2 - Te veo a ti.

Seguimos observándonos, sin necesidad de decir absolutamente nada, él lucía diferente a mis ojos, parecía haber comprendido algo, algo que yo aún no entendía del todo. Pero que empecé a hacerlo tan pronto como noté sus dedos, rozando mi mano, haciéndole lucir nervioso, aterrado de que le apartase al intentar aquello.

Había tenido razón desde el principio, siempre que estaba conmigo, lucía como un niño asustado, aterrado de que le apartase de mí, y justo acababa de darme cuenta de ello.

Por primera vez en dos meses me dejé a mí misma pensar en él, en las flores que me había regalado fingiendo ser otra persona, y por primera vez no pensé que fuese una broma. Quizás era la única forma que tenía de demostrarme lo que sentía por mí, sin que yo pudiese rechazarle.

  • ¿qué os parece “Soledad Escarchada”? – preguntó Alfonso a nuestras espaldas, haciendo que él apartase su mano y dejase de intentar acercarse a mí.

  • Es muy interesante – afirmó él, mientras Salva llegaba hasta nosotros, guardando su teléfono en su chaqueta, dejando claro que acababa de recibir una llamada telefónica.

  • Laura – me llamó, obligándome a mirarle – Sonia acaba de llamar, tengo que irme ya, no voy a poder acercarte a casa.

  • No te preocupes – le calmé, antes de que Alfonso pudiese intervenir, pues sabía que tenía planes con Marta y no quería estropearlo – esta noche me apetece dar un paseo.

  • Ten cuidado – me dijo, para luego besarme, dándome un pico en los labios, despidiéndose entonces del resto de nuestros amigos, para luego desaparecer de nuestra vista.

Proseguimos echando un ojo a aquellas maravillas, cada uno por su lado, mientras Marta y Alfonso lo hacían juntos. Ya no podía prestar atención a aquellas bellas artes como antes, pues sentía su mirada a cada rato, y no podía evitar mirarle, observando como él la retiraba, y fingía mirar algún cuadro, con una sonrisa en los labios, provocándome una a mí también.

Me gustaba aquella sensación, como si estuviésemos ligando el uno con el otro.

Cuando quisimos darnos cuenta habíamos atravesado la sala entera, deteniéndonos el uno frente al otro, sin dejar de observarnos.

  • Podrías dejar que te lleve a casa en vez de irte sola – sugirió mirándome a los ojos, para luego detenerse un momento en mis labios y quedarse mirándolos por un momento, antes de volver a fijarse en el anterior punto.

  • ¿Con qué propósito? – pregunté, haciéndole sonreír, con picardía, antes de contestar.

  • Voy a llevar a mi eficaz secretaria a casa – respondió, mientras yo bajaba la mirada hacia sus labios, por un momento, mordiendo los míos, subiendo, entonces, la mirada hacia el punto anterior.

  • ¿Sólo eso? – insistí, haciendo que él sonriese, divertido, sin quitar sus ojos de mí.

¡Por Dios! ¡Debía haberme vuelto loca o borracha con las copas de vino que había tomado! Pues no encontraba otra explicación para estar deseando aquello, para no disgustarme la idea de estar allí, ligando con él.

Acercó su boca a la mía, tanto que pensé que sus labios y los míos se besarían, pero ese momento nunca llegó, y me sentí cómo una idiota al haber cerrado los ojos. Así que los abrí, de golpe, observándole sonreír.

Agarró mi mano y tiró de mí hacia la salida, mientras Alfonso miraba hacia nosotros extrañado, incluso me llamó al teléfono cuando ambos nos detuvimos frente a su auto.

Saqué el teléfono del bolso y lo descolgué antes de llevarlo a mi oreja, mientras ambos nos subíamos al coche y él arrancaba.

  • ¿Estás bien? – preguntó mi amigo – Ten cuidado con Borja, se ha vuelto aún más cabrón que antes.

  • ¿Qué quieres decir? – pregunté, mientras él conducía a 140 al menos, por la ciudad, sin tener en cuenta los semáforos si quiera.

  • Ahora está con tres en el mismo día – declaró, haciendo que dejase de sonreír en ese justo instante, incluso perdí las ganas de acostarme con él.

  • Sólo va a llevarme a casa – le tranquilicé, porque en aquel momento sabía que no dejaría que pasase nada más entre los dos.

Colgué el teléfono y pensé en ello. ¿Cómo había podido volver a dejarme engañar por él? Era más que obvio que es lo que quería de mí, lo que siempre quería, y yo había caído en su juego, justo como siempre.

Se detuvo frente a mi casa casi media hora después, incluso se bajó de su coche a la misma vez que lo hacía yo, e insistía en acompañarme hasta arriba. Era más que obvio que era lo que él quería.

Abrí la puerta de casa y miré hacia él, que no había dicho nada en todo el camino, quizás temía abrir la boca y estropearlo conmigo, pero lo cierto era que ya lo había estropeado.

¿Por qué siempre le veía como un niño indefenso en vez de como el cabrón que era?

  • Deberías irte a casa – dije tan pronto como entré en casa, levantando la mano para que él no me siguiese. Me miró sin comprender, pero creo que lo entendió tan pronto como me miró – Gracias por traerme.

  • Pensé que querías algo más – declaró, haciendo que bajase las manos que le impedían entrar. Él agarró mi mano y miró hacia ese punto antes de hablar – pensé que querías que nos acostásemos, Laura.

Si aún me quedaba alguna duda se disipó en ese justo instante. Tragué saliva, aterrada, porque yo… realmente le había creído aquella vez, como una imbécil.

  • Yo también lo pensé – me sinceré, porque me sentía tan sumamente mal con todo aquello que tenía que ser sincera conmigo, aceptar que por un momento él nubló mis sentidos y me hizo desear aquello – pero ya no quiero cometer más errores, Borja.

  • Lo entiendo – aceptó, bajando la mirada, aunque sin soltar mi mano aún – sólo será trabajo, como siempre, lo único que nos relacionará – insistió, pero aún incapaz de soltarme.

  • Borja… - comencé, sujetando su mano con la que tenía libre, intentando que entendiese que debía soltarme ahora.

  • Sólo un momento – rogó, sin quitar aún sus ojos de mi mano, sin atreverse a mirarme si quiera, lucía tan … triste. ¿por qué lucía así? ¿Por no haber tenido sexo conmigo? ¿Es que acaso no tenía a miles de mujeres con las que acostarse? Entonces… ¿por qué actuaba de aquella manera? – No volveré a hacerte pasar por lo mismo – aseguró, aflojando su mano un poco, aunque sin apartarse aún del todo – ni siquiera… - sus palabras dejaron de salir, y su mano dejó la mía, para luego voltearse, con rapidez, pero yo… ni siquiera puedo explicaros que fue lo que sentí cuando vi aquella lágrima recorrer su mejilla.

  • ¿Está todo bien? – pregunté a sus espaldas, agarrándole el brazo, con la intención de que volviese a mirarme, pero él no lo hizo.

  • Tómate unos días libres y no vengas a la oficina – me dijo, justo antes de soltarse de mi brazo, con la intención de marcharse, pero le detuve, una vez más.

  • ¿Por qué así, de pronto? – pregunté, haciendo que él limpiase sus lágrimas, justo antes de voltearse para mirarme.

  • Tienes razón – aseguró, bajando la mirada tan pronto como topó con mis ojos – nada de esto es tu culpa – insistió, mientras yo abría ligeramente la boca, sin poder creer que era lo que sucedía – me marcharé unos días, ocúpate de todo por mí.

  • Borja – insistí, tan pronto cómo el hizo el amago de volver a darse la vuelta. Se detuvo, dejando que viese como su lágrima caía - ¿por qué estás así? – pregunté, sin comprender que era lo que le ocurría.

  • Me iré ahora, Laura – me dijo, dando un par de pasos hacia atrás, para que pudiese cerrarle la puerta en las narices – por favor, perdona si te he hecho sentir mal esta noche.

  • Borja – insistí, pero él no me diría nada, lo supe tan pronto como volvió a mirar hacia mis ojos. Lucía como ese niño asustado que solía ver a veces en él.

  • Buenas noches, Laura – me dijo, tirando del pomo de mi puerta, cerrándola por mí, para luego marcharse escaleras abajo, mientras yo me quedaba allí, de espaldas a la puerta pensando en él, en su lamentable estado y en lo mucho que quería correr tras él para consolarle.

¡Qué idiotez! ¿verdad? Él no era de ese tipo de chicos, del tipo que se deja consolar, pero, aun así, una parte de mí quería intentarlo.

Abrí la puerta, sin tan siquiera pensar en ello, y corrí escaleras abajo.

Era obvio que no iba a encontrarle, ni siquiera de casualidad, pues hacía ya bastantes minutos que él se había marchado, debía encontrarse lejos de allí, pero para mi sorpresa se encontraba frente a su coche mirando hacia mi ventana.

Sus ojos se encontraron con los míos, lucía enfadado, pero al mismo tiempo aliviado de que hubiese decidido seguirle.

  • ¿Por qué estás aquí? – preguntó, mientras yo entrelazaba su mano con la mía y él se sorprendía de ello.

  • Vamos a hablar arriba, hace frío – le dije. Pensé que se negaría, pero, para mi sorpresa, aceptó, y se dejó arrastrar por mí, de nuevo hacia mi apartamento.

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