No Mires Atrás (GIRO EN EL TIEMPO)
No Mires Atrás (GIRO EN EL TIEMPO)
Por: kesii87
PREFACIO

En una tranquila tarde otoñal, junto al majestuoso y pronunciado acantilado, el sol alumbraba en lo más alto. Ni una sola nube asomaba por aquel cielo azul. Los pajarillos canturreaban posándose en los altos árboles mientras sentían la agradable brisa marina sobre sus plumas. Las olas chocaban delicadamente contra las rocas formando una espesa espuma, mientras las profundas grutas se llenaban y vaciaban de agua a su vez.

En aquel espeso bosque castaño, no muy lejos del mar, un majestuoso roble se mostraba con ramas vacías.

El canto del ruiseñor entristecía aún más aquella imagen, donde tres pequeños bancos de madera traían recuerdos del pasado. Antaño un ilusionado padre los había construido en representación de su amada familia. Aún se podían escuchar las risas en la brisa, entremezclándose con los sonidos del bosque. Los recuerdos felices habían quedado grabados en cada tronco…

Por un momento, los ecos de risas olvidadas de una pequeña niña que jugaba con su madre a dar vueltas alrededor de un viejo abeto se escuchaba a lo lejos. La niña corría dando pequeños saltitos a esconderse detrás de él mientras la madre la perseguía divertida.

El sonido de aquel celestial eco se fue desvaneciendo para dar lugar a otro bien distinto, un apuesto joven sujetaba a su esposa en brazos mientras le daba vueltas y se dejaba embaucar por su encantadora risa.

De nuevo aquel bello sonido se fue perdiendo, para dar paso esta vez a un grito de felicidad, de una pequeña cría que sonreía triunfante sobre los hombros de su padre, mientras este la agarraba de sus manitas para evitar que cayese al suelo.”

Un apuesto muchacho de cabello castaño al viento, con ojos verdes cual esmeralda y una bien cuidada barba, se encontraba junto al roble. Llevaba una larga rebeca de lana para apaciguar el frío y de su pecho colgaba un medallón con una gema esmeralda.

Bajó la mirada hacia el suelo, hacia una pequeña lápida junto a aquel solemne árbol. En aquella tumba que él mismo había cavado, yacían los restos de su amada esposa.

Cerró los ojos angustiado, dejando escapar algunas lágrimas desconsoladas, sintiendo entonces, una pequeña mano apretando la suya con fuerza. Desvió la cabeza mirando hacia su hija y sonrió agradecido, pues sabía que ésta tan sólo trataba de reconfortarlo. La pequeña le devolvió la sonrisa antes de tirar de su padre hacia el camino.

Padre e hija emprendieron su viaje hacia su hogar, mientras el viejo y cansado roble los veía alejarse.

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