LOS CABOS (6)

Había anochecido y mientras Lucas Valdez llegaba a la sala de urgencias, Sebastián Costa se encontraba en la terraza de la Suite Presidencial. Rosella Bellini y él habían pasado parte del día allí mismo mientras ella dibujaba en silencio un retrato a carboncillo del Arco del Fin del Mundo. El dibujo es increíble le había dicho Costa, tienes un talento nato para el dibujo, Rosy.

Rosella se encontraba dentro de la habitación dando los últimos detalles a su dibujo. Durante su época como estudiante de arte había aprendido muchas técnicas de pintura, pero hacerlo a lápiz era su favorito, decía que se conservaba más la esencia del dibujo y que le hacía recordar el instante mismo en que lo había dibujado - es como poner una parte de mí en cada dibujo - solía decir - solo Dios puede dotar de tan bellos colores los paisajes, es por eso que prefiero el carboncillo en blanco y negro - decía en otras ocasiones. En Roma tenia cientos de dibujos de diferentes lugares del mundo, desde la Torre Eiffel (su favorita y de la cual tenía varios dibujos en distintos ángulos), pasando por la muralla china, la ópera de Sídney, La Pirámide de Giza, El Coliseo Romano, El Cristo Redentor de Río de Janeiro, incluso Machu Picchu y Venecia.

Casarse con Leone Bellini le había proporcionado gran parte de los recursos para realizar todos y cada uno de sus viajes, y aunque ella se casó plenamente convencida y enamorada, con el tiempo, Leone se fue transformando en un monstruo hosco y casi sin sentimientos.

Ahora, en compañía de Sebastián Costa, se sentía de nuevo una mujer plena. Una mujer madura que a sus 37 años sabe que aún hay muchas cosas que disfrutar.

Había terminado el dibujo y se sentía contenta con el resultado. Miró el reloj y salió también a la terraza.

-        ¿Estás bien? – preguntó sin mirar a Costa a los ojos. Se colocó a su lado.

-        Si, solo pensaba en el pasado. Es duro comenzar de nuevo, ¿no lo crees así? – dijo él sin apartar la mirada del inmenso océano frente a ellos.

-        Sí, pero estoy convencida de que hiciste lo correcto.

-        Me duele no haber podido salvar a los otros.

Rosella le dedicó una mirada comprensiva y nostálgica.

-        Victoria me dijo una vez que tarde o temprano esto pasaría. Ella y yo teníamos planes de casarnos ¿recuerdas? –continuó él- pero es imposible llevar una vida feliz cuando te has inmiscuido con gente tan ruin. Ella y yo hablábamos a menudo de este lugar, ¿sabes? Decíamos, casi siempre bromeando, que si algo malo pasaba nos encontraríamos aquí. Ahora estoy seguro de que ellos la han atrapado y que, si no está muerta, pronto lo estará…

Rosella escuchó aquello con prudente silencio, limitándose a asentir con la cabeza cuando él volvía la mirada hacia ella

-        ¿Ves este amuleto? – dijo Costa sacándolo del bolsillo y extendiéndolo

-        Si - asintió ella.

-        Bueno, fue un regalo de una paciente que venía de Japón, simpatizábamos mucho y nos escribíamos a menudo, también conocía a Victoria y fueron juntas de compras algunas veces. Era una amiga sincera, igual que tu… – al oír esto Rosella sonrío tímidamente– …cierta ocasión nos dio este amuleto y dijo que provenía de una dinastía muy antigua, que era muy poderoso, decía que cuando uno tenía buenos deseos y pensamientos hacia los demás, el amuleto intensificaba esas emociones, pero que si uno se encontraba de repente con ideas malas o sintiendo odio, el amuleto igual las intensificaría, en pocas palabras, potencia las emociones y puede asumir el control de la persona que lo posea.

- Jamás creí ese tipo de cosas, soy un hombre de ciencia, lo sabes bien, pero desde que Victoria y yo nos separamos parece como si estuviera fuera de control. Anoche ocurrió algo muy extraño, la mujer con la que me viste esta misma mañana se llama Colette, la vi anoche en el restaurante Lucca, sentí atracción por ella, pero de una forma extraña, digamos que me gusto un poco. Pensé solo en hablar con ella, invitarle una copa y nada más, pero el amuleto intensifico ese deseo, fui tras ella como un casanova, sintiendo al poco tiempo un enorme deseo que crecía y crecía dentro de mí. Pasamos la noche juntos, y cuando era momento de que se fuera, el amuleto apareció de nuevo, ella lo miró fijamente durante largo rato como si estuviera hipnotizada y me pidió de forma casi suplicante que le hiciera de nuevo el amor.

Rosella escuchaba con expresión melancólica y con una pizca de escepticismo, pues también ella era una mujer de ciencia, estudiosa y artística que no se podía permitir creer semejantes patrañas, pero algo en su interior no se permitía dudar de las palabras que oía.

-        Finalmente el deseo fue tan grande que volvimos a la cama – continúo Costa - pero esta vez no me sentía yo mismo, me sentía desplazado de mi propia mente. He intentado deshacerme de él, pero siempre regresa, debo decirte además que cuando hicimos lo que hicimos en Roma, Victoria llevaba puesto el amuleto y de alguna extraña manera me sorprendió el hecho de que no se hubiera arrepentido en el último momento. Ahora pienso que el amuleto nos hizo odiar más a Salvatore. – él se volvió a mirarla y ella vio en su expresión la misma melancolía que ella sentía, aunque por razones distintas.

Rosella tardó en asimilar todo lo que estaba escuchando, le dolía el hecho de que Costa siguiera amando a Victoria. Sentía celos, pues su matrimonio con Leone Bellini era todo lo contrario, no había amor, ni aficiones mutuas, ni siquiera habían podido tener un hijo como era el deseo de ella, pues Leone Bellini era estéril. Ella sabía que serle infiel a su marido le costaría la vida, por eso nunca había intentado concebir en brazos de otro hombre. Sintió de pronto deseos de llorar, pues todos esos pensamientos llegaron de repente como una avalancha. Le dolía también la pérdida de su madre, cuya muerte estaba reciente. Parpadeó un par de veces antes de comenzar a llorar. Costa se acercó y la tomó entre sus brazos y con la luna y el arco como testigos se fundieron en un abrazo. El amuleto en el bolsillo comenzó a invertir su aguja interior, era como si lloviera en el desierto, pues percibió un amor que, si bien no era mutuo, si era lo suficiente para aplacar sus oscuros poderes. El amuleto comenzaba a adormilarse como en los tiempos de mayor amor entre Sebastián Costa y Victoria Greco, solo que esta vez, era Rosella Bellini quien parecía calmarlo, ella y su amor.

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