Encuentro inesperado (Hermanos Morelli #2)
Encuentro inesperado (Hermanos Morelli #2)
Por: Joana Guzman
Prólogo

Leonardo se frotó los ojos con cansancio, pero se negó a ceder a él. Tenía planeado terminar con lo que estaba haciendo antes de ir a casa.

Había estado trabajado demasiado los últimos días y el estrés y cansancio le estaban comenzando a pasar factura. Pero no era lo único, había una sensación de insatisfacción, que le estaba fastidiando demasiado desde hace unos meses.

No podía recordar cuando había sido la última vez que había estado tranquilo. Salía con algunas mujeres de vez en cuando, pero usualmente era algo de una noche. Las cosas habían cambiado desde que él y su hermano se habían hecho más conocidos. No podía estar seguro cuando una mujer estaba con él por su dinero o porque era lo que en realidad quería. Así que después de pasar un buen rato se despedía de ella y no las volvía a llamar.

Un toque en la puerta de su oficina le hizo salir de sus pensamientos. Levantó la vista al mismo tiempo que su hermano ingresaba.

 —Ya me voy —informó Valentino, su hermano gemelo. 

Miró el reloj y se dio cuenta que ya era las seis. En el pasado su hermano se habría quedado con él o incluso hasta más tarde. Pero desde que se había casado, se retiraba más temprano, a no ser que hubiera algo importante que no pudiera esperar hasta el día siguiente.

No era lo único que había cambiado. Las salidas con su hermano habían disminuido considerablemente. No lo culpaba por eso, él tenía una mujer embarazada esperándolo en casa. Conociendo a su hermano seguro en ese mismo momento estaba preocupado por cómo estaba ella.

Lo miró para ver si había alguna señal de que estuviera aburrido o cansado de su nueva vida; pero, incluso con las ojeras, él lucía feliz.

Leonardo amaba su vida de soltero, le gustaba salir sin preocupaciones y no tener que comprometerse con nadie en una relación duradera. Sin embargo, seguro que a veces, raras veces, envidiaba al maldito afortunado de su hermano. Valentino había tenido la fortuna de conocer a una mujer que lo amaba incondicionalmente y pronto esa mujer le daría un hijo.

—Está bien —respondió—. Saluda a Bianca de mi parte y dile que mi oferta aún está en pie. —Al parecer debía encontrar otra forma de molestar a su hermano porque el solo sonrió en lugar de su usual gruñido.

Valentino se apoyó en el umbral de la puerta con los brazos cruzados y se le quedó observando.

>>¿Qué? —preguntó cuándo el no dijo nada.

—Sabes que hay una vida más allá de esta oficina ¿verdad?

Una maldición casi se la escapó, pero logró tranquilizarse a tiempo. No le gustaba lo bien que su hermano lo conocía. Era seguro que él había notado su estado de humor y ahora trataba de hacer algo al respecto.

—Sí —respondió manteniéndose estoico.

Valentino soltó un suspiro y sacudió la cabeza.

—No trabajes hasta tarde, parece que va llover.

—Sí, papá —dijo con ironía.

Valentino se dio la vuelta y se marchó dejando la puerta de su oficina abierta. Era obvio que lo había hecho a propósito. Él sabía cuánto lo irritaba eso.

—Valentino —lo llamó. Él alzó la mano en un escueto saludo sin molestarse en mirarlo y desapareció por el pasillo.

Frustrado se levantó y fue a cerrar su puerta. Luego regresó a trabajar, esta vez trato de no detenerse a pensar en nada que no fuera lo que tenía en la computadora.

Se enfrascó en lo que estaba haciendo y no fue hasta que un personal de limpieza apareció en su oficina que se percató de la hora. Era un poco más de las nueve de la noche, demasiado tarde para estar allí, incluso para él.

—Buenas noches, señor —lo saludó el hombre.

—Buenas noches —respondió mientras se ponía de pie. 

Agarró su saco del respaldo de su sillón de oficina y se lo colocó. Luego apagó su computadora y alistó sus cosas.

>>Hasta el día de mañana, gracias —le dijo al hombre al salir de la oficina.

—Hasta mañana, señor —respondió él.   

El edificio parecía estar vacío y las oficinas estaban en completa oscuridad. Solo los pasillos permanecían iluminados.

Caminó hasta el ascensor con las manos metidas en los pantalones no tenía ningún apuro por llegar a casa.

Bajó hasta el estacionamiento y subió a su auto. Al salir se encontró con el hombre de seguridad que lo saludó con un movimiento de cabeza.

La lluvia comenzó apenas salió al exterior. Las gotas se estrellaron contra el parabrisas del carro. Lo que comenzó como una ligera llovizna pronto tomó intensidad.

Apenas llevaba conduciendo unos diez minutos cuando la llanta de su carro se pinchó.

—¡Demonios! —grito Leonardo frustrado.

Entre la copiosa lluvia y la oscuridad apenas iluminada por los faroles de la calle, sería un trabajo duro cambiar la rueda dañada. Ese no era su día de la suerte.

Se estacionó a un lado de la pista y apagó el carro. Pensó en llamar a la asistencia de carretera, pero eso tomaría más tiempo.

La idea de salir al exterior no le parecía ni un poco tentadora. Se estaba dando cuenta que quedarse hasta tan tarde fue una mala idea.  

Recostó la cabeza sobre el asiento y cerró los ojos. Por un segundo pensó en quedarse allí y esperar a que la lluvia pasara. El problema sería si no pasaba. Soltó un suspiro, se retiró la chaqueta y se arremangó las mangas de la camisa. Luego abrió la puerta del auto y se bajó. 

No pudo evitar maldecir otra vez. La lluvia se sentía incluso más intensa de lo que parecía. Su hermano se reiría de él si se enteraba de su pequeño incidente y mucho más aún si se enfermaba.

No se detuvo a analizar nada, cuanto menos tiempo pasara bajo el agua sería mejor.

Antes no le había gustado tanto la idea de regresar a casa, pero ahora era todo en lo que podía pensar. Pronto estaría en la comodidad de su departamento, descansando en su cama después de haber tomado una ducha caliente.

Caminó hasta la maletera para sacar la llanta de repuesto y los materiales necesarios. La lluvia estaba haciendo que su camisa se le pegara al cuerpo. Se la tendría que retirar antes de entrar al auto.  

Abrió la maletera y sacó todo lo que necesitaba. Colocó el cono detrás de su carro y se puso a trabajar. Seguro batió algún record al cambiar la llanta. En cuestión de minutos la nueva llanta ya estaba en su lugar.

Después de terminar, prácticamente arrojó todo de regreso a la maletera y la cerró. Estaba por correr de regreso al interior del carro y marcharse de allí pronto, cuando algo llamó su atención.

Un poco más allá, bajo la lluvia, estaba una persona. No podría decirlo con seguridad, pero casi podía apostar que se trataba de una mujer.

Siempre se había considerado un hombre de acciones; sin embargo, en ese momento se quedó helado sin saber qué hacer a continuación.

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