Capítulo 2

Conoció a su marido durante el último año de su carrera de Medicina. Él iba dos cursos por delante de ella. Por alguna razón, sus amigos la persuadieron de que tenía que acudir a un partido de rugby en el que se enfrentaban dos equipos universitarios. Ruth no sabía nada de aquel juego, pero enseguida captó el tipo de persona que era aquel delantero de cabello rizado que corría con entusiasmo y hacía placajas sin importarle el peligro. Matt era un auténtico loco. 

Quizás el resultado fue inevitable. Después del primer placaje no se levantó y tuvo que ser asistido. Acompañado por el entrenador, al pasar a su lado, se dirigió a ella. 

-Doctora -dijo y Ruth se sintió obligada a acercarse. En menos de un segundo, vio cómo Matt se acercaba a ela y le daba un beso en los labios-. Ahora me siento mejor -había dicho. Sin saber cómo reaccionar ante su atrevimiento, Ruth se echó a reír, vencida por la simpatía del jugador. Sin embargo, cuando Matt se hubo alejado de ella, una de sus amigas le dejó un espejo para que se mirara. Sangre y barro manchaban su rostro; tiempo después pensó en aquella imagen como en un símbolo de su matrimonio. Aquella misma noche, después del partido, mientras estudiaba en su habitación, oyó unos golpes en la puerta. Era Matt Francis, con el rostro lleno de magulladuras, pero con la misma contagiosa sonrisa-. Siento haberte pillado desprevenida, pero no me arrepiento de haberte besado. ¿Puedo invitarte a una copa para compensarte? 

Ella sólo pudo tartamudear. 

-Pero... tengo que estudiar. Los exámeneres están a la vuelta de la esquina...

-Pamplinas. Las noches del sábado son para divertirse e ir de fiesta. El estudio te hará una mujer aburrida. 

-Estudiar hace que apruebe los exámenes -había dicho ella, pero cualquiera caso, sucumbió a su oferta.

Aquella noche se dejó seducir por la impetuosidad de Matt. Olvidó sus precausiones y compartió las locas ideas de su compañero de carrera. Nunca pensaba dos veces; sus pacientes lo adoraban precisamente por aquella forma de ser, aunque frecuentemente cometía errores. 

Seis meses después, eran marido y mujer, ya que él no quiso esperar a que ella se licenciara. Gracias a la buena fortuna, él encontró trabajo en un hospital cercano a Bannick y Ruth pudo así volver a su tierra natal y aceptar un puesto de médico general, que era lo que siempre había deseado. 

Cierto día, Matt se encontraba en la pequeña casa en la que vivían, cuando recibió una llamada en la que le informaron de que un escalador se había caído en Ironstone Edge. Estaba malherido y se encontraba en un repecho del acantilado a unos cuatro metros del suelo. Matt llegó a los pies del acantilado minutos antes de que llegara el equipo de rescate. 

El protocolo establecido en aquellos casos era claro: el médico tenía que esperar a que los expertos llegaran para asistir al herido. Sin embargo, Matt no había esperado jamás en su vida. Escaló por el acantilado hasta que llegó al lugar en el que se encontraba el accidentado. Le asistió y después, resbaló y murió en la caída.

Ruth sintió un escalofrío. Matt murió como había vivido y su muerte certificó que el carácter que ella tenía, tranquilo, cauteloso, metódico y precavido, era mejor que el de gente agresiva, errática, desordenada. Personas como Matt sólo causaban dolor en su entorno. 

El tren se acercaba a Bannick y cada curva que daba revelaba una escena familiar para Ruth: el riachuelo en el que había jugado a los doce años, la casa en la que había vivido un paciente enfermo del corazón, la casita en la que había asistido a un parto prematuro... Ruth suspiró y se sintió contenta de volver a su tierra. Regresaba de nuevo a su vida ordenada donde nada inespirado sucedía. 

-Buenas tardes, Ruth, ¿has tenido un buen viaje? Tu coche está fuera; tengo las llaves. 

Charló un rato con el jefe de estación mientras la ayudaba con el equipaje. Habían ido a la escuela juntos. Momentos después, recorría las animadas calles de la población. Sentía necesidad de darse un baño. No la esperaban en el trabajo hasta el día siguiente. Sin embargo, había estado ausente dos semanas y tenía la necesidad de pasarse por la consulta y recoger el correo. 

La consulta de Crowder, Crowder y Francis se encontraba en un edificio de estilo victoriano a las afueras de la población. No era un lugar espléndido, pero había cubierto sus necesidades hasta el momento. Cuando observó que la entrada estaba atascada de coches, frunció el ceño; no podrían esperar mucho más a cambiar de lugar.

Aparcó su coche con difucultad, puesto que, aunque la mayoría de los pacientes respetaban la señal de aparcamientos para los médicos, en aquella ocasión un Land Rover nuevo de color rojo ocupaba su plaza. Lo contempló con una mezcla de envidia e irritación. 

-Buenas tardes, Mary -dijo a la recepcionista al entrar-. Supongo que no sabrás quién ha aparcado en mi plaza, ¿verdad? Me gustaría que la gente aprendiera a leer. 

Mary había trabajado con Harry durante veinte años y conocía a todo el mundo, pero en aquella ocasión no contestó, lo cual no era propio de ella. En su lugar, hizo un gesto de resignación y cerró los ojos. 

Detrás de Ruth alguien habló. 

-Debo disculparme, doctora Francis, es culpa mía, pero no la esperábamos hasta mañana por la mañana. ¿Quiere que lo quite? -Ruth se quedó prendada de aquella voz. Era profunda, musical y quizás algo irónica. Había aprendido a analizar las voces de la gente, pues de ellas se aprendían muchas cosas que a un médico le venía bien saber-. Me llamo North, Micah North -Ruth no quiso darse la vuelta, pues su apariencia física no podía estar a la altura de la belleza de su voz. Con toda seguridad se llevaría un chasco al mirarlo... pero...-. Soy el nuevo médico de prácticas. 

-¿El de prácticas? -repitió ella al darse meda vuelta-. ¡No puede ser! 

-Lo siento -dijo él-, pero lo soy. 

-Soy la doctora Francis -murmuró ella con torpeza y extendió la mano. 

Aquel hombre no era lo que ella había imaginado. Durante unos segundos estrechó su mano con firmeza y advirtió que él controlaba su fuerza. 

Hasta el momento, la consulta había contado con dos médicos que necesitaban experiencia antes de convertirse en médicos generales. Los dos que habían estado en la consulta habían resultado capaces y muy válidos, pero demasiado jóvenes. A sus veintinueve años, Ruth consideraba que aquellos aprendices de veintitrés resultaban muy infantiles. 

Sin embargo, aquel nuevo fichaje no era tan joven, ni mucho menos. Debía de rondar los treinta y cinco, y concluyó que su edad era lo que la había impresionado. 

-Encantado de conocerla, doctora Francis -continuó él-. Me parece como si la conociera ya un poco; he estado utilizando su despacho -Ruth se preguntó inmediatamente si habría dejado algo en su despacho que revelara su condición de mujer o algún aspecto de su carácter, pero la respuesta fue negativa. Su despacho era un lugar de trabajo y no había nada personal en él-. Me han preguntado muchas veces si iba a sustituirla a usted y he tenido que contestar que no, que volvería pronto.

Ruth sonrió al comprobar una de las típicas reacciones de los habitantes de Bannick. 

-Me temo que a nuestros pacientes no les gusta mucho el cambio -dijo-. Tienden a desconfiar de la novedad. 

-Puede que tengan razón. Mire, ¿está muy ocupada en este momento? He estado mirando unas notas referentes a uno de mis... quiero decir, de sus pacientes, y me gustaría que me aconsejara. Por supuesto, le consultaré a Harry, pero me gustaría hablar con usted antes. 

-He venido para saludar, así que tengo tiempo -señaló y pasó junto a él hacia el despacho. 

Se dio cuenta de que era más alto que ella, lo cual era decir mucho, puesto que ella media uno ochenta y cinco. Entraron en el despaho y Ruth sintió una extraña sensación de intrusismo que la confundió, puesto que aquel era su territorio. 

Él pareció advertirlo y quiso remediar su confusión. 

-Usted es la importante aquí, así que el sillón es suyo -bromeó. 

Aquel toque de humor relajó a Ruth y suavizó su sentimiento de despojamiento. 

-Hay notas suyas sobre la mesa; siéntese usted. 

Al final, ambos se sentaron detrás de la mesa y, mientras él ojeaba los papees, Ruth aprovechó para observarlo. Después de unos instantes, advirtió que él la miraba a su vez. Quizás la evaluaba al tiempo que ella lo evaluaba a él. Durante unos segundos deseó estar en su casa dándose un baño en lugar de haber pasado por la consulta. 

Era un hombre proporcionado y atlético. Su pelo era oscuro, corto y ondulado; la nariz mostraba una marca que parecía proceder de una antigua fractura mal consolidada y que aportaba cierto carácter humorístico a su rostros. Llevaba pantalones de franela grises, chaqueta de tweed, corbata y camisa blanca, el uniforme adoptado por el socio más antiguo y su hijo. A Ruth le pareció un buen detalle y pensó que indicaba el deseo de integrarse bien en la consult. 

En cualquier caso, al fijarse con más atención en la ropa, se dio cuenta de que era considerablemente más cara que la que llevaba Harry o su hijo Martin. Algo en su chaqueta demostraba la mano de un sastre londinense y sintió un cierto malestar. 

Micah alzó la vista y lamiró directamente. Al hacerlo, sonrió y Ruth advirtió el color verde intenso de sus ojos. 

-Sé lo que está haciendo -dijo él-. Mi viejo profesor dijo que el diagnóstico del médico general comienza desde que recibe la ficha del paciente y continúa cuando éste entra en el despacho. Debe uno observar cómo camina, cómo mira a su alrededor y cómo se sienta. Antes de que empiece a hablar, ya te has hecho una idea sobre su persona -Ruth se sonrojó. 

-¿Tanto se me ha notado? -preguntó. Él se encogió de hombros. 

-No mucho; pero yo he hecho lo mismo -e produjo una pausa demasiado incómoda para Ruth. Entonces, reaccionó y se dio que aquel hombre podía ser mayor que ella, pero profesionalmente no estaba a su nivel, sino más bajo. En doce meses, Harry tendría que firmar un documento en el que certificaría su aptitud como médico general, pero antes consultaría con ella-. Ha estado en un curso sobre asistencia a recién nacidos, ¿verdad? -preguntó él-. ¿Ha sido interesante? -aquella pregunta le dio la oportunidad de mostrarse eficaz y profesional, e, inmediatamente, le mencionó los temas tratdos y los nombres de los ponentes. Él se interesó por uno de aquellos nombres-. He oído hablar del profesor Jim Lacey. Parece ser que tiene ideas muy radicales sobre las dosis de ciertos medicamentos en los recién nacidos. ¿Está pensando en seguir su procedimiento aquí? 

Ella frunció el ceño ante el entusiasmo del aprendiz. 

-No creo. Sé que sus resultados parecen buenos, pero quisiera esperar unos cuantos años hasta que se haya investigado más. 

Él guardó unos instantes de silencio antes de insistir. 

-Parecer ser que ha conseguido uno o dos casos milagrosos y con niños que no tenían mucha esperanza de vida. 

-Yo no creo en los milagros en medicina -dijo secamente-. Creo que los médicos, sobre todos los generales, deberían mostrarse escéptios con las curas milagrosas. 

Micah no se alteró por aquella contestación. 

-¿Les va a contar a sus socios lo que ha aprendido? 

-Por supuesto; en cuanto podamos reunirnos todos,ya que somos un equipo. Quizás debiéramos cambiar uno o dos cosas. 

-Me encantaría estar presente -dijo él. 

-¿Por qué quiere ser médico general? -preguntó ella de forma brusca, pero sin poder evitar su curiosidad-. ¿Ha trabajado ya en un hospital y ha descubierto que no es lo suyo? -él hizo un movimiento negativo con la cabeza. 

-No, en absoluto. Siempre he querido ser médico general. Me licencié hace dieciocho meses y acabo de terminar las prácticas en una clínica en el centro de Londres, pero me gusta más trabajar en el campo -Ruth frunció el ceño. 

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo