CAPÍTULO 5 – Visita inesperada.

  • ¿qué has dicho? – Preguntó, mientras me agarraba del brazo y me traía hacía él – repite eso – me ordenó.
  • Tu madre tenía razón – proseguía, ignorando su pregunta – todos tenían razón, eres un monstruo.
  • ¿por qué me quieres? – Preguntó, sin poder creerse lo que acababa de decirle sobre que estaba enamorada de él, parecía haberse quedado en shock después de eso.
  • Porque soy una idiota – le dije, haciendo que él me mirase sin comprender – una idiota que cree en tus palabras, una idiota que piensa que hay algo bueno en ti, una idiota que …
  • ¡Maldita sea Ana! – me espetó, malhumorado, haciendo que le mirase sin comprender por qué actuaba de aquella manera – Te dije que era una mala persona, te dije que yo no era alguien en el que te podías fijar, te dije …
  • Lo sé, soy idiota, ¿vale? – le dije, mientras me apartaba de él y seguía caminando hacia la calle, mientras le sentía detrás de mí, siguiéndome – pero te sacaré de aquí dentro – le dije, volviéndome hacia él, cuando hubimos llegado a la puerta, en la calle – te arrancaré yo misma si tengo que hacerlo.
  • ¿por qué estás con otro si estás enamorada de mí? – Preguntó, haciendo que le mirase sin comprender.
  • Porque tú nunca me tratarás como lo hace él – aseguré, desarmándole con mis palabras, pues sabía que era cierto.

Me agarró del brazo, y me atrajo a él nuevamente para impedir que pudiese marcharme.

  • Te llevaré a casa, es tarde – aclaró, haciendo que riese al notar lo que intentaba.
  • Cogeré un taxi – le dije, para luego soltarme de él y darme la vuelta, pensé que me detendría, pero no lo hizo y entonces lo supe, todo había acabado entre él y yo. No volvería a involucrarme con él después de aquello.

Me dirigía hacia casa, en un taxi.

Había atasco en la ciudad, así que nos llevamos más de dos horas para llegar a mi casa, y cuando al fin hubimos llegado, le pagué al taxista para luego correr al portal, pues había comenzado a llover.

Subí las escaleras sin zapatos, pues era bastante tarde y no quería despertar a los vecinos, hasta llegar al descansillo.

Casi me da un infarto cuando encendí la luz, pues ya había alguien esperándome en la oscuridad, con la luz apagada: era la señora Chang.

  • ¿Señora Chang? – Pregunté, sorprendida por encontrarla allí.
  • ¿has estado llorando? – Preguntó preocupada, mientras yo me limpiaba la última lágrima que había derramado, segundos antes, antes de subir las escaleras. Carraspeó incómoda, pues sentía que había metido la pata conmigo, y luego volvió a hablar – he llegado hace un momento… - comenzaba, algo abochornada de haber sido descubierta - … pasaba por aquí y decidí hacerte una visita para ver cómo te iban las cosas, hace días que no sé nada de ti.
  • He estado muy liada últimamente – le informé, mientras ambas entrábamos en la casa - ¿le sirvo algo de beber?
  • No, no hace falta, me voy ya – aseguraba, mientras abría el bolso y sacaba de este una pequeña bolsa - ¿qué? ¿pensaste que iba a olvidarme de tu cumpleaños? – preguntaba, mientras yo miraba hacia ella y comenzaba a sonreír como una tonta.

Abrí el estuche con cuidado, descubriendo en él un hermoso reloj dorado con la correa en marrón. Era precioso, y tenía una linda dedicatoria por detrás “Una luz como la tuya no debes dejarla apagar”

  • Es precioso – aseguré, mientras lo sacaba del estuche y lo acomodaba sobre mi mano.
  • ¿te gusta? – Preguntaba con calma.
  • Me encanta – respondí, dejando el bolso sobre la mesa y dedicándole a la señora una gran sonrisa.

Unos golpes en la puerta nos indicaron que había alguien fuera, que había decidido llamar de esa forma en vez de utilizar el timbre. Cosa que agradecí bastante, por el tema de los vecinos.

Me levanté del sillón y caminé hacia la puerta, abriéndola, sin tan siquiera mirar por la mirilla, admirando boquiabierta a mi hermano mayor frente a mí, con una maleta en la mano, y el cabello algo alborotado.

Seguía allí, mirándole totalmente anonada de tenerle frente a mí, mientras él dejaba la maleta en el suelo y me abrazaba con cariño. Le devolví el abrazo y me aferré a él, pues le había echado demasiado de menos.

  • ¿qué haces aquí? – Pregunté tan pronto como salí del shock, al mismo tiempo que nos separábamos de aquel cálido abrazo - ¿cuándo has llegado?
  • Tengo un par de reuniones de trabajo – aclaró, dejándome claro que al fin había conseguido cazar a algunos inversores para su nueva idea de esterillas de aguja, que se suponía que eran para aliviar los dolores musculares de las personas con problemas de espalda. – acabo de llegar, odio el yet lag y no he podido pegar ojo en todo el vuelo.
  • ¿te quedas conmigo? – Pregunté, admirando como el asentía, y yo sonreía como una idiota, pues me encantaba la idea de tenerle por allí.
  • Los hoteles estaban a rebosar en esta semana, y los que estaban libres costaban una pasta… - explicaba, mientras yo agarraba su maleta y le invitaba a entrar. - … hola… - comenzó hacia la señora, haciendo que recordase que ella estaba allí.
  • Ah, os presento – comencé, al llegar hasta él – ella es la señora Chang…
  • ¿la señora Chang? – Preguntó, antes de que hubiese terminado de hablar, acercándose a ella para darle dos besos, haciendo que la mujer le mirase con cara de pocos amigos, pues era demasiado tosco por parte de mi hermano tratarla así, ella no estaba acostumbrada a eso – Es un placer, señora, he oído hablar mucho sobre usted.
  • Él es mi hermano, Juan Marcos – Aseguré, intentando explicarle a la señora quien era aquel sujeto que acababa de interrumpirnos.
  • Ah – se calmó, al escuchar aquello – que alegría conocer a alguien de su familia…- proseguía, mientras mi hermano sonreía y se tocaba la cabeza, con timidez - … y ahora creo que me voy.
  • ¿tan pronto? – preguntó mi hermano, dispuesto a conocerla un poco más, ya que parecía una mujer muy reservada.
  • Si, sólo había venido a ver a Ana, pero ya me voy - aseguró, llegando hasta la puerta, que estaba abierta, pues mi hermano acababa de entrar por ella, y saliendo por esta, para luego cerrarla y dejarnos algo sorprendidos por su repentina marcha.
  • Es una mujer extraña – aseguró mi hermano, mientras yo le conducía a la habitación de invitados, admirando como Bobby nos seguía, moviendo la cola al tener a un nuevo invitado en casa – oww, que perro tan simpático – comenzó, mientras se agachaba para acariciarle.

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