6 - Las dos caras de un abogado.

Me di la vuelta, con la intención de marcharse de su lado, pero entonces recordé que tenía las llaves de su auto, me di la vuelta, cabreada, metiendo la mano en el bolsillo de mi chaqueta, para luego sacar la llave, coger su mano, poner esta sobre ella y sonreírle con desgana.

  • Sólo era una broma – aseguraba, mientras yo me daba la vuelta, y comenzaba a andar hacia la parada del autobús – Laura – me llamó, llegando hasta mí, agarrando mi mano para que no pudiese irme a ninguna parte. Me di la vuelta y le golpeé el rostro, con fuerza, con la mano abierta, dejándola señalada en su mejilla - ¡Joder! – se quejó, molesto de que fuese tan ruda – ¡sólo era una puta broma!

  • ¿Sabes dónde puedes meterte tus putas bromas? – Pregunté, agitada, mirando de nuevo a sus ojos, observando como él me miraba, totalmente arrepentido de haber actuado como lo había hecho, algo que jamás pensé ver en él. Pues él no era el típico tío que solía arrepentirse de sus actos.

  • Ey – me llamó, de nuevo, agarrándome de la mano, para que no pudiese marcharme a ´ningún lugar, a pesar de que yo no iba a hacerlo – siento haber sido un capullo – se disculpó, mientras yo seguía con la vista fija en sus ojos, decidiendo si iba a creerle o por el contrario, mandarle a la m****a – pero deberías de estar agradecida de que sólo sea una broma – aseguró – no habría sido bueno para ninguno de los dos ese beso, Laura – concluyó, para luego dedicarme una pícara sonrisa, de nuevo estaba bromeando.

  • En eso tienes razón – aseguré, justo después de devolverle la sonrisa – porque yo no merezco a un hijo de puta como tú – su sonrisa despareció en ese instante.

  • ¿Deberíamos cenar algo? – dijo tan pronto como su estómago rugió, haciendo que me olvidase de la conversación por un momento. Asentí, y entonces ambos nos soltamos, y caminamos hacia el coche.

  • Sólo iré – comencé, frente a la puerta del auto, observando como él me cedía la llave para que condujese – si prometes no volver a hacerme ese tipo de bromas.

Sonrió, divertido, tan pronto como escuchó mi petición, y luego asintió, despacio, así que, agarré la llave y conduje hacia el restaurante.

Era un lugar caro, de esos a los que yo no estaba acostumbrada, un lugar de esos a los que suelen ir tipos como él a comer casi a diario, del que quizás yo, sólo iría una vez, para una ocasión especial.

El aparcacoches se llevó nuestro auto, y el mesero nos llevó hacia nuestra mesa. Nos sentamos el uno frente al otro y ambos escondimos nuestros rostros detrás de nuestras cartas, observándonos de vez en cuando, sin permanecer demasiado tiempo el uno en el otro.

  • ¿Algún vino para los señores? – preguntó el camarero, con muy buen porte y demasiado estirado para mi gusto.

  • ¿Te apetece carne o pescado? – preguntó hacia mí, haciendo que me sorprendiese de aquella pregunta.

  • Pide un rioja, Borja – le ordené, haciendo que él me mirase sorprendido, quizás porque no esperaba que tomase la iniciativa – vengo de un pueblo costero, ¿crees que voy a pedir pescado en Madrid?

  • ¿Qué vino quieres tomar, Laura? – me preguntó, dejando de lado la pregunta anterior, intentando probar si realmente sabía de vinos. Hice memoria, intentando recordar algún vino famoso y entonces recordé que mi madre adoraba este, y que siempre que salía a los bares lo pedía.

  • Un rivera del Duero – respondí, él me miró sorprendido, porque jamás pensé que fuese una mujer de vinos.

  • Una botella, por favor – pidió hacia el camarero, y tan pronto como este se hubo marchado miró hacia mí – no está mal – declaró, con aquella especie de cumplido, dedicándome una leve sonrisilla – me gusta.

Estallé a carcajadas tan pronto como sentí su mirada intensa sobre la mía, él estaba ligando conmigo justo en aquel momento, y eso me hizo demasiada gracia.

El camarero apareció con la botella de vino, la abrió frente a nosotros, y luego la echó delicadamente, sobre las copas de vino. Esperó un momento a que ambos diésemos un sorbo y luego se marchó.

  • ¿Qué es eso que tanto te ha gustado, Borja? – pregunté con chulería, intentando provocarlo. Porque sí, no me preguntéis por qué, pero en aquel momento sólo quería buscarle las cosquillas, hacerle rabiar - ¿El vino? – insistí, haciendo una leve parada, mientras me fijaba en sus ojos y me mordía dulcemente en labio inferior - ¿o yo?

Sonrió en ese justo instante, al darse cuenta de que era lo que pretendía. ¡Por Dios! ¿Por qué estaba siguiéndole el juego? ¿Por qué estaba ligando con él? ¡Si ni siquiera me gustaba! ¿O sí?

  • ¿Qué van a querer de comer los señores? – preguntaba un segundo camarero, al que ni siquiera habíamos visto llegar. Volví a prestar atención a la carta, mientras Borja miraba al hombre.

  • Yo tomaré un entrecot poco echo con salsa de boletus – declaró.

  • Yo una presa de paleta con ensalada – le dije, para luego darle mi carta, y mi jefe la suya, y observar como el camarero se marchaba, dejándonos de nuevo a solas.

  • Vas a tener que cortarme la carne – dijo de pronto, haciendo que dejase de observar la decoración del restaurante y mirase hacia él. Levantó la mano vendada tan pronto como lo hice y entonces sonreí. Cazó su labio inferior y lo humedeció para luego soltarlo, sin dejar de mirarme.

¡Joder! ¿En qué momento se había convertido en algo incómodo para mí? ¿En qué momento había aparecido aquella tensión… sexual? ¡Por Dios! ¿Qué cojones me ocurría? ¿Es que acaso me gustaba mi jefe? ¡No! ¿Entonces que era? ¿por qué no me parecía una locura estar allí ligando con él?

No podía fijarme en él – me dije a mí misma – él no era un buen tío, y yo mejor que nadie lo sabía. Pero… ¿por qué las chicas solemos volvernos locas con chicos malos como él? ¿es que acaso no sabemos lo cabrones que son, no sabemos lo mucho que sufriremos a su lado? Entonces… ¿por qué nos empeñamos en seguir ahí?

Su plato fue el primero en salir, le troceé la carne y luego se la cedí. Era incómodo para él comer con esa mano, pero a pesar de todo lo hizo.

Mi plato llegó unos segundos después.

La cena fue agradable, eso no os lo voy a negar. La comida estaba deliciosa, el vino espectacular, quizás fue eso, el vino, lo que lo estropeó todo después. Su conversación también fue buena, al cabo de un rato, hablábamos sobre su familia, aunque no tenía ni idea de cómo habíamos llegado a ese punto.

  • … mi padre era un hombre casado cuando se acostó con mi madre – aseguraba, con algo de odio en su voz, como si aún le guardase rencor al hombre – así que yo …sólo soy un bastardo – declaró, bastante serio.

  • La cuenta de los señores – dijo el primer camarero, el que nos había traído las botellas de vino (en plural, porque nos tomamos dos). Borja sacó su tarjeta, y pagó, para luego levantarse, a la par que lo hacía yo, y ambos caminábamos hacia la salida, bastante entonados por el vino.

No tenía ni idea de cómo íbamos a volver a casa, porque era más que obvio que yo no iba a conducir en aquel estado.

Saqué el teléfono, dispuesta a pedir un taxi, cuando sentí como él agarraba mi mano entre la suya, haciendo que me olvidase de lo que pretendía y mirase hacia él, con el corazón en un puño.

  • Llévame a casa, estoy cansado – me dijo, parándose frente al auto. Negué con la cabeza, haciendo que él me mirase sin comprender.

  • He bebido mucho vino, necesitamos un taxi – aseguré, para luego marcar el número y llamar por teléfono, solicitando uno a nuestra dirección.

  • Me ha gustado cenar contigo, Laura – aseguró, con voz borrachina, haciéndome sonreír. Le miré, para luego negar con la cabeza, sin creer en sus palabras, sabía que era lo que pretendía.

  • ¿Eso es lo que les dices a todas las chicas con las que te acuestas? – pregunté, observándole sonreír, pícaramente, pues lo había adivinado – yo no soy una de esas chicas, Borja – declaré, sin que él apartase la mirada de la mía ni un solo instante – no voy a acostarme contigo.

  • Tienes pinta de ser una buena chica – comenzó, divertido, posicionándose frente a mí, sin dejarme escapatoria – pero, creo que eres toda una salvaje en la cama.

  • Eso no vas a descubrirlo nunca – le dije, dejándole claro que no estaba interesada en acostarme con él. Sabía el tipo de tío que era, y no estaba dispuesta a sufrir después, por mucho, que, en aquel momento, desease dejarme llevar, descubrir hasta dónde él quería llegar.

  • ¿Estás segura? – preguntó, con malicia, avanzando un poco más hacia mí, haciéndome chocar contra el auto, acorralándome – Porque puedo hacértela pasar muy bien – aseguraba, mirando hacia mis labios, con detenimiento, apoyando su mano buena sobre mi cintura, produciendo un leve escalofrío en mi nuca – puedo hacer… - proseguía con la voz suave, casi en un susurro, acercando su boca a la mía, mientras yo me quedaba quieta, mirando hacia sus ojos, aterrada por lo que él iba a hacerme, pero sin la intención de dar un solo movimiento por impedirlo - … que te tiemblen hasta las piernas, Laura.

  • No estoy interesada – aseguré, sacando coraje de dónde no lo había, apoyando mis manos en su pecho, con la intención de apartarle de mí – yo no soy cómo esas mujeres que se meten en tu cama, Borja.

  • No – aceptó, sin apartarse ni un palmo aún – tú no eres como ellas.

El taxi se detuvo frente a nosotros, y tocó el claxon, haciendo que ambos nos separásemos y mirásemos hacia ese punto.

No estábamos lejos de casa, así que en menos de quince minutos ya estábamos en la puerta de su casa. Ambos nos bajamos, porque él no podía hacerlo sólo, pero era más que obvio que yo iba a irme a casa en el auto. Justo me había decidido a montarme en el auto, justo después de dejar a mi jefe sano y salvo en la puerta de su casa, cuando él me agarró de la mano, impidiéndome que pudiese irme a ningún lugar.

Miré hacia ese punto, y luego levanté la mirada para pedir explicaciones, pero él sólo miraba hacia abajo, observando su mano aferrada a la mía.

  • No te vayas – rogó, haciendo que abriese la boca ligeramente, sorprendida, pues él jamás solía decir cosas como aquellas – prometo no hacerte nada – aseguró, aún con la mirada fija en nuestras manos – pero quédate hasta que me duerma.

El taxi se marchó, justo después de que él así se lo hubiese indicado. Tiró de mí hacia la casa, soltando mi mano, para en su lugar, agarrar la otra.

Entramos a oscuras, por lo que ni siquiera pude apreciar la casa con lucidez, y subió hacia la parte de arriba, sin tan siquiera decir una palabra, mientras yo pensaba en la de veces que habría echo aquello, subir a hurtadillas con una chica, pensando en acostarse con ella.

Se detuvo en el pasillo, cuando hubimos llegado a la puerta de su habitación, y se posicionó frente a mí, observándome en la penumbra de la noche.

  • Tengo una pregunta – declaró, soltando mi mano en ese justo instante - ¿por qué te fías de mí ahora? – preguntó, dejándome sorprendida con aquella pregunta – puede que haya mentido ahí fuera – insistió – puede que sólo quiera llevarte a la cama.

  • ¿Tan poco valen tus promesas? – pregunté, haciendo que él riese, divertido, tan sólo un par de segundos.

  • Mis promesas hacia las mujeres no valen una m****a – aseguró, dejándome claro que había mentido ahí abajo, no era cierto que no tuviese la intención de hacerme algo, de meterme en su cama – pero … - se detuvo, haciendo una pausa, tragando saliva, aterrado, antes de continuar - … esta vez…

  • Me iré a casa, Borja – le interrumpí, antes de que hubiese dicho nada más, antes de que hubiese dicho algo que me hubiese retenido a su lado un poco más – iré a recoger el coche antes de venir a buscarte – declaré, dejándole claro que no iba a dejar que fuese en taxi hasta el trabajo. Él sonrió agradecido – Buenas noches – me despedí, para luego hacer una tremenda locura, algo que ni siquiera había pensado, algo que ni siquiera él había esperado: acerqué mi boca a su mejilla y le besé, suavemente, para luego marcharme, observando su sonrisa antes de voltearme.

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