ÉXTASIS XIX: PUNICIÓN

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A principios del anochecer, Sill llegó al rastro abandonado. Rompió el cristal de una de las ventanas para poder meterse, quedándose perplejo ante la fatídica esencia que resguardaba el interior. Los muros estaban totalmente enlamados y despedían un intenso aroma a óxido combinado con la suciedad pegada en los rincones. Lo único que se escuchaba eran los pasos de los animales rastreros que habitaban ahí, junto con las lechuzas que llegaban a construir sus nidos en las esquinas del tejado. Y en medio de aquel tétrico paisaje, uno que otro rayo lunar se filtraba a través de las escasas ventanas y hendiduras, restándole fealdad a los alrededores saturados de soledad.

       Era perfecto; para Sill lo era.

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