Eric Hotsmann

A las 7.00 de la mañana llego a Zigler, me quedo un poco sorprendida e impresionada con la inmensidad del lugar. Pensé que seria como una vinatera o al menos, un edificio de máximo unas cinco plantas, pero esto no tiene nada que ver. Este es un edificio de unos 28 pisos, más o menos. 

En la entrada me presento como la chica que viene a la entrevista, el guardia me da un carne de visitante y me indica el piso al que debo acudir. 

Llego al piso que me indican, pero no hay nadie, todos los puestos de trabajo están solos. Camino unos pasos y me siento, exasperada sobre uno de los escritorios. Resignada, me quito la identificación. ¿Qué voy a hacer? No tengo ni la más remota idea. Ya perdi anterior trabajo. En mitad de esta acuciante reflexión vital, oigo pasos al otro lado de la sala. Alzo la mirada y observo a dos hombres que caminan desde el pasillo del fondo. Están hablando. Uno de ellos debe de rondar los treinta. Es rubio y tiene unos preciosos ojos verdes. Lleva un traje de corte italiano negro con camisa blanca y corbata roja. Es muy guapo, probablemente el chico más guapo que he visto en mi vida. No sé qué es, pero tiene algo que me impide apartar la mirada de él. Atractivo y peligroso.

Lo sigo mirando hasta que una chica que sale del pasillo me informa que debo pasar a la sala continua para dar inicio a la entrevista. Le doy las gracias y me dirijo allí. Cuando entro me encuentro a un hombre que se identifica como Salomón.

Me hace las preguntas base como: años de experiencia laboral, edad y todos los trabajos que he tenido a lo largo de mi vida, me hace enseñarle algunos papeles de mi identificación legal en el país. Al final me dice que como soy la única que asistió a la entrevista, el puesto es mío y que debo empezar en seguida.

 Me enseña mi nuevo puesto de trabajo, queda ubicado frente al de mi jefe. Me entristece un poco que no sea Salomón, parece un tipo agradable y desprende una gran energía.

Al día siguiente nuevamente me despierto una hora antes de lo previsto, creo que necesitaba algo de disciplina para ser más puntual. Esta vez me pongo un traje de ejecutiva, falda de tubo y camisa a juego. Me dejo el pelo suelto, cayendo sobre mis hombros. 

 Al llegar me recibe Fernando, el guardia que me oriento ayer.

—Su nombre, por favor.

—Jane Stanley.

Comprueba la lista en su móvil y sonríe. Definitivamente me recuerda.

—Señorita Stanley, el señor Salomón la está esperando. Planta veinte.

—Muchas gracias.

 Le devuelvo la sonrisa y comienzo a caminar en dirección a los ascensores.

Fernando me llama, me vuelvo hacia él.

—Y enhorabuena. 

—Gracias. —contesto y girándome continuo mi camino. 

Al abrirse el ascensor en la planta veinte, las oficinas de las secretarias y asistentes se extiende antes mi.  Salomón está hablando con Máx, su asistente.

—Buenos días. —Salueo con una sonrisa. Máx me sonríe de vuelta.

—Jane, buen día. ¿Cómo haz amanecido? —Pregunta Salomón dándome un par de besos en las mejillas.

—Muy bien, gracias por preguntar. 

—El jefe te espera, piso veintiocho.

Con un nudo en el estómago agradezco y entro nuevamente al ascensor.

Este piso a diferencia del veinte, no tiene a nadie caminando de un lado a otro. A mi derecha veo una sala de reuniones y, al fondo una pequeña oficina frente a una puerta de madera oscura en la que puede leerse sobre una placa de metal: «Eric Hotsmann, jefe» Me encamino hacia allí con toda la confianza que creo tener. 

Suspiro exhalando todo el aire que los nervios habían retenido en mis pulmones y golpeo suavemente la puerta con los nudillos.

—Adelante —oigo decir desde el interior.

Abro la puerta y entro.

El lugar es imponente. Las paredes frontales son de cristal, dejando ver una buena parte de la ciudad. A la izquierda una figura en 3D de arcilla de lo que parece ser una mujer desnuda, frente a su escritorio hay varías pantallas con noticias. Pero lo más impresionante, es la colección de whiskey que ocupa toda una pared.

—Adelante —repite sin levantar la vista. Doy un paso al frente y me quedo bajo el umbral de la puerta.

—Señor Hotsmann. —Lo llamo. Da un giro en su silla y me sorprendo al ver que es el hombre guapo de ayer

—Verás lo que espero de ti. —Al oír estas palabras, cuadro los hombros y tomó una actitud más profesional—:Básicamente, es que sigas mi ritmo. Me gusta controlarlo todo hasta el más mínimo detalle. —Asiento entusiasmada—. Te encargarás de mi agenda, el teléfono, me acompañarás a todas las reuniones y, como te he dicho, sígueme el ritmo. ¿Entendido? —concluye con una sonrisa. Asiento diligente una última vez.

—¿Con qué quieres que empiece? —pregunto.

—Lo primero es que subas a Recursos Humanos, planta veinticinco, y firmes el contrato.

En el ascensor hago otra acuciante reflexión, pero esta vez no es sobre mi vida, ahora es sobre mi jefe. Me siento atraída por él y, aunque sé que entre él y yo no habrá nada. No puedo evitar pensar en él magnetismo que desprende.

Dejo al señor Hotsmann de lado y me centro en los ejecutivos, que suben y bajan en cada planta. Todos están serios como si sonreír fuese un pecado. Firmo mi contrato, me entregan mi identificación y, al final, maldiciendo por todo el tiempo que me han hecho perder y que pusieran mal mi apellido. Regreso a la planta veinte. Entro nuevamente en el despacho del señor Hotsmann. 

—Revise mi agenda. Quiero que este pendiente a todos mis viajes y reuniones. —Asiento a su nueva orden. Me siento en la mesa frente a su escritorio y empiezo con mi trabajo. 

En algunas ocasiones nuestras miradas se cruzan, pero rápidamente la desviamos. Aprovecho para investigar un poco de él en internet y resopló al verlo con varías mujeres, por supuesto todas con porte de modelo. Me entero que es dueño de varios hoteles y restaurantes más, y que es uno de los mayores donantes en fundaciones para protección a menores y mujeres abusadas. 

A las doce menos 5 recojo mis pertenecías para ir a comer a un restaurante en el que he quedado con Félix.

—Señor Hotsmann, ya es hora del almuerzo. —Le informo. Me mira de arriba abajo. Me siento incómoda.

—Gracias, señorita...

—Jane. Jane Stanley. —Respondo nerviosa. 

—Señorita Stanley, debería usar su identificación. —Recalca.

—Hubo un problema con mi apellido y recursos humanos prometió arreglarlo para mañana. —Me justifico. Quiero salir de allí.

—Puede marcharse. Procuré arreglar el problema lo antes posible.

—No se preocupe. Permiso.

Salgo de la empresa y exhaló todo el aire retenido en mis pulmones, definitivamente este trabajo será una gran aventura.

A la una y media de la tarde llego a Healthy Hunters, restaurante en el que he quedado con Félix. Tenemos una conversación pendiente, la hemos ignorando por mucho tiempo ya.

Félix aún no llega, mi puntualidad mejoro y ahora soy yo la que espera a su acompañante. Pudo una ensalada para mí.

Durante el tiempo que estoy esperándo, viajo al pasado, cuándo conocí a Simón. Cuándo llegue a España, estaba sola y destrozada, acababa de perder a mi mejor amiga y a mi hermana. Lo conocí en la escuela, mientras esperaba el almuerzo. Hablamos un poco y nos dimos cuenta que teníamos mucho en común y en poco tiempo forjamos una bonita amistad, conocí a sus amigos, entre ellos a Jessica y Félix, con quiénes no me lleve bien hasta que cumplí diesiocho, cuando me acusaron del homicidio de la novia de Félix, Giselle. Para ese entonces, había adoptado las costumbres salvajes y violentas de Simón, la policía me investigó, mi rivalidad con ella me hacía el sospechoso perfecto, estuvieron cerca de declararme culpable, pero Simón declaró su delito, y trás ver las pruebas, lo condenaron a seis años.

—Jane. —Me llaman. Giro y me encuentro a Félix, sorprendido.

—¿Qué pasa?—Cuestiono su comportamiento, no encuentro motivo para estar tan sorprendido.

—Trabajar en Zigler te sienta bien. 

Asiento, yo también lo pienso. Tengo mis metas claras y he logrado tener más disciplina a la hora de hacer las cosa en la línea de tiempo en la que están estipuladas.

—Solo tengo una hora para comer, habla ya. 

—Hoy recibí otra amenaza, ya van 4 en todo el mes. Quiero hablarlo con la policía, pero puede que me perjudique yo también, tenemos que andar con pies de plomo. No sabemos quién esta atrás de todo esto y que tan peligroso es. —Tiene razón, estoy asustada, Llevamos meses en esto, hasta el momento las amenazas sólo van dirigidas a él, pero es cuestión de tiempo para que me lleguen a mí también.

—Quiza sea lo mejor, Félix. No podemos seguir ignorandolo, tenemos que hacer algo antes que sea demasiado tarde.

Suspira, luega se frota los ojos. Se le ve cansado.

—Hable con Jessica, llegará de noche, perdió su vuelo y tuvo que tomar otro.

—Veo que no cambia.

—Mañana estaré libre, te acompañaré a la carrera. Tengo pases vip para ir al nuevo club swinger.

—Tienes un pase vip —lo corrijo —sabes que no volveré a esos bares.

—Jane, dejaste de asistir cuando tu madre enfermo con la excusa de que tenías que cuidarla, ya está mejor. Tienes 24 años, tienes que disfrutar de tu vida, salir a bailar, tener un novio. Tienes toda una vida por delante. La Jane que yo conocía no necesitaba invitación para disfrutar de lo que le gustaba.

Tiene razón, pero a veces los acontecimientos de tu vida te hacen verla diferente, él vivió el mismo calvario con la muerte de Giselle que yo, pero yo tengo una perspectiva diferente de la vida y no pienso cambiarla. Me gusta como es ahora, no necesito de nadie más que mi madre para estar bien, o estable. 

—Conocí a alguien. —suelto. Él me mira sorprendido. 

—Espera, creo que escuché mal. ¿Qué dijiste?

—Si, un chico, nada especial. —Miento con descaro.

 Félix levanta las cejas. Sus grandes ojos azules se ponsan en mí.

—¿Lo conozco? 

Niego.

—No es de aquí. —Suelto. 

—Si se da la oportunidad con él, aprovéchala. Necesitas empezar a vivir tu vida, no puedes quedarte estancada en el pasado. Tienes que crear historias y recuerdos. Lo que paso, paso porque así debía ser. Pero depende de nosotros si quedarnos en eso o salir adelante. —Asiento. Lleva más razón que un santo, pero no podemos obviar lo que paso, fue duro ver morir a tu amiga frente a ti y no poder hacer nada al respecto. Aunque siga mi vida, siempre habrán fantasmas que me atormentarán. Él más que nadie es consciente de ello.

—Lo pensaré, gracias cielo. Nos vemos mañana, dale besos a Jessica de mi parte. 

Tomo mi bolso y regreso a la empresa.

De vuelta al trabajo todo es normal, miradas entre mi jefe y yo, pero nada fuera de lo común. El sábado tenemos un viaje, por lo que nos quedamos en su despacho más tiempo de lo laboral. 

—Necesito que busque todo el historial de contabilidad de este mes y que compares las cifras con el mes pasado, haces un análisis y me lo mandas a mi correo. 

—Mañana mismo me encargo de eso, Señor Hotsmann, ¿algo más? —Me mira por un tiempo bastante prolongado, se pasa la mano por el pelo y contesta: 

—¿Qué me ofrece?! 

—Usted manda y yo obedezco, ¿recuerda? 

—Si le digo que me bese, ¿lo haría? 

Claro que lo haría. Yo a este lo beso y lo que le sigue. Pero no puedo, no es correcto. 

—Eso no sería muy profesional. 

Se muerde el labio, luego se recuesta en su asiento y murmura.

—Tiene razón, señorita Stanley. ¿Es usted Colombiana? 

—Si, pero tengo palabras y gestos Españoles, tiendo a confundir a la gente con mi nacionalidad. 

—Necesito que cuando lleguemos a Colombia me haga un tour. Quiero llevar Zigler a Colombia. Hace algunos años no voy por allá y lo poco que recuerdo es Palmira.

—Por supuesto.

Estoy agotada, me noto el cuerpo cansado y el estómago apretado.

—Le pido permiso para retirarme. 

—Cene conmigo mañana. —sorprendida por su petición me doy la vuelta, estoy a punto de aceptar. Lo sopesó, pero al final lo rechazo, es mejor estar cada uno por su lado.

.—Agradezco su invitación, pero creo que no será posible. 

—Simpre que acostumbro a comer con mis secretarias, al menos una vez al mes. 

 —Con todas sus secretarias, en especial las mujeres. —Me tapo la boca con ambas manos. Lo dije en voz alta.

Eric, en lugar de molestarse, sonríe e insiste.

  

—Señorita, vamos a pasar más de seis horas en un piso sólo nosotros dos, llevarnos bien es casi una obligación. 

Sopesó la situación, visto desde esa perspectiva es muy diferente.

—Esta bien. 

—Paso por usted a las ocho, recuerde que sé donde vive. —Agotada me despido y voy a casa.

Eric debería tener un cartel que diga peligro. 

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