CAPÍTULO 1:

En un perfecto prado repleto de amapolas, una niña caminaba con pasos inciertos. Vestía un hermoso traje rojo de florecillas amarillas y unos zapatos de charol.

Daba pequeños pasos por temor a caerse y estaba ilusionada admirando como los coloridos globos, que sostenía en su mano izquierda, tiraban de ella hacia el cielo.

La pequeña estaba cerca de cumplir los tres años de edad, tenía el cabello castaño miel y ojos de un verde intenso.

––Andrea, no te alejes demasiado –– le advirtió su madre, pues en lo que llevaba de semana ya se había perdido tres veces. La primera fue el pasado lunes, cuando perseguía a un extraño conejillo blanco por el bosque que se metió rápidamente en su madriguera. La segunda, dos días después que jugando en la orilla con los pececillos perdió de vista a su madre que seguía caminando hacia casa mientras ojeaba uno de sus libros favoritos. Y la tercera, el día anterior, cuando paseaba por las vías del tren junto a su madre, la mujer se había quedado detrás recogiendo algunas flores para ponerlas posteriormente sobre la mesa de la cocina, mientras la niña quedó envuelta por el suave sonido que hacía el viento contra los pétalos de las margaritas.

Emily se sentó delicadamente junto a su esposo, le resultaba agradable verle descansar junto al roble en el que se vieron por primera vez. Además, fue en ese mismo lugar en el que el joven le pidió matrimonio años atrás.

En una de sus muchas sesiones de cuenta cuentos, donde los niños solían sentarse a su alrededor para escuchar intrépidas aventuras sobre piratas, Emily Forbes con un largo vestido blanco y su cabello al viento sonreía ilusionada al presenciar como su amado se arrodillaba frente a ella, y ante los expectantes niños, pedía su mano en matrimonio.

––Señorita Forbes, me preguntaba sí … ¿os gustaría casaros con este despiadado pirata?”

Dirigió la mano hacia el hombre al que amaba y acarició dulcemente su cabello, intentando peinar su rebelde flequillo, pero este no estaba dispuesto a obedecer y rápidamente volvía a su lugar de origen.

Una fina lágrima irrumpió sobre el hermoso rostro de aquel hombre, preocupando a su esposa. Pues… en las últimas semanas, Williams no hacía más que llorar en sueños y al despertar, trataba de calmar a su esposa asegurando que no era nada importante.

El muchacho abrió los ojos y miró hacia su amada, acababa de despertar de la pesadilla que tanto se repetía, siempre el mismo sueño, siempre de la misma forma, y siempre sin ella, frente a su tumba.

––¿Otra vez ese sueño? – preguntó la joven, observando como él se levantaba de la hierba y se acicalaba las ropas.

––No es nada – volvía a repetir, como de costumbre. Pero Emily conocía lo suficiente a su esposo como para saber que estaba mintiendo. Tan sólo se preguntaba sobre las razones por las que lo ocultaba de ella.

Podrían haber empezado una acalorada discusión sobre aquel tema, pero pronto algo llamó su atención. La pequeña Andrea lloraba a pleno pulmón después de que sus globos de su mano se hubiesen soltado y subían hacia el cielo, perdiéndose en las nubes.

William corrió hacia ella y la sostuvo entre sus brazos para calmarla, la niña lloró con más fuerza entonces, pero al sentir la nariz de su padre frotándose con la suya no pudo evitar sonreír y olvidar su pérdida. El hombre siempre sabía cómo hacer para que la niña dejase de llorar, pues para ella, su padre era el mejor del mundo: era su héroe.

––Ven – dijo tras poner a la pequeña en el suelo y caminar hacia las amapolas que crecían junto a ellos. –– Recojamos algunas para tu madre – formó un ramillete con ellas – haremos un hermoso ramo.

Andrea sonrió y caminó hacia su padre, agachándose después junto a él y arrebatándole el ramo que éste había formado, pues era ella quien quería regalárselo a su madre. Se levantó con dificultad y miró divertida e ilusionada hacia la mujer que la había dado a luz.

––Ve, llévaselas – Le animó una voz tras ella, mientras la pequeña caminaba hacia su madre, que la miraba conmovida, admirando como su preciosa hija sentía tanto amor hacia ella.

La pequeña levantó el ramo de flores hacia Emily, mientras esta se agachaba frente a la niña, agarraba las flores y le daba un fuerte beso en la mejilla.

William tan sólo podía observar lo que sucedía desde la distancia. La escena le parecía como un sueño hecho realidad. Le parecía mentira que un hombre que antaño atacaba barcos y mataba despiadadamente, hubiese podido conseguir su final feliz.

Agarró con fuerza su colgante, dejando que la gema esmeralda le mostrase un recuerdo que no le pertenecía.

“Una bella mujer de ojos grises, con cabellos negros y labios rosados, que lucía un largo vestido blanco de seda y llevaba un medallón con una gema esmeralda colgado al cuello, sonreía dichosa mientras observaba a su hijo de apenas 3 años de edad. El pequeño tenía cabellos rubios y ojos verdes. La felicidad la embargó al pensar en un final feliz para ella, uno donde su hijo y su esposo estarían a su lado.

Ladeó la cabeza para mirar hacia el que una vez fue un gran guerrero Takakuma, que estuvo dispuesto a hacer un trato con los dioses para salvarla.

Entonces, la hermosa sonrisa de su amado se desvaneció tan pronto como algo la empujaba hacia el vacío de aquel alto acantilado.

Dedicó una última mirada a su esposo que la observaba horrorizado y a su hijo que levantaba la mano para tratar de alcanzarla. Fue en ese justo instante en el que vio sobre su pequeña muñeca el brazalete que durante años había permanecido en el brazo de su esposo. Supo en seguida que había sido eso lo que había provocado que la muerte la encontrase.

Dejó escapar una última lágrima por su delicado rostro mientras sentía su cuerpo caer hacia el abismo, teniendo la certeza que al caer al mar se perdería en el fondo.”

William dejó caer la joya contra su pecho tan pronto como entendió de quién era el recuerdo que el medallón le había mostrado: su madre.

Y entonces, antes de que pudiese darse cuenta, recuerdos que su mente había borrado sobre su niñez inundaron su mente.

“Se encontraba en el viejo cobertizo de su padre. Era pequeño, pues no podía percibir las distancias y magnitudes de la misma forma con las que lo hacía en el presente. Miraba con curiosidad hacia la mesa de trabajo de su progenitor, pues un extraño colgante con una hermosa gema esmeralda en el centro resplandecía de manera extravagante. Se acercó a ella con sigilo, temiendo que su padre pudiese descubrirlo en cualquier momento y le sermonease.

Llegó hasta ella antes de ponerse de puntillas y observar la joya que antaño había pertenecido a su madre. Su padre apareció entonces y lejos de enfadarse, sonrió.

––William, muchacho, aquí estás – agarró el medallón y lo colocó en el cuello de su hijo. –– Éste es mi regalo para ti – el niño no entendía la actitud de su progenitor, pues desde la fatídica muerte de su madre, el hombre no había vuelto a sonreír. –– Hijo, perdóname – añadió, antes de sacar un viejo revolver de su chaqueta y pegarse un tiro limpio en la cabeza, haciendo que su pequeño hijo mirase hacia él con los ojos abiertos como platos.

El cuerpo sin vida de su padre cayó al suelo y su sangre pronto lo empañó todo.”

Tragó saliva al recordarlo, sin saber en qué momento de la trama había ocurrido, pues lo primero en lo que pensaba sobre su niñez era en el hombre que lo había recogido de la calle y al que debía servir.

Pero antes de que pudiese sentirse aliviado al recordar como su perro Philip había agarrado el vestido de la señora Thomson dejándola en enaguas, una extraña visión volvió a envolverle, algo que aún no había sucedido, pero que sucedería muy pronto, pues su pequeña hija cumpliría pronto los 3 años de edad.

Una mujer con un blanco vestido de seda se encontraba de frente en aquel acantilado, apenas podía vislumbrarse de quien se trataba, pues ella estaba de espaldas. Su cabello negro azabache al viento se movía de aquí a allá, mientras las olas chocaban contra las rocas haciendo bastante espuma, dejando en el ambiente un fuerte olor a sal.

William bajó la mirada, percatándose de que su hija Andrea jugueteaba con su brazalete. Supuso que la cría lo habría cogido de la caja del desván. Pero … si ella lo tenía… eso sólo quería decir una cosa: la maldición que rodeaba al brazalete arremetería contra uno de los portadores pronto.

–– ¡No! – Trató de gritar con todas sus fuerzas, pero ya era demasiado tarde y la muerte había elegido una nueva víctima que cobrarse con la maldición que fue pronunciada años atrás.

Aquel ser sin rostro profirió una fuerte carcajada, haciendo que la joven se diese la vuelta y quedase sorprendida por aquel extraño ser que la miraba con ojos vacíos.

––Ella me pertenece ahora – habló La Muerte antes de lanzar una ráfaga de viento que lanzó a Emily por los aires y la hizo caer al abismo.”

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