Capítulo Dos.

"A veces es mejor estar solo… nadie te hace daño"

“Megara. Hércules”

segunda parte.

Liz

el teléfono de Leny, suena de nuevo, ella deja de mirar mi ataque de histeria y rebusca en su celular. Con las manos temblando me lo tiende, no logro entender qué es lo que quiere qué haga, hasta que toma mis manos y me indica que mire.

Esta en la aplicación de W******p, en una conversación con Tony su actual novio, miro una serie de fotos, y lo que estoy viendo ha cortocircuitado mis neuronas, siento que mis ojos se derriten ante la impresión y el corazón dejo de latir casi de inmediato.

—Pásala, hay más. —me dice la voz temblorosa y lejana de mi hermana, a lo que sin levantar la vista acato de inmediato.

Una tras otra, fotos, tras fotos, en diferentes poses y posturas de una pareja teniendo sexo, en una sala que reconozco a la perfección, porque he pasado horas y horas leyendo manuscritos en esos mismos muebles, donde la pareja se encuentra restregando sus cuerpos sudorosos. Mi apartamento se ubica en un quinto piso y no imagino las cosas que tuvo que hacer mi adorada hermana para poder conseguir estas pruebas, pruebas que desbaratan todos mis planes, mi futuro entero.

Estoy atónita, cataléctica y estoy… vacía. Es así como me siento, lo peor de todo es que reconozco a la mujer, es Jenny, la mejor amiga de Terry, quien se supone debería estar aquí como parte de mi cortejo.

—Liz, sabes que nunca me cayó bien, pero quería que fueras feliz, aunque fuese con él. Sin embargo, no podía dejar que cometieras el peor error de tu vida entregándote a ese maldito, hijo de puta.

—Te amo Leny, gracias por esto. Yo hubiese hecho lo mismo por ti —no reconozco mi propia voz, tan fría e insensible—. Ahora, necesito que me saques de aquí sin que nadie me vea y me des una vía de escape. No puedo manejar esto ahora, todo está listo Leny, ¡TODO!

—Lo tengo arreglado, por eso llegue tarde.  —Mi hermana me toma la mano y el bolso de suelo, saca la cabeza y silba para hacerle señas a alguien.

Luego de tres minutos, estamos corriendo por un pasillo hacia la parte trasera de la tienda. Un auto está esperando con el motor en marcha y con el vestido todavía puesto, hacemos malabares para lograr entrar, una vez dentro reconozco al chofer, Anthony, o Tony el tierno novio de turno de Leny.

—Estas preciosa cuñada —alaba, mientras me guiña un ojo por el retrovisor y arranca a toda velocidad.

—Vamos Tony, al Lucky Monkey, Liz necesita despejarse.

Paramos una media hora después en una zona de dudosa reputación, a mi parecer, pero como tengo mi cabeza, lo que menos me importa es dónde estoy.

Leny, me lleva como una mamá lleva a una niña de cinco años, apartando a todos a su paso para dejarme espacio, escucho algunos comentarios con respecto a mi vestido, pero mi hermana se encarga de espantar a los necios. Entramos en el Lucky Monkey y me sorprendo al ver el interior, con ese nombre, me vi dentro de una cueva oscura con tipos sudorosos y mal olientes.

Todo lo contrario, si bien tiene una barra, el lugar es luminoso en esa área y muy bien distribuido con la típica decoración de un bar, claro que también tiene sus zonas oscuras, pero no son más que los cubículos privados, muy monos, como su nombre lo indica. Sentada en uno de estos, comienzo a reír de manera un tanto maniática. Mi hermana me acompaña en la risa y su novio nos mira de hito en hito, con una cara desencajada sin podérselo creer.

La camarera deja el pedido que hizo mi cuñado temporal y se va sorprendida y negando con la cabeza.

—En el auto tengo una maleta para ti, te puedes quedar conmigo el tiempo que quieras, pero de seguro nuestra ilustrísima madre, llegara allá en menos de un suspiro —Mi hermana, siempre tan previsiva y curtida en escapadas, ¡claro que lo tiene todo planeado!

—No quiero saber nada más Leny, dame alcohol hasta que estallen mis neuronas, me dé amnesia etílica y así poder olvidar lo que vi.

—¡A tus órdenes! —mi hermanita hace un saludo militar y así comienza las idas y venidas de bebidas.

No sé cuántas de esas cosas frutales y con adornos ridículos he tomado, lo cierto es que están comenzando a cumplir con su cometido. En un punto de la noche entre mi segunda o tercera ida al baño, me tropiezo con una estatua, la estatua del Adonis de Miguel Ángelo.

Juro por Dios que fue culpa de la estatua, no mía. Claro que esta estatua no estaba ahí antes y para ser una estatua, está bastante caliente y… pensándolo bien, una estatua no te abraza para evitar que tu trasero bese el suelo. Como es mi costumbre.

—Con cuidado princesa, creo que tanto polvo de hadas te ha perjudicado. —no, las estatuas no tienen una voz tan sexi y espesa como miel recién sacada del panal. Pero de seguro tiene que ser una estatua con esos músculos tan definidos y esculpidos que se siente sobre la ropa.

—Que sepas que no soy la única afectada por el polvo de hadas, pues las estatuas no hablan ni se mueven —le retruco, a la vez que algo se remueve en mi pecho—. Gracias por evitar que me cayera, David —digo y me zafo de su agarre, aunque siento inmediatamente la pérdida de calor.

Camino zigzagueando de regreso a la mesa dejando a mi estatua partiéndose de la risa. Al llegar, mi hermanita no está en mejores condiciones que yo, por lo que convenzo a Tony, de llevarla a casa, haciendo mi mejor actuación de estar bien como para tomar un taxi de regreso y necesitando un poco de tiempo a solas. Me costó Dios y su ayuda para que por fin se fueran. Leny, puso algo de resistencia en dejarme, pero a la final, más desmayada que despierta Tony, se la llevó. La pobre no sabe tolerar el alcohol, nunca lo ha hecho.

Despatarrada en la silla le pedí a la camarera que trajera algo más fuerte, y que después del quinto me pidiera un taxi. Le paso mi tarjeta y cuando llega el primer trago, me devuelve la tarjeta. Claro que yo tampoco tolero muy bien la ingesta etílica, por lo que con ese solo me bastó para que el bar comenzara a girar a mí alrededor provocándome unas nauseas monumentales.

Como pude llegue a la entrada por un poco de aire fresco muy necesitado, aunque antes le pedí a la chica que me solicitara ese taxi. Estando afuera con el aire frio golpeado mi rostro, me siento libre y feliz.

Mis piernas no iban a sostenerme por mucho más tiempo, pero no quiero entrar de nuevo, busco con mi corta visión nublada por el alcohol algún sitio donde sentarme. Y antes de localizar mi lugar soñado, las luces de un auto me encandilan y la bocina sonando me indican que es mi taxi.

Me subo como puedo, este vestido es todo menos cómodo a la hora de subir a cualquier coche. El chofer pide la dirección y yo me quedo en blanco, no puedo ir a mi apartamento y ni qué decir del de Leny, al final le pido que de unas vueltas hasta decidirme y le paso el dinero suficiente como para que no se queje.

Pasando por las calles casi desiertas, me pregunto, ¿qué hice mal? Inmediatamente lo descarto, no voy a venirme a bajo por un desgraciado que no sabe mantener su pene dentro de los pantalones y guardar fidelidad dentro de una relación. De repente recuerdo que Amelia, en secreto, me contó que había comprado una casa en las afueras de la ciudad, donde le gusta escaparse algún que otro fin de semana. Sin perder tiempo la llamo.

No sé cómo he logrado hilvanar tanto pensamiento coherente, pero le dio gracias a Dios que así sea. Repica numerosas veces y se va al buzón de llamadas, a las no sé cuántas llamadas por fin contesta.

—Amelia, discúlpame que te llame a esta hora, pero necesito un favor inmenso, ¿me puedes prestar tu casa de campo?

¿Jefa…? ¿Eres tú?

—Sí, sí, soy yo Lia, despierta y dime si puedo o no quedarme por unos días en tu casa, no estoy en condiciones para hablar ahora, pero te prometo que en cuando pueda te lo cuento, ¿sí?

Sí, de acuerdo, te paso la dirección por mensaje la llave esta escondida debajo de la maceta con forma de rana, pero jefa… la casa está sola y vacía, no hay ni un vaso de agua…

—No importa Lia, es solo por una noche, ya mañana con la cabeza despejada de alcohol pensaré en algo.

Cuídate jefa, y aquí estaré cubriéndote las espaldas.

—Gracias. —corto la llamada a la espera de la dirección, la cual llega a escasos segundos, se la tiendo al taxista y después de cobrarme un ojo de la cara emprendemos el camino hasta mi refugio.

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