Capítulo 1.

Londres. 1 año y medio después.

Rebecca.

—Hola Rebecca, buenos días.

—Buenos días, Martha ¿Cómo estás? ¿Qué tal tu fin de semana? 

—Excelente ¿Qué tal el tuyo? Cuéntame cómo te fue con el hombre aquel, el de la cafetería, me contaste que te invitó a salir, ¿Cómo les fue? 

Quien me saluda es mi amiga y compañera de trabajo Martha Johnson. Ella es la recepcionista desde hace 5 años de la empresa FRANCO & D’ LUCCA CONSTRUCTORES, donde actualmente trabajo como asistente de presidencia. Sí, soy la asistente del millonario arquitecto Maximiliano Franco.

—Pues... que te cuento. Bien, no salí con él. Es un tipo que... mmm... —no sabía cómo decirle a mi amiga—, me incomoda su presencia. Sí eso, no quiero salir con alguien que no me inspira confianza —le comento a mi amiga acerca de mi cita del fin de semana.

—Hay amiga, si sigues así vas a quedar en sequía total —dice Martha con gracias en su voz—. Ya deja de pensar en Edward. Sé que es por él que no te decides, aún piensas en él. Mira que ya ha pasado más de un año, deberías darte la oportunidad de conocer otros hombres. Te lo mereces.

Mi amiga tiene razón, debo dejar de lamentarme del abandono de mi esposo. Así como lo oyen. Estuve casada por 15 largos años, pueden creerlo. Les cuento.

Tenía 21 años cuando conocí a Edward Smith un atractivo hombre, que conocí por casualidad en una cafetería cerca de mi universidad. Estaba en último año de Administración.

Todos los días pasaba a la cafetería por mi café mañanero. Siempre lo encontraba con su tableta y su portafolios de trabajo.

Recuero esa mañana en que por accidente tropezó conmigo y derramó mi café. No lo podía creer, sólo tenía dinero para ese café.

Lo siento, discúlpame. En verdad no te vi. Permíteme comprarte otro café— dijo afectado por la situación.

—Tranquilo. Pierda cuidado. Tengo prisa, gracias— respondí rápidamente su presencia me hacía sentir intimidada, pero a la vez deseosa.

Es un hombre que llama mucho la atención. De buen parecer, bonitos ojos y una seductora voz. Dios, no me condenes a las brasas del infierno

—¡No espera! — y salí casi corriendo de allí sin detenerme.

Espero no volvérmelo a encontrar.

No supe en qué momento nos volvimos amigos, en un cerrar de ojos nuestra amistad pasó a una relación, pero cuando los abrí ya tenía un anillo en mi dedo y una boda en camino.

Las palabras de mi amiga Martha estaban haciendo eco en mi mente, pero no estaba emocionalmente en condiciones de una relación. Mi corazón estaba muy herido por la manera como Edward me abandonó.

Rebecca era mujer sumamente hermosa, ella misma no se daba cuenta de su belleza. Aún con sus 38 años se veía mucho mejor que muchas mujeres de su edad.

Después de su divorcio Rebecca tomó la decisión de buscar un empleo, tenía gastos que mantener y no sería buena idea abusar de la poca hospitalidad que su madre le daba.

Buscar un trabajo no era tarea fácil, su edad fue el primer impedimento, en casi todos los lugares en donde la llamaban para la entrevista le hacían ver que era muy mayor para ocupar un cargo apropiado para una mujer más joven, aparte de eso el hecho de que tenía 15 años de no ser subordinada de otros tampoco ayudaba mucho.

Se atrevió a presentarse en la constructora FRANCO & D’ LUCCA, no sabía si la contratarían, pero igual lo intentaría, era el último cartucho que quemaría antes de darse por vencida.

Para su sorpresa la seleccionaron inmediatamente, la experiencia y madurez que adquirió a lo largo de los años que duró su negocio pudo lograr ser contratada como la asistente del arquitecto Maximiliano Franco, presidente y dueño de la constructora.

Don Maximiliano Franco Conte era un hombre de unos 68 años, muy bien conservado y muy guapo, de ojos azules y tez clara, con un perfil como los dioses, «de joven debió tener muchas admiradoras» pensaba. Era un hombre alto de 1,80 de estatura, con porte de caballero en todo momento. Don Maximiliano estaba casado con Lucilda Prèstolla, una siciliana muy hermosa y bien conservada, a pesar de sus 65 años, prepotente y orgullosa su mayor defecto. Parecía que todos los días comiera alacranes y víboras, porque solo destilaba veneno al hablar.

En fin, Rebecca, fue contratada como asistente personal de don Maximiliano, entre sus deberes estaba el mantener la agenda actualizada, los contratos al día, estar pendiente de las reuniones, los congresos, entrevistas con posibles socios e ingenieros, salidas a campo entre otras tareas un tanto personales que don Maximiliano tenía.

Rebecca mantenía una excelente relación con su jefe. Pues ella lo apreciaba demasiado y se sentía agradecida por haberle dado la oportunidad de trabajar, cuando otros le habían cerrado la puerta por su edad. Don Maximiliano la apreciaba como a una hija y le retribuía el cariño tratándolo como a un padre.

Rebecca se encontraba aún en la recepción charlando con Martha y Amber, la secretaria de presidencia.

—¿Buenos días, señoritas Qué tal su día? — Saluda don Maximiliano a las tres mujeres.

—Excelente señor ¿Y usted cómo está? pasó a ver a su médico? recuerde que no puede dejar las citas de lado — le pregunta Rebecca o Becca como le dice Maximiliano de cariño.

—Sí hija, estuve el fin de semana con él en su consultorio. Me dijo que ya estoy un poco mejor y me recomendó reposo. Así que debes ayudarme a dejar todo listo, porque este viernes mi hijo Arturo tomará las riendas de la empresa y tú serás su asistente, así que, por favor, te pido que le ayudes—

Las palabras de su jefe la tomaron de sorpresa, pero no lo pensó mucho y respondió con la mayor sinceridad que poseía.

—Claro que sí señor, será con el mayor de los gustos—

Todos fueron a sus lugares, Martha se ubicó en la recepción, mientras don Maximiliano, Rebecca y Amber subían el ascensor hasta el piso 10 donde estaban las oficinas de presidencia. En el piso de también se encontraba la oficina de Ingeniería Estructural. El hijo del señor Maximiliano era el director del área, Arturo Franco Prèstolla.

Arturo Franco es un italiano, de 45 años, arquitecto, soltero, de cabello rubio oscuro, ojos azules, tez blanca, con un cuerpo atlético y músculos marcados, alto de 1,85 de estatura, varonil, inteligente, emprendedor, pero es un arrogante engreído y mujeriego que piensa que las mujeres son solo para un rato de placer. Estuvo a punto de casarse con la hija de su padrino Otto Musspegui, quien lo engañó fugándose con su mejor amigo Antonio D’ Lucca. Desde ese momento Arturo no cree en el amor de una mujer, para él dinero y sexo es lo que las mujeres quieren y él no perderá el tiempo enamorando, solo disfrutará de los placeres que todas las que pasan por su cama le den.

Al llegar bajaron del ascensor con una amena conversación sobre el fin de semana y los preparativos para la despedida de Maximiliano y la bienvenida del nuevo presidente.

Después de una mañana intensa entre trabajo y reuniones, Rebecca recibe una llamada de su madre que la deja aparte de triste y desconcertada, desecha. Nunca en su vida común, como ella le llamaba a su día a día, le habían hecho tanto daño como su madre se lo había hecho esa mañana.

—Hola mamá... ¿¡Qué!? ¿¡Cómo así!? ¿Pero... que hiciste? ¿Por qué no me esperaste para hablar con él? y ahora que voy a hacer? —

Rebecca colgó la llamada, y con lágrimas en los ojos llegó al baño de damas donde se derrumbó en llanto después de cerrar la puerta.

—¿Por qué lo hizo, por qué mi madre me trata así? ¿Qué le hice, porque no puede simplemente hacer su vida y sus locuras lejos de mí? ¿Por qué me compromete de esa manera? ¿Ahora que voy a hacer? Ahora que logré sentirme un poco estable después del desprecio de Edward.

Rebecca se lamentaba de la triste vida que su madre le hizo vivir. Rebecca era hija única, de un feliz matrimonio entre Aurora Macera y Louis Griffin, empleado de un prestigioso banco de la ciudad.

Su padre falleció cuando ella tenía 12 años, fue un accidente de auto, el conductor de un camión de carga tuvo un micro sueño saliéndose de su carril y embistiendo sin control el auto de su padre. La muerte fue rápida.

Aurora siempre mantuvo un negocio familiar de venta de ropa femenina, una Boutique. Pero después de la muerte de su esposo se sintió tan desolada que se perdió en su propio dolor, los médicos decían que era un mecanismo de defensa por la tragedia vivida, pero Rebecca a veces pensaba que su madre exageraba.

Por su situación emocional no pudo mantener el negocio y casi lo deja caer. Los compromisos y las deudas se acumularon, el poco dinero que entraba era para sobrevivir. No sabía cerrar negocios y todo se descontroló.

La mujer tuvo que recurrir a los préstamos con usureros para poder pagar los compromisos acumulados y los nuevos adquiridos.

Rebecca terminó sus estudios en una universidad pública, con el dinero que su padre dejó para su futuro. Lo único bueno que logró fue su grado, se graduó como la mejor. Pero la situación familiar no le permitió seguir.

Aurora cada día se hacía más compromisos y Rebecca era quien pagaba esos compromisos. Al divorciarse, no pudo mantener su propio negocio ni las deudas de su madre.

Rebecca se levantó del piso del baño, lavó su cara y se miró al espejo, viendo su reflejo se dijo que no lloraría más, ya lloró suficiente por Edward y no derramaría más lagrimas por personas que no la amaban. —¡No más! —

Salió del baño y se dirigió a la oficina de don Maximiliano, tocó un par de veces, hasta que escuchó un —pase— cerró la puerta tras de sí y pidió disculpas por la intromisión.

Aun sus ojos estaban nublados por las lágrimas pues no se percató del hombre sentado en una de las sillas frente al escritorio de don Maximiliano.

—Señor necesito ausentarme el resto de la tarde, ¿Podría permitirme estas horas para atender un asunto personal? — dijo con la voz quebrada y con la mirada gacha. —Sé que es un atrevimiento de mi parte, después de haber tenido un fin de semana, pero es algo que no contemplaba y se me sale de las manos la situación—

Al escucharla don Maximiliano se percató de que en sus ojos había rastros de lágrimas, conocía muy bien a su asistente, tenía ya 6 meses de estar trabajando para él, por lo que no le fue difícil notar su suave voz un tanto quebrada percibiendo las secuelas del llanto, así que le concedió el permiso solicitado

—Claro que sí hija, ve sin ningún problema, es más, voy a llamar a Alfred para que te lleve en el carro y así puedas atender a tiempo tu asunto— dijo el mayor con una cálida sonrisa.

Al escuchar esas palabras el visitante de don Maximiliano dirigió su vista hacia la mujer parada a su lado y su corazón dio un brinco y su cuerpo reaccionó ante la mujer junto a él. Le pareció hermosa, era la mujer más bella que había visto. Pero muy simple y común para su gusto.

A la mente del hombre llegó una curiosidad por esa mujer, aparte de ser la asistente del mayor, también podrían tener alguna relación, pues la forma tan dulce de hablarle y hasta llegar a ofrecerle su coche le daba mucho que pensar.

Rebecca al escuchar el ofrecimiento de su jefe, abrió mucho los ojos en asombro.

—No es necesario señor, sería mucho abuso de mi parte, ya está haciendo bastante con darme la tarde— dijo y sin más se despidió del mayor y salió sin darse cuenta del visitante en la oficina.

Rebecca y Arturo no era que mantuvieran una relación muy cordial de jefe y empleada. Pese a que el hombre despertaba un deseo indescifrable en ella, también le parecía un hombre demasiado arrogante para ser hijo de don Maximiliano, en su mente no comprendía ni entendía como un hombre noble, amable, caballeroso y respetuoso pudiese tener como hijo a un arrogante y engreído como él. Aunque el hombre le parecía mandado a hacer en el mismo cielo, jamás se enrolaría con él.

En cambio, para Arturo Rebecca despertaba un instinto muy primitivo por poseerla, la mujer le parecía bellísima, sus curvas lo provocaban, lo ponían, lo hacían desear estar entre sus piernas envolviéndose en el calor de su cuerpo, el deseo por descubrir lo que había detrás se era cara de chica buena y bajo ese elegante uniforme.

Cuando el par de personajes se acercaban la tensión sexual era palpable. Ella lo ignoraba en cambio él la incomodaba con sus comentarios, su reto era ver hasta donde aguantaba la mujer por ignorarlo antes de meterla en su cama.

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