LOS CABOS (3)

La luz del sol formaba una línea en la pared parecida a una enorme cicatriz. En la Suite Presidencial del Breathless las persianas estaban echadas, pero ya se podía ver con claridad aun dentro de la mediana oscuridad de la habitación.

Costa abrió los ojos. Sentía una pesadez en ellos como si sus parpados estuvieran hechos de plomo. Tenía dolor de cabeza y se sentía como si hubiera bebido demasiado la noche anterior, tanto así, que tardó unos instantes en reconocer su habitación.

La mujer a su lado, aún demasiado adormilada para caer en la cuenta de donde se encontraba, se removió en la cama dándole la espalda, abrió brevemente los ojos, se removió una vez más y volvió a dormirse.

Costa se levantó y se sentó al borde de la cama durante unos instantes, se froto las sienes como lo haría alguien aquejado de fuertes migrañas y se esforzó en recordar los detalles desde el momento en que había visto a la chica hasta el momento actual. Tras un breve ejercicio mental, todo le seguía pareciendo blanco y borroso, como si no hubiera sido el quien había ido la noche anterior al Lucca.

Había un bolso de mujer en el suelo, Costa lo levantó y vio que dentro había una identificación expedida por el gobierno francés.  La chica se llamaba Colette, de nacionalidad francesa y tenía 24 años. Rebuscó un poco más, sintiéndose acaso un poco culpable, pues sabía que no estaba bien hurgar dentro de las pertenencias de una mujer, pero pensó que quizá la chica habría vertido algo en su bebida. Algo potente que fuera capaz de borrar recuerdos mejor de lo que el alcohol puede hacer. No encontró nada sospechoso, pero si hayo otra credencial, una que acreditaba a la chica como estudiante universitaria. No había ya nada más, solo baratijas de mujer.

Finalmente dejo el bolso sobre la mesa. Le parecía increíble que no hubiera podido recordar por sí mismo el nombre de la chica, aunque más increíble era el hecho de que no pudiera recordar nada de lo sucedido la noche anterior. Vio su reloj (eran las 10 de la mañana) y de pronto hubo algo que sí pudo recordar: Rosella llegaría pronto.

Se levantó súbitamente, tomó su ropa que estaba desperdigada por la alfombra de la habitación y se apresuró a vestirse.

Cuando estaba por terminar, Colette se despertó y miró la habitación unos instantes antes de hablar.

 —     ¿A dónde vas? Creí que nos quedaríamos todo el día en la cama – dijo ella con voz soñolienta

—      Lo siento, tengo que recoger a alguien en el aeropuerto – respondió Costa, al tiempo que terminaba de calzarse los zapatos. Casi había olvidado que la chiquilla seguía en la cama y supo por su mirada que ella estaba tan confundida como él.

—      ¿A quién?

—      Es una amiga que viene de Roma y viene aquí a pintar algunos paisajes de la bahía. – dijo sin atreverse a mirarla a los ojos. –Prometí que iría a recogerla al aeropuerto– añadió. 

Colette también se había incorporado y estaba vistiéndose. Parecía asustada más que celosa o incomoda. En su rostro había una expresión de confusión, como alguien que ha olvidado algo importante que estaba a punto de hacer.

Antes de que pudiera replicar, sus ojos se fijaron en el amuleto en forma de Dragón que Costa se estaba colocando. La expresión de duda que empezaba a gestarse dentro de ella desapareció casi de inmediato. Corrió a medio vestir a los brazos de Costa que estaba de pie frente a ella y le suplicó como una niña pequeña que pide un dulce, que le hiciera el amor nuevamente. Él trato de apartarle, pero ella seguía suplicando y aferrándose a él con una fuerza que no correspondía en lo absoluto con la de una mujer de sus dimensiones. Parecía más fuerte y muy desesperada, casi como un adicto al que se le niega su dosis diaria.

—      ¡Basta, Colette! Ya te dije que tengo que recoger a una persona en el Aeropuerto. – dijo él sujetándola firmemente por los hombros.

—      ¡Por Favor!, ¡Por Favor! No te vayas, solo una vez y ya – suplicó Colette.

Costa se planteó por un momento echar a Colette, pero en ese estado probablemente llamaría la atención estando fuera de la habitación. Se pondría histérica con toda seguridad. No importaba, sabía que tenía que sacarla de allí antes de que…

 De pronto y sin ningún motivo, sintió de nueva cuenta el calor irradiar del amuleto. Era una sensación poderosa, un calor intenso que se irradiaba a gran velocidad por el resto de su cuerpo. Casi inmediatamente se encontró deseándola nuevamente.

Una voz sensual comenzó a susurrar en su cabeza:

“Colette tan bella, Colette tan sensual, Colette tan complaciente”. – poco a poco y con una voz que era cada vez más provocativa, su mente empezó a descontrolarse y a martillarle el cerebro con palabras e ideas eróticas. Era como si el mismo demonio susurrara aquellas palabras valiéndose de una voz femenina demasiado sensual.

Costa la imaginó desnuda, justo como había sucedido anoche y la idea lo excito sobremanera. De acuerdo, Colette era una chica muy bella, pero mientras algo misterioso comenzaba a tomar el control de su mente, tuvo un último pensamiento, el último antes de que su propio “yo” pasara a ser relevado del centro de mandos de su cerebro. Ese pensamiento fue que nunca antes se había sentido tan excitado ante la idea de estar con una mujer, no era un deseo normal, sino algo aumentado exponencialmente. Un deseo casi animal. Esto, aunando a las desesperadas suplicas de Colette, hizo que el mismo se sintiera preso de un poder extraño: el poder del Amuleto Dragón. Finalmente, casi sin pensarlo la tomó entre sus brazos, la arrojo violentamente a la ancha cama y desgarró su ropa con una fuerza bestial. Colette emitió un gemido, pero no opuso resistencia alguna, se veía feliz, perdida… su mente parecía estar muy lejos de allí.

 Era tarde, el Amuleto se había apoderado de la situación.     

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