En la posada

En cuanto cruzo la puerta de la posada, Briana se acerca corriendo a mi.

- Hija, menos mal que estás aquí, creí que te habían asaltado.

Noto como ella me cubre con su cuerpo, y su agarre en mi brazo derecho es tan fuerte, que incluso me hace daño. Tira de mi hacia la cocina, y yo la sigo sin pronunciar palabra, pues puedo ver que no desea que lo haga. En cuanto cruzamos la puerta de la cocina, me veo inmersa en una enorme habitación con ollas borbotantes, platos sucios acumulados en la pila, y olores diversos combinándose.

- ¿A qué ha venido eso, Bri?

- Ay, Idris, es que acaban de llegar unos soldados de tu manada. Están preguntando a todo el que se encuentran en la sala.

- ¿Y tú les has dicho algo sobre mi presencia aquí?

- No, pequeña, ya te dije que cualquier amigo o familiar de Alana es bien recibido, ella me ha ayudado tanto a lo largo de estos años, que no podría negarle cualquier cosa que me pidiera.

Suspiro tranquila, y me relajo un poco al escuchar las últimas palabras de Alana, durante unos instantes, he temido que me hubiera delatado.

- Muchas gracias, Briana, me marcharé pronto, no quiero que tengas que mentir por mi causa.

- Idris, eso no me importa, lo he hecho en innumerables ocasiones a lo largo de los años, lo que realmente me tiene preocupada eres tú; realmente creo que deberías contar toda la verdad, y regresar a tu casa con esos guardias. Si no quieres casarte con el Alfa, no lo hagas, no pasa nada, pero no es buena idea que una muchacha como tú esté sola.

- Briana, agradezco tu preocupación, de verdad, per no tienes motivos para estar así de angustiada, soy perfectamente capaz de cuidarme sola.

- Si no vas a regresar a tu hogar, deja que al menos modifique tu aspecto, te haré pasar por un chico joven, o como mínimo, por una mujer menos atractiva. Pero es que, si sales ahí fuera con ese aspecto, serás una presa fácil. Aún hay manadas que tienen esclavos, y las chicas bonitas como tú, a veces, acaban en esa clase de manadas.

- Está bien, estoy de acuerdo, ayúdame a disimular mi aspecto.

Briana me acompaña hasta una mesa con dos sillas desvencijadas que están al final de la cocina, y me pide que me siente en una de ellas. Yo obedezco en silencio, y el se acerca a mi con unas enormes tijeras, las acerca a mi cabeza, y comienza a cortar mi largo cabello.

Yo miro compungida los mechones que van vistiendo el suelo, y siento unas intensas ganas de llorar, porque en las últimas horas he perdido a mi madre, mi casa, y ahora tambén mi hermosa cabellera que tan orgullosa me tenía.

Briana se entretiene un buen rato, y cuando se siente satisfecha con el resultado, me entrega un espejo que yo le devuelvo sin tocarlo siquiera. No quiero contemplar mi nuevo aspecto, no creo que pudiera soportarlo en estos momentos.

- No te muevas de aquí, hija, tardaré unos momentos en regresar, pero aún algo que debemos hacer para modificar tu aspecto.

La veo revolver en una de las alacenas, y saca una inmensa olla plateada, con muescas en diversas zonas de su superficie. Yo la miro curiosa, pues no tengo idea de lo que hace, y la veo añadir múltiples productos que salen de botes sin nombre. Coloca todo al fuego, y lo deja cocinarse durante unos minutos, después se acerca hasta donde y estoy con la cazuela humeante, y la coloca junto a la ventana para que se enfríe más rápido.

- ¿Qué es eso, Briana?.- digo yo confundida.

- Tinte para el cabello, no puedo dejar que salgas de aquí con ese color rojizo tan peligroso en las manadas del norte.

Cuando al fin está frío el ungüento, comienza a aplicarlo sobre mi cabeza, y yo siento una mezcla pastosa pegándose a mi piel. La sensación no es agradable, y me pica en diversos lugares, pero prefiero no protestar, puesto que sé que la pobre mujer está haciendo todo ésto por mi bien. A pesar de lo desagradable de la situación, Briana tarda solo unos minutos en recubrir mi cabeza, y después de dejar que haga efecto, me lleva hasta una enorme pila de piedra, y me ayuda a aclarar mi cabello.

Me froto con fuerza, deseando arrancar los pegotes de la loción con las manos, y noto como unas pequeñas lágrimas escapan de mis ojos al notar lo cortos que son los mechones que mis manos agarran.

Después de terminar con el lavado, al fin decido observarme en el espejo, y la imagen es desoladora. Veo mi cabeza de pelo corto y negro, y no me reconozco en esa imagen. Además, para empeorarlo, mis ojos hinchados y enrojecidos me dan un aspecto enfermizo.

Briana insiste en que utilice lentes de contacto para disimular el verdadero color de mis ojos, y cuando ya he aprendido como meterlas en mis ojos, me entrega una bolsa de tela con varios repuestos.

- Todo irá bien, Idris, ya verás.

- Lo sé, Briana, te agradezco todo lo que has hecho por mi, de no haber sido por ti, nunca hubiera tenido todas estas ideas, y no habría sabido como camuflar mi aspecto.

- No tienes que agradecérmelo, pequeña, tu madre me ha hecho muchos favores a lo largo de estos años.

Cuando ella vuelve a repetir que mi madre la ha ayudado mucho, una idea cruza mi mente, y decido preguntarle.

- Briana, ¿cómo contactas con mi madre?

- Bueno, ella suele venir por aquí una vez al mes, normalmente en coche, y durante los años en los que hay escasez, me trae provisiones de la ciudad.

- Entiendo, entonces, si te dejo una carta para ella, ¿podrás entregársela cuando venga?

- Por supuesto, Idris, no lo dudes. La guardaré con mucho cuidado para que nadie la descubra, y se la daré en la próxima ocasión que pase por aquí.

- Gracias, de verdad, me voy a mi cuarto a redactarla.

Subo los escalones de dos en dos, emocionada ante la perspectiva de tener la oportunidad de disculparme con Alana, y cojo papel y lápiz del escritorio de la habitación.

“Querida mamá,

Siento como nos despedimos, ojalá pudiera retroceder en el tiempo, y darte un abrazo más fuerte, y decirte que para mi no hay más madre que tú.

Espero que no te haya molestado mi necesidad de buscar respuestas. Ya sé que ésto comenzó como una huida de mi casa, ante el rechazo del Alfa, pero ahora es algo más, te lo prometo. Necesito encontrar a mi madre biológica, y saber qué ha sido de ella, y si es posible que tenga hermanos o hermanas.

En cuanto me establezca en algún sitio fijo, te haré llegar mi dirección. Por razones evidentes, no te enviaré las cartas a la casa de la manada, sino que las dirigiré a la posada de Bri, con la esperanza de que tú las leas a la mayor brevedad.

Tu hija que te quiere,

Idris.”

Doblé la carta en cuatro partes, la besé en uno de los bordes intentando impregnarla de mi cariño, y la guardé en un sobre de color blanco. Me pareció impersonal y frío guardar esas palabras en un sobre tan soso, pero sabía que era la mejor opción para que mi misiva no llamara demasiado la atención.

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