El Mejor Desastre de mi Vida
El Mejor Desastre de mi Vida
Por: Tina Monzant
Capítulo Uno.

"A veces es mejor estar solo… nadie te hace daño".

“Megara. Hércules.”

Prinemra parte.

Liz

Todo va perfecto, nada podrá empañar la felicidad que inunda mi corazón, a solo quince días de mi boda soñada, me convertiré en la flamante señora Evans y hasta ahora no ha habido ningún contratiempo. La decoración, la iglesia, las invitaciones, el pastel, todo, absolutamente todo está listo, solo una última prueba a mi hermoso vestido de novia y quedaría todo a la espera de mi gran día.

Mi vida es perfecta, soy una exitosa ejecutiva, mi carrera se encuentra en la cúspide, me costó sangre sudor y lágrimas llegar a ser editora en jefe dentro de la Editorial Sol y Luna, una de las más grandes editoriales de la ciudad. Mi secretaria Amelia Jackson, pelo castaño muy corto, ojos del mismo color y una cara de duende, preciosa, que contrasta perfectamente con su metro cincuenta de mal humor, pero más fiel que un perro, siempre me acompaña y hoy no sería la excepción. Es más que mi empleada, la considero de la familia.

Mi equipo de trabajo, lo conforman diez personas a mi cargo, como editora en jefe, me encargo de aprobar o descartar los títulos de libros ya revisados por ellos, por lo que mi apartamento y mi oficina siempre están llenos de manuscritos de escritores esperanzados con lograr que la editorial los publique.

Soy lo que se considera una mujer de este siglo, independiente cien por ciento, capaz de sobrevivir sin ayuda de nadie, lo que exaspera a mi novio y pone terriblemente nerviosos a mis padres. Por fortuna para ellos, Terry, llegó a mi vida de manera inesperada, una mañana hace ya dos años, mi auto se averió, estaba a punto de llegar tarde para una reunión con este escritor famoso y bastante irritable, por lo que decidí llamar a un taxi y dejar el auto abandonado a su suerte, si él no iba a tener compasión con mi horario, no la tendría yo con él.

El caso es que, justo cuando me subí al taxi, la puerta contraria se abrió y un hombre delicado en sus facciones y extremadamente sexy, abordo mí… taxi. Según dijo llagaba tarde también a su trabajo, razón por la cual no se percató de mi presencia, hasta que le dio su dirección al chofer.

Después de una leve discusión por la propiedad de taxi, decidimos de mutuo acuerdo compartirlo y siendo todo un caballero me permitió llegar a la cita a tiempo, intercambiamos nuestros números y nos despedimos. Después de ese encuentro todo estuvo dicho, citas, y compatibilidad instantánea, hasta el punto de un año después de ese encuentro, decidimos irnos a vivir juntos. Compartimos mi piso, Terry, es un sol, nunca se queja por mi falta de tiempo, mis carreras constantes por cumplir plazos, lo que casi siempre, me lleva a cancelarle alguna cena o algunas vacaciones planeadas, pero después de dos años juntos, sabe cómo soy y lo más importante respeta mi trabajo.

Con treinta y un años no esperaba un compromiso más formal del que teníamos, el papel firmado no me preocupaba en lo absoluto, pero como toda mujer, siempre soñamos con ese gran día. Y el mío había llegado, la sonrisa esa mañana cuando vi a Terry, entrar con el desayuno en la cama y una rosa con mi anillo en su tallo, no cabía en mi cara. Inmediatamente le dije, ¡SÍ!

De eso hace seis meses y dentro de quince días, será el gran día.

Por lo pronto, hoy frente al espejo de cuerpo entero y con el vestido de novia puesto, veo cómo luciré ese día. Mi cabello con el tocado medio recogido, destacan mis risos, mi cuerpo está cubierto con el vestido blanco impoluto, tipo princesa con escote en forma de corazón sin mangas y con este corsé ajustando mis pechos, me veo espectacular. Mis zapatos no se ven entre tantas capas de tela, pero también son preciosísimos, con un tacón pequeño para la comodidad y decorado con miles de piedras parecen más los zapatos de Cenicienta. Amelia ha tenido que chasquear los dedos frente a mis ojos para sacarme de la nube de recuerdos en la que me metí, mientras miraba detalladamente mi reflejo.

—Vamos jefa, regresa a la tierra, ¿o es que ahora no te gusta el vestido?

Parpadeo varias veces ante la pregunta de mi amiga.

—¿Qué…? ¡Claro que no, me encanta! Es el que siempre quise. Díganme, ¿cómo me veo? —Le pregunto a los cinco pares de ojos que me miran.

Mi madre, Amelia, la hermana de Terry, Catherine y dos amigas de ella que serán mis damas.

—Estas hermosa hija. Toda una princesa de cuentos.

—¡Oh, cuñada estas que arrasas! Mi hermano se va a morir cuando te vea —exclama Catherine, y sus dos amigas suben y bajan la cabeza en señal de aprobación.

Un pequeño alboroto se forma en la entrada del vestidor privado y un vendaval llamado Leny, irrumpe en la paz de la pequeña habitación.

—¡Liz! Mírate estas deslumbrante hermanita, perdóname por llegar tarde.

Giro mis ojos ante su descarada disculpa, ella siempre llega tarde.

—Te dije que sería a las cinco de la tarde con la esperanza de que tu retraso te permitiera llegar a ayudarme a ponerme el vestido Leny, tú siempre llegas tarde. Ahora me ayudas a quitármelo.

Mi hermanita tiene por lo menos la decencia de sonrojarse. Ella es diez años menor que yo, su estilo de vida alocado no le permite vivir una vida tranquila y programada. Siendo fotógrafa profesional, su vida es su cámara y los contratos que toma la han llevado a recorrer el mundo.

La adoro, es una versión opuesta de mí en todo sentido, donde yo soy rubia como el sol, ella es la morena como la noche de luna menguante, tez blanca de pelos negro azabache y unos ojos en el mismo tono azul aguamarina que los míos.

—¿Qué…? eso no lo tiene que hacer el monigote de tu novio. ¿Ni para eso sirve? —me increpa con un dejo de burla levantado una de sus perfectas cejas arqueadas.

A mi hermana nunca le ha gustado Terry, dice que es un vividor, mojigato, que solo quiere atraparme para arruinarme la vida, llenándome de hijos y sirviéndole en su casa, cual esclava.

—Eleonora Harriett, la tradición manda que el novio no puede ver a la novia antes de la boda y Elizabeth, no puede ir por la vida hasta el día de su boda con el vestido puesto, así que te callas y si ella quiere que la ayudes, la ayudas y punto. —uff, cuando mi madre usa nuestros nombres completos en un discurso, escalofrió me da.

Y es que ella con su obsesión con las novelas victorianas, nos obligó a tener nombres artísticos, pues ir por la vida llamándote Elizabeth Margueritte y Eleonora Harriett Saint Ross, no es aceptable para este siglo. Por supuesto, ella si cumplió su sueño de conseguir un hombre con las características específicas de tener un apellido ilustre, aunque nuestro adorado padre tenía el apellido, no contaba con la fortuna que mi madre esperaba, por lo que el trabajo honesto y el esfuerzo al mil por ciento para tener lo que hoy tenemos, estuvo arraigado muy dentro de nosotras al ver a papá partirse el lomo trabajando.

—Claro mamá, como tú digas —sumisa, Leny, ha aprendido a no contrariar a mamá, no por lo menos si está en la misma habitación.

La comitiva nos deja a solas para poder cambiarme, estoy quitándome el tocado de la cabeza, cuando el teléfono de Leny, comienza a sonar muy insistente. Ella contesta titubeante, mirando de mí, al teléfono y de regreso, lo que me parece bastante extraño.

—Contesta te espero. —se pone nerviosa mientras responde su llamada.

Leny, nunca se pone nerviosa, algo raro está pasando y no me gusta para nada. Sus respuestas son monosilábicas hasta el final. Se retira el celular de la oreja y se me queda viendo. ¡Oh, no! Alguien murió. Abro mis ojos como luna llena y mi cara de alarma es el reflejo de la de Leny.

—Liz, siéntate un momento por favor.

Oh no, no, no, se murió alguien y tendré que aplazar la boda.

Caigo en la silla más cercana y quedo enterrada entre toda la tela de la falda, con una sensación extraña en mi pecho.

—¿Sabes que te amo verdad? Sabes que nunca en la vida haría nada para dañarte, ¿verdad?

—Sí, lo sé Leny, lo sé, deja de dar vueltas y dime, ¿quién murió?

—No, Liz, no ha muerto nadie, pero lo que tengo que decirte… posiblemente termine en un funeral. —mis niveles de estrés para este entonces me están convirtiendo en una «novialliza».

—Habla Eleonora, sin rodeos, ¿qué pasa? —Leny, se estremece al escuchar su nombre en mis labios, está acostumbrada a que sea mamá quien se lo diga, no yo.

—Es algo que he estado investigando desde que llegue a la cuidad, y ahora lo confirmo. Necesito que me creas que esto lo estoy haciendo por tu bien y no porque el idiota me cae mal.

—¡LENY! ¡Habla de una buena vez!

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