Damián

Años atrás...

Mis ojos escudriñan entre la oscuridad con perspicacia y terror latente, algún indicio de movimiento entre toda la hostilidad que nos rodea, aguzo mis oídos y me mantengo alerta de su llegada, pero no sucede nada, no hay señal de él y hago un conteo regresivo para comenzar a relajarme, al fondo de la casa se pueden escuchar las campanadas del enorme reloj que permanece en la estancia principal, son doce, y si en cinco minutos no llegaba entonces ya podríamos dormir a gusto.

Trago duro, el miedo comienza a paralizar mi cuerpo, miedo no a lo que me haga, sino, al daño que pueda lastimar a mi hermana, ella me toma la mano y ajusta su agarre aplicando una débil fuerza, giro y sus ojos de muñeca muy idénticos a los míos, me observan con detalle, sé que busca en mi la seguridad que necesita, y se la doy, maquillo mi propio miedo, escondo mis debilidades, rebusco en mi interior mi valor y borro de mi sistema la inseguridad.

Desde que mamá se había ido con otro hombre cuando Lany tenía dos años, dejándonos a la suerte de nuestro padre alcohólico, tuve que trabajar desde muy pequeño a escondidas de él, comencé desde ir y traer recados a los vecinos, cuidar carros en las peligrosas avenidas de San Francisco, hasta robar baratijas y venderlas a un precio conveniente, entraba a las casas de las personas con dinero en las residencias más populares y de abolengo, fue precisamente en una de esas ocasiones en las que conocí a Enzo, con quien no tardé en hacer buena amistad.

Él y su familia me acogieron y me enseñaron muchas cosas, a la edad de diez años no tenía idea de la magnitud que eso significaba, mucho menos que Enzo era el sucesor de una de las mafias más peligrosas del país, y que en un futuro sería él quien tomaría las riendas del negocio, mucho menos sabía las consecuencias que eso atraería a mi vida al aceptar que a cambio de ser entrenado desde pequeño para cuidar la espalda de Enzo, ellos me darían comida y dinero para que mi hermana y yo pudiéramos sobrevivir.

No era una mala vida, acepté porque quise a Enzo como al hermano varón que nunca tuve, y porque mi infancia fue menos dolorosa estando a su lado, la abuela Brzezinski me enseñó muchas cosas, desde falsificar cheques con todo y sello, marca de agua y firmas, hasta lo más sencillo que era cómo abrir todo tipo de cerraduras, electrónicas y antiguas.

Pero no todo era color rosa, no lo era gracias a él; mi padre, la persona a la que siempre he temido, el monstruo que por las noches hace que orine la cama en la que duermo, que tenga que estar alerta hasta cuando iba a la cocina por un vaso de agua, o en el baño, en donde una vez echó en la botella de champú veneno para ratas con pequeños alacranes.

—Tengo miedo —me susurra Lany agarrando con más fuerza mi mano.

"Yo también" quise decirle, pero era su hermano mayor, no podía colapsar en un ataque infantil de miedo, o dejar que él nos hiciera daño, era mi hermanita, así que mi deber era absorber sus propios demonios y hacerlos míos por ella.

—Tranquila, no dejaré que nada te pase —la abrace y le di un beso en la coronilla, comenzándole a cantar una canción de cuna que en el pasado mi madre me llegó a tararear de vez en cuando.

Sentí como su cuerpo se relajaba, estábamos escondidos en el sótano, detrás de unas enormes cajas de cartón en donde había tiliches viejos, la abracé con fuerza para que no viera mis lágrimas, porque joder, era un crío, un niño de diez años que tuvo que crecer a los ocho años, cambiando juguetes, programas divertidos de televisión, y mucho más, por trabajos clandestinos y robos para sobrevivir.

Cada que papá llegaba, tenía un miedo que te cagas en los pantalones, pero desde muy temprana edad aprendí a ponerme con maestría la máscara de la indiferencia, y lo peor es que la gente lo creía, me miraban las personas y nadie se acercaba a ayudarme, nadie me regaló nunca nada, ni siquiera por lástima, el barrio en el que vivíamos no era tampoco el ideal para niños.

Si contara cuantas veces hombres mayores y tocados hasta la medula, pasaban y me insinuaban cosas... joder, los del servicio social debieron haberse dado cuenta, muchas veces recé por que algún vecino se apiadara de nosotros y les llamaran, porque era mejor estar bajo el ojo del gobierno, que en el infierno al que habíamos sido condenados. Nunca pasó nada, nadie decía nada. Hasta esa noche...

La noche en la que me hice hombre, en la que aprendí que la vida solo es un enorme monstruo jugando a pisarnos como hormigas, la noche en la que apagué mis sentimientos, me arranqué el corazón y me obligué a jurar nunca sentir algo tan vano e irreal como lo es el amor, fue como si algo en mi cabeza se activara y el hijo de perra de sería años más tarde, hubiera nacido.

—Nos va a lastimar —musitó mi hermana, los latidos de su frenético corazón se dispararon y por un momento pensé que quizás se saldría de su pecho.

—No lo hará —afirmé con la seguridad de un niño ingenuo que para ese momento no pensaba que algo más malo les podría ocurrir a dos huérfanos prácticamente.

—Preppy...

Mi hermana fue la que me puso ese apodo, y me gustaba solo porque a ella le hacía feliz mencionarlo. Abrí la boca para decirle que casi había pasado el tiempo para saber que probablemente nuestro padre llegó borracho y se quedó dormido sobre las escaleras como siempre últimamente, cuando el ruido de pasos sólidos y fuertes acercándose, hizo que apartara la mirada de ella y la anclara en la entrada del sótano

—Preppy...

—Shhhh

Trago duro cuando la chirriante puerta se abre lentamente, haciendo que un escalofrío recorriera toda mi espina dorsal. Mis pulmones se colapsaron, mi mente se puso en blanco, fui dominado por el miedo, me convertí en la presa del terror que emanaba de cara poro de mi piel al verlo parado bajo el umbral de la puerta, fuerte, con ojos viperinos y sonrisa capaz de asustar al más valiente, ojos inyectados en sangre y un bate en mano.

Mi padre, el monstruo que me atormentaría toda la vida, estaba listo para jodernos, en serio.

—Sé que están aquí —canturrea con su voz gruesa, ronca y gélida—. ¿Acaso no le darán la bienvenida a papá?

Lany tiembla más y solloza en silencio, tengo que cubrir su boca con mi mano para que no nos encuentre, el sótano estaba oscuro y solo se filtraba la luz de la luna por la ventana pequeña a un costado de una de las paredes.

—Vamos, niños —comenzó a caminar lentamente, como si estuviera jugando al gato y al ratón—. Estoy preocupado por ustedes, saben, la vecina Marie me dijo que llamaron a la policía ¿por qué lo hicieron? ¿Acaso no saben que papá es amigo de la poli?

M****a.

Bajo la mirada y veo la culpa en los ojos avellana de mi hermana, esos ojos que me dicen todo; ha sido ella la que ha llamado a la policía. Pongo un dedito en mis labios indicándole que guardara silencio. Era mentira su preocupación, siempre había sido un cabrón, pero en los últimos meses había cambiado demasiado, llevaba mujeres a la casa y las follaba, en algunas ocasiones nos obligaba a ver todo, e incluso una noche me obligó a besar a una rubia que me metía la lengua, luego se rieron de mí y me bañaron en cerveza, dándome la patada en el trasero para que fuera a conseguir más alcohol.

Los rumores en el barrio corrían como pólvora y se decía que andaba en negocios turbios, robos de armas ilegales, tráfico de drogas, manejo de prostitución entre otros delitos, sus hijos, nosotros, le importábamos una m****a.

—¡Salgan, hijos de mil perras! —bramó lanzando una caja apilada que estaba a su lado.

Lany dio un respingo y comencé a trazar círculos invisibles en la muñeca de su mano para tranquilizarla, pero sabía que eso solo funcionaba conmigo, no con ella.

—Papi viene dispuesto a darle amor a uno de ustedes, aunque no he decidido a quién —su voz destilaba lujuria y hostilidad, rencor y odio al mismo tiempo.

Los segundos pasaban y cada vez se acercaba más a nosotros, mi cabeza comenzó a maquinar todos los escenarios posibles para que saliéramos bien librados de este embrollo, pero en todos el final no auguraba nada positivo, era un niño de diez años, cuidando a una niña de cinco que se aferraba a mí como si fuera su único salvavidas, él me superaba en fuerza y en experiencia, por lo que solo había un camino.

—Sigo esperando chicos, les daré quince segundos para que salga el primero al que le mostraré mi amor —canturreó sentándose sobre una silla vieja en la que mamá leía revistas—. Tienen suerte, hoy estoy de buen humor.

Trago duro, las manos me sudan y siento que me estoy asfixiando en aquel pequeño espacio.

—Lany, escúchame bien —le susurré con suma delicadeza.

—No...

—Mírame, todo estará bien —musité con un hilo de voz.

—Tengo miedo —me miró con sus ojos de cachorro suplicante—. Preppy, sácame de aquí.

—Eso voy a hacer, princesa —levanté su mentón—. ¿Te acuerdas del camino a la casa de Enzo?

—¿Tu amigo?

—Sí.

Ella asintió débilmente y deseé que la oscuridad engullera a nuestro padre.

—Cuando salga, quiero que te alejes y corras lo más rápido que puedas, no te detengas, no mires atrás, escuches lo que escuches, no lo hagas, corre y ve directo a la casa de Enzo, dile que Preppy necesita su ayuda y que está en peligro, él sabrá que hacer, él y su familia te acogerán, no temas ¿sí? —le explico rápidamente sintiendo como si con ella se fuera la última gota de inocencia que me quedaba.

Ella me observa con miedo latente en sus abismales ojos, pero asiente.

—Prometo que por la mañana te compraré un enorme helado y el hombre malo ya no nos molestará —le doy un abrazo y un beso cálido en la cabecita.

—¡Ahora, hijos de perra mal nacidos! —brama mi padre.

Me pongo de pie y salgo con Lany, quien se esconde detrás de mí, como un perro callejero tímido y escurridizo. Una sonrisa malvada y llena de lascivia se dibuja en los labios de mi padre, y sus ojos brillan cual fieros a punto de atacar a su presa.

—Mis hermosos hijos... ¿quién será el primero?

Juega con el bate y lo apunta a mí y luego a Lany.

—De tin, marin, de do, pin... gue... —canta.

—Yo, padre —doy un paso adelante escondiendo mi miedo muy en el fondo de mi alma.

—Damián... mi dulce hijo varoncito —se lame los labios—, Eres igual que yo cuando tenía tu edad, y ahora te enseñaré a ser un verdadero hombre, así como me lo enseñó mi propio padre.

Llorar ya no tenía sentido, aquel hombre se puso de pie y enseguida me tomó de la camiseta y me levantó del suelo con facilidad, haciéndome difícil respirar.

—¡Ahora, Lany! —grité y mi pequeña hermana salió corriendo.

Mi padre se carcajeo dándome un cabezazo que me nubló la vista por pocos segundos, me aventó al suelo y comenzó a golpearme con el bate.

—¡De nada servirá, maldito crío pijo de m****a!

Costillas, estómago, cabeza, manos, piernas... todo dolía y ardía como la m****a, lloraba, suplicaba, gritaba a todo pulmón para que alguien, alguna persona se apiadara de mí, viniera a mi rescate, por segundos soñé en el instante en el que alguien entraría por la puerta y le daría su merecido al hombre que nos engendró, pero nada, mis berreos, llanto y todo se mezcló en un balance perfecto con el silencio de la noche y los ladridos de los perros callejeros.

Fue en ese momento, en el que bañado bajo un charco de mi propia sangre, me cansé de esperar ayuda, de suplicar por algo, por pedir que el dolor que rompía poco a poco mi débil corazón, frenara, nadie hizo nada, siempre fui invisible para el mundo, y fue ahí, cuando mi padre se bajó los pantalones, que decidí ahora ser yo quien le pateara el trasero a la vida, si yo no era nada para el mundo, el mundo entero podía irse a la m****a, si fui poca cosa y nada importante para las personas, pues bueno, ellas podían esperar lo mismo de mí.

Aquella noche murió mi niñez, mi inocencia, drené todo ápice de bondad que habitaba en mi pequeño cuerpo de diez años, anulé mis sentimientos incluso para mi hermana, construí un mundo lleno de caos, llenos de murallas intraspasables, porque la realidad era demasiado de soportar, quise gritar, destrozar todo a mi alrededor cuando mi padre estuvo a punto de obligarme a hacer lo que las putas le hacían por dinero, pero en vez de eso, me quedé callado y yo mismo destrocé mi alma.

Saqué una navaja que me había regalado Enzo y le tajé el miembro a mi padre, no esperé y le di unas cuantas puñaladas en el estómago, dos en el cuello y una más en el pecho, cada que la fila hoja de plata se deslizaba por la asquerosa carne de mi padre, el niño que era, se hundía más y más hasta que dejó de respirar y con él, murió Damián, el pequeño de solo diez años que siempre fue amable y buscó una mano amiga que nadie nunca le tendió.

Esa noche, la noche de mi resurgimiento, la noche en la que nació Preppy, me bañé con la sangre de mi padre y me quedé acostado a su lado, tarareando Wild World, una vieja canción que mi madre cantaba cuando estaba triste y que me estremecía el alma y los huesos. Y desde ese día, después de que Enzo y su familia llegaran y me ayudarán, de que nos acogieran a mí y a mi hermana como parte de su familia, aprendí a dormir para no sentir, a drogarme para no pensar, a silenciar a tal punto de desvanecer mis sentimientos para no gritar, a olvidar y no aferrarme a nadie, para no sufrir.

Preppy nació, resurgiendo de entre todo el caos y la m****a que la vida juntó, Preppy... el terror de la mafia, el maldito asesino loco al que todos le tiran respeto y por el que las putas braman como perras en celo para que les meta la verga. Yo, el demonio que el infierno condenó al exilio por no soportar mi caos, que el cielo escupió por exudar el pecado, el mismo que permanece en el limbo de mi pasado, nací, crecí, morí tantas veces que ya perdí la cuenta, no soy buena persona, no hay bondad en mi alma, todo es maquillaje, una máscara que he aprendido a usar, soy el maestro de las mentiras, no tengo corazón y mucho menos sentimientos. Me gobierno por el deseo, mi ley es el peligro, mi religión el placer carnal, no soy persona, bestia, hombre, demonio, soy solo Preppy, y todo se fue a la m****a cuando un par de ojos grises, vieron a través de mi alma.

Ella se atrevió a ver mi verdadero yo, a hurgar en mis profundidades con una sola mirada, me conoce, sabe lo que soy, y no me teme, porque ella está igual de jodida que yo.

Dicen que las personas permanecen en una búsqueda constante por encontrar a su alma gemela, más sin embargo, yo creo que dos personas rotas, son las piezas que encajan a la perfección en este mundo que es un rompecabezas complejo, lo sé porque ella es eso que necesito para respirar, eso que ahuyenta la oscuridad y mata los demonios que me atormentan, y solo estoy seguro de una cosa; nadie la poseerá, porque ella es mi pieza maestra, y haré todo por hacer que solo me abra las piernas a mí.

Porque primero prefiero verla muerta, que en manos de alguien más.

Mi nombre fue Damián Torres, el mundo ahora me conoce como Preppy, y esta no es mi historia cursi de amor, no, este es mi puto caos, mi destrucción, y adivinen qué, soy el jodido líder, soy... el maldito verdugo de la mafia.

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