Capítulo 1

ARIEL

El miedo, mi único compañero fiel en todo este tiempo, durante mis veintitrés años de vida ha sido mi soporte y motor para salir adelante por mis propios medios. Ha sido una batalla larga y difícil, he tenido buenos y malos momentos, pero siempre intento no dejar que me afecte tanto. Mientras salgo del aeropuerto los nervios se convierten en una muralla que aplasta mis sentidos y nubla mi razón, regresar a San Francisco no era algo me hiciera feliz, hace cuatro años que me tuve que ir porque mi abuela materna estaba enferma de cáncer, prácticamente la ayudé a bien morir y gracias a eso puedo asegurar que se fuera de este mundo feliz. Una excusa más para escapar de mi realidad.

Después de que mi madre muriera por los golpes que recibió al ser asaltada cuando solo tenía quince años, mi abuela se convirtió en mi salvavidas hasta el último soplo de vida, la única que se llevaría el enorme secreto que cargo a cuestas. Mismo que me aterra tener que enfrentar ahora que he regresado a San Francisco.

—¡Ariel!

Alzo la mirada, me quito las gafas de sol y mis ojos se anclan en un par de color azul zafiro, hace años que llevaba una buena amistad con Barclay, el hermano mellizo de Lea, era extraño, loco, pero me hacía olvidar, a más de ser un buen oyente. Él no sabe nada aún y quiero que siga siendo así.

—¿Tienes mucho esperándome? —le pregunto sin un atisbo de alegría, y no era porque no me alegrara verlo, simplemente así era yo, unas veces introvertida, otras más extrovertida, depende lo que demande la ocasión.

—Carajo, tienes mala cara —se burla abriendo la puerta de su carro—. ¿Acaso no hubo suerte allá?

—Define suerte —meto mi maleta en su cajuela.

—¿Tienes hambre? —cambia el tema radicalmente como siempre lo hacía.

Quiero decirle que sí, que muero por una ensalada y algo de vino tinto, incluso un buen cigarrillo no me vendría mal para calmar los nervios, pero justo como por arte de magia, mi celular timbra y frunzo el ceño.

—¿Malas noticias? —inquiere con cautela.

—No, solo tengo que ir a casa, papá tiene noche de fútbol con sus amigos y tengo que preparar la cena y algunas botanas para entretenerlos —respondo mintiendo, sintiendo como las mentiras quemaban mi garganta y la culpa afloraba en mi pecho.

—Entonces te llevo a tu casa...

—No, tomaré el servicio de taxi —añado lo más rápido que puedo bajando mi maleta de la cajuela.

Barclay me observa como si tuviera dos cabezas o si me hubiera vuelto completamente loca, y puede que sí, pero él no sabe el infierno en el que vivo, y quiero que siga siendo así.

—No me cuesta nada llevarte —insiste tomándome del brazo.

—No, estaré bien —me acerco y le doy un beso en la mejilla—. Nos veremos luego ¿quieres?

—Si tu lo dices...

—No digas a nadie que estoy de regreso, quiero que sea sorpresa.

—¿Ni siquiera a la rubia idiota de Mandy? —enarcó una ceja con incredulidad.

—En especial ella.

—Vale, vale, pero sigo sin entender por qué tanto misterio —Barclay me observa fijamente, no me pone nerviosa, intenta adivinar pero soy más inteligente, he aprendido a usar bien mi máscara—. Tengo que preguntar, lo siento.

Esta vez soy yo la que parece asombrada,

—¿Qué pasa con el pendejo de Preppy?

Su nombre me descoloca, mis sentidos se tambalean, mi corazón reacciona de una manera frenética y el miedo a que me encuentre es lo que me paraliza.

—Parece que viste un fantasma, estás muy pálida...

—Tengo que irme —me apresuro a decir antes de que entremos en un tema que no quiero tocar.

—Aún no has respondido a mi pregunta ¿te hizo algo ese hijo de mil putas? —toma mi brazo ejerciendo la fuerza necesaria para hacer que en mi rostro se dibuje una mueca de dolor y de desagrado.

—¿Por qué asumes que me hizo algo? Él y yo no tenemos nada, ahora si me disculpas —me suelto de su agarre y tomo mi maleta—. Se me hace tarde.

Giro sobre mis talones y comienzo a andar a la base de taxis.

—¡Tal vez él ya sepa que estás aquí!

No volteo, apresuro mi andar, tomo el taxi y con manos temblorosas le indico la dirección del departamento que estaba rentando mi padre. Hace seis meses había regresado de emergencia y luego me fui, pero ahora mi retorno era permanente y las cosas no pintaban bien. La casa la había perdido mi padre en una apuesta con un tipo del casino al que va constantemente. Por lo que ahora tendría que vivir con él en un departamento dentro de una zona peligrosa y en donde la renta pasaba a mi cuenta.

Cuando llegamos, puedo notar el miedo palpable en las pupilas del hombre a través del espejo retrovisor. Sabe tan bien como yo que este barrio es muy peligroso, por lo que en cuanto llegamos le pago y él sale prácticamente corriendo.

«Quisiera hacer lo mismo

Comienzo a subir las escaleras y con cada paso que doy, mi pasado golpea fuerte y los recuerdos me encadenan a un vaivén de emociones viejas.

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