía de esto hace mucho y no me dijo nada. Ahora entiendo por qué dijo que él me iba a agradar y no, jamás voltearía a ver a ese niño porque primero, no me van los hombres y segundo, menos alguien tan menor y tercero, el tonto es mi asistente y cuarto, es mejor amigo del inútil de Leo, ni aunque perdiera la razón lo haría. Ya se le pasará.

Más tarde ese día, me reuní con Natalia, mi novia. Fue a buscarme a la oficina de sorpresa, yo pensé que aún estaba en la casa de sus padres, pero regresó sin avisarme. Al salir noté que el niño nos miraba raro, debe estar mal de la cabeza.

La llevé a cenar a su restaurante favorito y antes ordené dos copas de vino.

-¿Qué tal te ha ido en tu nuevo trabajo? – Preguntó mientras sostenía mi mano.

–Ya era hora de que aceptaras la oferta de tu madre, es un puesto increíble mi amor y además, por fin tienes un puesto fijo, no como tus trabajos casuales que nunca me gustaron.

-No me ha ido tan mal, a excepción de que soy un inútil en el cargo. – Ella no sabe a qué me dedico, siempre le mentí diciendo que trabajaba independiente y le inventé mil cosas. Jamás habría accedido a salir conmigo sabiendo que tengo orden de arresto en seis ciudades.

-Frank, ¿Cómo que no has sido capaz de aprender nada todavía? ¿Cómo has hecho todo este mes entonces?

-Fácil, pongo a mi asistente a que haga todo por mí.

-Eso es explotación laboral. – Me miró enojada. – Hacer tu trabajo no está en el contrato de ese tipo, es tu responsabilidad. Me sorprende que seas tan cínico.

-Qué exagerada eres. –La mesera trajo los dos platos de comida. –No es explotación laboral. Le subí el sueldo para que aguante mis abusos… -Contuve la risa y ella me incendió con la mirada. – Vamos, que no es tan malo como parece. Lo trato bien y además, gana mucho más de lo que yo hubiera ganado a esa edad. Debería considerarse afortunado.

-¿Qué edad?

-Tiene diecisiete, es el amigo de Leo.

-Oww, ¿Dylan? Él es un amor de chico. Cuando visito a tu madre él me ayuda a hacerme las uñas. -¿Todos lo conocían de antes menos yo?

-Bueno, olvida ya al niño de las manicuras. ¿Dime si ya hablaste con tu madre sobre el salón de eventos? – Natalia y yo estamos comprometidos desde hace dos meses y pensamos en celebrar la boda a final de año. Su madre organiza este tipo de eventos y es la que organizará nuestra boda. Yo no sé nada de eso y francamente, no me interesa. Es cosa de mujeres, con lo que sea estoy bien.

-Sí mi amor, ya apartó el día. Nos casaremos el quince de diciembre. – Dijo emocionada.

La llevé a su casa un par de horas después y fui a mi apartamento. Mi relación con ella era lo que me daba estabilidad por decirlo de alguna manera, siempre dicen que todo hombre debe tener a una buena mujer a su lado y creo que ella es la indicada. Está pendiente de mí, es agradable, bonita, conversadora y es la mejor amiga de mi madre, ella fue quién nos presentó. Me he acostumbrado al hecho de estar con ella y creo que ella debe estar en mi futuro. Estar con Natalia es lo ideal de alguna manera, es lo que todos esperaban de mí. Que ocupara el cargo en la empresa y me casara con una mujer que aprobara mi madre. Todo debería ser perfecto y debería estar conforme con eso, pero siento que hay algo que me hace falta. Todo se me hace muy plano, sin sorpresas. Es fácil predecir qué sucederá. Nos casamos, nos mudamos juntos y tenemos dos hijos, me vuelvo viejo, malgeniado y me muero de cáncer de próstata. Bueno, esto último está por verse. El compromiso como tal no me molesta, a mí no me gustan las relaciones pasajeras o abiertas, pero no siento la emoción que todos dicen sentir al estar con alguien. Es más bien comodidad, porque nos llevamos bien, pero no le encuentro esa chispa, ese desespero que le he escuchado a Kit cuando no puede ver a Fernanda, su enamorada o esos celos enfermizos que siente Maya cada vez que ve a Cata con otra chica. ¿Por qué no siento esas emociones? ¿Por qué el amor es tan plano para mí? Lo veo como algo gris, lineal, como si estuviera escrito y tuviese ese libro en mi mano. Quisiera saber qué se siente anhelar ver a alguien, o extrañar o necesitar. Me preocupa el hecho de que esto no me haya sucedido con la mujer con la que se supone que pasaré mi vida entera. ¿Será que cuando nos casemos esto cambiará?

Creo que el problema no es Natalia, soy yo. Con ninguna de las chicas con las que salí antes me sucedió esto. Sabía que me gustaban físicamente y disfrutaba estar físicamente con ellas, pero no creo haberlas querido ni la mitad de lo que ellas me quisieron a mí. Me siento un poco culpable por eso, por nunca poder corresponder, por no poder entregarme a nadie. ¿Será que nunca en mi vida voy a experimentar esa sensación?

A veces, tarde en las noches, después de hacer el amor con Natalia, ella me abraza y me dice que no se imagina una vida sin mí. ¿Me imagino una vida sin ella? Fácilmente puedo decir que sí, sé que podría seguir adelante. Lógicamente me dolería, pero sé que podría superarlo. Es un poco preocupante el hecho de que sepa con certeza que puedo reemplazarla, que puedo avanzar como si nada.

Cuando cumplimos los seis meses de novios, fuimos a la casa de sus padres por primera vez. Ellos viven lejos, en una isla caribeña. Al pensionarse decidieron darse el gusto de vender su casa en la ciudad y comprar una en la playa. Sus padres son personas geniales y me desconcertó el hecho de ver sus miradas, como parecían buscarse en todos lados cuando uno se iba, como el señor Ernesto la abrazaba y hablaba maravillas de ella siendo que tenían cuarenta años de casados, ¡cuarenta años! Es una locura. Creo que jamás podría mirar a Natalia así en cuarenta años. Ellos sí están enamorados y creo que yo… no. Pero sé que algún día lo estaré. Estando allá fue nuestra primera pelea. Sus padres hicieron una fiesta en la terraza con sus amigos y yo bailé con Natalia esa noche. En medio de esa canción, esa jodida canción de Luis Miguel que me da nauseas me dijo que me amaba. Mi mente se puso en blanco y le dije que me dio diarrea, me fui enseguida. Más tarde se puso a llorar en la habitación y me aventó la maleta encima. No sé por qué cada vez que peleamos me avienta cosas encima. Me ha dejado golpes en más de una ocasión.

En fin, llegué a mi apartamento esa noche después de trabajar y saludé a Kit y a Maya quienes estaban en la sala con la consola de juegos como siempre. Me desplomé sobre la cama, moría de sueño, pero tenía muchos pensamientos revueltos en la cabeza. Escuché que me llegó un mensaje a mi celular.

-Mañana tengo una sorpresa para ti: número desconocido, 22:30 pm.

-¿Quién eres? – Respondí.

- Dylan, tu futuro esposo. – Me perturbó mucho leer ese mensaje.

- Acabas de darme diarrea, ve a dormir. Estas no son horas para que los niños estén despiertos.

-Buenas noches <emoji corazón>.

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