CAPÍTULO 2

Tomábamos un helado en el sofá, justo después de almorzar, mientras veíamos la televisión, mientras el me agarraba de la mano suavemente, sin dejar de mirarme, me estaba haciendo sentir realmente incómoda.

  • Voy a echarme un rato la siesta – admitió mi madre, levantándose del sillón y caminando hacia su cuarto.
  • ¿por qué estás aquí? – pregunté, tan pronto como mi madre hubo entrado en su cuarto y cerrado la puerta de este – pensé que no querías que estuviésemos juntos.
  • No – aclaró, sin dejar de acariciarme la mano con la yema de sus dedos – quería, pero no podía.
  • ¿y qué ha cambiado? – pregunté hacia él, sin comprender que era lo que estaba ocurriendo.
  • Nada – aseguró, provocando que le mirase sin comprender – me he dado cuenta de que me da igual, no puedo no estar contigo, te necesito demasiado – aseguró para luego acercar su rostro al mío y besarme suavemente.
  • ¿y no tienes que trabajar? – pregunté
  • Hoy me lo voy a tomar libre – aseguró, mientras yo le miraba divertida, era todo un caso.

No supe muy bien como sucedió, pero lo cierto es que me quedé dormida en sus brazos, sin apenas darme cuenta de ello, mientras él me acariciaba la cabeza.

Agarró su móvil, pues estaba vibrando como loco, percatándose de que había alguien llamándole por teléfono.

  • ¿Sí? – preguntó entre susurros, haciendo que su hermana se sorprendiese de ello – no, no estoy en casa – aseguró – tampoco estoy en el trabajo – respondió, admirando como me movía un poco – enana – la llamó – ahora estoy ocupado, te llamaré cuando llegue a casa – colgó el teléfono y lo dejó en el sofá, a su lado, para luego acercar su rostro un poco hacia mí, admirando mi belleza dormida - ¿cómo puedes ser tan bonita, incluso durmiendo? – preguntó él, al mismo tiempo que mi teléfono móvil comenzaba a sonar, haciéndome despertar de golpe y levantarme, con tal mala suerte que me golpeé con su cabeza, sin previo aviso, provocando que él se tocase la ceja, dolorido, pues acababa de darle ahí con mi frente.
  • ¡Miguel Ángel! – le llamé, preocupada, justo después de escuchar su alarido de dolor, a mi ni siquiera me dolía en exceso, pero a él incluso se le llenaron los ojos de lágrimas. Me puse de rodillas en el sofá y cogí su rostro entre mis manos, visualizando su ceja, pero no parecía tener nada. Me acerqué un poco más, para verla más de cerca, provocando que él olvidase un poco el dolor y se quedase embobado mirándome – eres un quejica, no tienes nada – respondí, sintiendo sus besos en mis labios, dejándome totalmente desarmada con aquello.

Me besó con intensidad, con esos besos mojados que tanto me gustaban, introduciendo su lengua en la mía, sin apenas poder respirar con normalidad.

Nos separamos casi al instante y nos miramos el uno al otro, con calma, volvimos a besarnos sin dejar lugar a dudas, provocando que la temperatura corporal de ambos subiese, y que nuestros cuerpos se llenasen de placer. Supe lo que ocurría tan pronto como sentí su gemido sobre mi boca, él necesitaba más de mí, y yo de él, era algo mutuo aquello que sentíamos. Con él siempre fue así, siempre me sentí muy a gusto en sus brazos, como si mi cuerpo y el suyo se perteneciesen.

Me separé de él, pues no quería hacer nada en el sofá de mi casa, para que mi madre nos pillase con las manos en la masa, y me puse en pie, provocando que él me mirase, algo confuso.

Le cedí la mano, y miré hacia él, con calma, haciendo que él la agarrase, justo después de mirarme, tranquilo, y juntos caminamos hacia mi habitación.

  • Nunca había estado aquí – aseguró, mientras echaba una ojeada a mis fotografías que colgaban sobre la pared (en todas estaba acompañada, bien por mi madre, bien por mis compañeros, y las más recientes, por mi familia en Granada) – eso es lo que más me gusta de ti – afirmó, mientras yo le miraba con detenimiento – siempre estás feliz, siempre sonríes, a pesar de que duela.

Sonreí al escuchar aquello, me encantaba la forma en la que él me veía. Pero no era tan así, por supuesto que sufría, por supuesto que dolía y estaba triste cuando tenía que estarlo, pero lo cierto era que no solía dejar que nadie se diese cuenta de ello, y solía disfrutar de las pequeñas felicidades que me daba la vida, porque a pesar de dolor, también me había aportado mucha felicidad en aquellas últimas semanas. El viaje a Granada y conocer a mis abuelos había sido algo magnífico para mí, un gran pilar en el que apoyarme.

Siguió recorriendo la habitación con su mirada y se detuvo en el escritorio, donde había dejado la guitarra sobre la silla y un montón de notas sobre él. Pero no hizo ninguna pregunta al respecto, tan sólo siguió con el recorrido y se detuvo en mi cama, para luego mirarme a mí.

A cortó las distancias entre ambos, me agarró de la cintura y volvió a besarme, mientras yo levantaba la mano para acariciar su rostro.

  • Te necesito, Alicia – aseguró, para luego comenzar a quitarme los botones de la camisa, provocando que el placer se intensificara cada vez que abría un poco más la camisa, y casi me desmayo cuando sentí la piel de sus manos sobre mi estómago.

Miró hacia mi barriga con calma, como si una parte de él supiese que ahí dentro estaba su hijo, y me besó, despacio, provocando que echase la cabeza hacia atrás al sentirle de aquella manera. Subió sus manos por mi espalda y me desabrochó el sujetador, para luego tirar de mi camisa hacia abajo.

Dejó de besarme y miró hacia mí, levantándose, agarrándome de las tirantas del sujetador, para luego recorrer mis hombros con ellas, y mis brazos, hasta que el sujetador hubo caído al suelo.

Le quité la camisa, intentando parecer calmada, botón a botón, pero, lo cierto es que estaba histérica. Repetí el mismo procedimiento que él y le quité la camisa, para luego posar mis manos en su pecho.

Me agarró las nalgas por debajo de la falda y me aferró a su cuerpo, provocando que el deseo se intensificase de nuevo, y un gemido se arrancase por mi garganta.

Sentí sus besos de nuevo, su lengua entrelazándose con la mía, mientras él me bajaba las bragas con impaciencia y yo le quitaba el pantalón con inquietud.

Me cogió en brazos y me dejó sobre la cama, sin dejar de besarme ni un solo momento, él ya en calzoncillos y yo aún con la falda puesta.

Dejó de besarme, me arrancó la falda de cuajo y la tiró al suelo, para luego abrirme las piernas y observar mi sexo. Se quedó allí, mirándolo con atención, para luego besármelo despacio, mientras mis gemidos se volvían más largos y constantes.

Su lengua rozó mi punto más frágil, provocando que me muriese al sentirle de aquella manera, mi cuerpo se tersó con el segundo lengüetazo, y mi humedad creció con el tercero, aunque con un cuarto casi estallé de placer. Él pareció darse cuenta de ello, porque se detuvo para mirarme, con la boca llena de mí y sus labios húmedos, muy húmedos.

Se quitó los calzoncillos con insistencia, provocando que la impaciencia se hiciese partícipe en mi cuerpo.

  • Entra – supliqué, mientras él me miraba con deseo al sentirme tan excitada – te necesito.

Acercó su sexo al mío, y lo acarició despacio, mientras mis gemidos irrumpían en la habitación, provocando que él gimiese conmigo, al sentirme de aquella forma.

Casi llego a la cima cuando me penetró, cuando la sentí dentro, tan dura y tan dentro, casi llegué a la locura cuando la sentí por segunda vez, con aquellos movimientos lentos y constantes.

Me besó de nuevo, con impaciencia, devorando mi boca con la suya, con fuerza, mientras seguía haciéndome el amor.

Le apreté la espalda con mis uñas, al mismo tiempo que le mordía el labio, provocando que él gimiese de dolor, pero le necesitaba demasiado, necesitaba estar con él, le había añorado tanto, que parecía irreal, estar allí con él.

Solté su labio, mientras la intensidad de sus sacudidas crecía, provocando que echase la cabeza hacia atrás, gimiendo cada vez más rápido, con más intensidad, mientras escuchaba como él lo hacía también. Estabas llegando a la locura juntos, y la cima del climax estaba cerca.

Se desplomó en la cama, junto a mí, y me besó el hombro, despacio, con cariño, provocando que mirase hacia él y le encontrase sonriendo, calmado y feliz.

  • Te quiero Alicia – me dijo, para luego sonreír con fuerza
  • Te quiero Miguel Ángel.

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