Capítulo 0

«Una gota de amor, puede curar un mar de tristeza».  Anónimo

***

Querétaro, Querétaro, México.

 Eran las 8:00 de la noche Fernando, iba regresando de su trabajo, moría de ganas de ingresar a su apartamento, en cuanto puso un pie dentro un olor inundó el sentido de su olfato, supo de inmediato que una deliciosa paella los esperaba. 

Presionó con fuerza el ramo de flores que traía consigo, sintiendo como se le iba secando la boca, al observar a esa flamante española, enfundada en aquel vestido negro entallado, que lo hacía perder la razón. La escaneó de forma pausada, recorriéndola con lentitud de abajo hacia arriba, con aquella profunda mirada color chocolate. Enloqueció al distinguir las hermosas zapatillas en tono vino que sostenían ese par de torneadas y largas piernas, cubiertas por unas pantimedias negras que tanto lo atraían. Entreabrió con ligereza sus labios jadeando con discreción; deseando acercarla a él y hacerla sentir la pasión que despertó.

Su mirada se detuvo a mitad de sus muslos, justo donde comenzaba ese fino vestido en seda, fue subiendo poco a poco llegando a su muy firme vientre, su vista se alzó hasta detenerse a la altura de su busto. «Dios, esa mujer lo iba a matar por la sensualidad que desprendía».

Hizo una pausa al observar su hermosa piel apiñonada, descubierta a la altura de sus hombros; su vista reflejó un brillo especial; al saber que aquella sensual mujer, que además, le correspondía, porque lo amaba, tanto como él a ella. De manera espontánea esbozó una sonrisa que le llegó hasta los ojos.

 — ¿Te gusta? 

La escuchó preguntarle. 

Fernando enarcó una ceja e inhaló profundo, mordió su labio inferior, tratando de evitar lanzarse en ese momento y tomarla ahí. 

—Sabes que sí —respondió con la voz enronquecida. 

Entonces se acercó a ella entregándole ese ramo de tulipanes que llevaba consigo.

—Mis favoritas, gracias.

 Respondió con ese ceceo que tanto le gustaba, observó cómo colocaba las flores en un jarrón con agua, para después acercarse a él.

—Adoro los detalles que tienes, fue inevitable no enamorarme de ti, si eres encantador —la joven comentó.

 Fernando sonrió con emoción, la estrechó por su diminuta cintura, acunó su rostro con una de sus manos y la besó de forma apasionada. Sin poder evitarlo ambos comenzaron a moverse, al compás de los latidos de su corazón. 

La joven colocó su rostro en el hueco de su cuello, aspirando el aroma tan varonil del hombre de sus sueños. 

—Hueles delicioso —Montse mencionó bajito—, me siento tan a gusto entre tus brazos, son mi lugar favorito en el mundo.

 Fernando sonrió al escucharla.

—A mí también me fascina tenerte así —respondió susurrando.

Luego de ese momento ambos se sentaron a cenar esa paella que Fer, ya esperaba con ansias, se levantó para descorchar el vino favorito de su novia, uno blanco y sirvió ambas copas. El joven, no podía dejar de admirar lo hermosa que era, tenía una mirada cautivadora color avellana, que poseían un brillo especial, sus cejas bien delineadas enmarcaron más sus ojos, labios carnosos, y esa nariz respingada. En realidad era la mujer perfecta, para él, desinhibida, risueña, ocurrente, inteligente, con la que se sentía pleno.

Después de cenar, la llevó en sus brazos hasta su habitación. Entonces ambos se entregaron a ese gran sentimiento que los inundaba…

Por la mañana muy temprano salieron de casa con ropa deportiva y equipo para escalar, ya que ambos practicaban rapel, se reunían con sus amigos y se dirigían a una de sus montañas favoritas. Fernando siempre iba atento a ella cada que escalaban. Cuidaba de Montse con sigilo, observaba los movimientos que hacía, asegurándose que colocara el arnés bien.

—Tranquilo soy una experta, llevamos tres años practicando esto y aún sigues protegiéndome demasiado. —Volteó en dirección a él, con alegría.

—Cuido de mi más grande tesoro —pronunció sincero.

Montse sonrió, le encantaba ese hombre que resguardaba de ella en cada momento.

Al llegar a la cima Fernando la besó de forma apasionada, mientras escuchaba la voz de sus amigos burlarse por ser tan efusivos, pero los ignoraban.

—Te amo —la joven externó con emotividad.

Fernando quiso volver a estrecharla en sus brazos, sin embargo Montse… comenzó a desvanecerse con lentitud entre ellos.

— ¡No! —gritó con angustia.

Dio giros inquietos en su cama mientras dormía sobresaltado, gotas de sudor se extendían sobre su rostro, cuello y espalda. Una extraña sensación de aflicción se apoderó de su cuerpo, su respiración se agitó.

 —No te vayas—, rogó con desesperación— no me dejes, por favor…

***

Entonces de un sobre salto, despertó…

— ¡No! —exclamó, abriendo de golpe sus ojos, agitó con desespero su rostro, respirando tempestuoso, entonces, dirigió su triste mirada al otro extremo de su cama, notando su ausencia. 

Inhaló profundamente, intentando recomponerse, durante largos y desgarradores minutos. Se puso de pie en dirección a la cocina, sacó un botellín de la nevera y bebió de un solo golpe el agua tratando de secar esa sensación que lo quemaba por dentro.

Se cambió el pijama, por ropa deportiva y salió a correr por los majestuosos acueductos de la ciudad queretana, en la que residía. Queriendo perderse entre las distintas rutas de su recorrido y de esa misma forma deseó que la tierra se lo tragara. Hacía cinco años que la joven lo había abandonado. Quedando claro que nunca regresarían dejando a Fernando con un inmenso vacío, decidido a no volver a abrir su corazón, jamás. 

****

Clarissa se encontraba recién llegada a la ciudad de Querétaro, debido a la situación por la que atravesaba, su tío el padre Hugo, se la llevó a vivir con él, buscándola en  la ciudad de Guadalajara, Jalisco.

La joven se encontraba en el comedor con su tío, apenas probó un bocado y sintió que ya no apetecía nada. Dejó el plato casi lleno, centrándose en lo mal que la estaba pasando, mientras, Hugo la observaba, sin decir nada.

 En cuanto terminó de comer, su tío la llevó a dar un recorrido por el lugar donde vivía; salieron al jardín el cual era muy amplio, contaba con unas bancas en la que le gustaba sentarse y pasar el tiempo meditando, además, de árboles frondosos que daban una agradable sombra, además de que tenía flores de gran variedad de colores. 

Con cada sitio que recorrían como el huerto, Hugo no podía evitar contarle alguna anécdota; mientras su tío, seguía con su: bla, bla, bla. Clarissa, se perdió en sus recuerdos, sin embargo, justo al final alcanzó a percibir,  que pronunció su nombre preguntándole algo. La joven sacudió su rostro e inmediatamente lo miró a los ojos.

 — ¿Estás de acuerdo hija?  —él preguntó.

—S-sí, claro —fue lo primero que respondió.

—Me parece perfecto  —su tío sonrió, dándose cuenta al instante de su nula atención.

Al momento que se acercaron a la entrada del patio que daba acceso a la casa, se escuchó que alguien llamaba al Padre Hugo. Su tío se dirigió hacia ella. Clarissa supo que era una persona cercana a él, al observar la amplia sonrisa de esa mujer al saludarlo.

Entonces aquella señora tan expresiva de piel apiñonada, de complexión robusta y cabello negro rizado, lo abrazó dándole la bienvenida después de haber estado fuera por varias semanas.

 —Te presento a Luz, hija. —Su tío giró hacia su sobrina.

—Mucho gusto —Clarissa comentó con cortesía extendiendo su mano para saludarla. 

La mujer de inmediato se apoderó de su brazo, además, la haló dándole un fuerte abrazo y le dio la bienvenida, a continuación, el padre comenzó a preguntarle si había alguna novedad por el rumbo. Luz, inició a platicarle cosas de niños. 

Clarissa empezó a bostezar en señal de cansancio deseando que la entendieran y se pudiera retirar. En efecto ambos, voltearon a verla, su tío le dio un beso en la frente, indicándole con la mano que se fuera a descansar.

 —No se te vaya a pasar en lo que quedamos, hija —Hugo sonrió con picardía.

—N-no, no lo olvidaré —respondió insegura. 

***

  Prosiguió su camino hacia la habitación, que le indicó. Se tumbó sobre la cama, después de un rato recostada no logró conciliar el sueño, ya que la ansiedad que experimentaba, desde hacía algún tiempo; comenzó a liberarse poco a poco, apoderándose de todo su ser.

—Eres una tonta, una ilusa —se reprochó con dolor. 

Entonces aquella congoja comenzó a surgir, la joven se desbordó llorando con profundo sentimiento «¿Cómo pudiste hacerme esto, si decías amarme?», se preguntó.

***

Gracias por llegar a esta sencilla historia, cargada de mucho sentimiento y ganas de resurgir, por parte de los protagonistas.

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