Cap.4: Oportunidad

—“Irá ascendiendo hasta llegar a la cabeza misma de esta nación” —lee Gabriel por enésima vez caminando de un lado a otro de la cocina. 

Se detiene apoyando los brazos sobre la mesa para releer la carta y pasar la mirada a la libreta en la que ha hecho garabatos de todo posible indicio que pueda obtener de ese escrito. Aunque hasta el momento solo puede deducir lo que ya sabe, está lidiando con una persona que ha sido defraudada por el sistema, y por ende ha decidido tomar la justicia en sus propias manos. Una persona inteligente, por cierto, lo suficientemente meticulosa y organizada como para no dejar ni un solo rastro de su presencia, alguien sin mucho para perder al tomar la decisión de arriesgarse a tomar las vidas de la gente poderosa. 

—¿Por qué aquí y por qué ahora? —se pregunta el Detective relamiéndose los labios, tomando el bolígrafo anota en su libreta “Fallos judiciales". Ese parece ser un buen inicio para buscar, algo que marcó profundamente al asesino, que lo decepcionó, quizás no muy reciente, pero lo suficientemente serio para que después de años aún no haya podido olvidar la injusticia que se hizo con él.

El sonido del timbre hace que Gabriel se sobresalte, entornando los ojos se dirige a la puerta sin tener idea de quién puede estar molestándolo, sobre todo cuando tiene un caso del que ocuparse. Al abrir la puerta ve a Ana mirándolo con los labios apretados y una mirada propia de una asesina, recién en ese momento se vuelve consciente del tiempo que ha pasado, mira el reloj de su muñeca que marca las nueve y media sin ser capaz de esbozar una sola palabra para excusarse.

—No digas nada, te conozco lo suficiente como para suponer que te obsesionaste con la carta que te envió el asesino. Pero creo que al menos me merezco un café después de haberte esperado una hora en ese restaurante —reclama Ana con seriedad entrando sin esperar a que la invite a pasar.

—Claro, yo…En serio lo siento, simplemente perdí la noción del tiempo, ni siquiera sé en qué momento pasó la hora —se excusa el hombre con mirada suplicante, esperando no haber echado a perder por completo las cosas con ella.

—Lo sé, Gabriel. La culpa fue mía por creer que serías capaz de ocupar tu mente en algo que no estuviera relacionado con el caso —admite Ana quitándose la chaqueta de cuero que deja a la vista el vestido celeste que lleva puesto.

—Es… estabas hermosa, digo… lo estás —balbucea el detective mirando el vestido largo cuyo color parece ir a la perfección con la pálida piel de la atractiva mujer.

—No tienes que darme cumplidos por creer que estoy molesta, sorprendentemente no lo estoy. Simplemente soy incapaz de enojarme contigo, supongo que solo me he decepcionado, realmente creía… deseaba con todo mi ser que fueras capaz de verme —resopla la mujer encogiéndose de hombros.

—Siempre te veo, Ana. Es solo que no me sentía preparado para volver a empezar, supongo que debo agradecer que me tengas tanta paciencia —afirma Gabriel llenando dos tazas con el humeante líquido de la cafetera.

—Lo entiendo, y creo que es por eso que te he tenido paciencia. Porque sin duda no es mi gran virtud —confiesa Ana con una sonrisa divertida pasándose un mechón de pelo por detrás de la oreja con nerviosismo.

—Créeme que lo sé, te he visto enfrentar al comisario, y no cualquiera tiene esas agallas en la comisaría —halaga el Detective sentándose frente a su compañera.

—Es que no puedo quedarme callada ante una injusticia, lo cual suele meterme en problemas, pero es que así soy, no puedo evitarlo —sostiene Ana alzando los ojos despreocupadamente.

—Eso es lo que se supone que impulsa a este asesino, el deseo de justicia, de presentar su reclamo ante una sociedad que ha dejado de ser justa e imparcial —dice Gabriel volviendo su mirada a la carta sin poder evitar tener su mente alejada del caso por más tiempo.

—En parte coincido con su… punto de vista, aunque matar a alguien a sangre fría no me parece la mejor opción —confiesa la mujer contemplando la mirada taciturna de su compañero.

 —Y si la injusticia es quien ha creado a este asesino, ¿Quién es el culpable en realidad?  —cuestiona el Detective golpeteando la mesa con los dedos.

—La sociedad no se hará cargo de haber creado a un monstruo, la Alemania Nazi nació por lo injusto y opresivo del Tratado de Versalles, pero no por eso las naciones que lo crearon se han considerado responsables de lo que sucedió —afirma Ana torciendo las comisuras de los labios al tratar con esa verdad.

—Es más fácil acabar con el monstruo, muerto el perro se acaba la rabia —coincide Gabriel mirando a su compañera a los ojos.

—Aunque supongo que es parte de nosotros querer evitar hacernos cargo de nuestros errores, al menos yo no habría podido mirarte a la cara después de haberte plantado —confiesa Gabriel con nerviosismo.

—Me cuesta trabajo pensar en que el gran Detective Martínez no se sintiera capaz de enfrentarse a mí —responde Ana con una sonrisa coqueta.

 —¿El gran Detective Martínez? No sé por qué me idolatran tanto en esta ciudad, no es gran cosa haber venido de la capital —reclama Gabriel tomando un sorbo del amargo café.

—No es porque vengas de la capital, hay bastantes buenos para nada allí, es porque eres casi una leyenda. Todo caso que llegó a tus manos fue cerrado, atrapaste al culpable, hiciste justicia, y en medio de toda esa policía corrupta te mantuviste íntegro, eres el ejemplo a seguir para muchos de nosotros —afirma Ana con emoción en la voz.

—Solo cerré un par de casos, e hice lo que tenía que hacer. Pero no soy perfecto, y mucho menos un ejemplo a seguir. ¿Qué quieres emular de mí? ¡No tengo nada, no tengo familia, ni un hogar, ni siquiera una maldita razón por la que sentir que tiene sentido empezar un nuevo día! —confiesa el detective con la voz quebrada.

—Escuché que perdió a su familia, y lo siento, pero debes seguir adelante, es lo que ellos hubiesen querido —trata de animar Ana sintiendo un nudo en la garganta.

—¡No! ¿Sabe qué quería mi esposa? Unas vacaciones, quería poder venir a ver  a nuestras familias después de cinco años en la que la mantuve allí porque estaba demasiado ocupado con mi trabajo, quería poder ir a la cama y que yo estuviera a su lado en vez de estar revisando informes, quería dejar de tener que soportar cada día la duda de si yo volvería a casa. Quería que no tomara ese caso —relata Gabriel apretando la taza tan fuerte entre sus manos que siente que podría partirla en cualquier momento.

—El caso del pirómano… —susurra la mujer con lágrimas en los ojos.

—El pirómano, él tenía otro nombre, “El quema hogares". Ella casi me rogó que dejara ese caso y me tomara un descanso para recordar que tenía una familia, para ser capaz de estar con mis hijas que estaban creciendo tan de prisa. Pero no la escuché, quería atrapar a ese maldito, tenerlo tras las rejas —prosigue el detective con la cabeza gacha.

—Se llevó muchas vidas, te dieron el caso porque estaban seguros que tú logarías atraparlo, y no se equivocaron —asegura Ana mordiéndose el labio al saber hacia donde se dirige la conversación.

—Supongo que él también estaba seguro que lo atraparía, esa noche como siempre, me quedé hasta tarde en la oficina. ¡Toda mi carrera me dediqué a proteger a otros, pero cuando mi familia me necesitó yo no estaba! ¡Ese maldito convirtió mi casa y mi familia en un montón de cenizas! ¡Eso es lo que puse en los ataúdes, huesos calcinados y cenizas! —lamenta Gabriel con la lagrimas corriéndole por las mejillas.

Ana es incapaz de decir algo, en la comisaría se escucharon rumores sobre lo que había sucedido, pero nada de eso parece haberla preparado para escucharlo del mismo Gabriel. Ver el dolor reflejado en sus ojos, las manos temblorosas por la impotencia que aún hoy lo persigue, casi le parece sentir en su corazón el mismo dolor que ha destrozado a ese buen hombre.

—Luego de enterrarlas salí a cazarlo, pasé noches sin dormir, solo podía pensar en él, en atraparlo y acabar con su vida de la misma manera que él lo hizo con mi familia. No tardé mucho en ubicarlo, estaba escondido en una Villa, metido en ese agujero como una rata. Cuando entré ni siquiera lo dudé, le disparé una y otra, y otra vez, disparé hasta que vacié el cargador. Estaba sediento de hacer justicia por ellas —confiesa Gabriel cubriéndose el rostro entre las manos.

—Estabas lleno de dolor, es comprensible, no podría decir que yo no habría hecho lo mismo. Quitaste del mundo a alguien que solo hizo daño —afirma Ana parándose para sentarse al lado de Gabriel y posar su mano sobre el hombro de él.

—¡Pero no debería haberlo hecho! Nadie cuestionó la manera en que él murió, pero… ¿Quién era yo para decidir qué ya no debía vivir? Todas las noches despierto viendo su rostro, creía que acabar con el calmaría ese dolor que me destrozaba por dentro, pero solo lo empeoró —susurra el detective mirando con pena a su compañera.

—Es porque has intentado pasar por esto solo, pero ya debes acabar con eso y permitir dejar entrar a alguien en tu corazón —aconseja la mujer acariciándole la mejilla con ternura.

—Mi familia estuvo en mi corazón y murió, no quiero que alguien más salga lastimado por estar cerca de mí —solloza Gabriel mordiéndose el labio.

—Eso es algo que no puedes decidir tú, no se puede vivir sin amor, o al menos no puedes llamar a eso vida —sostiene Ana con sinceridad.

—¿Por qué quieres atarte a alguien como yo? ¿Te atraen los casos perdidos? —interroga el detective sin ser capaz de entender qué ve en él.

—No eres un caso perdido, eres un hombre que como cualquier otro se merece amor y una nueva oportunidad para seguir con su vida. Sinceramente no sé decir lo que me atrae en ti, pero tengo plena certeza de que quiero estar contigo, ser parte de tu vida —responde Ana sintiendo que el corazón le late con fuerza.

 —No sé si me verás de la misma manera después de verme llorar —dice Gabriel soltando una pequeña risa.

—Me has demostrado que eres un gran hombre, siempre supe que detrás de ese detective rudo había un tierno osito de peluche —bromea Ana con una sonrisa dulce.

—No es un cumplido que sume mucho a mi virilidad —responde el detective besando la mano de su compañera.

—Hay otras cosas que pueden ayudarla —responde Ana besándolo en los labios.

Gabriel se sorprende ante el contacto de esos labios carnosos, una electricidad le recorre todo el cuerpo despertando emociones que creía que ya no volvería a sentir. Cerrando los ojos responde al beso dejándose llevar, perdiéndose en ese hermoso momento que parece ser el primer destello de luz después de una larga temporada en la oscuridad. 

—¿Estás segura de querer esto? —pregunta Gabriel con la frente apoyada en la sien de su compañera.

—No tengo dudas —responde Ana con una sonrisa.

—Entonces permíteme empezar de nuevo esta noche, te prometí una cena, y eso es lo que te daré esta noche —responde el detective alejándose lentamente de ella.

—No sabía que eras todo un caballero —susurra Ana mordiéndose el labio.

—Soy de la vieja escuela, por lo que considero que a una mujer se merece ser tratada como una dama —dice Gabriel con una gran sonrisa, esperanzado de que quizás esas viejas heridas que amenazaban con matarlo puedan sanar.

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