DE LO DURADERO 4

—Está bien, no es una cobarde, Clarita —agregó con simpatía—. Pienso más bien que tiene miedo del futuro, de no saber lo que pueda ocurrirle o ¿no?

No contesté nada. Aunque no entendía a qué se refería, eso del futuro empezaba a intrigarme.

—Uno cree que el futuro es algo no va a comenzar jamás —prosiguió—. Y de pronto, en medio de un día cualquiera, el tren llega a su puerta y se encuentra ahí, de pie, temblando de miedo sin saber qué hacer. Entonces ¿qué pasa, Clarita? Dígame qué pasa.

—Yo no lo sé...

—Sencillo. Toma una decisión, eso es todo. Siempre ocurre así, tiene que decidir —agregó y me miró con franqueza—. ¿Pensó que alguna vez se le presentaría la oportunidad de marcharse?

Me sentí culpable. Cuántas veces había deseado largarme y no ver nunca más a mi familia. Dios mío. Lo había deseado. Y ahora el milagro se había llevado a cabo... ¿o el castigo? ¡Dios mío!

—¡Lo lamento, Mauricio! ¡Lo lamento tanto! —imploré rápidamente, intentado encontrar la redención en mi hermano mayor—. Lamento haber querido dejarlos...

—No diga boberías, Clarita. Usted sabe tan bien como yo que todos esperan su oportunidad.

—¡Usted no ha tenido que decidir, Mauricio! —exclamé—. Usted está aquí con todos, a salvo.

—¿Y quién le dijo que yo no he tenido que decidir? —inquirió con rostro severo—. Decidí quedarme aquí, ayudar a mi familia y en esa decisión, también renuncié a mis oportunidades.

—Como ser poeta... —agregué tímidamente, mirando su rostro afligido.

—Soy poeta. Puedo ser lo que quiera. Solo necesito mi lápiz, mi libreta y estar vivo —dijo sonriendo y yo empecé a sentir una especie de consuelo, doloroso, pero consuelo al fin.

—Escúcheme —continuó en un suspiro, acariciando mi cabeza—. Yo también he sentido miedo del futuro. Todo cambio nos genera un poco de ansiedad, sí, pero debe saber que en su miedo encontrará el valor, en sus dudas encontrará la seguridad y en las dificultades se encontrará a sí misma. Es necesario que afronte todo ello para que pueda vivir otra realidad. ¿Lo comprende?

Asentí con la cabeza. No podía decir nada.

—Debe afrontar ese miedo para que pueda dar este paso, Clarita —prosiguió—. Mire, analicemos la situación: A nosotros nos tiene, nos tiene ahora y ese ahora es para toda su vida, porque somos familia y vivimos en su corazón. No se va, no me voy. Simplemente estaremos construyendo nuestras vidas en lugares diferentes, pero estaremos atados por un cordón invisible. ¿Lo ve? No necesita ser adulta para comprenderlo y no tendrá más de una hora para decidirlo. No piense en el ayer, ni en el mañana. Piense en el ahora y en el tren, en el amor y la oportunidad.

Era incomprensible para mí, pero así pasó. Me refugié en la infinita compasión de mi hermano mayor y en sus palabras sinceras que salían del corazón, y a pesar de todos mis temores y angustias, el futuro se me presentó luminoso y esperanzador. Nos quedamos un rato callados y de pronto empecé a sentirme tranquila y feliz, y el paraíso perdido de mis sueños volvía a abrirse ante mí.

—¡Otra realidad es posible, Clarita, alégrese! ¿Acaso ha sido tan mala su vida en estos años?

—No...

—Pues puede ser mejor, tontita —agregó juguetonamente, sentándome en su regazo y yo lloré. En seguida me abrazó—. Y yo la amo, siempre estaremos con usted. No haga nada que no sea bueno para usted. ¡Ahora, arriba, niña llorona!

Ese día conocí el sabor de las lágrimas que quedan por dentro, de las que no terminan de salir y se consumen en los ojos. Ese día conocí la felicidad dolorosa, esa que anhelas, pero que hiere. Ese día conocí las palabras que no se pronuncian, pero que desbordan el alma y hablan por todos lados. Ese día empecé a extrañar. Ese día empecé a entender que nada dura para siempre por más que te resistas y te escondas. Que ni el juego, ni los jugadores, ni la casa duran. ¿Y qué es lo que realmente dura? Yo. Sí, ahora lo sabría. Yo debía durar, pero ¿para qué?

                            

Al entrar a mi cuarto a recoger las pocas cosas que tenía, me pareció haber estado escondida una eternidad. Nada lucía como antes en el lugar donde me había sentido tranquila y feliz. Algo había ocurrido en mí. Me dí cuenta de lo terriblemente sola que estaba en ese asunto. Las ganas de echarme atrás y retornar a mi antigua paz y seguridad, las respiraba como vidrio picado en el aire. El miedo no se había ido ni mucho menos, aun así no me atreví a pensar y vacilar. Recogí todo en tranquilidad y me despedí de mi mundo y mi infancia con absoluta calma y secreto. Intentaba tomar el equilibrio de esta nueva perspectiva, de alejar todo lo malo y amenazador, y de olvidarme incluso, de mi culpa y mi temor y me convencí de que todo esto, solo era lo que vehementemente había deseado.

Todo estaba tan bien, todos llenos de emoción y un optimismo lastimoso, todo justo en su lugar. El tren, la alegría y el valor. Tía Amanda hablando: “Lo que es bueno para ti, es bueno para tu familia”. Augusto subiendo mis cosas al auto. Los vecinos mirando y murmurando. Había caído la tarde mientras tanto. En el patio besé a mamá, a Dimas, a Reina, a Alba, a Sixto y a Olivia y me subí al auto al ver a tía Amanda impaciente. Me volví y agité la mano. Mauricio agitó la suya, haciendo con el brazo un ademán muy peculiar, como si fuera el final de su obra teatral. Dentro del auto, tía Amanda y Augusto mantenían la boca cerrada. Afuera, mi madre y hermanos también callaban, y anduvieron rápidamente hasta el lugar donde el camino ascendía de golpe, para adentrase en el valle y desaparecer en la niebla. Entretanto, yo observaba y escuchaba con atención, como queriendo grabarme todo para no olvidar. De pronto, vi a papá en el camino detrás de la casa, envuelto en su vieja ruana y en una atmósfera de gran perplejidad. Se quedó mirando mi cara aterrada en el auto y la angustia se le reflejó en el rostro. Quise bajarme enseguida e hice un intento casi automático por abrir la puerta, pero estaba cerrada y entonces las ojos se me llenaron de lágrimas al darme cuenta que todo era real. Se me oprimió la garganta en el intento de gritar: ¡Papi! Y no pude decirlo. Entonces comprobé que nada dura, ni  el tren, ni la alegría, ni el valor. Nada.

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