Cap.3: Coraje

—¿Y qué tal estuvo la dichosa cena? —pregunta Lorenzo sonriendo con una taza de café entre las manos.

—Tan mal como todas las anteriores, mi padre debería empezar a resignarse a que algo vaya a ser diferente —responde Gabriel hojeando los papeles que cubren por completo el escritorio de su despacho.

—El pobre no debe perder la esperanza de que sus hijos dejen de llevarse como si fueran enemigos, aunque debe ser realmente irritante tener como hermano a un sabelotodo que se cree la reencarnación de Freud —confiesa Lorenzo logrando que su amigo sonría levemente.

—Quiero creer que Samuel tiene buenas intenciones, pero no es una tarea fácil darle la razón. Soy capaz de lidiar con mi vida sin que él tenga que decirme cómo debo comportarme, el problema de los psicólogos es que creen que saben como todo a su alrededor debe funcionar, soberbios y testarudos —afirma el Detective apretando los labios con disgusto.

—En todo caso, creo que deberían hacer un esfuerzo por el pobre Rafael, ese hombre es un pan de Dios —aconseja el amigo pensando en el pobre anciano que tuvo que criar a sus hijos solo después de la trágica muerte de su esposa.

—Puedo asegurarte que lo intento, pero es como querer pelear contra una pared. Quizás nuestra familia debe ser así —susurra Gabriel alzando los hombros con indiferencia.

—¿En serio? Eres uno de los mejores detectives que he conocido, pero en cuanto a tomar decisiones en lo personal, déjame decirte amigo mío, que eres un desastre —responde Lorenzo con franca sinceridad.

—¿Algún consejo que quiera darme, doctor fraternal? —pregunta Gabriel frunciendo el ceño.

—Haces siempre los mismo con todos a tu alrededor, te dedicas solo al trabajo, obsesionándote hasta con el caso más pequeño con tal de tener una razón para  distanciarte de los demás —advierte Lorenzo con una mirada de severidad.

—Solo intento hacer bien mi trabajo, no es un crimen hasta donde sé —se excusa el Detective alzando los manos en alto en señal de inocencia.

—Por favor, estás tan enfrascado en “Hacer bien tu trabajo", que ignoras por completo lo que sucede a tu alrededor, sino ya habrías sido capaz de ver a Ana, esa mujer es maravillosa, y está completamente enamorada de ti —reclama Lorenzo en voz baja con una mirada dura como si quisiera sacudirlo de los hombros para que deje de ser tan ciego.

—¿Acaso te has puesto de acuerdo con mi hermano para darme lecciones de vida? —reclama Gabriel con una mueca de disgusto volviendo su atención a los papeles.

—Yo solo quiero ver que mi amigo es capaz de vivir, ¿No crees que es tiempo de intentar comenzar de nuevo? —aconseja Lorenzo casi en una suplica.

—¡No quiero lastimarla, estoy roto, y estoy muy lejos de ser lo que Ana necesita! —confiesa Gabriel mordiéndose el labio con nerviosismo.

—Eso es algo que ella debería decidir —reclama Lorenzo dejando la taza a un lado.

—Tal vez… yo… no lo sé… —susurra el detective confundido ante la mezcla de sentimientos que revolotean dentro suyo.

—Te la enviaré aquí, y la invitaras a salir —conspira Lorenzo abriendo la puerta de la oficina para ir en busca de Ana.

—¡No te atrevas! —reclama Gabriel sin ser escuchado por su compañero que sale disparado al pasillo.

El Detective siente un escalofrío recorriéndole la espalda,  cruzándolo tan rápido como su nerviosismo aumenta.  No puede creer que su amigo lo obligue a hacer esto, promete matarlo en cuanto vuelva a tenerlo cerca. 

—Señor, Lorenzo me avisó que quería verme —anuncia Ana desde el umbral de la puerta con la mirada gacha.

—S-sí, —responde el Detective sobresaltándose en la silla—. Puedes tomar asiento si gustas.

Ana mira extrañada a su compañero, por alguna razón se ve muy nervioso, más que de costumbre. Aceptando la invitación se sienta apoyando los brazos sobre el escritorio, con curiosidad observa por arriba los diferentes informes que por lo arrugadas que están las hojas, se imagina que Gabriel los ha revisado una y otra vez.

—¿Has conseguido averiguar algo sobre el caso? —pregunta Ana al ver que su compañero parece estar dispuesto a solo mirarla.

—Sí, no, no. No hay nada, pensaba hacer una lista de enemigos, pero desde los otros narcotraficantes hasta los padres de drogadictos lo querían muerto, así que no llevará a ningún lado —responde Gabriel disperso fallando en esbozar una sonrisa.

—Ya veo, entonces me llamaste porque… —insiste Ana con ansiedad.

—Yo… quería… quería saber… —balbucea el Detective sintiendo el sudor que le cubre las palmas de las manos.

—Saber… —susurra la mujer acercándose más al escritorio.

—Saber… si averiguaste algo sobre la llamada —responde Gabriel cerrando los ojos ante su intento fallido.

—¡Oh, eso! —exclama Ana con decepción tirándose hacia atrás en la silla—, era un teléfono desechable así que como el resto en este caso, no nos lleva a nada —informa tomando unos de los informes del escritorio al que simula leer para cubrir su rostro.

Gabriel se muerde el labio con nerviosismo, no puede creer que esto le pueda tomar tanto trabajo, al levantar la vista se alarma al ver que desde el pasillo Lorenzo le hace señas con la mano de que invite de una vez a Ana. El detective lo mira con reproche deseando poder tenerlo al alcance de sus manos para estrangularlo, aunque tiene razón, apara él que encierra asesinos y criminales, pedir una cita no debería contarle trabajo.

—Si no me necesitas para nada más, yo voy a seguir con mi trabajo —anuncia Ana levantándose de la silla sin mirar a su compañero.

—¡No, espera! —pide Gabriel en un tono más fuerte del que hubiese querido—. Yo me preguntaba, si quizás querrías… ir a cenar —invita sintiendo que debe luchar para decir cada una de las palabras.

—¿Me estás invitando a una cita?—intenta confirmar Ana incrédula.

—S-sí, es lo que dije —afirma Gabriel sintiendo que el corazón le golpetea en el pecho temiendo el rechazo.

—Me encantaría —responde la mujer con una gran sonrisa en los labios.

—Bien, te buscaré a las ocho, podemos ir al restaurante Olavarría. Es un lindo lugar —responde Gabriel sintiendo una especie de electricidad recorriéndole el cuerpo.

—Es excelente, seguiré trabajando —dice Ana saliendo de la oficina sin poder dejar de sonreír.

—¡No puedo creerlo, lo hiciste, en serio lo hiciste! —exclama Lorenzo entrando a la oficina desbordando alegría.

—¡Baja la voz! Puedo asegurarte que podría haberte disparado cuando te vi en el pasillo —responde el Detective recostándose en su silla cubriéndose el rostro con ambas manos.

—Debía asegurarme que no te echarás para atrás —se burla Lorenzo guiñando el ojo. 

—La verdad, por un momento creí que no podría hacerlo. Ni siquiera al enfrentarme a asesinos he sentido tantos nervios —confiesa Gabriel rascándose la barbilla.

—Así que el gran detective Gabriel puede enfrentarse a los peores criminales, pero no a las mujeres. Es increíble —se burla Lorenzo soltando una risa divertida.

—¡Ya basta, recuerda que soy tu jefe! —reclama Gabriel lanzándole un bollo de papel al rostro.

—Olvídate del trabajo, tu mente tiene que centrarse solo en esta noche. Tienes que prepararte para ganar, estás fuera de práctica así que quizás necesites de mi asesoramiento —se ofrece Lorenzo con una sonrisa de galán.

—¡Alto ahí, don Juan! Llevas casado quince años, dudo que seas un casanova —se burla Gabriel divertido.

—Casado con la chica más bonita de la ciudad, y salgo cada semana con ella. Tengo que mantenerla enamorada, los buitres siempre andan rondando, amigo —responde Lorenzo con una simulada seriedad.

—Al menos puedo coincidir en eso contigo, pero estoy seguro que puedo encargarme solo, gracias. En lo único que puedo solicitar tu ayuda es en este caso, no tenemos nada —afirma Gabriel volviendo a los papeles de su escritorio.

—El tipo que lo hizo es bueno, no nos ha dejado siquiera un rastro. No hay mucho que podamos hacer —dice el policía con sinceridad alzando sus manos en señal de resignación.

—¡Detective, han dejado un sobre para usted! —anuncia un policía entrando a la oficina con un sobre marrón en las manos.

—¿Quién lo dejó? —pregunta Gabriel al ver que no hay información del remitente.

—Entró un niño y lo dejó diciendo que era para usted, la verdad es que no pensaba darle importancia, pero solo por si acaso —comenta el policía alzando los hombros.

—Esta bien, muchas gracias, Miguel —responde el detective con una cordial sonrisa abriendo el sobre.

—¿Qué es, acaso te apareció algún admirador secreto? —pregunta Lorenzo con su habitual sonrisa burlona.

Gabriel saca del sobre una carta escrita en máquina de escribir, con el ceño fruncido lee lentamente cada una de las palabras sintiendo una extraña sensación apoderándose de su cuerpo.

 Querido Detective Martínez:    

Tengo el gusto de dirigirme a su persona ya que considero que solo usted podría comprender la obra que estoy realizando. Quizás pueda pensar que somos muy diferentes, pero eso no es verdad. Ambos buscamos lo mismo: justicia.

Algo que este mundo corrupto, y este sistema corrompido no están dispuestos a brindar

al pueblo que les confió el poder. Por lo que me he visto en la responsabilidad de

devolver a nuestra sociedad el equilibrio necesario, he comenzado con esa escoria

que destruía a nuestra juventud, pero claro que él solo fue el principio, mi tarea

de limpieza irá ascendiendo hasta llegar a la cabeza misma de esta nación.

Sé que por su moral se verá en la tarea de intentar detenerme, y lo respeto por eso,

quizás hasta le de un poco de diversión a mi labor, pero en todo caso, espero que pueda estar a mi altura.

                                                                                                                                                     Saluda, El Justiciero.

—¡Maldito hijo de…! —exclama Gabriel pasándose la mano por el rostro.

—¿Qué pasó? ¿Qué es esa carta? —pregunta Lorenzo alarmado por la reacción de su amigo.

—¡Ese maldito quiere jugar con nosotros, se está burlando! —responde el detective pasándole la carta.

Gabriel se para de la silla para caminar de un lado a otro de la oficina con la cabeza gacha, no puede soportar que quieran jugar de esa manera con él. Que lo tomen como si fuera un aficionado, un policía de pueblo, este criminal ha cometido el peor error, lo ha subestimado ha herido el orgullo, convirtiendo el caso en algo personal.

—¡Está loco! Suena a una especie de fanático loco —responde Lorenzo dejando la carta sobre el escritorio.

—Loco o no, nos lleva la delantera. Llevaré a analizar esa carta y el sobre por si encuentran algo, pero dudo mucho que sirva de algo —replica el Detective resoplando exasperado.

—Prometió otro ataque, ¿Crees que realmente sea capaz de llegar a alguien importante? —pregunta Lorenzo con la mirada seria.

—No sería difícil de creer, llegó a Gonzalo Andrade que estaba mejor custodiado que la gente importante de la ciudad —comenta Gabriel aceptando por completo la posibilidad de tener que lidiar con una nueva víctima.

—¿Y qué haremos? ¿Poner custodia a medio mundo? —cuestiona Lorenzo golpeteando el piso con el pie.

—Sería un gasto innecesario de recursos, no tenemos idea de a quién podría atacar. Muy a mi pesar no tenemos otra opción  que esperar —se resigna a decir Gabriel marcando en el teléfono el número del laboratorio.

—Es alguien que quiere llamar la atención, eventualmente cometerá algún error y entonces le saltaremos encima como una manada de lobos —afirma Lorenzo despreocupado.

—¿Pero cuantas vidas se cobrará hasta que cometa ese error? —cuestiona el detective con seriedad—. Hola, sí, habla el detective Martínez, necesito que analicen una carta y un sobre en busca de huellas, residuos, o lo que sea que puedan hallar —pide por teléfono.

—Quizás que la haya escrito por máquina de escribir sea un indicio, ¿Cuántas personas en la ciudad deben de tener uno de esos cacharros? —trata de animar Lorenzo mirando la carta.

—Más de las que te imaginas, esos “cacharros” se han puesto de moda hace un tiempo como parte de la decoración. No lo sé, quizás podríamos tratar de investigar quienes hayan comprado tinta para esas máquinas, puede ser un indicio —comenta Gabriel rascándose la barbilla.

—Me encargaré de eso, avísame lo que averigües con la carta —pide Lorenzo saliendo de la oficina con la mirada sombría.

—Claro, atraparé a ese maldito aunque sea lo último que haga —susurra Gabriel con convicción.

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