Capítulo 1

Los segundos fueron pasando y Leonardo permaneció inmóvil. Después de un intenso debate interno, dio el primer paso en dirección a la persona y a ese le siguieron otros. No importaba lo que quisiera, jamás se sentiría bien consigo mismo si se iba sin asegurarse que la persona estaba bien.

Al inicio caminó lento, pero luego aceleró el paso. No es como si pudiera mojarse más, pero cuanto más tiempo permaneciera bajo la intensa lluvia, la probabilidad de terminar enfermo se iría haciendo más grande.

Conforme estaba más cerca, se preguntó si no estaba teniendo alguna alucinación inducida por el frío y el cansancio. Después de todo, nadie sería tan loco para salir a la intemperie con ese clima. Nadie a parte de él. Aunque en su caso fue más por necesidad.

La lluvia hace tiempo había penetrado su ropa, si tan solo hubiera cogido un paraguas no estaría así.

Cuando llegó hasta donde estaba la que ahora tenía seguridad era una mujer, ella no se movió. La reacción más común habría sido que retrocediera con miedo o que le gritará que se largara. Pero ni siquiera se fijó en él. Si no fuera por su aliento que se reflejaba en el frio de la noche, habría pensado que se trataba de un fantasma. Su piel estaba completamente pálida y tenía los ojos rojos. No podía afirmar con certeza si lo que corría por su mejilla eran lágrimas o lluvia. Ella miraba al frente y sus pensamientos parecían estar a kilómetros de distancia.

—¿Estás bien? —preguntó alzando la voz para que ella pudiera escucharlo sobre la lluvia.

Espero una respuesta, pero la mujer siguió impasible. Pensó que tal vez no lo había escuchado, aunque era improbable.

Se acercó un poco más y sacudió su mano delante de ella. La mujer por fin reparó en su presencia. Ella giró su rostro y lo miró directo a los ojos. Abrió la boca como si fuera a decir algo; pero, en lugar de eso, cerró los ojos y se desvaneció.

Leonardo logró atraparla antes de que terminara en el suelo. Miró a todos lados esperando ver a alguien tal vez buscando a la mujer. Estaba consciente de que estaba pidiendo demasiado.

>>¡Genial! —gruñó frustrado. Encontrarse con esa mujer mientras el cielo se caía sobre ellos, era lo último que necesitaba.

Regresó su atención a la mujer. Tenía que concentrase en lo primordial. Buscó su pulso, pensando por primera vez en la posibilidad de que no estaba viva. Su piel estaba helada, pero su pulso estaba allí aunque un poco débil, al igual que su respiración que era apenas notoria.

Dedujo que probablemente se había desmayado a causa del frío. Algo para nada sorprendente si ella había pasado demasiado tiempo bajo la lluvia.

Leonardo colocó sus brazos en la nuca y detrás de las rodillas de la mujer, luego la cargó y la llevó hasta su carro. Todavía no tenía pensado que iba a hacer, pero ninguno de los dos podía seguir a la intemperie. Su cerebro pensaría mejor en un ambiente cálido.

Se las ingenió para abrir la puerta de atrás sin soltar a la mujer. Luego la recostó sobre el asiento y le retiró su casaca. Estiró su brazo al asiento de adelante para tomar su saco. Colocó la prenda encima de la mujer aunque no estaba tan seguro de cuanta diferencia hacia estando ella con toda la ropa mojada. Cerró la puerta una vez estuvo seguro que ella no se caería.

Rodeó el carro y entró en el asiento del piloto. El calor dentro era un contraste con el clima de fuera. Ni siquiera lo pensó mucho antes de retirarse la camisa.

Se frotó el rostro con ambas manos. Esa noche estaba resultando desastrosa y tenía el presentimiento que no acabaría pronto.

Miró a la mujer a través del espejo retrovisor. Esperaba que no fuera una criminal. Se rio de sus pensamientos. La mujer era delgada y por lo que había visto antes apenas le llegaba a su pecho. No parecía una mujer capaz de atacar a nadie, pero tampoco podía estar seguro.

Se debatió entre llevarla a un hospital, que de hecho era la mejor opción. O llevarla a su casa, que para nada era una buena idea. Soltó un suspiro, ya sabía que decisión iba a tomar incluso antes de plantearse las opciones. Por alguna extraña razón no se sentía cómodo dejando a la mujer en un hospital a su suerte. Al menos esa noche la llevaría con él y al día siguiente cuando ella despertara podría pedirle que se marchara.

Encendió el auto y salió de aquel lugar con una pasajera más de la que había tenido antes de detenerse. Alguien a quien no conocía de nada.

La lluvia no mitigó en todo el viaje. Condujo un poco rápido porque le preocupaba la salud de la mujer.  

En el viaje aprovechó para llamar a un amigo que era doctor. Colocó el manos libres y esperó a que su amigo tomara la llamada.

—Leonardo, amigo, ¿Qué pasa? —dijo cuando por fin contestó.

—Necesito que vengas a mi casa —pidió sin rodeos.

—¿Sabes la hora que es?

—No estoy seguro.

—Pasan de las diez de la noche.

Leonardo no estaba seguro de como el tiempo había pasado tan rápido.

—Tengo una emergencia —dijo sin dar más detalles. No sabría por dónde comenzar si tenía que explicarse. Podía contarle más tarde cuando se vieran cara a cara.

—Está bien, estaré allí.

Terminó la llamada después de agradecerle. Le debería una grande a su amigo por este favor.

Al llegar metió su carro al garaje que estaba a lado del edificio donde vivía. Se bajó apresurado y fue en busca de la mujer. Al levantarla trató de mantener el abrigo cubriéndola. Gracias a la calefacción del carro se mantenía en su mayoría seco.

Entró al edificio por el acceso aledaño y tan pronto como atravesó la puerta, el guardia de seguridad lo vio. Él se acercó con paso apresurado y con la mirada sorprendida.

—¿Está todo bien, señor Morelli? —Él lo miraba de pies a cabeza más que a la mujer en sus brazos. Fue en ese entonces que recordó que no tenía puesta su camisa. No es como si importara mucho en ese momento.

—Define bien —susurró con ironía aunque el hombre no pareció escucharlo—. La señorita tuvo un percance y se desmayó. Puedes ayudarme a abrir la puerta de mi departamento.

—Claro, señor —dijo él empezando a dirigirse al ascensor.

—Por las escaleras.

Estaba apresurado por llegar y su departamento quedaba en el segundo piso. Les tomaría menos tiempo si subían por las escaleras, en lugar de esperar al ascensor.

El guardia asintió y tomó la delantera.

—Un doctor vendrá a revisarla en cualquier momento. Con este clima tal vez tarde un poco, en cuanto llegué déjalo pasar —indicó mientras subían a su piso.

—Está bien, señor.

Al llegar, el guardia cogió sus llaves y ubicó la de él. Luego abrió la puerta y estiró un brazo para prender la luz. Él mantuvo la puerta abierta para que Leonardo pudiera entrar con la mujer en brazos sin ningún problema.

—Gracias —dijo entrando y dirigiéndose directo a la habitación de huéspedes. Escuchó la puerta cerrándose a lo lejos.

Colocó a la mujer sobre la cama y corrió a encender la luz. Luego fue a su habitación, que estaba al frente, a buscar algo para poder cambiar a la mujer. Cuanto más tiempo pasara con su ropa mojada estaría en más riesgo.

Dudó que alguna de sus ropas le quedara, pero no era momento para ser selectivo. Cogió una polera y un pantalón deportivo antes de regresar con la mujer.  

Tomó a la mujer entre sus brazos, ella seguía helada, así que no lo pensó demasiado y la desvistió. Tenía experiencia quitando ropa, no poniéndola; pero se las arregló. No se sentía cómodo viendo desnuda a una mujer que estaba inconsciente y si hubiera habido otra opción la habría tomado.

Una vez que la mujer estuvo con ropa seca la recostó de nuevo en la cama, pero esta vez debajo de las cobijas. Se aseguró de cambiar la de encima para que la humedad, que se había impregnado de la ropa mojada de la mujer, no pasara a las demás.  

Espero unos segundos que la mujer recobrara su color y al ver que eso no sucedía, fue y le aumentó la temperatura a la calefacción.

Mientras esperaba por el doctor, se detuvo a observar a la mujer. Con la luz de su habitación podía apreciar mejor sus rasgos. Ella tenía la tez un poco bronceada, unos labios ligeramente gruesos y sus cabellos eran de color castaño. Se preguntó si era mayor de edad porque lucía demasiado joven. Estaría metido en un grave lio si se trataba de alguna chica que se había escapado de casa.

Lo mirara por donde lo mirara, llevarla a su casa había sido un error. No entendía porque no la había llevado a un hospital, seguro se habría ahorrado muchos problemas.

El timbre sonó sacándolo de su ensoñación y se apresuró a ir a abrir. Cuanto antes la viera un médico, sería mejor.

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