La boca del lobo

A la mañana siguiente estoy molida. El brazo me duele horrores y tengo náuseas. Refunfuñando me levanto y me ducho. Tengo compromisos que no puedo posponer. En una mochila empaco un par de prendas. Me visto con algo que tape mi inflamado brazo.

Al entrar a la cocina veo a Alec apoyado en la encimera doblado de dolor, se presiona la herida. Rápidamente dejo la mochila en el suelo y voy a ayudarle.

—¿Qué haces? —preguntó angustiada.

—Tenía sed —Indica. Mira mi mochila y cuestiona —: vas con mi padre, ¿no es cierto?

—Tengo que hacerlo, lo prometí. —Destaco.

—Ya sé que no puedo meterme en vuestros asuntos, pero necesito que me prometas algo.

—Lo que sea —respondo sin dudar.

—Jane, las personas que estarán mañana con ustedes son muy peligrosas. Los hombres de mi padre no podrán pasar más allá de la puerta de principal. Tú y mi padre estarán solos en territorio ajeno —Toma mis manos—. Prométeme que traerás a mi pad

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