Un enfrentamiento con la triste verdads

¡Demasiado tiempo me duró el idílico sueño! Y digo que es demasiado tiempo porque no fue sino hasta que tuve alrededor de 8 años de edad que comencé a darme cuenta y a dimensionar de alguna manera la magnitud de todo lo que me quejaba. Mi vida durante los años anteriores se traducía en lo más parecido a un cuento de hadas en donde yo era la princesa que captaba la atención y las miradas del resto del mundo, mi existencia era un ensueño dentro de una burbuja en donde mis padres eran los héroes máximos que hacían hasta lo imposible por mimarme, protegerme y consentirme; cosa que ante mis ojos parecía completamente normal. Nunca recibí un regaño ni un castigo por parte de mis progenitores, viví completamente rodeada de cariños y mimos aunque tenía plena conciencia de que en muchas oportunidades pasaba largas temporadas internada en el hospital, lo asumía y lo interpretaba como  algo normal, de hecho jamás asistí a una escuela convencional pues mis padres  desde  que  estube en  edad  de  comenzar  mis  estudios,  contrataron a los mejores profesores de la ciudad para que se encargaran de mi educación; en fin mi existencia transcurría dentro de una esfera de cristal, claro que en ocasiones, si me causaba curiosidad tener que someterme a engorrosos exámenes o tener que tomar todos los días un sin número de medicamentos pero cada vez que surgía algún atisbo de cuestionamiento acerca de mi condición de salud, de inmediato mi padre o mi madre trataban de apagar el incendio de mis preguntas con respuestas cariñosas pero evasivas.

Todo cambió cuando acababa de cumplir los ocho años, en esa época mi vida dio un giro de ciento ochenta grados y mi mundo se puso de cabeza, mi apacible existencia, de ser una burbuja de tranquilidad, mimos y felicidad, pasó en menos de un suspiro a convertirse en un caos, un torbellino de sentimientos y sensaciones encontradas y lo peor era que todo fue por escuchar una conversación que  yo  creía  era inocente, pero que a fin de cuentas se trataba de mi vida y del inminente riesgo que esta corría en cada minuto que transcurría.

Aún recuerdo con exactitud aquella colorida mñana de otoño en que las hojas caían lentamente desnudando con esto los árboles que dejaban ver sus esbeltas figuras y la extensión de sus ramas que a lo lejos parecían tocar el cielo azul. Corrí presurosa al escuchar el llamado del timbre, a pesar de las advertencias de mamá y de los doctores de que no debía agitarme demasiado para no descompensarme; al abrir la puerta apareció la figura de quien asía tantos días había estado esperando, mi abuela Bernardita, al verla me abalancé sobre sus brazos ya extendidos para recibirme, ella me apretó con suavidad y me arrulló con ternura mientras me decía.

-¡Pero que bella y grande estás princesa!- yo sin poder ocultar mi alegría y emoción contesté.

-¿Por qué te tardaste tanto en venir abuelita?- y ella con una dulce sonrisa dijo.

-Hijita es que tu abuela ya no es tan joven como antes y debo admitir que me cuesta más trabajo salir de mi casa- yo solo sonreí y le regalé un gran beso en la mejilla. Luego llegó mamá a integrarse a nuestra bienvenida y las tres juntas pasamos por fin a la sala.

Todo transcurría con normalidad en casa, todos estábamos muy felices con la visita de mi abuela, ya que ya se cumpliruan tres añod desde el triste fallecimiento de mi querudo abuelo, en especial yo era la más entusiasmada con la idea de que se quedara a pasar unos días con nosotros.

Aquel día almorzamos todos muy felices en la terraza, luego mi padre volvió a la oficina, mientras que mi madre junto a mi abuela estuvieron muy animadas conversando en la sala de estar, yo por mi parte había subido a mi habitación para cumplir con mis deberes escolares, sin embargo a eso de las 4 de la tarde decidí tomar un descanso y bajé a la cocina para ir por un vaso de jugo. Iba yo camino a mi destino cuando noté algo que atrajo poderosamente mi atención,  mi abuela y mamá estaban en la sala hablando muy bajito y con una actitud muy misteriosa, de inmediato la tentación despertó mi curiosidad y casi por un impulso de inercia me oculté tras una pared para escucharlas.

-¿Y cómo ha estado la salud de Esperancita?- preguntó mi abuela con tono de preocupación.

-La verdad mejor, ya no le dan las crisis tan seguido pero el doctor nos ha advertido que no debemos confiarnos porque probablemente lo peor está por venir- conforme iba escuchando las palabras de mi madre sentía que una gran angustia se instalaba en mi pecho llegando al punto de dificultar mi respiración, sin embargo debía ser fuerte y resistir hasta lograr escuchar el punto medular de la conversación, aguantar para no salir de mi escondite, en una actitud paranoica y desesperada arriesgándome a que lo que ellas hablaban no fuera nada de importancia, o por lo menos no tan grave, a pesar de todo no pude negar que lo que me encontraba escuchando oculta tras esa pared, me tenía a cada minuto más angustiada ¿De que se trataría aquello que podía ser aún peor y que tenía relación con mis crisis de asma?

-¿A qué te refieres hija con que lo peor puede venir?- El tono en la voz de mi abuela al hacer la pregunta sonaba desesperado. En ese momento me asomé sigilosamente para ver la expresión en el rostro de mi madre, ella se levantó de su asiento, suspiró muy hondo con una notable aflicción tanto en su rostro como también en su voz, por fin dijo.

-El doctor nos citó el Martes pasado en su consulta para una reunión de emergencia- hizo una breve pero a la vez angustiante pausa y luego continuó -la válvula artificial que le pusieron en el corazón a mi hija cuando nació ha empezado a presentar signos de pequeñas fallas-

-¿Y eso qué quiere decir?-

-Que  en  cualquier  momento  esta   válvula puede dejar de funcionar definitivamente, y si eso llega a suceder la niña podría morir-

Después de escuchar esta terrible revelación de que mi vida se encontraba sentenciada a una pronta muerte, sentí  que  mi  mundo  se  caía  a  pedazos  y que mi cabeza era lanzada hacia un abismo de incertidumbre, desesperación, miedo y dolor. No lo niego, hubiera querido salir corriendo sin un rumbo fijo, sin embargo no podía despegar los pies del suelo, me quedé paralizada mientras inevitablemente seguía torturándome al continuar escuchando esa conversación que se trataba de la condena de mi existencia.

-Pero supongo que esa dichosa válvula se puede cambiar antes que sea demasiado tarde- dijo mi abuela levantándose también del lugar donde había permanecido sentadas, con una nota de esperanza en sus palabras.

-Desafortunadamente eso ya no es posible, la válvula artificial puede ser  instalada  solamente una vez en un corazón enfermo, por lo que si esta presenta fallas en algunos casos se pueden corregir con tratamiento farmacológico, lo malo, según lo que nos explicó el médico es que se han visto varios casos en que este tratamiento no ha dado resultado y pese a todos los esfuerzos los pacientes han fallecido- la voz de mi madre se quebró al pronunciar esa última frase y un mar de lágrimas brotó de sus lindos ojos verdes, mi dulce abuela le tendió sus brazos para consolarla y así juntas permanecieron abrazadas llorando por largos minutos; de pronto mi madre se incorporó separándose de mi abuela y enjugándose las lágrimas al mismo tiempo, por fin dijo.

-Por lo menos nos queda el consuelo de que ella no sabe nada y lleva una vida tranquila y feliz como todo niño, sin atormentarse con la idea de que su vida corre peligro y cualquier día puede perderla- mi madre ignoraba que en ese preciso instante yo me estaba despertando de ese idílico sueño en el cual había estado dormida toda mi vida, y ahora por fin me enfrentaba cara a cara con mi destino y mi cruda realidad.

Sin cuidar ya que mi presencia fuera descubierta, corrí a toda prisa por el pasillo, subí por las escaleras hasta llegar a mi habitación, una vez allí no medí mis fuerzas cerrando violentamente la puerta, lo que produjo un gran estruendo que se oyó prácticamente en toda la casa. Me senté sobre la cama dejando caer mis pies a centímetros del suelo y tomé de mi velador aquella fotografía en que aparecía con mis padres en aquella playa del sur , me quedé contemplándola largo rato mientras el llanto de mis ojos caía sobre ella. Fue definitivamente inevitable el remontarme hacia ya dos años atrás en aquel verano sublime en que mis padres me habían llevado a recorrer todo el sur de Chile, incluyendo la mítica y fascinante isla de Chiloé, con sus parajes de ensueño y su clima tan agradable; recuerdo esas mágicas noches de verano en el balcón del hotel, contemplando el mar y sintiendo en mi rostro la intensidad y frescura de la brisa marina, como olvidar esos paseos a caballo con mi padre cuando estaba aterrada porque no sabía montar y sin embargo él siempre estaba a mi lado para acompañarme, calmarme y darme confianza y alivio. Al evocar esos recuerdos de aquel fantástico verano pude comprender muchas cosas que antes ni siquiera había advertido, todo empezaba a tomar un giro distinto pero también existían muchas piezas que encajaban en el rompecabezas de mi vida, sin embargo asomaban en el horizonte de mi presente muchas dudas sin respuesta; hubiera querido lanzarme por la ventana de mi habitación, tomar un somnífero o morir apuñalada, todo, cualquier cosa con tal de desaparecer del mapa, de no existir, de no tener que ver a nadie, de cerrar la puerta a esa tormenta que me atrapaba y me consumía en su infernal avalancha.

Apreté fuertemente contra mi pecho la fotografía mientras sentía que el corazón se me salía por la boca y en un impulso de rabia contra el mundo y dolor, lancé aquel retrato contra la pared rompiéndolo en seguida en mil pedazos como mi vida que ahora se veía reducida a un puñado de recuerdos felices que ahora se encontraban destrozados y esparcidos por los rincones de aquella  tonta  habitación. Dentro  de mi mente infantil en pocos instantes me había formado ideas tan descabelladas y macabras como por ejemplo que mis padres no me querían por el hecho de estar enferma y no significaba para ellos otra cosa que no fuera un estorbo, o que yo era la culpable de mi propia enfermedad y que debía hacer algo para ya no atormentar ni hacer sufrir a mis padres; sinceramente mi cabeza era lo más parecido a una licuadora, si ni siquiera sabía con certeza en que día me encontraba, me aterraba la idea de morir, pero no voy a negar que por otro lado la estaba acariciando con todas mis fuerzas porque pensaba que seria la única manera de escapar del vendaval que se apoderaba de mí.

Me encontraba tendida sobre la cama llorando de manera desconsolada cuando de pronto escuché el rechinar de la puerta abriéndose, de inmediato me incorporé para poder observar quien se acercaba, y pude ver la figura de mi madre parada en el umbral observándome horrorizada como si muy dentro de su alma hubiera adivinado que yo ya lo había descubierto todo, de inmediato se acercó a mí sin pronunciar palabra y trató de  abrazarme,  pero  sin  embargo yo con un movimiento ágil y preciso la esquivé sin problemas; ella se encontraba confundida, me miró a los ojos y trató de acercarse para poder preguntarme al fin.

-¿Qué pasa hija?- yo me encontraba totalmente descontrolada,  sentía  que  mis  propios  padres  me habían traicionado y eso jamás podría perdonárselos. Recuerdo que la miré con odio y sin piedad le grité.

-Sal de aquí, déjame sola, tú me has traicionado- ella no creía lo que escuchaba, palideció y en medio de su desesperación me volvió a interrogar.

¿Por qué me tratas así hija mía?-

Porque no me quieres, porque me voy a morir y es lo que estás  deseando -  al escuchar aquellas duras y crueles palabras de esa hija que ella había criado rodeada de afecto, mimos y amor toda su vida, fue como si el mundo le diera la peor de las cachetadas. No me dijo nada, tan solo se paró frente a mí desde el umbral de la puerta, me miró con un amor inmenso por algunos instantes, agachó la cabeza y luego salió sin pronunciar palabra y serrando tras de sí aquella pesada puerta que me encerraba en el interior de esa prisión de cristal.

Mi casa era lo más parecido a un cementerio, yo me encerré en mi habitación durante varios días y apenas si probaba la bandeja que Alicia, nuestra nana de toda la vida me subía para comer, no quería hablar con nadie a pesar de los esfuerzos desesperados que mis padres y mi abuela hacían para poder establecer algún tipo de dialogo conmigo. Recuerdo que una mañana en que Alicia me trajo el desayuno apenas lo puso frente a mí simplemente le dije.

-Llévatelo, no voy a comer nada- ella me miró con gesto examinador y después me dijo.

-Pero mi niña usted está muy pálida y muy delgada, trate de comer algo no ve que si no se va a terminar enfermando- su comentario me dio rabia, pensé que se estaba burlando de mí y con ira le respondí.

-¿Enfermarme yo? ¿Quién te crees para burlarte de mí? Sabes perfectamente que me voy a morir, siempre lo supiste y me lo ocultaste igual que todos los demás- Alicia no me dijo nada, tan solo tomó aquella bandeja de desayuno y salió de la habitación mientras tanto yo reanudaba mi rutina diaria de llanto y lamentaciones. Con seguridad después de aquel incidente la muchacha debió  comentarles algo a mis padres porque esa misma tarde y sin más previo aviso mi padre irrumpió de manera brusca en mi habitación haciendo caso omiso a mis protestas y a mis advertencias de que no quería ver a nadie, se sentó en el borde de mi cama y con voz cariñosa pero autoritaria me preguntó.

-¿Esperanza me puedes decir en este instante qué diablos pretendes con esta actitud rebelde y agresiva?- yo lo miré atónita y sorprendida pues nunca jamás ni mi madre ni mucho menos mi padre se habían dirigido hacia mí con el más mínimo atisbo de dureza en sus voces, agaché la cabeza avergonzada y me quedé en silencio sin saber que contestar, él al ver mi actitud, me tomó por un brazo apretándome suavemente y con el rostro inexpresivo volvió a insistir.

-Vamos niña ¡por el amor de Dios! Necesito que me digas por qué rayos reaccionas así- en ese instante no pude soportar más y llena de rabia le dije.

-Tú y mi madre me engañaron, me traicionaron  al ocultarme que me queda poco tiempo de vida y eso nunca se los podré perdonar- mi voz sonó algo agresiva y a la vez insolente; mi padre por su parte se levantó de la cama y dándome la espalda para evitar mirarme me habló con un tono frio y distante.

-Tu madre y yo te amamos por sobre todas las cosas y por eso daríamos nuestras propias vidas con tal  de evitarte una pena o un dolor, fue por eso que decidimos callar y te hemos ocultado durante todo este tiempo la verdad. Sin embargo ahora nos hemos dado cuenta de que hoy que ya lo sabes todo no te ha importado lo que nosotros hemos sufrido y  en  lugar de apoyarnos y comprendernos te has puesto en nuestra contra- esas palabras aunque por su tono me parecieron demasiado duras e hirientes, de algún modo me hicieron reaccionar, pues de inmediato me puse a recordar a mi madre y lo mal que la había tratado aquel día en que lo había descubierto todo, entonces de manera casi impulsiva le pregunté a mi querido padre.

-Cómo está mamá, ahora me odia por lo que le dije y por lo mal que la hice sentir?- él apenas había escuchado la pregunta se volvió para mirarme, se acercó para darme un beso en la frente y luego con un tono y una expresión esta vez mucho más dulce me respondió.

-No hija querida, tu mamita no te odia es solo que está muy triste porque tú le gritaste y la culpaste de algo que ella nunca hubiera querido que te pasara-

Mi corazón esta vez había vuelto atormentarse, pero ahora con la idea de que por mi culpa mis padres estaban sufriendo y encima  yo  los  culpaba  de  una enfermedad que según mi criterio del momento, debia asumirlo ya que me afectaba directamente a mi.

-Papito  por favor discúlpame y dile a mamá que  le ruego que también lo haga, yo no me merezco  los padres que Dios me ha regalado y creo que no deben sufrir más por mi causa, yo pienso que estoy arruinando su felicidad y me siento muy mal por eso-

-No digas eso mi pequeña si tú eres nuestra gran felicidad y el motivo de nuestras vidas, y si a ti te pasa algo nosotros moriríamos contigo- después de decir estas palabras mi padre me abrazó fuerte y me dio un beso en la mejilla.

-Papito me gustaría pedirte un favor pero no quiero que me digas que no- le dije mirándolo directamente a los ojos.

-Pídeme  lo  que  quieras corazón mío- dijo él hablándome con dulzura.

-Yo quisiera que ustedes no se preocupen tanto por mí- comencé diciendo, luego me detuve un instante para en seguida proseguir -a mí me gustaría que cuando ya me encontrara muy pero muy enferma ustedes me dejaran en un hospital o en un orfanato para que no para que no sufrieran ni se preocuparan más por mí, además así ya podrían descansar después de tantos años de sacrificios y esfuerzos por mantenerme con vida- a medida que iba pronunciando cada palabra sentía como mi alma se destrozaba en mil pedazos, yo amaba demasiado a mis padres, ellos eran lo único que tenía en el mundo y ya que habían dedicado toda su vida a mí, era justo que yo ahora les retribuyera por tanto amor y sacrificios, por ello les pedía que no sufrieran en mis últimos días, aunque con esta decisión me quedara sin corazón y sin ama por el hecho de tener que separarme de ellos.

-¡Por Dios hija mía! jamás nos pidas una cosa como esa que acabas de mencionar- me volvió a abrazar con fuerza y juntos nos pusimos a llorar, y así permanecimos durante largos minutos.

-Tengo mucho sueño- le dije a mi padre mientras me acurrucaba en mi cama.

-Está bien nena, ya es hora de dormir, que sueñes con los angelitos y no olvides que te amamos- me dijo desde el umbral, apagó la luz, me miró dulcemente y finalmente salió cerrando la puerta de mi habitación.

Prácticamente no pude conciliar el sueño aquella noche de Abril, a mi cabeza acudían pensamientos e ideas que me atormentaban; ahora tenía que aprender a enfrentar mi vida de una manera totalmente diferente, si bien yo solo me había preocupado de disfrutar y divertirme durante toda mi existencia sin siquiera proyectarme ni hacer planes para el futuro, ahora tendría que acostumbrarme a la idea de que definitivamente no podía pensar en trazar ningún tipo de proyecto para tiempos venideros porque ciertamente mi mañana no existía y debía resignarme para siempre, esperando tan solo lo único seguro que tenía, mi muerte. Por otro lado me sentía terriblemente culpable por la actitud que había mostrado en los últimos días hacia mis padres, sobre todo por el comportamiento que tuve con mi madre, aquella mujer tan divina, tan dulce y comprensiva que desde el momento de mi nacimiento se había abandonado ella misma para dedicarse por completo a mí totalmente en cuerpo y alma, llenándome de amor, cariño y comprensión, acogiéndome en su regazo sin pedirme nada a cambio cuando tenía miedo,  frio  o  en  aquellas  noches  eternas  en que permanecía al lado de mi cama velando mi sueño cuando yo me encontraba enferma; a esa mujer que tanto despertaba el amor más grande en mí y toda mi admiración, era la que había ofendido y herido sin piedad en lo más profundo de sus sentimientos y eso era un daño que yo no sabía cómo reparar, pues a pesar de lo que dijera mi padre y de lo que ella misma asegurara, yo en mi mente infantil aún seguía pensando de que había dejado de ser su niña querida y de que definitivamente había perdido su amor para siempre.

El hecho de que me sintiera culpable por haber hecho sufrir a mi madre, no disminuía la sensación de culpabilidad que tenía por haber ofendido a mi padre, pensaba en él y mis ojos de inmediato se inundaban de lágrimas al recordar inevitablemente tantas cosas que me había enseñado, tantos momentos de infinita felicidad y las muchas veces que tuve miedo o estuve enferma y él me había brindado sin condiciones su afecto y su protección ¡cómo poder olvidar! Cuando me enseñaba cariñosamente a leer, o las tantas noches que me narraba hermosos cuentos para dormir en donde yo imaginaba que era la hermosa princesa, o las muchas veces que me caí de la casa del árbol o cuando aprendía a andar en bicicleta y él siempre había permanecido a mi lado para ayudarme y consolarme en mis momentos de infantil aflicción. Sinceramente hoy que me encuentro encerrada en este féretro y prisionera de los brazos de la muerte, es cuando logro darme cuenta que sin querer me convertí en la culpable del sufrimiento y el dolor de las personas que más me amaban y a las que más yo amaba en el mundo, a mis propios padres, esos seres maravillosos que me habían regalado el milagro de la vida, yo misma me había encargado de abofetearles el alma sin siquiera un ápice de piedad ni compasión, tan solo por encapricharme con una idea absurda    e irresponsable de mi visión de los hechos y de mi desfavorable situación.

A la mañana siguiente Alicia subió como era de costumbre desde que había decidido recluirme en mi habitación, a las nueve en punto, yo había resuelto levantarme y cuando ella entró con la bandeja, me encontró bañada y ya perfectamente vestida, se quedó mirándome algo sorprendida durante un instante y después me dijo.

-La felicito niña ¿Va a bajar a desayunar al comedor?-

-Si, gracias de todas maneras por subir la bandeja, no te preocupes si tienes algo que hacer anda y yo bajaré con el desayuno- ella me miró con una luz especial en

el rostro que reflejaba mucha  ternura, a sus ojos   yo había vuelto a ser la niña juiciosa y amable que siempre fui.

-No se preocupe niña, yo la llevo en seguida- Me respondió feliz y aliviada. Se disponía a salir de la habitación cargando la bandeja cuando se detuvo obedeciendo al sonido de mi voz.

-¿Están mis padres aún en casa?- pregunté con la esperanza de recibir una respuesta positiva.

-El señor Adolfo salió esta mañana muy temprano para el aeropuerto, tenía que salir para Uruguay en un viaje muy importante de negocios ¿No se lo dijo anoche cuando estuvo aquí?- mi ánimo decayó por un instante, me sentí frustrada por el hecho de no poder compartir con mi padre el desayuno,   y porque

él había decidido marcharse de viaje sin avisarme ni despedirse de mí ¿Cuál habría sido su motivación para irse sin decirme adiós, sería una manera de darme una lección por mi comportamiento o tal vez era que no quería preocuparme ni ponerme más nerviosa de lo que ya estaba? Traté de levantarme el ánimo a mí misma y dirigir mis pensamientos hacia otro lugar, evoqué de inmediato en mi mente la dulce imagen del rostro de mi madre y le pregunté a Alicia.

-Y mi madre se encuentra en la casa?- ella se quedó mirándome como dubitativa y después de un segundo de silencio me dijo.

-Si niña la señora si está, de hecho ya se encuentra desayunando en el comedor, su madre ha estado muy triste estos días y apenas sí ha comido al igual que usted, y creo que verla desayunando le haría muy bien- dijo la aún joven sirvienta.

--¿Tú crees que se pondrá feliz?- pregunté con algo de nerviosismo y temor por saber incierta la reacción de mi madre ante mi presencia en el comedor.

-Para nada, no debe temer, yo estoy segura de que su madre se volverá loca de alegría al verla, si quiere yo puedo bajar a avisarle ahora mismo de que usted desayunará con ella-

-No- le dije llena de optimismo y energía -quiero yo misma darle la sorpresa-

-Muy bien niña así se habla- me dijo sonriente Alicia, luego tomó la bandeja y se alejó del cuarto cantando alegremente.

En cuanto Alicia salió de la habitación me acerqué al altar  de la Virgen Del Carmen  que  tenía   en  mi cómoda, le di las gracias por haberme ayudado a ponerme en pie y tener el valor de por lo menos salir de mi habitación, y después le pedí que me iluminara y me diera fuerzas para ser humilde, poder mirar a mi madre a los ojos y pedirle perdón por todas las atrocidades y blasfemias que había lanzado en su contra, lastimando su frágil y limpio corazón. Acto seguido bajé las escaleras y avancé con pasos lentos pero decididos hacia el comedor, en mi cabeza muchas ideas daban vueltas y mi corazón latía a mil por hora expectante ante la reacción de mi progenitora, pero a la vez afligido por todos los errores y el daño que había ocasionado. Me asomé tímidamente para ver si había alguien en el lugar y pude ver la imagen de aquella sublime mujer que me dio la vida y había construido mi personalidad, por ella yo era una niña buena, tranquila, sensible, sencilla y amable, y ya no podía ni quería seguirla decepcionando, ni causándole más dolor del que ya había tenido que padecer por mi causa; se encontraba sentada tomando su café de todas las mañanas, su rostro se notaba acongojado y en sus ojos se apreciaba la sombra de tempestades y largas noches de llanto, ella aún no había advertido mi presencia y su mirada se encontraba perdida, encumbrándose hacia el horizonte, evocando quizá recuerdos de algún tiempo feliz en su vida o por lo menos de cuando no tenía que preocuparse de la actitud grosera y rebelde de una niña mal criada y caprichosa como lo era yo;  su expresión me hizo sentir aún más culpable y me volvía a llenar de remordimientos y cuestionamientos, pensaba en la forma de reparar el daño causado pero ya a esas alturas para mí era prácticamente imposible.

-¡Oh Dios mío si tan solo pudiera retroceder el

tiempo- repetía una y otra vez incansable dentro de mi mente, pero sobre todo en mi corazón. Finalmente logré armarme de un poco de valor y pude entrar definitivamente en el comedor, me acerqué lentamente a mi lugar en la mesa y me detuve observando con cautela el rostro pálido y desmejorado de mi mamá, al igual que yo, ella también me miraba profundamente, sin embargo su rostro permanecía inexpresivo y ninguna de las dos se atrevía a romper el hielo para dar paso al diálogo, un intercambio que mi corazón reclamaba a gritos y que tanto mi alma como mis oídos extrañaban profundamente, pues desde aquel fatídico día en que yo descubriera toda la verdad, ya no había vuelto a escuchar su dulce y cálida voz, aquella voz que me brindaba paz y confianza. Finalmente ella se atrevió a decir.

-¡Vaya jovencita! hasta que al fin decidiste aparecer, supongo que querrás desayunar- y me hizo un ademán para que me sentara, yo por mi parte casi no podía respirar, no sabía a qué atinar, y finalmente solo dije.

-Mamá yo quisiera saber si tú puedes perdonarme por la actitud tan grosera que tuve contigo el otro día, se que mi comportamiento estos dias ha sido terrible y desastre, por ello me siento muy avergonzada y arrepentida- aquella buena mujer que me había traído a este mundo me miró sorprendida, seguramente no se esperaba un comentario así de mi parte, obviamente para ella lo lógico sería que yo siguiera enojada o por lo menos sostuviera mi actitud rebelde tratando de responsabilizarla a ella y a mi padre por lo referido a mi enfermedad, después de un instante de silencio me dijo.

-Debes saber   que tu actitud nos ha herido profundamente tanto a tu padre como a mí- dijo mirando las siluetas que formaba el vapor que despedía su tasa de café -Sin embargo no creas que no te entendemos. ¡Hija adorada! Quiero que sepas que te amo y te juro que me imagino por lo que estás pasando, en verdad lo que te sucede es algo terrible- exclamó con una expresión de congoja tanto en su rostro como también en su voz.

-Me queda muy poco tiempo de vida, verdad- aseveré con pena.

-Eso no lo podemos saber aún, es necesario que te realicen nuevos estudios y lo más seguro es que puedan corregir la falla en tu válvula cardiaca con un tratamiento farmacológico-

-¿Y si no funciona?- mis palabras sonaron desesperadas.

-Tengamos fe pequeña de que todo saldrá bien y resultará ¿Crees en los milagros?- me dijo ella con una tímida sonrisa.

-La verdad no estoy segura- dije -nunca lo había pensado, pero tengo mucho miedo de morir-  mi madre de inmediato me miró, suspiró y comenzó a reir.

-¿De qué te ríes mamá?- pregunté sorprendida.

-De nada en especial, solo estaba recordando cuando naciste, se podría decir que tú representas el claro y vivo ejemplo de lo que es un milagro-

-¿O sea que yo soy un milagro?- pregunté esta vez más animada.

-Así es mi pequeña, cuando tú naciste tu vida permaneció todo el tiempo en riesgo por lo que el hecho de que te libraras de la muerte fue un verdadero milagro-

-Mamá quiero pedirte algo- dije con sinceridad extrema. ¿De qué se trata mi niña- repuso ella dulcemente.

-Yo quisiera que me contaras como fue mi nacimiento y me expliques un poco de que se trata mi enfermedad- Ella me miró tiernamente y con  voz muy dulce comenzó a contarme como habían sucedido las cosas desde el momento en que supo que estaba embarazada, y de que se trataba mi enfermedad, además de lo grave que me encontraba al momento de nacer y las intervenciones quirúrgicas que habían tenido que realizarme para salvar mi vida. Sinceramente confieso que el hecho de haber escuchado el relato de lo que hasta entonces había sido mi historia, de labios de mi emocionada madre, me causó un impacto que no pensé que  podía sentir, en ese momento de inmediato comencé a dimensionar realmente el significado y la magnitud del mal que me aquejaba, muy pronto surgió un mar de preguntas en mi mente pero decidí acallarlas por temor a causar más dolor del que mi pobre madre ya causaba sobre sus pesados hombros pero sobre todo en su afligido corazón. Si antes  tomaba  la vida como un juego debo reconocer que desde ese momento me declaraba arrepentida pues por primera vez experimentaba la sensación de terror ante la idea de morir, el solo hecho de pensarlo me causaba escalofríos y ponía mis pelos de punta, sentía que el final estaba cerca y que la sombra de la muerte me pisaba los talones; aquellos macabros pensamientos me ahorcaban el corazón y producían en todo mi ser una angustia y aflicción totales.

Después de pasar gran parte de la mañana sentada en aquel comedor junto a mi madre hablando, riendo, llorando, reconciliándonos por fin; ella se levantó de su silla y me dijo.

-Debo irme a trabajar, espero que te encuentres mejor, debes animarte y por sobre todas las cosas nunca olvides que te amo- luego me estrechó entre sus brazos y besó mi mejilla.

-Gracias mamita por perdonarme, te juro que nunca jamás te volveré a hacer sufrir- dije esbozando una leve sonrisa.-Espérame para comer- replicó ella mientras se acercaba a la puerta.

- Está bien te esperaré- alcancé a decirle antes de que cerrara la puerta por fuera y tras de sí.

La conversación con mi madre me había producido sentimientos encontrados, por un lado estaba feliz y al mismo tiempo aliviada por el hecho de saber que contaba con su perdón y entender que nunca perdería su cariño, sin embargo por otro lado me encontraba triste y confundida, percibía de alguna manera que ya no tenía por qué luchar e iba notando como las fuerzas se me acababan día con día. De pronto sin darme cuenta mi mágico y maravilloso mundo de cristal se había convertido en la más cruel y triste de las prisiones, ya que ahora permanecía gran parte del día encerrada en mi habitación, no quería salir a ningún lugar, nodeseaba tomar mis clases escolares, no quería jugar con mis muchos juguetes y por si todo aquello fuera poco, de nuevo había retomado mi mal habito de no querer alimentarme como es debido. Me pasé casi cuatro meses sufriendo atrapada en medio de  esa   horrible   situación, reusándome a  recibir ayuda  de cualquier tipo, y matándome   yo misma, poco a poco, lenta y dolorosamente; mis padres desesperados trataron de convencerme por todos los medios, de  que buscara ayuda, de que  no me dejara aplastar por la avalancha que estaba a punto de acaecer sobre mi ser, yo irrepetibles veces les dije que no se preocuparan, que no insistieran, que yo no haría nada para ir en contra de mi destino y de la naturaleza; hasta que un día acepté ir con ellos a una cesión  de  terapia psicológica, aunque la verdad lo hice en contra de mi voluntad y solo para dar un atisbo de tranquilidad a los corazones y mentes de mis padres. Al llegar al centro terapéutico pasamos de inmediato  a  la  consulta  de  Mónica, la  psicóloga  y terapeuta pues ella se encontraba   ya esperándonos, tomamos asiento y después de conversar unos instantes con mis padres, Mónica al fin me preguntó.

-¿Cómo te llamas jovencita?-

-Esperanza- respondí secamente.

-¿Y sabes por qué te encuentras aquí hoy?- Yo miré a mis padres un momento con el propósito de examinar su expresión y de esta forma saber que contestar para no preocuparlos, finalmente decidí ser sincera y repuse.

-La verdad yo no quería venir, el hecho de que me encuentre aquí hoy es solo a petición de mis padres, ellos creen que tengo depresión-

-¿Y por qué crees que ellos piensan que tú tienes depresión?- volvió a preguntar la mujer con un tono muy amable.

-Lo que pasa es que…- mis ojos se inundaron de lágrimas y mi expresión era de congoja -es que to estoy muy enferma del corazón y me voy a morir muy pronto- la gestualidad en el rostro de mis padres era de completo dolor y resignación

-¿Y tú consideras que el hecho de que sufras una enfermedad de esa gravedad a cambiado tu comportamiento?- aquella pregunta fue medular y vital para que yo pudiera decir lo que realmente tenía en el corazón.

-Yo solo actúo como quien se encuentra esperando la llegada de la muerte, la verdad yo creo que no vale la pena que haga mi vida normal si ya estoy a punto de perderla- eran esas mis propias palabras las que me hacían daño y desgarraban mi corazón conforme las iba pronunciando.

-Si permites mi humilde opinión, yo creo que tú actúas de esta manera porque en realidad tienes mucho miedo a lo que está sucediendo, tienes temor a la muerte y eso es normal, nadie puede culparte por aquello; sin embargo creo que no por esta razón vas a dejar de hacer tu vida normal o vas a desistir de luchar, eso decepcionaría mucho a tus padres, si es lo que realmente te preocupa. Sinceramente creo que deberías darte una oportunidad y no sentenciarte sin saber lo que va a pasar en el camino, la verdad no todo es tan absoluto ni tan definitivo como para rendirse antes de dar la batalla. Me han contado tus padres que te has deprimido mucho , no comes e incluso has abandonado las tutorías escolares con tus profesores y definitivamente eso no puede ser, yo no te veo enferma, te vales perfectamente por ti misma y mientras sigas así y puedas hacerlo, debes levantarte todos los días con ánimo y entusiasmo para realizar tus sueños y cumplir con tus deberes, disfrutando de la vida junto a tu familia; Dios es nuestro padre celestial y su amor y bondad son infinitos, él es el dueño de nuestro destino y solo él sabe por qué caminos nos ha de guiar, no tengas temor a construir un futuro y

a trazarte metas en la vida porque si trabajas para ello todo lo que planees lo podrás lograr. De nada sirven la amargura y la desilusión, eso no te reportará frutos ni remediará tu dolor, la única panacea para aliviar el mal es aferrarse con todas las fuerzas del corazón al padre, luchar y trabajar incansablemente, hasta agotar todas las fuerzas, recorrer todos los caminos y haber golpeado todas las puertas para ver al final del día nuestros objetivos cumplidos, es la única alternativa que tenemos los seres humanos para afrontar la adversidad- nunca nadie me había hablado como aquella mujer, de pronto sentí como si toda mi visión del mundo hubiera dado un giro nuevamente, pero esta vez en ciento ochenta grados, era algo así como despertar de un sueño, o más bien de una horrible   y monstruosa pesadilla. De alguna forma pude ver todo desde una perspectiva muy diferente, las cosas con real claridad y nitidez, de alguna forma el hecho de que una persona ajena a mi familia me hablara con franqueza y honestidad para abrirme los ojos, fue como la inyección que necesitaba para darme cuenta de que mi proceder no era para nada correcto y de que estaba perdiendo un tiempo precioso en mi vida para luchar por mis sueños y ser feliz, también comprendí que debía agotar todas las posibilidades que existieran para salvar mi vida y prolongar mi tiempo de existencia y que por ello debía ponerme lo más pronto posible en manos de mi equipo médico para realizarme el tratamiento farmacológico que mejoraría el funcionamiento de mi válvula cardiaca artificial.

A partir de aquel instante mi corazón empezó a experimentar una sensación de alivio muy especial y

mi alma fue liberándose poco a poco de aquellos temores y tormentos de lo que era presa; aquella primera sesión de terapia psicológica representó para mí algo así como un renacimiento, una especie de revelación que me indicaba el camino que el creador había trazado para mí, el cual era preciso seguir si quería alcanzar mis sueños y lograr la tan preciada felicidad.

Desde aquel día decidí desistir de mi actitud de negatividad y pesimismo, y empecé a asistir en compañía de mis padres cada semana puntual a la consulta de Mónica para realizar mi terapia.

 

 

 

 

 

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