4 - Un cambio repentino.

Cuando desperté, a la mañana siguiente, Borja se había marchado. Le dejé como diez mensajes en el buzón de su teléfono y otros diez más por mensajería. Estaba preocupada por él, porque no tenía ni idea de si se había ido justo después de que me fuese a dormir, o de si había pasado la noche allí, en casa.

Alfonso no había venido a dormir y Marta aún estaba encerrada en su habitación. Quizás él estaba con Alfonso, quizás era eso lo que ocurría.

Marqué el teléfono de mi compañero de piso y esperé pacientemente a que alguien contestase.

  • Estoy en el hospital, Laura, ahora no puedo hablar – me dijo, haciendo que me preocupase un poco más. ¿habría cometido aquel idiota alguna locura?

  • ¿Él está bien? – fue lo único que pude preguntar.

  • Es su hermano, ha intentado suicidarse – me dijo, justo antes de colgar el teléfono.

Acababa de comprender la situación. Manu había intentado quitarse la vida, y lo único que se me ocurría era que se hubiese enterado de que su novia le era infiel con otro, no había otra explicación. Y él… ¿habría sido él el causante de que su hermano estuviese en aquel estado? ¿Cuán mal debería el de sentirse en aquel momento?

Lo peor de todo aquello era que quería ir a verle, quería estar allí, a pesar de ser sólo su secretaria, y él tan sólo mi jefe.

Sus padres estarían allí, así que yo no podía simplemente aparecer allí, como si nada. Y menos preocupándome por el hermano que no estaba hospitalizado.

  • Buenos días – me saludó Marta, apareciendo en la cocina, acercándose a mí para darme un beso en la cabeza, para luego coger una manzana del frutero y comenzar a devorarla - ¿te has enterado de lo de Manu? – me preguntaba – han llamado a Borja esta mañana, justo cuando Alfonso y yo volvíamos de juerga.

Asentí, sin pronunciar palabra, observando como ella me escudriñaba con la mirada.

  • A todo esto, ¿ha pasado algo entre vosotros? – preguntó, haciendo que saliese de mis pensamientos y mirase hacia ella, molesta con aquella pregunta - ¿por qué se ha quedado a dormir, entonces? ¿y qué paso ayer en la discoteca?

  • Él estaba muy borracho para volver a casa en coche – declaré, como única respuesta, no tenía ganas de hablarle a ella sobre los problemas e Borja, ni a ella ni a nadie.

  • Creo que le gustas, Laura – empezó, de nuevo, sacándome de mis casillas, odiaba cuando se ponía a intentar emparejar gente. Me levanté del taburete y me di la vuelta, dispuesta a marcharme, no tenía más ganas de hablar con ella sobre idioteces – eres la única chica de la oficina a la que trata bien.

  • Ya sabes por qué lo hace – me quejé, volviendo a encararla, cansada de que estuviese tan tremendamente pesada con aquel tema – soy la compañera de piso de su nuevo colega, además de su enrollada secretaria – bromeaba, intentando quitarle un poco de seriedad al asunto.

  • Bueno, pero ten cuidado, no quiero que te conviertas en su nueva presa – me aconsejó – ya sabes cómo es con las chicas.

Asentí para luego marcharme a la habitación, pensando en él.

¿Por qué él era así con las tías? – Porque odiaba sentirse importante para alguien, es más, en cuanto comenzaba a ser importante las dejaba, como le ocurrió con su exmujer, o con sus anteriores ex novias. Odiaba la idea de que alguien se preocupase por él, odiaba mostrar sus sentimientos.

Y aquello solo despertaba mi curiosidad en él un poco más. No podía dejar de preguntarme… ¿por qué él actuaba de aquella forma? ¿por qué no quería tener nada que ver con alguien?

Recordaba sus palabras en mi cabeza “fui tan idiota que me enamoré de ella”

¿Era por eso? ¿por qué tenía miedo al amor?

***

A eso de las seis de la tarde, Alfonso nos llamó para decirnos que Manu estaba fuera de peligro, que le habían encontrado a tiempo, y tras realizarle un lavado de estómago estaba sano y salvo.

  • Me alegro de escuchar esas noticias – le dije a mi amigo, a través del teléfono de la sala, para luego escuchar a Borja hablar a su lado. Este se quedó callado, escuchándole y yo esperé a ver si tenía algo más que decirme – dice tu jefe que no vengas a trabajar y que avises al resto, que cerrarán lunes y martes el despacho.

  • ¿Él está bien? – volví a preguntar, haciendo que Marta levantase la cabeza de la televisión para mirarme – Borja.

  • Ahora tengo que colgar, Laura – me dijo, sin tan siquiera responder a mi pregunta. Era más que obvio que la estaba evitando.

Me pasé el día preocupada por él, enviándole mensajes para ver si estaba bien, aunque no contestó a ninguno, a pesar de haberlos leído.

Pero al llegar la noche dejé de insistir, estaba resultando demasiado pesada, si él no estaba contestando quizás era porque no podía hacerlo, o directamente porque no quería. Tan sólo era su secretaria, no debería ser tan pesada.

Dejé el móvil sobre la cama y rodé sobre ella, cansada de mirar hacia él sin recibir ni tan siquiera un mensaje de él. Me estaba obsesionando demasiado con aquel tema, y eso no era lo ideal.

Los dos días siguientes fueron igual de aburridos, y por supuesto no recibí nada por su parte, así que el miércoles, cuando volví al trabajo, cancelé todas las citas de Manu, justo como Marta me había dicho que hiciese, por orden de mi jefe. Aún no entendía por qué él no me llamó a mí, en vez de a ella, para pedirme aquello.

Me levanté con una enorme sonrisa el verle aparecer por la puerta, pero el lucía frío, y ni siquiera me miró, haciéndome sentir aún peor.

  • Laura – me llamó, asomando la cabeza por la puerta de su despacho, obligándome a mirar hacia él – traiga la agenda y un bloc de notas para apuntar.

¿Traiga? ¿desde cuándo volvíamos a hablarnos de usted?

Aun así, seguí sus instrucciones. Y aparecí en su despacho, con la agenda y un par de folios para apuntar lo que sea que me mandase hacer.

Me senté frente a él, y esperé paciente, a que dejase de prestar atención a su ordenador, con el ceño fruncido, y pocas ganas de trabajar.

  • La agenda – pidió, sin tan siquiera levantar la cabeza de la pantalla.

La abrí por el día en el que estábamos y comencé a relatar las citas de ese día.

  • A las diez, reunión con el señor Gutiérrez, para hablar de… - le informaba, con voz alta y clara, pero él me cortó antes de haber podido terminar de decirle nada más.

  • ¿Le he dicho en algún momento que me lea la agenda, señorita Laura? – preguntó, de mala gana, volviendo la vista hacia mí, malhumorado. Negué con la cabeza, sin comprender por qué actuaba de nuevo así, conmigo – pues haga el favor de dejar la agenda en mi mesa y apuntar la tarea que voy a darle – ordenó. Asentí, despacio, para luego abrir el bloc de notas y esperar atentamente sus instrucciones – ponga un anuncio en infojobs, necesitamos nueva secretaria personal – explicaba, volviendo a prestar atención a la pantalla de su ordenador – y hable con recursos humanos (se refería a Marta, que era la que llevaba el tema), para que le rescindan el contrato.

Mi mundo se vino abajo tan pronto como escuché aquellas palabras, incluso perdí el color de mi rostro, y dejé caer el boli al suelo.

  • Vas a echarme – me percaté, tan pronto como me di cuenta de que era lo que estaba diciendo, y no tenía ni idea cuál había sido el detonante de todo aquello, porque yo no había hecho absolutamente nada - ¿por qué?

  • No has pasado el periodo de prueba – declaró, dejando claro que no iba a decirme la verdadera razón del despido.

  • Han pasado seis meses – le espeté, cansada de su comportamiento infantil, levantándome de un salto, dejando caer la libreta, importándome bien poco dónde estaba y quién era él en aquel momento – ¡qué periodo de prueba tan largo!

  • Sinceramente, Laura, no has dado el perfil – reconocía, con desgana, sin tan siquiera despegar los ojos de su ordenador, sin tener la poca decencia de mirarme en un momento como aquel – no eres una secretaria eficiente, y te llevas el día en mi despacho tomando café, intentando agradarme o dios sabe qué.

Mis lágrimas salieron tan pronto como comprendí que era lo que quería decir. Era un cabrón. Él seguía siendo un idiota y yo había estado equivocada al pensar que él tenía algo especial, algo bueno. ¡Dios! ¡Qué ciega había estado!

  • Eres un hijo de puta – espeté, haciendo que él dejase de prestar atención al ordenador y mirase hacia mí, sorprendido por mi reacción - ¿Me estás despidiendo sólo porque no me he acostado contigo? ¿por qué no he caído como todas las demás?

  • Cuide su boca, señorita Laura – me detuvo, para que no siguiese insultándole, pero en aquel momento me daba igual – le daré una carta de recomendación y un buen finiquito, por eso no se preocupe.

  • ¿por qué me daría una carta de recomendación, Borja, no se supone que soy una inútil que no se hacer mi trabajo?

  • Laura… - comenzó él, intentando calmarme, pero yo no podía hacerlo, no podía calmarme, porque si era despedida tendría que volver a casa, dejar atrás a mis nuevos amigos, a Salva, tendría que abandonar todo lo que había construido allí, y sólo por intentar ser amable con un imbécil cómo él.

  • Te falta el “señorita”, capullo – espeté, para luego salir de su oficina, ante su atónita mirada, llegar a mi escritorio, coger la carpeta de contabilidad, volver a su mesa, y tirar la carpeta sobre ella – no me echas tú, dimito – declaré, haciendo que él abriese la boca, sin saber que decir al respecto – hacía días que lo estaba pensando, porque es imposible cuadrar un balance si faltan la mitad de los recibos.

  • Mi hermano ha estado a punto de morir, por mi culpa – fue lo único que dijo, en aquel momento que no era para nada el oportuno para hablar de aquello. No cuando lo único que quería era destruirle, no cuando no quería consolarle en lo absoluto – le escribí un mensaje esa noche, antes de irme a dormir y …

  • Te lo tienes merecido, por capullo – le dije, observando como su rostro cambiaba, y se tornaba aún más triste, al darse cuenta de que había logrado lo que se proponía, alejarme de su lado – ojalá y te odie tanto como lo hago yo – insistí, haciendo que él tragase saliva, arrepentido de lo que había logrado – ojalá y nadie te quiera jamás, porque no lo mereces en lo absoluto, sólo eres un maldito hijo de …

Un sonido en la puerta nos indicó a ambos que había alguien fuera, era el señor Gutierrez, que venía para su cita. Me limpié las lágrimas y salí del despacho, dejando a ambos hombres reunidos. Mientras yo caminaba hacia mi escritorio y comenzaba a recoger mis cosas y a dejar todo ordenado con posit para la nueva, porque la nueva chica que entrase no se merecía mi desprecio, aquella chica no tenía culpa de nada.

Luego fui a ver a Marta y le dije la decisión de Borja, casi se cae de la silla del susto en cuanto hablé de despido.

  • ¿Cómo que te ha despedido? – preguntó, con la boca abierta, aún sin poder creer que lo que yo aseguraba fuese cierto – voy a matar a ese cerdo.

Negué con la cabeza, al mismo tiempo que mis lágrimas salían, desilusionada. No podía dejar de pensar en lo ansiosa que había estado desde el domingo por volver a verle, por descubrir más cosas sobre él y su familia. En aquel momento tan sólo quería enterrar todo lo que sabía de él, y odiar a mi jefe por haberme hecho aquello, sin ninguna razón aparente.

  • Tenme preparado el despido para mañana, aunque por ley tengo que quedarme quince días más – le dije, tragándome todo el orgullo y mis ganas de llorar, limpiándome la cara con el puño, para luego volver a mi escritorio, y comenzar a preparar el anuncio para infojobs.

A las dos de la tarde, justo después de la última reunión, Borja salió de su despacho, con su maletín, y sin tan siquiera dirigirme una sola mirada, dejó la carpeta de contabilidad sobre mi mesa, para luego marcharse, sin tan siquiera decirme nada al respecto.

Abrí la carpeta, con la intención de ordenar aquel caos antes de irme a casa a comer, pero me quedé sorprendida al ver una nota suya en la primera hoja, en un posit.

“Lo siento.

Siento ser un capullo integral, pero no puedo dejar que te encariñes de mí, Laura.

Eres la única mujer que ve algo bueno en mí, y no puedo permitirlo.

Te haré una gran carta de recomendación y te daré un buen finiquito, lo prometo.

Eres una eficiente secretaria, te aprecio y respeto mucho.

Por favor, no me odies.

Borja”

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